miércoles, 31 de diciembre de 2014

Personajes de nuestra época. Silvia Congost; David Loy; Walter Riso...

SIN DIVÁN

La reactualización del trauma afectivo 

y la terapia del desamor de Silvia Congost,

en A solas. Descubre el placer de estar contigo mismo


El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, fue el primero en advertir, en virtud de lo que le enseñaba la clínica, que el sujeto, sin análisis con un psicoanalista, estará condenado a repetir, en no pocas ocasiones, lo peor, en virtud de la estructura psíquica, inconsciente, Otro en el que habitamos todos los seres humanos, sin excepción, como formuló y demostró Jacques Lacan. Recorrer la historia de una persona, su constitución subjetiva, en un tratamiento psicoanalítico, por tanto, articular la libre asociación del analizante con la escucha y la interpretación del psicoanalista, regidas ambas por la ética del bien decir del síntoma y la neutralidad ética, son condiciones indispensables para disolver el malestar psíquico, los síntomas que describe la psicopatología, como podría ser la dependencia emocional tóxica que describe Silvia Congost, o de las siempre malignas alienaciones ideológicas en las que un sujeto puede estar atrapado como consecuencia de una deficiente estructuración subjetiva.


José Miguel Pueyo


Que Silvia Congost es una persona ajena a los beneficios cognitivos e intelectuales que posibilitan el discurso psicoanalítico se pone de manifiesto en la publicación de A solas. Descubre el placer de estar contigo mismo (Zenith, 2019), un libro en el que su autora nada nuevo ni provechoso aporta, y menos aún rectifica los presupuestos ideológicos que dieron forma a sus anteriores libros, pues sigue proponiendo como solución su respuesta-saber imaginario derivado de un trauma afectivo personal mal resuelto, según sus propias palabras, no sin las igualmente imaginarias suposiciones de lo que somos en base a una manoseada ideología de género. Hace más de un siglo que se sabe, merced a los descubrimiento psicoanalíticos, que el género biológico (macho-hembra) no hace a la posición del sujeto con respecto al Otro que define la identidad sexual (hombre-mujer), y tampoco determina la elección de objeto afectivo-sexual, ni la manera de ser en el mundo.


Silvia Congost: "Cuando tú fortaleces la autoestima es cuando esa ...
Silvia Congost


Nada mejor que recuperar el texto que escribí con ocasión de la presentación de Si duele no es amor, habida cuenta de que Silvia Congost repite los mismos errores en A solas. Descubre el placer de estar contigo mismo.


Trauma afectivo y terapia del desamor en Silvia Congost

Este enunciado vendría a explicar la producción clínica de la psicóloga gironina Silvia Congost Provensal. El recientemente fallecido sociólogo Zygmunt Bauman (Poznań, 19 de noviembre de 1925 - Leeds, 9 de enero de 2017), habría encontrado motivos para reafirmase en las características predominantes de la postmodernidad que describiera en sus libros; hubiese sido así, sin duda, de haber escuchado el pasado jueves 3 de febrero de 2017, en la Casa de Cultura de Girona, la presentación de Si duele, no es amor. Aprende a identificar y liberarte de los amores tóxicos. (Zenith. Barcelona: 2017).

Silvia Congost, en la presentación de su libro, estuvo a un paso de protagonizar un striptease sentimental. Explicó –y no era la primera vez– un supuesto trauma afectivo con una de sus parejas. Lo destacable, empero, es que aquella lamentable circunstancia constituye el punto de partida del último libro de quien se presenta como experta en autoestima, dependencia emocional y conflictos de pareja, un libro que no sólo por aquel desgraciado motivo presenta las limitaciones intelectuales que advierten los críticos de la postmodernidad.
 



¿Qué valor tiene el libro de Silvia Congost para el clínico? Ninguno. Alerta, sin proponérselo la autora, de lo que el clínico debe evitar en su práctica si no quiere que el tratamiento responda a las coordenadas del discurso del Amo. Discurso éste que, como es conocido, se debe excluir del tratamiento para no obstaculizar la escucha del deseo y del goce y, por ende, para conocer la implicación del deseo del sujeto en lo que se queja.
 
Nada ha cambiado, pues, desde el comentario que presentamos de Cuando amar demasiado es depender. Aprende a superar la dependencia emocional (Oniro. Barcelona: 2013), de la misma autora. Y para las personas que esta psicóloga pretende ayudar, ¿qué importancia tiene este libro? Opinamos, como acabamos de apuntar, que no va más allá de la persuasión, o sea, sus efectos, en el mejor de los casos, podrían ser rápidos pero, entre otras limitaciones, breves en tiempo.  
 
Sobre la producción de Silvia Congost

La presentadora del acto, Paula Cavalcante, omitió el trauma personal de la autora, y no fue distinto respecto a su marco teórico. Por su parte, Silvia Congost reiteró su pasión de ayudar a quienes desean liberarse de los vínculos afectivos destructivos que ella había padecido y, por ende, se proponía enseñarles a construir relaciones de pareja sanas.  
La experiencia personal puede ayudar a entender algunas penosas vivencias, ciertamente. Pero en el ámbito de la psicoterapia no cabe darle prioridad, más bien se trata de lo contrario, o sea, de que no se inmiscuyan en la práctica clínica. De ahí que la interrogación sobre los afectos contratransferenciales sea fundamental. En psicoanálisis se conocen como «deseo de un clínico», deseo que al poder ser cualquiera constituye el envés del «deseo del psicoanalista», dado que este último está regido por la regla de la abstinencia y la ética del bien-decir-del-síntoma. Obviar esos aspectos eclipsa el sentido de todas y cada una de las eventualidades que suelen acontecer en el tratamiento, con lo que nada que no fuese imaginario cabría argüir del mismo.
 
Que Silvia Congost apoyara sus ideas en el trasnochado discurso de la filosofía práctica, y que redujera a tres grupos el amor en las relaciones de pareja, puede ser la consecuencia lógica de lo que acabamos de indicar. Es dable señalar que en el libro de esta psicóloga no sólo se perciben algunas estrategias propias de los libros de autoayuda, pues en vano se buscará en él ideas de los autores que orientan en las cuestiones del amor, el deseo, el goce, la sexualidad y aun de las relaciones de pareja. No es diferente respecto al amor que Santa Teresa sentía por Dios; el ágape de los cristianos en el aprovechado deseo de inmortalidad mal velado en el amor a Jesucristo; ni una nota sobre el objeto causa del deseo en el amor cortés; y menos aún menciona la autora, por extraño que parezca, el vínculo adictivo por los gadgets postmodernos de la inteligencia artificial, vínculo que, al lado de los animales de compañía, restan libido a los vínculos amorosos de otras épocas. Por todo ello se nos antoja que Silvia Congost desconoce el siguiente aforismo de Jacques Lacan, «Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.»
 
De la práctica clínica y el trauma sentimental de Silvia Congost
La autora no tuvo a bien esbozar qué herramientas utilizaba en su pasión de ayudar a quienes padecen los rigores de una relación de pareja. Señalamos, por tratarse de omisiones epistémicas y éticas esenciales, que el libro que sucintamente comentamos deja de lado:
 
• La escucha del discurso del Otro.
• No presta atención a los aspectos contratransferenciales que deben evitarse en el tratamiento.
• Y deja de lado asimismo el deseo y el goce, así como a las características del tratamiento en el marco de una determinada teoría.
 
Todo ello dificulta la falsación del procedimiento clínico. Qué esta psicóloga haya tenido las negativas experiencias afectivas que dice haber sufrido no debería ser óbice, más bien todo lo contrario, para presentar los principios clínicos que, en casos análogos, deben exigirse.

 
Silvia Congost - YouTubeEn una entrevista para la Contra de La Vanguardia, del 03/08/2013, Aprender a aceptar al otro es el mejor regalo para ambos, explica Silvia Congost lo que para ella fue una traumática y tóxica relación de dependencia emocional, experiencia que constituye, como hemos apuntado, uno de los ejes fundamentales en los cuales justifica su trabajo clínico.
 
Silvia Congost: Sí. Yo sufrí dependencia emocional, ese enganche tóxico que te va destruyendo sin que te des cuenta.
 
Inma Sanchís: Cuénteme.
Silvia Congost: Siendo ya psicóloga empecé una relación: lo más maravilloso que me había pasado en la vida. Él era una buena persona, pero nuestra manera de ver la vida era distinta. De hecho, no coincidíamos en nada.
 
Inma Sanchís: ¿Cuánto duró?
Silvia Congost: Cinco años. Me adapté a él en todo, sólo hacía las cosas que a él le gustaban y que a mí me horrorizaban, como pasarme el fin de semana viendo la tele y todas las vacaciones haciendo surf.
 
Inma Sanchís: Pues si no te gusta, es duro...
Silvia Congost: Cuando me recuerdo a mí misma dentro de un traje de neopreno en pleno invierno no me lo puedo creer: jamás me ha gustado ni el mar ni el frío. Y no es que él me obligara.
 
Inma Sanchís: Si era feliz haciendo feliz...
Silvia Congost: En absoluto, así que empecé a quejarme, a exigirle que cambiara. Tomé conciencia de que no estaba bien y de que aquello no era lo que yo quería, pero cada vez que me planteaba dejarle me inundaba el pánico. Incluso llegué a ponerme enferma de ansiedad.
 
Inma Sanchís: ¿Aparecieron los celos?
Silvia Congost: Sí, mis inseguridades y mis miedos crecieron de manera desmesurada. Estuve un año intentando dejarle y volviendo con él como si me fuera la vida en ello.
 
Inma Sanchís: ¿Pidió ayuda?
Silvia Congost: Empecé a buscar información por todas partes sin resultados hasta que Walter Riso dio una conferencia en el Colegio de Psicólogos sobre dependencia emocional y comprendí que ese era mi problema, aunque no sabía cómo salir de ahí.
 
Inma Sanchís: ¿Cómo lo hizo?
Silvia Congost: Con las mismas herramientas que se usan para abandonar una adicción: contacto cero y superar con paciencia el síndrome de abstinencia, que lo hay y muy fuerte, incluso más que con otras sustancias.
 
Inma Sanchís: ¿Recaídas?
Silvia Congost: Sí, cuando la desesperación se apoderaba de mí, necesitaba coger el coche e ir a verle para calmarme. Pero cada vez que conseguía contenerme me sentía un poco más libre. Hoy doy gracias a esa experiencia que paradójicamente se ha convertido en mi especialidad. He visto que mucha gente padece dependencia emocional y no lo sabe.
 
