martes, 1 de abril de 2014

En nombre de Freud. Escuela de Psicoanálisis de Girona


Creación Escuela de Psiconálisis-
Centre d’Estudis Freudians de Girona

P: ­¿Nos podría decir cómo surgió la idea de crear una asociación de psicoanálisis y cuál es su objetivo fundamental?


José Miguel Pueyo









J. Pueyo: Interés por el psicoanálisis no ha faltado en la ciudad. Prueba de ello es la asistencia a los cursos y seminarios impartidos los últimos años. El Centre d´Estudis Freudians de Girona responde ahora a la necesidad sentida por muchos de crear condiciones mejores para la transmisión y la formación psicoanalíticas.


P: ¿Qué actividades se proponen desarrollar y de qué medios disponen?

J. Pueyo: Queremos que nuestra sede sea un lugar de encuentro para los debates constantes que parecen acuciar a los sectores implicados en la salud mental. La biblioteca facilita ya la lectura, lo mismo que la investigación a quien lo desee. Pensamos desarrollar los objetivos propuestos con las cuotas de los asociados. La Asociación no tiene fin lucrativo, aunque seremos los primeros en dar la bienvenida a cualquier aportación. Las comisiones que conforman la base de la Asociación programarán las actividades que aseguren un conocimiento adecuado de las disciplinas que interesan al psicoanalista (lingüística, lógica, topología, historia de la cultura y del pensamiento, epistemología, etc.), así como cursos y seminarios específicamente psicoanalíticos. Pero por encima de todo nos interesa destacar los problemas que comporta una verdadera enseñanza del psicoanálisis a la hora de decidir que es «ser psicoanalista».

P: ¿Es necesaria la formación médica o psicológica para ejercer el psicoanálisis?