Silvia Congost, como se habrá advertido en la entrevista, omite la razón estructural de los hechos que relata. Por consiguiente, parece que le trae sin cuidado un aspecto tan importante en el asunto que trata como es la idiosincrasia de las personas implicadas y la novela familiar de los que en ocasiones hacen del amor un lazo social. Es decir, en los temas del amor no sólo conviene analizar lo que no va, sino también los motivos de lo que, como se dice, es una relación perfecta. 



 
Respuesta de Silvia Congost al trauma sentimental

¿Qué es el amor?, ¿Qué es una relación de dependencia emocional?, ¿De qué argumentos teóricos se nos hace partícipes? ¿Qué solución se aporta para los problemas que se presentan? Son algunas de las cuestiones que esta psicóloga pretendió responder el jueves 3 de febrero de 2017 en la Casa de Cultura, de Girona. 
Silvia Congost: «Vengo a hablaros del amor, del desamor, y de todos esos malentendidos que a veces se acaban generando…». «No vengo a traer verdades absolutas sobre el amor. Lo que quiero es básicamente venir a compartiros mi visión acerca de este tema, las conclusiones a las que yo, después de todos estos años, he ido llegando.»
 
ULP-Gi: Que esta psicoterapeuta pretendiera eludir posicionarse como Otro del Otro no quiere decir que lo consiga en su práctica clínica. Es más, por lo que dice y omite no puede evitar el anhelo de completar al otro, deseo común a aquellos que se identifican al Otro completo, sin fisuras, haciendo así del discurso del Amo el fundamental resorte de su práctica clínica, un discurso que sus agentes suelen enmascarar con abundantes dosis del humanitarismo más ramplón. Lejos estamos de pedir a Silvia Congost que conozca que «Amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es», aunque en el asunto que la ocupa no sólo no estaría de más por ser absolutamente necesario. Pero para entender ese aforismo de Jacques Lacan habría que saber, por ejemplo, que el sujeto humano, por ser un sujeto del lenguaje, está afectado por una falta estructural, falta-a-ser que constituye la auténtica dimensión simbólica que nos caracteriza y diferencia radicalmente de los otros animales, falta estructural, por lo demás, que persigue al sujeto hasta sus últimos días, dado que nunca se alcanza el Ideal del Yo, que el filósofo bávaro Friedrich Nietzsche acuñó como «moral del resentido».  En suma, es por esa falta estructural que las personas suelen buscar en el partenaire aquello –no se sabe qué– que supuestamente las completaría, haría de ellos sujetos plenos, felices, si se nos permite expresarnos así. He aquí, con todo, la imaginaria ilusión de hacer de dos Uno, signo inequívoco del deseo de completud que denuncia la estructural falta-a-ser del sujeto humano y, por consiguiente, la herida narcisista del Yo.
 
Silvia Congost: «Todas las relaciones de pareja se pueden agrupar en tres tipos. El primero es el sano, pues nos permite crecer, encontramos el equilibrio, el bienestar. Los otros dos tipos nos llevan a sufrir, son relaciones tóxicas. Tenemos que salir de ellas, sin desgastarnos y destruirnos muchas veces de manera totalmente innecesaria.
 
• Las relaciones basadas en el amor. Este es el modelo que es sano. Cuando hay amor es cuando podemos crecer, podemos construir. Las características esenciales del amor de verdad son: la bondad, la confianza, la honestidad, la compasión (aquello que te mueve para intentar evitar el dolor de la otra persona), la empatía, el deseo de inclusión (sentir que mi pareja me incluye en sus planes). Estos ingredientes están o no están. […] El amor es un dar y un recibir a partes iguales. Nace de la convivencia, de compartir, de intereses mutuos.
 
• Las relaciones basadas en el desamor. Hay muchísimas parejas que viven en el desamor. Son relaciones en las que un día hubo amor, pero que ya no lo hay. Quedan atrapadas en lo que un día fue, ya no es, pero tienen la esperanza de que tarde o temprano va a volver a ser. Seguimos ahí por culpa, por miedo, por lo que sea. Y no nos damos cuenta que cuando uno deja de amar, el otro deja de amar también.
 
• Las relaciones basadas en el no amor. Relaciones en las que nunca ha habido amor. Hay muchas relaciones basadas en el no amor. ¿Por qué? Yo, pensándolo, creo que cuando tomamos una decisión siempre lo hacemos por dos motivos, para evitar sufrir o para tener placer. No salir del no amor pensando en que fuera de esa relación voy a sufrir más, está bastante vinculado a la falta de autoestima.»
 
ULP-Gi: El afán clasificatorio de Silvia Congost ha quedado superado incluso por la clínica más tradicional. Pero lo decisivo en este punto es que el interés didáctico que se le pudiera conceder a la nosología, no puede dejar de lado aspectos tan esenciales en las cuestiones del amor como la pulsión y el masoquismo erógeno y moral; mientras que sólo la escucha analítica, libre de prejuicios e imposturas, puede dar luz a las delicadas, complejas y particulares cuestiones del amor.
 
Silvia Congost: «¿Por qué queréis una relación? A menudo, a todos nos pasa esto, basamos la relación de pareja en lo que esperamos obtener de esta persona: compañía, que me pueda divertir. Pero así es como aparecen los dos principales problemas en la mayoría de relaciones. Primero es la decepción. Me decepciono porque no me das aquello que yo esperaba que me dieras. El segundo es el control. Empiezo a manipularte para que me des eso que yo quiero, aquello que yo esperaba de ti. Claro, si esa persona se resiste, vamos a entrar en conflicto. Y si esa persona adopta una actitud más sumisa, y se adapta a mí y me da aquello que yo espero que me dé, al cabo de poco tiempo aparecerá la frustración y se sentirá infeliz cuando se está perdiendo a sí misma. Al final sufriremos. Que es lo que pasa tantas y tantas veces con las relaciones de pareja, que por algún motivo sufrimos. Y yo un día me pregunté ¿se puede sufrir por amor?»
 
ULP-Gi: La autora no dudó en echar mano del manido recurso de la interpelación. Entendemos que conviene abstenerse al respecto si uno no quiere meter en un incómodo brete al público. Por otro lado, ¿quién puede ignorar que se puede sufrir por amor? Hubiese bastado con preguntarse ¿qué puede sentir una persona cuando pierde el objeto de amor? para advertir que el amor lleva consigo el sufrimiento, habitualmente da lugar a los afectos del duelo, y en otros casos cerca al sujeto en la siniestra sombra de la melancolía, –un no saber qué se ha perdido con el objeto que se ha perdido–, aciaga sombra que trae consigo un inmisericorde reproche. Se comprende entonces que algunas formas de espiritualidad, haciendo gala de la más absoluta desorientación del asunto que pretenden solucionar, renieguen de los lazos afectivos, el deseo y el apego a los objetos que pueblan el mundo. Aspecto distinto, claro está, es lo que se conoce como relaciones afectivas tóxicas. Y siendo así, será siempre necesario, para no ofender al lector y/o oyente, que el clínico conozca al menos los aspectos esenciales del asunto que trata

Silvia Congost: «El amor para toda la vida existe y conozco casos que lo demuestran. Pero dudo que puedas garantizar a alguien que os vais a amar hasta que la muerte os separe. Tú no sabes lo que vas a sentir mañana, y mucho menos sabes lo que va a sentir la otra persona.»
 
ULP-Gi: Las verdades de Perogrullo no quedaron fuera de escena. Quizá Silvia Congost no desconoce que hay amores que matan, como el que acontece en la película Mi hija Hildegart (1977), dirigida por Fernando Fernán Gómez, y basada en el libro Aurora de sangre de Eduardo de Guzmán. Pero no parece que se haya adentrado en el sentido de «Amarse hasta que la muerte os separe», evidencia que no es sin relación con la violencia de género, como en el desgraciado caso del periodista Alfons Quintà, quien quitó la vida a su esposa, para luego suicidarse de un tiro de escopeta. 



CulturalTV - SILVIA CONGOST: ''SI DUELE NO ES AMOR''

Silvia Congost: «Pensando en el porqué [hay tres grupos de amor] cuando estaba preparando esta charla llegué a dos conclusiones, a dos porqués. El primero son nuestros modelos de referencia. Siempre los padres siempre acaban siendo responsables. Es la primera relación de pareja que tenemos de referencia. Cómo hayan llevado ellos su relación nos influirá profundamente en lo que vamos a introducir en nuestro disco duro de cómo deben ser las relaciones, de lo que es normal o no es normal. Una persona puede copiar más el rol del padre o el rol de la madre. Entonces, cuando elige a una pareja acostumbra a elegir a una persona que encaje con ese rol. Entonces los padres tenemos que plantearnos si la relación que tenemos nosotros es la que nos gustaría que reprodujeran mi hijo o mi hija el día de mañana. ¿Me sentiré orgullosa? ¿Estoy siendo un buen ejemplo?»
 
ULP-Gi: Hablar con el rigor que merece de la incidencia de los padres en lo que somos, requiere, en primer lugar, saber que la pulsión nada tiene que ver con el instinto; que hay que diferenciar la imitación, propia del animal, de las identificaciones (inconscientes) primarias y secundarias por concernir sólo al sujeto humano; y es igualmente necesario reconocer que el rol del padre y el rol de la madre no son equiparables a la Función del Padre, factor éste crucial dado que determina el particular modo de ser en el mundo del sujeto humano, esto es, la forma de amar, desear y gozar de cada uno de nosotros.
 
¿Qué es una relación tóxica de dependencia emocional? ¿Cuáles son sus fundamentos teóricos, sus argumentos?
 

Silvia Congost: "Cuando por la forma de ser de la otra persona tú ...Silvia Congost: «Algunos de vosotros ya sabéis que mi historia profesional parte de una historia, de una experiencia que yo viví en primera persona. Entonces decidí dedicarme únicamente a ayudar a personas que estuvieran sufriendo en una relación de pareja. Descarté todos los otros casos, los otros tipos de situaciones, con lo cual me ha permitido profundizar mucho más, indagar, estudiar, discutir, leer, buscar información, y al final, creo que ya son 12 años, me he dado cuenta de que, si bien cada caso es diferente, cada persona lo vive a su manera, en realidad a todos nos pasan las mismas cosas…en el fondo todo es lo mismo.»
 
ULP-Gi: Cabe ahora la siguiente pregunta, ¿qué han dado de sí la experiencia sentimental tóxica y los 12 años de investigación de Silvia Congost? En verdad, muy poco. Pero hay quien se atreve a criticar la duración del tratamiento psicoanalítico ignorando que son los descubrimientos clínicos los que fundamentan el tiempo y cada uno de los conceptos en psicoanálisis. Es decir, no es un capricho que el tiempo en psicoanálisis sea lógico, no cronológico, por consiguiente, que tanto la duración de las sesiones como el tratamiento psicoanalítico son variables por estar sujetos a la singularidad del caso por caso.
 
Silvia Congost: «Cuando podemos poner mucha más conciencia en el tema de las relaciones, pues tenemos también muchas más herramientas. Mi objetivo, en definitiva, para estos minutos que vamos a compartir es de alguna forma detenernos y pensar, detenernos y mirarnos a nosotros mismos, hacernos preguntas, que nos planteemos ¿cómo es la relación de pareja en este momento? ¿cómo son las relaciones que he tenido en mi pasado? ¿hay algún aspecto en común, son parecidas, siguen el mismo patrón?»
 
ULP-Gi: Éste sería un buen ejemplo de quienes se permiten afirmar que han superado al psicoanálisis sin haber entendido la originalidad de su clínica y menos aun de la luz que aporta a los vínculos sociales, a la cultura y a los objetos que oferta el mercado de consumo. No son pocos, y entre ellos todo indica que se encuentra Silvia Congost, quienes por las más diversas circunstancias ceden ante ese títere que es el Yo-consciente, siguiendo con ello, y nada hace pensar que habiéndolo advertido, a los partidarios de las tesis imaginarias del célebre filósofo racionalista del siglo XVII, René Descartes. De ahí que la idea de que lo consiguieron porque era imposible, sólo sea verdad en el registro imaginario, pues lo siniestro, tarde o temprano, suele manifestarse en la cotidianidad de lo conocido, demostrando el error de haber confiado en determinados procedimientos psicoterapéuticos.
 
Silvia Congost: «No me cansa nunca, si tengo un hueco, aunque sea a las 11 de la noche, ponerme en el sofá con el ordenador y contestar mensajes [a las personas que me piden consejo por mail]. No lo hago desde le esfuerzo, simplemente como yo he sido esa persona que un día le envió un mensaje a alguien que nunca respondió, sé muy bien cómo se siente. Entonces yo creo que ahí conecto inmediatamente con la compasión.»
 
ULP-Gi: Si no lo hemos entendido mal, la compasión y la decidida atención al paciente, incluso en horas intempestivas, supone para esta psicóloga un resorte clínico. Aceptando que el humanitarismo de la compasión es loable en muchos ámbitos de las relaciones humanas, lo cierto es que ha quedado superado por otro tipo de ética, la ética del bien decir del síntoma, una ética acorde a la verdad del asunto tratado en la relación terapéutica. Se hace necesario señalar que la compasión puede no ser más que un factor contratransferencial. En no pocas ocasiones son aspectos no resueltos del psicoterapeuta los que se inmiscuyen en la clínica, siendo la culpabilidad inconsciente uno de ellos. De ser así, la atención ligada a la compasión haría que el tratamiento fuese también el del psicoterapeuta y, con el desconocimiento de lo que en el tratamiento se pone en juego, ninguna de las personas, tanto más el terapeuta, sabría a qué responde lo que dice, propone o aconseja.
 
Silvia Congost: «Me gusta mucho una idea del budismo. El budismo dice que el ser humano sufre porque genera un apego tóxico con las cosas y con las personas. Nace ese apego tóxico porque ignora que la inevitabilidad del cambio siempre está presente en la vida de todas las personas. No nos gusta esa idea, no queremos pensarlo, preferimos ignorarlo, pero después así nos va de mal que no sabemos controlar una situación que se nos ha ido de las manos. Y en las relaciones de pareja pasa lo mismo. Los cambios son ingredientes que pueden estar presentes en cualquier relación.»


 
ULP-Gi: Silvia Congost yerra cuando afirma que «El budismo dice que el ser humano sufre porque genera un apego tóxico con las cosas». Lo de tóxico lo pone ella, pues lo tóxico para el budismo es el deseo por cuanto habita en el mundo. Cierto es que no siempre es así. Permítasenos un ejemplo. Sin necesidad de abusar del argumento ad hominem, se conoce que por el principio de desear no desear, algunos monjes budistas se dedican al narcotráfico, mientras que otros no reniegan del avión particular, los coches de alta gama, y, en fin, lo que se conoce como la vida relajada y de placer propia del burgués más recalcitrante. Por lo demás, en la India, el país budista por excelencia, una niña es violada cada cuarto de hora.  
 
Silvia Congost: «Decía Zygmunt Bauman, autor de Amor líquido, maravilloso libro que os recomiendo, que estar en una relación es una incertidumbre. Y es cierto, yo sé cómo estamos hoy, pero somos dos personas diferentes, que no sabemos hacia dónde vamos, no sabemos los cambios que vamos a hacer cada uno a nivel individual. Y si pensáramos que es una incertidumbre tal vez seríamos más conscientes de lo que estamos viviendo, y podríamos disfrutar más del día a día.» 


Zygmunt Bauman









ULP-Gi: Quizá Silvia Congost pensó que el hecho de citar a un crítico de la cultura vendría a avalar, en el imaginario social del público, sus ideas. Es más, se limitó a decir que el Amor líquido era maravilloso. No se detuvo en las ideas de Bauman en relación con la sociedad actual, las instituciones en las que descansa la cultura, la política, los objetos tecnológicos y/o los medios de comunicación. Por lo mismo, estaba fuera de lugar pedirle que comparase las ideas de Bauman con las de otros autores de la posmodernidad que han hablado de las relaciones amorosas, como Gilles Lipovetsky, Jean-François Lyotard, Jürgen Habermas, Gianni Vattimo o Jean Baudrillard. 

Añadiré que a los análisis sociológicos que llevan a cabo estos autores habría que agregar lo mejor y lo peor de lo que somos capaces las personas, por lo mismo el gozoso consentimiento que parecen experimentar algunos en situaciones deplorables, dando así la razón al céleberrimo poeta latino Publio Ovidio Nasón (43 a.C. – 18 d.C), quien puso en boca de Medea, en el libro séptimo de La Metamorfosis:


¿Cuál la causa de tan gran temor?
Sacude de tu virgíneo pecho las concebidas llamas, 
si puedes, infeliz. Si pudiera más sana estaría.
Pero me arrastra, involuntaria, una nueva fuerza,
y una cosa deseo, la mente de otra me persuade. 
Veo lo mejor y lo apruebo, lo peor sigo.


Silvia Congost: «La gran tragedia humana está no en cuánto sufrimos sino en cuánto perdemos. Tenemos pánico a la idea de perder a la otra persona. Como dice el budismo, generamos ese apego y la idea de perder no la podemos concebir de ninguna manera, pensamos que será para siempre y ya no tenemos en mente otra posibilidad. Entre el dolor y la pérdida nos quedamos siempre con el dolor.»
 
ULP-Gi: Contrariamente a lo que afirma Silvia Congost, lo verdaderamente destacable es que la gran tragedia del sujeto humano es la misma, paradójicamente, que la que lo humaniza y hace de él un ente singular entre los que pueblan el mundo.
 
¿De qué se trata? Se trata de que el sujeto humano perdió en su más tierna infancia su primer objeto de deseo  (el llamado objeto petit a, vale decir que perdió el abrazo amoroso y narcisista con el otro que habitualmente encarna la mamá) y, con esa pérdida esencial, el sujeto humano es capturado por el lenguaje, un lenguaje en falta (-1 significante del lenguaje humano) en todo distinto, por lo mismo, a otros lenguajes conocidos. Esa pérdida y esa captura por el lenguaje son las que permiten definir al sujeto humano como a-ser, esto es, como un ser en falta (falta-a-ser). Es más, lo realmente trágico para una persona es no haber perdido el objeto a en absoluto, pues así es en las psicosis.
 
La pérdida del objet petit a en la más tierna infancia es necesaria. Y el agente de esa pérdida no es tanto el padre como la llamada la Función del Padre (que la puede cumplir cualquier persona), operación que normativiza el anhelo de goce-Todo de la criatura humana, siendo esa pérdida y/o prohibición del goce la que responde al nombre de castración simbólica.
 
Por otro lado, la pérdida del objeto a da lugar a la herida narcisista del Yo, y es esa herida la que determina la respuesta del amor como ilusión de encontrar el objeto a. El amor es una ilusión en tanto que el objeto a está perdido para siempre, es irrecuperable, hecho que hace del amor una de las figuras de lo Real del goce imposible.
 
Silvia Congost: «Eric Fromm decía que el ser humano basa su identidad en dos cosas. Una es en lo que tiene, las pertenencias, los bienes materiales, aquello que consigue, en el matrimonio, el hijo, la casa, el poder, a nivel social, cultural, el reconocimiento, el éxito, pero fijaros que todo aquello que tiene coincide con aquello que puede perder también. Entonces el ser humano que basa su identidad en aquello que tiene y un día se queda sin nada, entonces, ¿quién es? No es nada. En cambio, hay muchas personas que basan su identidad en lo que son, en su esencia, en sus aptitudes, en sus cualidades, en sus talentos, en su potencial, y en sus valores. Entonces, la persona que basa su identidad en lo que es vive tranquila, pase lo que les pase, si pierden la pareja, si pierden el trabajo, seguirán siendo.»
 
ULP-Gi: Algunos pasajes de Fromm bastan para reconocer que su contacto con el psicoanálisis, por mediación del jurista Hanns Sachs, discípulo de Freud, en el Instituto Psicoanalítico de Berlín, fue fallido. Fromm no pudo superar la ideología familiar, como se refleja en su tesis doctoral de 1922 sobre la ley judía, y tampoco la influencia humanista de Karl Marx. Apelar a la identidad del ser no es tampoco lo más acertado tanto más cuando la corrupción es la usurpación ilegal de la plusvalía.
 
Silvia Congost: «Tenemos que perder el miedo a la soledad. Identificamos el hecho de no tener pareja a estar solos y desamparados en el mundo. Estar perdidos. Y no es así. Todos preferimos estar acompañados porque somos seres sociales.»
 
ULP-Gi: En realidad, nunca estamos solos. Siempre nos acompaña el Otro, nombre lacaniano de lo inconsciente freudiano, Otro que es necesario curar para que la práctica clínica no sea el escenario del discurso del Amo. Los prejuicios son coartadas contra el análisis del malestar del sujeto humano en la cultura, y dejan al margen la razón estructural tanto del sentimiento oceánico como del desamparo.
 
Silvia Congost: «Cuanto más nos parezcamos más fácil será la relación.»
 
ULP-Gi: Sí, sí, y en ocasiones, siendo así, todo lo que acompaña al aburrimiento está asegurado.
 
Silvia Congost: «Cuando uno es capaz de diferenciar lo que es amor de lo que no lo es adquiere la libertad para elegir desde la conciencia.»
 