J. Pueyo: Si me pregunta qué formación o título, que como se sabe son cosas distintas, debe poseer alguien, le diré que es un problema que no me preocupa. Y no me preocupa porque se trata de la cuestión que siempre ha preocupado a los que han querido limitar el ejercicio del psicoanálisis, por cierto, sobre la base del liberalismo más cínico, el liberalismo doctrinal. Freud, acertadamente, fue intransigente en cuestiones teóricas contrastadas y a la demanda del futuro psicoanalista, de aquel que llevaba un tiempo en análisis, esto es ¿cuándo puedo analizar? respondía: cuando Ud. quiera, los problemas que se presenten ya los iremos solventando. La psiquiatría y la psicología son absolutamente necesarias, pero la cuestión es ¿por qué? El conocimiento de la psiquiatría, más incluso de la historia de la locura, tanto como la subjetividad de cada época histórica, y de la psicología son necesarios, son necesarios ¿para qué?. Fundamentalmente para marcar mejor las distancias que separan, aquello que aleja radicalmente al psicoanálisis de las psicoterapias, así como de cualquier ideología. Cabe añadir que la escucha psicoanalítica tiene como condición, por parte del psicoanalista, «olvidar lo que sabe», así como dejar de lado sus voluntades. Es decir, si el psicoanalista está pensando, ¿qué le ocurre, qué quiere, qué necesita...?, como habitualmente se dice, la persona que tiene enfrente, difícilmente podrá escucharla, le será imposible reconocer los significantes-síntomas que rigen la existencia de ese mismo sujeto-al-deseo, de ese sujeto que es hablado por el Otro, por el inconsciente que le habita. Y si el psicoanalista, al pensar, al estar entretenido en tales cuitas no escucha, sus intervenciones serán ideológicas y, por lo mismo, al tratamiento le faltará el fundamento ético por el cual el sujeto que nos confía su sufrimiento tiene la posibilidad de deshacerse de las identificaciones patógenas que están destrozando su vida. En otras palabras y con la claridad que merece la cuestión, la dirección del paciente hacia un hipotético fin ideal (que podría ser muy bien el del mismo terapeuta..., si es de derechas, amante de la izquierda, humanista, feminista o todo lo contrario, esto es su ideología, su manera de pensar, su modo de ser en el mundo que se trasluce en el tratamiento, y que es lo que define el concepto «deseo de un analista») constituye justo lo contrario a la «dirección de la cura» fundamentada en el deseo contra el goce mortificanteque padece el sujeto («deseo del psicoanalista»). Esto último es el alfa del psicoanalista, el deber de aquel que ejerce una práctica digna de ese nombre. La práctica psicoanalítica está presidida por una ética que excluye todo tipo de engaño e impostura de los tradicionales y más modernos discursos de dominio, de poder, entre los que se cuentan las modas psicológicas, enmascaradas por todo tipo de maquillajes culturales, como las que proceden de oriente y las no menos aprovechadas que conciernen a lo políticamente correcto, y qué decir de los denominados libros de autoayuda, así como los ideales que proponen poner el «cuerpo en forma» ignorando que no es por ese medio, ni tampoco por cambiar de ciudad, que uno puede curar el espíritu, pues con esto sólo logrará poner un parche más en su vida, a partir de lo cual únicamente le cabrá esperar, generalmente lo peor. El narcisismo es otro de los rasgos que debería obviar el psicoanalista para diferenciar su práctica de cuantas psi pululan en el mercado, y poder afirmar que su ejercicio es digno de ese nombre. Mas no sólo debe hacerlo el psicoanalista en el tratamiento, sino también en el psicoanálisis en extensión, en lo que sería la propagación del psicoanálisis y en general de cuanto atañe al ámbito de la política de nuestra disciplina. Cabe incidir en esto porque entre otras cosas cada día más los discursos de dominio murmullan sibilinamente a la oreja del psicoanalista, o sea intentan tentarlo con sus conocidos oropeles, y aquellos a los que le fallan los fundamentos intelectuales y éticos caen de pleno en las garras del león, y, por lo mismo, en no pocas ocasiones el cazador piensa ilusoriamente que es él quien ha cobrado la pieza. Lo que suele ocurrir en estos casos es un retorno, no precisamente a Freud, sino a la política, a la táctica y a los procedimientos que tuvo que excluir el psicoanalista vienés para desenterrar la verdad del sujeto humano, del sujeto escarnecido desde sus orígenes por el abuso de los discursos de dominio, de la impostura y el engaño. Por otra parte, la lingüística y sobre todo la redefinición de sus conceptos operada por el psicoanálisis nos interesa porque la cura psicoanalítica tiene como único medio la palabra. Y la palabra, como se habrá entendido, no es en psicoanálisis un ardid para la sugestión y el adoctrinamiento, como ocurre en los ámbitos interesados en la cuestión de la salud mental. Mientras que la lógica y la topología permiten dar cuenta de la experiencia psicoanalítica conforme a los desarrollos teóricos alcanzados por Jacques Lacan, en fin, a partir de ese ideal tan fundamental como meritorio de obviar lo imaginario mediante el rigor del mathema.