ULP-Gi: Nada hay en la producción de esta especialista en dependencia emocional y conflictos de pareja que permita al lector diferenciar amor de enamoramiento. Pero el error es incluso mayor cuando se afirma que hay que «elegir desde la conciencia». ¿Acaso la conciencia no está determinada por el Otro, nombre lacaniano de lo inconsciente freudiano? Con tamaño desconocimiento huelga señalar la pretensión de ayudar a quienes sufren una relación tóxica por dependencia emocional.
 
Del deterioro cultural
Ejemplo notorio de ese deterioro y de otros efectos postmodernos se evidenciaron cuando Silvia Congost propuso a los asistentes a la presentación de su libro hacer preguntas tras su intervención.
 
Indiqué yo que hablaba en nombre de la Universidad Libre Popular de Girona. Quise dejar constancia, en primer lugar, de que Eric Fromm, autor citado de manera imprecisa y aun confusa en relación con el tema de su libro, no era uno de los autores de referencia para los psicoanalistas. Difícil es imaginar la reacción que se me dispensó. Silvia huida del escenario; exabruptos de hooligan de una asistente al acto; y un señor bajito y calvo chillaba sin reparo «es la hora de Silvia, la hora de Silvia… que haces aquí». Intervine nuevamente para que la autora aclarase las herramientas que utiliza en su práctica clínica, pero mi pregunta quedó nuevamente truncada por anticulturales reacciones de las personas que tenían alguna relación con la autora. No me encuentro yo entre los que aplauden sin criterios objetivos, y tampoco estoy entre los que eluden preguntarse por las razones de sus inclinaciones. 

Es obvio que las instituciones tradicionales en las que descansa la cultura, también por lo que acabamos de relatar, han fallado en la dimensión de la educación y de la democracia y, por supuesto, en el hecho de que las personas, si bien no cabe generalizar, se dejen vapulear por innobles sentimientos inconscientes. Pero lo indeseable puede empeorar.


Para concluir

José Miguel Pueyo, presidente honorario de la ULP-Gi y presidente de la Escuela de Psicoanálisis de Girona, explicaba en su último libro La otra escena de la corrupción. Familia y sociedad en el destino personal: Jordi Pujol i Soley, cómo se conforma el sujeto humano, su configuración en el Otro familiar y en el Otro sociopolítico y cultural, la importancia fundamental de la Función-del-Padre en la subjetividad en lo que somos y las consecuencias que su declive tiene en la posmodernidad, declive que se evidenció en la presentación del último libro de la psicoterapeuta Silvia Congost.

Girona, 9 de febrero de 2017
José Miguel Pueyo y Jordi Fernández






Trivialidades y ausencia de rigor clínico, es con lo que el lector se encontrará en Cuando amar demasiado es depender, libro de la psicóloga gironina Silvia Congost

Como si estuviese reclinada en el diván del psicoanalista, Silvia Congost relata en su libro, siempre de manera parcial, monótona y sin alma narrativa, el trauma, que, según afirma, fue realmente vivido, de dependencia emocional, «un enganche tóxico que te va destruyendo sin que te des cuenta… Cinco años. Me adapté a él en todo, sólo hacía las cosas que a él le gustaban y que a mí me horrorizaban, como pasarme el fin de semana viendo la tele y todas las vacaciones haciendo surf», según sus palabras.



Pero no sólo estamos ante un libro plano para gente que gusta de lo conocido, de lo banal y de las habitualmente insulsas intimidades del realty show. La dependencia emocional es tangencial a asuntos tan horrendos como los protagonizados por el llamado monstruo de Austria, Josef Fritzl, y por el secuestrador y violador de Cleveland, Ariel Castro, y lo es también al llamado síndrome de Estocolmo. Sin embargo, en este libro todo es light, amén de insubstancial. La autora no ha pretendido presentar los distintos tipos de dependencia emocional y sus causas, mientras que da a leer afirmaciones que no se ajustan del todo a la verdad clínica. Y del mismo modo que se echa en falta el rigor exigible respecto a los fundamentos clínicos con los que se pretende ayudar a las personas que sufren dependencia emocional y sus negativos efectos, Silvia Congost generaliza sin rubor consejos para un delicado asunto, que, como otros relativos al amor, requiere del criterio singular e individualizado del tratamiento caso por caso.

Grave es, sin duda, que la autora insufle narcisismo al desorientado sujeto, a la supuesta víctima, pues casos semejantes precisan de una fina discriminación de los motivos subjetivos que sostienen una relación afectiva. No advierto que Silvia Congost está por esa necesaria labor. Pero si hay algo sorprendente, una afirmación que sería para mondarse de risa sino fuera realmente trágico, es que una persona que tiene un título universitaro quiera hacernos creer, todo indica que la línea de los siempre inquietantes gurús que aseguran curar cualquier cosa en una semana, que en diez días puede curar la dependencia emocional y todos los efectos físicos que la acompañan, como la depresión, la ansiedad o el mal dormir.

Silvia Congost - Home | Facebook


Tengo 36 años. Nací, vivo y trabajo en Girona. Vivo en pareja. Estoy licenciada en Psicología. Me siento muy desencantada de la política. Cada vez hay menos diferencia entre izquierdas y derechas, todos venden lo mismo. No creo en dioses, pero sí en el poder individual.



La Contra de la Vanguardia

Silvia Congost, especialista en autoestima y dependencia emocional

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

"Aprender a aceptar al otro es el mejor regalo para ambos"

03/08/2013 







Remedios para el amor, según el cognitivismo
  conductual del terapeuta de pareja Walter Riso




Leer «Mi amor tiene edad: fue la coca-cola de adolescente, hoy la gran reserva», lo primero que a uno de mis analizantes le vino a la cabeza es que las cosas no pintaban demasiado bien para el psicólogo Walter Riso. Desconocía, empero, que no sólo era así porque este clínico oriundo de Nápoles y afincado en Barcelona había mostrado públicamente esa intimista inclinación.

Los psicoanalistas, del mismo modo que desconfiamos de la intuición, sin excepción nos interesan las asociaciones que suelen provocar los excitantes mencionados, así como las ideas que proceden de la abstemia más absoluta. Y no reparamos menos en lo que dicen las personas que siguen ubicadas en el tiempo en el que se creía que el sujeto humano se agotaba en el Yo consciente y en los neurotransmisores y en los genes; así como en el discurso de los que creen que todo lo que hace y desea el hombre puede recogerse en la fenomenología descriptiva de las conductas o plasmarse en pruebas diagnósticas como las de contraste yodado intravenoso; o en el de los que afirman que en las pastillas y en la identificación del paciente con los ideales del terapeuta reside la curación de todos los malestares. Algo al menos de esta línea teórica y práctica, tanto como de la superada ética del ser y el deber, se advierte en el trabajo que sucintamente hoy me propongo comentar.

7 enseñanzas de Walter Riso - La Mente es Maravillosa

Se trata del último libro de una serie sobre la felicidad y el amor que el mencionado terapeuta de orientación cognitivo conductual Walter Riso ha tenido a bien titular Manual para no morir de amor. Diez principios de supervivencia afectiva. Editorial Planeta/Zenith. Barcelona, 2011. Algunas ideas de entidad semejante a las que conforman este trabajo se encuentran en la entrevista que Lluís Amiguet («La Contra» de La Vanguardia, martes 24 de mayo de 2011) hizo al autor con ocasión de la aparición de su decálogo.




Nota:

Proponer la neutralidad y la razón en el amor denuncia que se conoce poco y mal qué es, qué está en juego, y la manera de solucionar los problemas que puede comportar el amor. Walter Riso es de esas personas que, además y quizá por eso, se permite aconsejar lo que todo el mundo conoce (al menos los que están en el mundo), y sin empacho desempolva su versión de los trasnochados Remedios de amor, del poeta romano del siglo I d.C., Ovidio Nasón. Es decir, este psicólogo gusta aderezar aquello que trata con imaginarias y sugestivas ideas postmodernas ("indignados de amor", "políticamente incorrecto"; "no perder los valores"...), e ideológicas conjeturas neurofisiológicas sobre el amor, el enamoramiento y la dependencia emocional ("estar enamorado es más biológico"...), no consiguiendo otra cosa que desorientar a los que desean saber algo congruente sobre estas cuestiones.

Dimarts 25 març 2014 


Walter Riso estudió psicología en la Universidad de San Luis (Argentina) y la Universidad San Buenaventura (Colombia).

Es  especialista en psicología clínica cognitiva (Universidad del Norte) y realizó estudios de maestría en Bioética en la Universidad del Bosque. Actualmente es profesor de Terapia Cognitiva en la Universidad Konrad Lorenz y la Universidad Católica de Colombia, sí como en otras universidades de Latinoamérica, y es presidente honorario de la Asociación Colombiana de Terapia Cognitiva (ACOTEC).

Ha sido coordinador y fundador de FORMAR (Centro de investigación y terapia del comportamiento) y del CEAPC (Centro de psicología clínica y terapia cognitiva). Desde hace veinticinco años trabaja como psicólogo clínico, práctica que alterna con la realización de investigaciones en el área cognitiva, formación de terapeutas y publicaciones científicas y de divulgación.

Entre sus publicaciones se encuentran: Entrenamiento asertivo (1990), Depresión: avances recientes en cognición y procesamiento de la información (1994), Aprendiendo a quererse a sí mismo (1996), Terapia cognitivo-informacional: crítica a las terapias tradicionales e implicaciones clínicas (2000), Cuestión de dignidad (2001) y Pensar bien, sentirse bien (2003).









De la nostalgia ontológica del ser. 
(O las ilusiones obsoletas y narcisistas
del maestro zen y doctor en Filosofía, David Loy)

Este norteamericano de 67 años de edad, hijo de militar, después de residir 30 años en Asia sostiene sin ambages que ha aprendido a «vivir una vida feliz.»
 
 David Loy, Nonduality, Zen, and the Mystery of our Lives | James Ford
 
Cada cual se emborracha con lo que puede, y el doctor en Filosofía David Loy, que ha impartido clases de esa milenaria disciplina en las universidades de Singapur y Japón, lo hace con las enseñanzas del no menos antiguo budismo.

Loy vivía en Honolulu, y un buen día, por decirlo así, decidió, quizá para superar alguna insatisfacción, hacer un retiro de meditación zen durante una semana. El silencio de la experiencia meditativa y la mirada fija en la pared, que caracteriza a la denominada meditación frente al muro, fueron para Loy un infierno, pero sin duda lo peor es que no pudo despejar las preguntas que lo embargaban.

¿Qué hacer? Loy recurrió entonces a la institución que se le supone que tiene las respuestas: la Universidad. O se equivocó de Universidad o se equivocó de profesores, o las dos cosas. Pues de la magna institución del amor al saber, Loy salió con un doctorado en Filosofía. (Sin duda no para saber qué es la Filosofía).

Prueba de su doble tropiezo ­–o sea, de depositar sus esperanzas en la meditación zen, y de encaminarse con igual ilusión a la Universidad, concretamente a la facultad mencionada– es lo que aprendió. ¿Qué fue? Como él mismo dice, aprendió que «El mundo tal como lo percibimos es algo que hemos construido en nuestra mente y que podemos deconstruir y reconstruir de otro modo?

Personas estupendas: David Loy | Pensando en grandeAmbas consideraciones son erróneas, y no es lo mejor que desorienten al deseo de saber y que exuden narcisismo infantil a raudales.

Contrariamente a lo que enseñaron a Loy los monjes budista y los profesores universitarios, el mundo que percibimos no lo hemos construido nosotros, ya que nos viene impuesto por el Otro familiar y social en el que entramos recién nacemos. El libre albedrio es un sueño religioso. Y respecto a la afirmación de que podemos deconstruir y reconstruir el mundo, no hay duda de que es así, al menos porque algunas personas lo intentan. Pero la cuestión es ¿por qué razón y con qué medios?

Las ideas que presenta Loy no son sólo triviales y obsoletas por ser, como acabo de señalar, fundamentalmente narcisistas. Como es habitual en casos de desorientación intelectual semejantes, las presenta con la patina humanista, intentando tocar la fibra sensible de la gente, como habitualmente se dice. Pero Loy, como todos los amantes del budismo, no logran disimular la vanidad de la ignorancia y la nostalgia por la primera experiencia de satisfacción, o sea, la añoranza del sujeto humano por la pérdida del objeto a en la infancia, objeto que suele encarnar la mamá y/o el reconocimiento de papá.

El profesor Loy no lo entenderá así, hecho lógico si se tiene en cuenta sus credenciales académicas. Es decir, no puede estar de acuerdo con lo que yo digo porque ignora el deseo del Otro que lo habita, el deseo de la otra escena que actúa a sus espaldas, o sea, del inconsciente que habla en él y de él.

Se constata así cuando a la pregunta de la periodista Ima Sanchís, ¿Qué desmontó usted?, Loy responde: «Crecemos con la idea de que estamos separados del mundo: Yo estoy aquí y el mundo está ahí fuera. Lo que el budismo llama liberación es soltar esa identificación con el yo y darte cuenta de que no existe la dualidad.»

Tras oír esa nostálgica respuesta, respuesta que denuncia la denostación de la separación infans/mamá, la periodista le dice «La teoría nos la sabemos…».

Yo dudo de que sea así. Es decir, dudo que Ima Sanchís conozca la teoría de la que habla Loy. Lo dudo por las preguntas que ella formula. Dudo, en suma, que Ima Sanchís sepa que su entrevistado habla de una forma de neopanteísmo, y que esa construcción intelectual es la respuesta de algunos hombres de Oriente a la falta-a-ser, o sea, una respuesta oriental a la carencia ontológica del sujeto humano. Sea como fuere, de lo que estoy totalmente convencido es que el profesor Loy no sabe de qué habla, pues todo indica que desconoce el origen, el sentido y la función de lo que acaba de decir. Este maestro zen no sabe, entre otras cosas básicas y al mismo tiempo esenciales, que el sujeto humano antes que hablar es hablado por el Otro, esto es, por el inconsciente que lo habita, y que él mismo verifica este descubrimiento psicoanalítico.

Pero Loy desconoce otras cosas. En primer lugar, cuando los budistas ensalzan la liberación que supone estar unidos al mundo, al Universo, no saben que están elogiando lo peor que podría sucederle a una persona. ¿Qué es eso tan malo? Quedar atrapados en la unión-alienación al Otro Primordial que encarna habitualmente la mamá, pues la salud y la autonomía del sujeto humano suponen la separación de ese lazo amoroso primigenio. En efecto, ¿de qué habla Loy? Habla de una construcción filosófica presidida por un deseo y un horror. El deseo es la alienación-unión al Otro Primordial, y el horror es la castración, o sea, separarse del Otro. En otros términos, ensalzar no estar separado del mundo, estar unido al Universo, a la madre tierra, es una metáfora del perverso, alienante e infantil deseo de hacerse Uno con el Otro, del deseo de hacer del dos Uno, en fin, de estar abrazado a la mamá en el tiempo del complejo de Edipo y antes de la necesaria separación-castración que ejerce la Función-del-Padre. (Al niño: no te acostarás con tu madre; a la madre: no reintegrarás tu producto). El horror a la castración en el budismo tiene un nombre: filosofía de la no dualidad.

David Loy deja nuevamente que el deseo del Otro hable en él. Insiste –cosa que cabe agradecerle, tanto al menos como a los poetas– en mostrarnos el deseo del Otro, nos ilustra, sin saber lo que hace, de la añoranza, de la nostalgia ontológica del sujeto humano por el objeto perdido, cuando dice «… esa percepción de estar separados del mundo que lleva implícita la sensación de carencia, de que algo nos falta, y que nos lleva a buscar fuera (más dinero, cosas, reconocimiento…).»

Lo que proponen los budistas para la falta-a-ser del sujeto humano es una perversa e imaginaria solución. Puede formularse como sigue: Si no tengo a mi mamá, si no estoy unida al primer objeto de amor, el mundo se puede ir a la mierda, no me importa nada, no deseo ningún objeto sustitutorio, en fin, deseo no desear. Tal es la fórmula que define al Principio de Nirvana.

Envueltos con las vestimentas del humanismo, los budistas comprometidos con lo social, como David Loy, persiguen, sin saberlo, el objeto del goce del Otro. Con frondosos acervos terminológicos sin excepción reniegan de los llamados tres demonios o venenos, la codicia, la agresividad y la ignorancia, pero detrás de esa imagen sobrecogedora y beatífica sólo hay el trivial consejo de que los cambios sociales y políticos sirvan para no agravar o promover esos tres venenos. El talón de Aquiles del budismo sociopolítico es unir a esa banal propuesta, que pocas personas dejarían de subscribir, otra incluso más baladí y ante la que la moral budista resulta totalmente impotente, pues no basta con afirmar que la regeneración del sistema político pasa por la transformación personal unida a la transformación social, que deben ir juntas por necesitarse mutuamente. No es suficiente porque la transformación personal no se logra con la meditación cara la pared; y en lo social, tampoco funciona la dulcificación o todo lo contrario de las leyes, por ejemplo.

Nada destacable y nuevo le enseñaron al doctor David Loy, a no ser que se tenga por importante repetir una doctrina trasnochada acerca de la nostalgia ontológica. Le enseñaron dos cosas, que el hombre está en falta y una ilusoria pretensión: que con una idea filosófica, la de la no dualidad, se podía obturar la falta-a-ser. En la hipermodernidad las personas prefieren el móvil, el deporte, la fama, el arte, el dinero, etc., como paliativos para la insatisfacción que caracteriza al deseo. Ninguna diferencia con la propuesta budista, salvo, eso sí, que, a diferencia de los budistas, habitualmente no visten los ropajes del falso humanismo.

He ahí el origen, el sentido, la función y, en suma, todo lo que da de sí la filosofía de la no dualidad. No cabe extrañarse entonces de que Jacques Lacan afirmara que la filosofía era una paranoia. La filosofía budista de la no dualidad es la metáfora del deseo infantil de no separarse del abrazo infantil y narcisista por antonomasia con la mamá, por tanto, una de las formas de renegar de la castración-separación del Otro. En resumen, la filosofía budista constituye una de las construcciones intelectuales básicas de la nostalgia del sujeto humano y del horror a la falta-castración. Nostalgia del Otro que parasita al sujeto humano y que lo pone a trabajar, en esta caso a escribir como lo hicieron los primeros maestros budistas, maestros-esclavos, en realidad, del deseo del Otro para resarcirse de la falta-a-ser con una idea, con una filosofía. El gran problema de la filosofía moral, y en realidad de todo discurso religioso, que es tapona el intelecto, desorienta en el ámbito social y juega a favor del más morboso de los deseos de la criatura humana, como es la nostalgia que está en el origen de las afecciones psíquicas.

El profesor Loy se ha dado a enseñar rancias ilusiones, como son las arcaicas producciones creadas por los hombres de todas las épocas motivados por el deseo de suturar la herida narcisista que sufre el Yo por no ser amo en su propia casa, y recuperar el objeto perdido para siempre y por eso causa del deseo: el objeto a.

Como muchas otras personas que deambulan extraviadas en la hipermoderna sociedad presidida por el seudodiscurso Capitalista, quizá el doctor Loy buscaba una orientación para su existencia, pero lo que encontró fue un síntoma a la medida de su goce. Es decir, halló la horma del zapato del malsano goce al que aspira la pulsión de muerte, un síntoma, en suma, que el pensamiento inconsciente hizo creer al Yo-consciente de este profesor que podría erradicar los síntomas que lo embargaban.

Entre los innumerables aspectos de la sociedad que le pasaron por alto a este maestro zen ordenado en Japón y profesor de Filosofía, uno fundamental es que el Otro social no ampara, al extremo de que está bien plantado y mejor dispuesto a engatusar al sujeto desprevenido, tanto más si ese sujeto sufre el malestar y la desorientación que genera el declive de la Función-del-Padre en la hipermodernidad.

José Miguel Pueyo
Madrid – Girona, 31 diciembre de 2015













De otro inverosímil invento postmoderno: 
el coaching de las dos ruedas 

Pues ¿qué actividad puede haber más pintoresca que el coaching sobre dos ruedas (o en pedales) que preconiza la psicóloga Sara Gallisà?; y en cuanto a la periodista Mercè Ribé, no atino a saber en qué medida se consagra en esta entrevista a la ironía, así como si su desconocimiento en este asunto es más o menos absoluto, o quizá si conjuga en su proceder los dos factores. 

 La bicicleta també té molts beneficis psicològics” | Mercè Ribé ... 
 

¿Qué oscura razón ha podido determinar una entrevista sobre la insustancial práctica del coaching sobre dos ruedas? Y es que a no ser que se pretenda introducir la confusión o vender humo sobre tan peregrina práctica, no se atisban mejores consideraciones, siempre que se dejen de lado, claro está, las epistemológicas y éticas. 

De la originalidad

La originalidad y aun notoriedad que parece anhelar Sara Gallisà, son correlativas a la trivialidad de su propuesta. Tanto más por precisar el respaldo del otro institucional: «quiere que quede claro –dice Mercè Ribé- que ejerce ese tipo de coaching –se refiere a la práctica de Sara Gallisà- con certificado del COPC (Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya)». Esa necesidad de respaldo institucional se ve pues subrayada cuando la coaching apela a las garantías del COPC (Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya) sobre los beneficios del coaching a pedales; siendo, por el contrario, como todo el mundo conoce, que esta institución no puede garantizar lo que ella pretende.