P: Se reprocha al psicoanálisis de ser privativo de una clase social y que se olvida de las instituciones públicas encargadas de la salud mental, ¿qué puede decirnos al respecto?
J. Pueyo: Esta crítica, como tantas otras basadas en el desconocimiento del psicoanálisis y frecuentemente en el malestar del crítico, cuando no de algo ciertamente peor, es propia de aquellos que quieren psicoterapia para pobres, y se demanda generalmente no tanto desde la práctica privada sino desde la institucional, desde la seguridad de la soldada de quien ocupa un puesto público. El confusionismo, más allá de ese sórdido y por supuesto aprovechado dislate, es absoluto. Sobre todo porque se sigue pensando que el psicoanálisis es un servicio social, por consiguiente, económico; o bien un consumo banal, o un consumo lujoso. No pensar la cuestión del dinero en psicoanálisis ha llevado a reducir todo al precio. ¿Qué debe pagarme?, se preguntan algunos, también entre los psicoanalistas: «servicio por servicio». Habría que entender que en ocasiones se paga al psicoanalista para que calle, y que si acepta ese deseo es para revelar un día, en el momento oportuno para el Otro, el goce mortificante que determina la vida del analizante, de aquél que nos lo confía. Son las instituciones las que hacen todo lo posible para olvidarse de la verdad del sujeto que pone al descubierto el psicoanálisis, y con la impostura y la incomprensión aparecen los tópicos del dinero, el tiempo... Y si las instituciones acogen al psicoanálisis, sería necesario saber ¿de qué psicoanálisis se trata?, ¿qué es lo que se le demanda al psicoanalista?, ¿y qué función y cuál es la autonomía que se le confiere? Y es que el amo raramente se despista, pocas veces está dormido, y en todo caso siempre tiene el recurso de rectificar dejando con un palmo de narices al aplicado candidato..., lo hemos visto, el psicoanalista puede hacer de la pasión de la ignorancia su ideal y ser tan perverso como a quien él atribuye aprovechada e histéricamente la posición de amo. En las instituciones clásicas para el tratamiento de las enfermedades psíquicas se trata básicamente del ámbito de la forclusión, del no querer saber nada del modo más radical, de la pasión de la ignorancia, de olvidarse de la historia del sujeto, de excluir el deseo a favor de la necesidad, ésta puramente animal, de contravenir la ética en favor de la moral más trasnochada o de las variantes que propone la globalización capitalista. No es pues al psicoanálisis al que hay que reprocharle que un sector de la población sea objeto de procedimientos empíricos y de técnicas cognitivas y conductuales que hacen casi siempre de la etología, del comportamiento animal, su fundamento teórico y la condición de una práctica clínica que va en contra del sujeto descubierto por Freud en el recodo de los siglos, del sujeto, en fin, al que el psicoanálisis le ofrece una nueva y única oportunidad de vivir la vida del deseo de la forma más digna.

Octubre, 1984
José Miguel Pueyo



















Joana Bonet y el psicoanálisis

 
A un entrañable amigo le oí decir hace unos días que la verdad embellece a quien la profiere. No puedo estar más de acuerdo con esa opinión; y creo también que Joana Bonet no necesita de la verdad para conseguirlo. Prueba de ello es su pequeño artículo, mas sólo en tamaño, «En nombre de Freud» (La Vanguardia, lunes, 31 de marzo de 2014), donde, como nos tiene acostumbrados, la verdad no se echa en falta.



Un sueño y una conmemoración 
De los sueños que Freud advirtió como «guardianes del dormir» es, sin duda, al que se refiere Joana Bonet cuando relata que «Uno de mis reportajes soñados –que ojalá me encarguen algún día– consiste en viajar por el mundo de diván en diván, empezar en Buenos Aires y terminar en París. Tenderme en ellos, y desde esa comodísima posición, averiguar qué asuntos se despliegan allí: un poco de insomnio y otro de desamor, de inseguridad u obsesión; y así poder acercarme al vaho que empaña los cristales del gabinete cuando aparece el fantasma del padre o se mata a la madre, freudianamente hablando.»

Todo indica que Bonet escribe sobre el psicoanálisis, entre otras razones, porque «Este año se conmemoran los 75 años de la desaparición de Freud, de quien, a su muerte, el poeta W.H. Auden dijo: ‘No es una persona sino todo un clima de opinión’. En su casa-museo de Viena lo celebran con una muestra sobre los viajes del médico, por los Alpes austriacos, Baviera, sus excursiones a Italia y Grecia para estudiara los clásicos, o sus conferencias en EE.UU.» Cierto, y no lo es menos que Freud, en una de esas excursiones, escribió de un tirón y sin apuntes el inigualable trabajo que es El malestar en la cultura, 1930. 