Quede pues ese particular llamado al padre –encarnado en esta ocasión en la institución- para quienes tal vez no lo han tenido, al menos en la función que se espera de él; y es dable recordar que el llamado a la institución como remedo de ese déficit no es en modo alguno la mejor opción.

 
Otro nombre postmoderno para lo que siempre existió

El coach (palabra inglesa que significa «entrenar», y que como método consiste en instruir a una persona o a un grupo, con el objetivo de conseguir alguna meta o desarrollar habilidades específicas), explica Sara Gallisà «acompaña, y con motivación y acción se consiguen cambios importantes». Y por si esta sugestiva afirmación no fuera suficiente, agrega el sentido de una prepuesta que además de no ser original –la realizan desde siempre los padres de familia cuando salen a dar un paseo en bicicleta con sus hijos, por ejemplo- no siempre es operativa: «Unimos los talleres de crecimiento personal propiamente dichos con el deporte físico, que ayuda también a descargar adrenalina y así a sentirse mejor.»

¿Pero qué significa descargar adrenalina? Imprecisiones semejantes son las que suelen propiciar las más disparatas conjeturas, y, por lo mismo, conviene que alguien las evite, o al menos las puntúe. Es obvio que habría que señalar mejor que el ejercicio físico, pasear, reírse, hacer el amor, incluso escuchar música estimulan habitualmente la producción de endorfinas, que siendo considerada la hormona de la felicidad, es también uno de los mejores antídotos naturales contra el estrés, el dolor, la depresión, o la ansiedad.

En cuanto a lo que distingue al coach del psicólogo convencional, no es susceptible de presentarlo, contrariamente a lo que hace esta coaching, del lado del objeto de su actividad (esto es, psicopatologías como objeto del psicólogo; cambio de habilidades y aptitudes por parte del coach). Así es porque el psicólogo puede ser competente en esto último, ya se trate de valores, trasgresiones, temores, inhibiciones, etc. Desconozco el motivo por el que esta coaching no puede comprender la falacia que ella repite «En terapia [práctica del psicólogo] hay patología, y en coaching, no…, el coaching lo primero que tiene que hacer es diferenciar si un cliente tiene patología o no.»

Así las cosas, habría que preguntar a esta coaching, dado que no es lo de menos, ¿qué instrumentos diagnósticos emplea para detectar que una persona que decide hacer un coaching no tiene una patología? ¿Acaso Sara Gallisà pasa un test de personalidad o meramente de aptitudes antes de empezar el coaching, y cuáles. Y de no confiar en esas herramientas, tal vez sí confía en otras que se han demostrado no menos inadecuadas e ideológicas, como el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), o el Eneagrama. 

Sobre la no menos falaz y socorrida apelación al tiempo…

Como viene siendo habitual cuando se dejan al margen los aspectos básicos y esenciales de las prácticas destinadas a mejorar la vida de las personas, esta coaching llama en esta ocasión en ayuda de lo que propone, al tiempo y, para más inri, a lo profundo: «Hay terapias que no son tan efectivas…, se alargan en el tiempo…, el psicólogo coach se sustenta en un modelo teórico y tiene herramientas para afrontar un proceso de coaching porque puede llegar a estructuras más profundas…»

El resultado de ello, o sea, de la desorientación tanto como de la falta de concreción, es el que uno imagina: el peor para las personas ingenuas, desprevenidas y/o confiadas por distintos motivos.
 
Girona, 2/11/2013

José Miguel Pueyo






¿Qué cabe esperar del coach transformacional de la coach y psicóloga Cristina Naughton?



En la entrevista del periodista Víctor-M. Amela, para La Contra de La Vanguardia, 09/08/2014, ¡«Hay mucho más para ti en el mundo! Pisa fuerte y sonríe», esta psicóloga y coach, con sus 72 años, se reafirma en lo que de alguna manera presenta en su página web de empresa

(www.centrodecoachingcristinaughton.com

Hay mucho más para ti en el mundo! Pisa fuerte y sonríe"


En realidad, Cristina Naughton aporta pocas novedades a la moda del coaching, esto al entrenamiento mediante el cual una persona o a un grupo de ellas intentan conseguir alguna meta o de desarrollar habilidades concretas. En el ámbito deportivo el coach (entrenamiento) en ocasiones funciona, pero no siempre. Las variables que no comtempla son muchas. De ahí que el coaching sólo funcione cuando por una u otra razón esas variables, llamémosle ocultas por pertenecer al deseo inconsciente y al goce de las personas, colaboran al fin perseguido. Se comprende entonces las críticas teóricas al coaching, pero también en razón de sus trasnochados recursos prácticos. Y es que habitualmente conjuga elementos de mediación con la persuasión de toda la vida y, por ende, no es ajeno al aprovechamiento de la delegación de poderes al coaching o al terapeuta por parte de una persona o un grupo de personas, quien/es, por razones psicológicas, sociales, económicas o de cualquier otro tipo, cree/n que el coaching, por ejemplo, está capacitado para dar una respuesta correcta e incluso solucionar el problema que se trate.   



Lo que antecede se confirma de algún modo cuando vemos que a preguntas como ¿Creencias políticas? de Víctor-M. Amela, la Sra. Cristina Naughton responde con un tópico, «Igualdad de género, justicia social y democracia». Todo el mundo, creo, subscribiría esa consideración. Pero si alguien no quiere ser tildado de demagogo, debería saber que la defensa de la «igualdad de género» requiere especificar de manera clara y sin reservas que la ineptitud no conoce el sexo. Esta cuestión, que a primera vista puede resultar baladí, no creo que lo sea en absoluto, entre otras cosas porque alguien podría suponer que lo que se ha dado en llamar corrección política no afecta al coach. Peor incluso es la respuesta de Cristina Naughton a la pregunta sobre las creencias religiosas. Dice sin tapujos «Creo en una cosa superior, no importa su nombre». A la puerilidad de esta consideración habría que agregar que no es igual el nombre que tenga esa cosa superior. En esta ocasión hubiese bastado tan sólo con utilizar el pensamiento y leer los periódicos o ver la TV., para advertir que en modo alguno es lo mismo que esa cosa superior en la que cree Cristina Naughton, se llame Atón-Ra, Odín, Pacha Mama, Brahma, Buda, yod-hei-vav-hei: יהוה (YHWH), Jesucristo o Mahoma.   



La idea teórica que destaca repetidamente Naughton, y que, por lo mismo, cabe entenderla como fundamental y esencial de su trabajo, concierne al caudal positivo que tenemos los humanos, y que ese caudal o potencialidades positivas, dice, se encuentran en muchas ocasiones soterradas por determinados factores. Hasta aquí nada más una idea que entraría en líneas generales en el marco de la psicopatología clásica. Sin embargo, cabe reprocharle a esta coach no subrayar suficientemente que el sujeto humano es capaz de lo peor y también de las hazañas más sublimes, por lo que las potencialidades a las que se refiere pueden ser para lo mejor (de uno) y para lo peor (también de uno y de los demás). Lo que si le interesa a esta coach internacional desde hace 30 años es repetir que antes que ella había el coaching transacional, que según afirma corrige un conflicto específico, pero ella ha inventado el coaching transformacional. ¿En qué consiste? Bastan tres requisitos, como son preguntarse «qué te deja incómodo, plantearte cómo te gustaría que te saliera… ¡ponte en acción!» para conseguir nada más ero también nada menos que «Mejorar tu energía corporal, emocionalidad y creencias profundas: te transformas».



Estamos acostumbrados a leer propuestas surrealistas en libros de autoayuda, a escuchar no mejores peroratas a terapeutas de una y otra escuela, así como monsergas narcóticas a gurús y maestros espirituales y de filosofía de toda índole y condición, y ahora, aunque no constituye novedad alguna, tenemos las aseveraciones, sin duda desproporcionadas en lo teórico y el clínico, de la fundadora del coaching transformacional, quien sin ningún embarazo y haciendo gala de estar fuera de la realidad cotidiana se atreve a aseverar que «No nos han educado para apreciarnos, sino para rendir cuentas». Para luego aconsejar: «¡Basta de eso! Hazle ver al otro lo mucho que te aprecias. ¡Ahí tendrás tu tesoro!». Bueno, lo del aprecio no hace falta que se lo diga Iñaqui Urdangarin, Díaz Ferrán, Lance Armstrong, Jaume Matas, y más recientemente Jordi Pujol y el clan Pujol en general.















Almudena Grandes, como tantas otras personas, desearía haber sido uno de los grandes casos Freud

«Si Freud me hubiera conocido, el complejo de Edipo se llamaría complejo de Almudena»


Almudena Grandes, Premio Nacional de NarrativaAsí se lee en El País Semanal. (Cara y Cruz), 7 de Marzo del 2014, de la mano del periodista Juan Cruz.

Almudena Grandes, según Juan Cruz, lleva la escritura en su ADN. En su casa, enfrentada al ordenador en el que escribe sus novelas, encuentra la calma. Cotilla confesa por necesidad profesional, publica este mes ‘Las tres bodas de Manolita’. Es la tercera novela de las seis que configuran ‘Episodios de una guerra interminable’



Veamos la entrevista de Juan Cruz a Almudena Grandes.



–Hablemos primero sobre la calma…

–Esa desconocida…

Quise plantearle esa cuestión a Almudena Grandes porque es muy difícil asociar a esta mujer grande, de risa asaltada por el humo del tabaco y de ojos inquisitivos y cariñosos, con la palabra calma. Su casa, donde escribe “desde que los demás se van a clase o al trabajo”, respira sosiego y recuerdos, pero ella misma solo se calma cuando escribe. “Para mí la escritura es como una vida paralela”.

Así que ahí se serena, en ese escritorio que hubiera envidiado Galdós, aunque quién sabe qué hubiera hecho su admirado novelista canario ante este ordenador inmenso que mira Almudena desde que se queda sola.



Su nueva obra, que sale ahora publicada por Tusquets, se titula Las tres bodas de Manolita y es el tercero de seis episodios en los que se propuso contar la interminable posguerra española. Cuando lo abres y comienzas a leer esta escritura minuciosa y calma, en seguida te viene a la mente aquella Almudena activa, que no para ni en la casa ni en el mercado ni en la calle ni en los bares, donde habla e inquiere con una velocidad que ya lleva su nombre, la velocidad de Almudena.


Pues aquí se apacigua, y de ahí proceden estos volúmenes. Alrededor del ordenador están sus cajas estrujadas de tabaco, hay fotos de amigos (el poeta Ángel González es como uno de los santos laicos de estos altares) y hay abundante material gráfico de los libros que ya publicó, sobre todo de estos Episodios de una guerra interminable al que corresponde Las tres bodas de Manolita.



Es una casa (en la que vive con su marido, el poeta Luis García Montero) de la que ahora se van los hijos (“van y vienen, viven cerca”), pero donde hay sillones y sillas por doquier, y mesas, y rincones que, cuando se hace de noche (sobre todo si hay partido y juega el Atlético de Madrid, su equipo), se llenan de amigos, entre los que estuvo Ángel González y entre los que siguen viniendo Joaquín Sabina, Chus Visor, Benjamín Prado… Es un hogar, por así decirlo, de familia numerosa, acaso como estos propios libros de Almudena Grandes.



Así que es dos Almudenas, la que vive en el barullo y la que se queda sola en casa. “Aprendí hace mucho tiempo que para escribir novelas tenía que aislar mi vida verdadera de la vida de la novela… Lo que no puede pasar es que cuando seas feliz, todo lo que pase en la novela sea estupendo, y que cuando estés mal, todo lo que ocurra en el libro resulte un horror”.



Para que se concentre en la obra, “el escritor ha de gestionar la soledad”. Esa respiración solitaria es la que confiere sosiego: “Cuando me levanto, entro en mi despacho, enciendo el ordenador y me enfrento a lo que he escrito, entro en un espacio que es exclusivamente mío y en el que no dejo que nada me preocupe”.


 Almudena Grandes hablará de Galdós en Tres Cantos el 15 de enero
 

Va sola, escribe sola, pero en la cabeza hay un volumen de hechos, de diálogos y personajes. Como en Las tres bodas de Manolita. Me la imagino dando manotazos a la vida cotidiana para encerrarse al fin con toda esa enorme familia de ficción. “Me da vergüenza contar estas cosas, sobre todo en los institutos, porque los chicos me miran como si fuera una médium con experiencias paranormales… La verdad es que tengo un sistema de trabajo que me permite saber mucho de la novela antes de empezarla; antes de escribir la primera palabra, trabajo durante meses en un cuaderno”.



Cuando escribo, entro en un espacio exclusivamente mío y en el que no dejo que nada me preocupe.



En los cuadernos se cuenta la historia a sí misma, traza los personajes por separado, cómo son, qué les ha pasado… Es como si construyera un edificio en el que hay cronologías, sucesos, gente, y todo eso está en la cabeza que al fin se sienta delante del ordenador que hubiera envidiado Galdós… Pero cuesta imaginar que tuviera ya las seis novelas de la serie en la cabeza. “Me enganché a la historia contemporánea de España cuando estaba empezado a escribir El corazón helado (2007). Desde entonces solo leí libros relacionados con la posguerra, solo veía cine de posguerra, y vi fotos, todas las fotos que pude de esa época… Un día ya me imaginé las seis novelas y vi que era capaz de contármelas a mí misma… Supongo que porque tengo la suerte de mezclar memoria y cotilleo, las condiciones que debe tener un novelista según Juan Marsé”.



Muy cotilla “porque con la propia vida no vas a ninguna parte, necesitas nutrirte de la de los demás”, y además has de tener mucha memoria “para almacenar y poder contar cuando te conviene”. Un día llamó a su editor en Tusquets: “Juan Cerezo estaba en Londres, y se quedó de piedra cuando le dije que iba a empezar a escribir una serie de seis novelas. ‘¿Por qué seis?’, me dijo”. Se acordó de don Benito Pérez Galdós y de sus Episodios nacionales.

–Pero ímpetu y Almudena es lo mismo, ¿no?

–Bueno, sí; ímpetu cuando acierto, pero también cuando me equivoco. Es verdad que soy enérgica…

–Y habrá tenido momentos lánguidos…

–Que han sido normalmente buenos; pero también he tenido episodios de desactivación. Es verdad que soy muy tenaz, es un rasgo de mi carácter: nunca doy una causa por perdida.



Una vez escribió (Castillos de cartón, 2004): “Estábamos en 1984 y teníamos veinte años, Madrid tenía veinte años, España tenía veinte años y todo estaba en su sitio”. Ahora el tiempo lo ha roto todo, ¿o lo hemos roto nosotros? “No creo que haya sido el tiempo; aquel fenómeno era verdadero, yo lo vi, era adolescente en una ciudad y en un país adolescente. Como todos los momentos de gran felicidad en la vida de las personas, de las naciones, tenía un porcentaje importante de ilusión; era real porque las ilusiones y las fantasías son reales, pero esa exaltación tenía bases frágiles. Y ahora vivimos, como decía José Álvarez Junco, en una democracia hermética, en un país anonadado”.



Como observadora de las heridas que quedaron, ¿cuándo acabó la guerra? “Cuando llegó la democracia… ¿Sabes por qué mi protagonista se llama Manolita y por qué en todas partes hay una Manolita? Son homenajes distintivos de los que te das cuenta después de poner ese nombre a la Manolita de Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán-Gómez. Al final de esa obra, el niño le dice al padre: ‘Pero, papá, ahora que se ha acabado la guerra, el verano que viene me podré comprar una bicicleta porque ya estaremos en paz’. Y el padre le dice: ‘Hijo, no ha llegado la paz. Ha llegado la victoria’… Es lo que creo que pasó en España, y en Manolita… se repite mucho: una joven muy desarmada, que no es de buena familia ni tiene dinero, de repente observa que la paz se ceba con ella, la echan de casa, encarcelan a su padre, se queda con unos niños pequeños, y en seguida empieza a sentir que la paz ha traído otra guerra a su vida. Para esta gente, la guerra se terminó cuando llegó la democracia, cuando se cerró el paréntesis de aquella guerra prolongada por la paz, que no fue una paz, sino una victoria, como decía Fernán-Gómez”.



Todos los libros de Almudena pueden contar la historia de Almudena, la de sus padres, la de sus barrios madrileños… En sí misma, la historia de su padre, Manolo, es una novela: ferretero, vividor, mujeriego, obsesionado “porque me fuera bien en la vida, porque me dieran premios”… Y la de la madre, Benita (todos la llamaban Moni), que murió cuando la escritora tenía 22 años…



Soy muy tenaz, es un rasgo de mi carácter, nunca doy una causa por perdida. Bisabuelos y abuelas excéntricas o desaparecidas, historias familiares que parecen habitantes de los cuadernos de sus ficciones, y cuyo enunciado solo sería otra novela de Almudena Grandes. De todo ello, una curiosidad: ¿por qué se enfadó con su madre? “No fue enfado exactamente. Ocurre que una persona te puede querer mucho, pero no comprenderte en absoluto… Lo que sucedió con ella pasó con todas las mujeres de mi generación… Cuando las madres de las mujeres italianas, por ejemplo, eran feministas y quemaban el sujetador, mi madre vivía en el siglo XIX, en un país donde el estatuto jurídico de las mujeres era decimonónico, y el código penal, ni te lo cuento… Esa diferencia producía un elemento inconsciente de hostilidad hacia nuestras madres. Había un océano de incomprensión muy grande que las mujeres que han tenido la suerte de no perder a su madre tan pronto han podido resolver. Después de haber llorado a mi madre, lloré un montón con la dedicatoria de Usos amorosos de la posguerra española, de Carmen Martín Gaite, que dice: “A los hijos de las mujeres de mi generación con la esperanza de que entiendan mejor a sus madres”.



Manolo, el padre, fue un cómplice, sin embargo. Vivió hasta 2005. “Era un trueno, un señor muy inclasificable. Tenía 73 años cuando murió, mi madre había muerto con 47… Si Freud me hubiera conocido a mí, el complejo de Edipo se hubiera llamado Almudena porque estaba enamorada de mi padre y del padre de mi padre. Era un francotirador total, un trueno…”.



–Mi padre siempre temía que yo fracasara. Ahora, cuando me dan un premio u ocurre cualquier cosa que le hubiera halagado, yo digo: “¡Qué putada, papá, qué putada…, si en realidad te lo habrías pasado mejor que yo!”.



–La calma, pues…

–La calma hubiera sido que él estuviera aquí todavía, que estuviera mi madre… Pero la vida es así de cabrona. Ya no están ellos, pero en general me siento una persona afortunada.

En la puerta de salida hay unos papeles con versos de Cernuda, de Ángel González, de Bécquer. Los deja la hija de Luis, Irene, que hasta hace nada vivía con ellos. Y con ellos se ha quedado Elisa, la hija de ambos. “Sí, la vida es sabia y cabrona, pues te acaba jugando la pasada habitual, y ahora me encuentro diciéndole a mi hija adolescente las cosas que mi madre decía, haciendo lo que ella hacía… Es normal, es así, solo que yo tuve la mala suerte de perder a mi madre a los 22 años”. La oyes hablar y entiendes que después del trueno de la vida y de las nostalgias que esta deja, la escritura calme el semblante de Almudena Grandes.







 

 



Lorna Smith. Vivo ejemplo de cómo la desorientación clínica se apoya en la ideología y en ilusorias intenciones.

   
Una vez más se constata cómo la desorientación teórica y clínica se apoya en la ideología, y cómo ese desafortunado encuentro no puede sino desorientar a más de un lector de La Contra de La Vanguardia.  

 


  lorna-smith - Health Energy Coaching Blog


 


El agente de tan turbadora y mítica trasmisión de saber es en esta ocasión la profesora de la Universidad de Utah Lorna Smith. Sus 83 años de edad y todas sus investigaciones en el campo de la psicoterapia, concretamente de la Terapia Reconstructiva Interpersonal, sólo le han permitido conformar un discurso en el que no faltan errores teóricos tan graves como «La naturaleza nos programa para obedecer a nuestros padres», o de ideológico y enajenante talante como «La ciencia es una manera de admirar y de estudiar el trabajo de Dios.»


 


Tal vez cuando esta profesora de Utah, que sigue la moda de lo que vengo denominando Metáforas sin conciencia, sostiene que «Los gobiernos deben crear condiciones para que los niños crezcan sobre una base segura», está pensando que la «base segura» para que los niños crezcan sanos y cívicos es que crean que son, como cuanto habita en el mundo, obra de Dios. Lo que sin duda no se ha parado a pensar esta profesora norteamericana, quizá porque su historia personal no se lo permite, es que obra de Dios eran los desalmados dominicos de la Santa Inquisición, y creados asimismo a la imagen y semejanza de un Ser Supremo, al menos para los acólitos de las religiones del Libro, fueron los yihadistas que cometieron los luctuosos acontecimientos de la estación de Atocha, las Torres Gemelas y la discoteca Bataclan.           