Joana Bonet

Una psicoanalista poco psicoanalista 
Joana Bonet entiende que «El psicoanálisis es tremendamente cinematográfico: su penumbra, su chaise longue con un trapito para reposar la cabeza, sus silencios…». Así es, sin duda. Otra cuestión es su confidencia «‘No se crea que soy como la peluquera, a la que se le cuentan los avatares de la semana’, me dijo en una ocasión una psicoanalista que exigía un esfuerzo por parte de sus pacientes para ‘elaborar’ y ‘transferir’ los ruidos interiores». Se trata de una opinión de una psicoanalista, sin duda exigente, pero no por eso constituye una razón, al menos siempre, psicoanalítica. La razón psicoanalítica, lo que la clínica del mismo nombre aconseja decir al analizante es «diga no importa qué», por ser lo que corresponde al inconsciente que nos habita, y que constituye, por otra parte, la única demanda del analista a quien pide que le ayudemos contra su malestar. Que la psicoanalista a la que alude Joana Bonet no era freudiana, lo explica la misma periodista cuando recuerda las siguientes palabras de Freud: «Un viajero alrededor de la psique humana: En general, carece de importancia el tema con el cual se comienza el análisis, puede ser la biografía, la historia clínica o los recuerdos infantiles del paciente. Ahora bien, de cualquier manera es necesario dejarle hablar y elegir libremente el punto de partida. Actúe como un viajero sentado junto a la ventanilla de un tren que le cuenta al que va en el asiento interior como va cambiando el panorama ante sus ojos.»
 
Joana Bonet

Postmodernidad, terapia y psicoanálisis 
Joana Bonet está en lo cierto cuando explica que «La inestabilidad psíquica es un signo de los tiempos. El consumo de ansiolíticos se ha duplicado en España en la última década, y la depresión será, según la OMS, la segunda causa de muerte en el siglo XXI. Fobias y adicciones son consecuencia de una cultura del exceso que causa infelicidad y legaliza la transgresión. A pesar de haberlo desahuciado, y de contar con vigorosos detractores, las consultas de los psicoanalistas no sufren la crisis…»

No obstante, sobre su consideración de que «El malestar contemporáneo busca una tabla.  Conocerse, explicarse, aceptarse», cabe matizar que la persona que está en psicoanálisis lejos de ser una persona que se acepte, es una persona precavida respecto a lo imaginario de sus ideas y a las impulsiones que lo pueden llevar a la ruina personal y a cometer graves atentados contra el prójimo. Sin duda el psicoanálisis impide la aparición de émulos de Gil y Gil, de Mario Conde, de Albert Fish, de Fèlix Millet, de Bernard Madoff, de Lance Armstrong, de Luis Bárcenas, de Gerardo Díaz Ferrán, de Magdalena Álvarez, etc., etc., y éstos no hubiesen cometido sus deleznable fechorías, no estarían algunos de ellos en prisión y desposeídos de mucho de lo que indebidamente se apropiaron de haber pasado por el diván del psicoanalista. 

Es igualmente cierto que «La cultura del yo se enfrenta, en la época más narcisista de la historia, al dilema de los procesos inconscientes de los que el yo ni siquiera tiene noticia... ¿Somos desconocidos para nosotros mismos?» 

El narcisismo, correlativo a la prohibición normativo-socializante que convoca a la función del padre desde los orígenes de la cultura, supone un problema en nuestra época. Tanto es así que todo invita a subrayar que los problemas no se resuelve con terapia y entrenando sólo el cuerpo. Y es que poner en forma el cuerpo no afecta para bien, por pequeño que sea el problema, a la mente; mientras que la terapia, que bien podría ser poner en forma el cuerpo, hasta la meditación, pasando por las mil y una modas psicológicas, nada tienen que ver con el psicoanálisis, puesto que al fracaso propio del enmascaramiento de los síntomas en terapia, le corresponde la disolución de la causa del problema en psicoanálisis.

Girona, lunes, 31 de marzo de 2014