 


El año 1953 Lacan advertía al psicoanalista, «Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época». Este interesantísimo y novedoso cruce entre el discurso sociocultural y lo individual es algo que han olvidado, quizá porque lo ignoran absolutamente, algunos críticos de la cultura, desde Gilles Lipovetsky a Zygmunt Bauman, pasando por Gilles Deleuze y Jean-François Lyotard. Pero lo desconoce más aún la psicoterapeuta Lorna Smith, pues contrariamente a su afirmación de que «La naturaleza nos programa para obedecer a nuestros padres», se trata de que el padre, como Dios, al menos en algunas latitudes del planeta, ha muerto. Los antiguos dioses han sido reemplazados por la vorágine de los objetos del mercado de consumo, objetos que siendo los del capitalismo salvaje consumen al sujeto en el consumo de lo trivial que oferta ese nuevo Señor que es el capitalista… Cierto, absolutamente es así, los rojos tampoco son almas de la caridad. Pero si hay un verdadero amo absoluto ese amo no es otro que el inconsciente, un ámbito en el que habitamos y que determina cuanto hacemos, pensamos y hacemos. Se trata de un ámbito que nos espera desde siempre, pues no hay sujeto humano que no esté conformado en lo que es por la relación con el lenguaje atravesado de deseos del Otro familiar, Otro que está inscrito en un Otro más amplio, el Otro sociocultural… Ya saben ustedes, no es lo mismo haber nacido en Valladolid que en Catalunya, por ejemplo.          


 


Muestra inconfundible, pero entre otras igualmente destacables, del desconocimiento teórico-clínico de Lorna Smith es su afirmación de que «los síntomas del trastorno mental (ansiedad, rabia y depresión) son consecuencia de una mala adaptación». Es decir, según esta psicoterapeuta una persona adaptada, pero ¿adaptada a qué? sería una persona sana. A este despropósito teórico y atentado contra la ética se suma el acento puesto en las emociones y los sentimientos, a los que alude cuando habla de «cerebro primitivo», ya que al hacerlo así se descuida lo fundamental, esencial y crucial en la determinación del modo de ser de una persona. Me refiero al complejo de Edipo y en éste al eje normativizante esencial que, pudiendo ser ejercido por cualquier persona, es la Función del Padre. Otro error clínico mayúsculo es confundir, como hace Smith al referirse a los «tres patrones de copia», la imitación, la copia con la identificación, aspecto mucho más complejo y siempre inconsciente. Quede también claro en este punto que la educación, aunque necesaria no es suficiente para que un niño sea sano y juzgue adecuadamente a su entorno. El psicoanalisis nació por el declive de la clínica psiquiátrica y porque la educación falla.  


 


Lo que Lorna Smith se atreve a sostener sin apuros, permitirá incluso al lector más descreído admitir el acierto de Lacan cuando recordaba que la psicoterapia, la que Smith defiende sobremanera enmascarada en ilusorias intenciones, conduce a lo peor, valga agregar por mi parte en lo teórico, en la clínica y el plano ético.

Girona, octubre de 2019

José Miguel Pueyo

 









Jon Kabat-Zinn, promotor del mindfulness en Occidente

Jon Kabat-Zinn, Mindfulness para afrontar el estrés, el dolor y la ...En realidad, este amante del yoga y de la meditación no miente, al menos al precisar que estas prácticas sólo consiguen paliar el dolor, los efectos del cáncer o de las enfermedades del corazón, nada más. Pero a renglón seguido le puede la dimensión persuasiva del gurú y sin reparo afirma que la atención plena consigue cambiar el cerebro, activar y desactivar genes, y distraer la mente. Él dice que lo ha conseguido –cosa a dudar por lo que afirma– levantándose a las cuatro de la mañana, y dedicando una hora diaria a meditar y otra hora a practicar yoga. 



Cuando las neurociencias 
validan los descubrimientos psicoanalíticos...

Las neurociencias, en esta ocasión de la mano de Nils Bergman, validan una vez más los descubrimientos psicoanalíticos. Sin embargo, Nils Bergman desempolva, entre otras tesis, una no ajena a limitaciones y fundamentalmente errónea, como es la del trauma del nacimiento, que el psicoanalista Otto Rank presentó el año 1923. Aseverar, por otra parte, al modo que lo hace este experto en neonatología y salud materno-infantil, que la «separación madre-bebé… afecta a la salud y durante toda la vida…», y añadir la no menor boutade y error mayúsculo de que «Si el cerebro del bebé percibe que este mundo es un lugar difícil, en lugar del circuito de la oxitocina (llamada hormona de la felicidad) conecta con el cortisol (hormona del estrés y de la agresividad)», es ignorar muchas cosas respecto de la constitución de la subjetividad, sus avatares y sus resultados.

LA IMPORTANCIA DEL CONTACTO PIEL A PIEL EN EL DESARROLLO INFANTIL ...
Baste indicar que desde los estudios del psicoanalista inglés John Bowlby (1907-1990), a partir del año 1944, sobre niños que habían sido abandonados, se conoce que la criatura humana busca la proximidad física y la relación afectiva con los adultos, sobre manera de su misma especie, y que esa primaria motivación, innata, la comparte el cachorro humano con otros animales. Trátase del primer reto del infans (del niño que todavía no habla) en la constitución de la subjetividad, pero también del adulto que lo acompaña. Así es porque se trata, en primer lugar, de mantener la homeostasis fisiológica y emocional del niño. La homeostasis es una de las respuestas fundamentales que se espera del adulto frente a excitación de las pulsiones de vida del niño, homeostasis que concierne de manera muy clara al adulto, ya que debe tener presente la intromisión que ejerce en el niño en forma de excitación, pues él, además de acoger al niño, lo narcisiza (produce la unificación del cuerpo y, correlativamente, perimte la conformación del Yo Ideal), erogeniza el cuerpo del niño, y lo nomina (le da un nombre-lugar en el linaje familiar). Esos factores son constitutivos de la subjetividad, de la singularidad del niño que tiene que advenir un adulto sano. Es conocido que la proximidad física y la relación afectiva que busca el niño responde desde la época de Bowlby al nombre de «vínculo del apego»; y es dable subrayar que siendo una característica fundamental en el desarrollo del sujeto humano, el vínculo del apego produce seguridad y autoestima en el sujeto a advenir, mientras que los déficits en ese vínculo en la edad infantil (por madres-frías, padres ausentes y/o ansiosos; hijos no deseados real o imaginariamente, abandonados o maltratados, por ejemplo), dan lugar a trastornos del carácter, aversión social y a vínculos sociales inestables en la vida adulta. Y creo que no hace falta recordar las experiencias del célebre alienista Philippe Pinel (1745-1826) y el médico y pedagogo Jean Itard (1774-1838), en el París del siglo XVIII, pues si bien el cachoro humano puede sobrevevir al abandono, tal fue el caso del niño salvaje Víctor de Aveyron, su desarrolo afectivo, cognitivo, social y del lenguaje se detienen en un punto muy primario y sin posibilidad de mejora.

Pero el factor lo crucial, decisivo para el adecuado desarrollo de cada uno de nosotros, no es sino la reactualización de una separación, la reactualización de un trauma (trauma del nacimiento), por decirlo así, en el tiempo del complejo de Edipo (antes de los cinco años). Bergman parece desconocer a que se refería Freud cuando hablaba de la «primera experiencia de satisfacción» con el Otro primordial, habitualmente encarnado en la madre, y que la separación de esa alienación inicial y necesaria, dada la prematuración del cachorro humano, la ejerce la Función del Padre.

Así pues, la existencia del trauma del nacimiento no puede dejar al margen, cosa que equivocadamente hizo Otto Rank, ese factor esencial en la configuración del modo de ser y de la elección de objeto sexual de cada uno de nosotros que es la Ley Primordial del Incesto (castración simbólica) que opera la Función del Padre en la «primera experiencia de satisfacción» (valga decir, en la célula narcisista conformada por el bebé y el abrazo materno). En cuando a los morbosos efectos del «hospitalismo», experiencia traumática magníficamente descrita por el psicoanalista austriaco René Spitz, me permito recordar que una separación-carencia afectiva del niño, más si éste carece también durante más de cinco meses de la palabra del otro, (pero no sólo de la madre), genera habitualmente los síntomas del marasmo afectivo y, en ocasiones, la muerte.

Los psicoanalistas constatamos un día sí y otro también el sempiterno deseo del sujeto humano de retornar a la muchas veces imaginada «primera experiencia de satisfacción», y aunque se trata de un intento siempre fallido, no es por eso es menos el anhelo de Ser. (La falta-a-ser, -el que no seamos dioses y tampoco animales-, nos impele a Ser, y ese mismo deseo, por consiguiente, denuncia una nostalgia estructural que nos lleva a realizar hazañas inverosímiles pero también los mayores crímenes).

Ese deseo, por excelencia morboso, narcisista y perverso del abrazo con la mamá, es, como digo, el deseo más perenne del hombre; deseo que muestra que el hombre es un ser que detesta serlo, o sea, destesta ser-en-menos, castrado de goce-Todo. He ahí su auténtico horror, y la nostalgia apuntada. En resumen, el sujeto humano es un ser que aborrece estar en menos por haber dejado de ser, de alguna manera, el 'His Majesty the Baby' (todo para el Otro: donde dos hacen Uno, signo del amor en la versión narcisista de completud). Constituye pues ese anhelo, como se habrá advertido, lo peor que es dable desear. ¿Qué denuncia ese deseo? Denuncia, como acabo de apuntar, que en nuestro fuero interno, de esta o aquella persona, no se ha producido la represión (sepultamiento, en términos de Freud, de la tendencia al goce), al menos no del todo, en suma, de la malsana tendencia que aboca a no pocas personas al intento de recuperar, habitualmente en los objetos de la realidad -dinero, sexo, drogas, poder, aficiones, logros deportivos, etc., etc: i(a)-, la «primera experiencia de satisfacción» y el objeto del goce: a; y de ordinario ese mismo deseo de goce-Todo (abrazo narcisista con el Otro), se convierte en síntomas que afectan, en ocasiones de manera muy punitiva, a la vida psíquica y/o al cuerpo.

En cuanto al complejo de Edipo, como sin duda muchos de ustedes conocen, se trata del pasaje de la necesaria por un tiempo alienación al Otro (fusión narcisista con la madre) a la funda-mental separación del bebé de ese Otro (encarnado habitualmente en la madre, como he indicado), pasaje-separación que produce por la también mencionada Función-del-Padre. Por consiguiente, escapar de la fusión narcisista, del apego infantil es tanto como esquivar la causa de los mayores pesares, también de las psicosis, entre otras patologías). A esa necesaria castración-separación-exclusión del narcisismo originario del Otro que nos habita debemos la salud psíquica, y a esa benefactora función es a la que está convocado el padre (función: Función-del-Padre, dado que puede ejercerla cualquier persona, indistintamente de su sexo) desde los orígenes de la cultura, como acertadamente demostró Freud.

Girona, abril de 2014
José Miguel Pueyo