Desde una perspectiva diacrónica existen asimismo razones que animan a que se le preste atención. Ante todo, porque lo que debería haber sido una prioridad para los primeros psicoanalistas no lo fue en buen grado, factor que remite a las dificultades que tuvieron no pocos de ellos para comprender el descubrimiento freudiano y asumir cuanto venía a subvertir.
Entre las referencias teóricas para dar cuenta de esa cuestión se encuentran, como es conocido y yo diría casi de manera exclusiva, los textos de Sigmund Freud y la enseñanza de Jacques-Marie Émile Lacan (1901-1981). Cabe indicar, empero, que en este asunto, como en otros semejantes, el criterio de autoridad resulta insuficiente, y es obvio, por otro lado, que no basta con repetir lo que ellos dicen, perversión notoria no sólo en el ámbito psicoanalítico, para saber de qué se trata.
Uno de los tópicos que comienzan a proliferar a mayor defensa del narcisismo de un discurso que no es precisamente el del psicoanalista, consiste en afirmar que el análisis didáctico garantiza un juicio pertinente acerca de la clínica psicoanalítica. Nada más lejos de la verdad. En primer lugar, la historia del psicoanálisis no deja lugar a dudas sobre los extravíos teóricos de los primeros psicoanalistas, entre lo que se encuentran los pioneros de la IPA –International Psychoanalytic Association–, y por ese motivo y lógicamente, la condición sine qua non de la práctica psicoanalítica que es el análisis del futuro psicoanalista no puede garantizar lo que se espera de su práctica, de aquel, en fin, que tiene que vérselas con otra realidad, con el Otro como nombre de lo inconsciente y lugar de la verdad que la clínica revela.
Pero la tradición frente al psicoanálisis no se esfumó con las críticas a los psicoanalistas norteamericanos, o más exactamente, contra los prohombres de la IPA, contra aquellos que asumieron para su práctica algo tan ajeno al psicoanálisis (o sea, al Freud freudiano) como son las premisas teóricas de la Psicología del Yo (el Freud no freudiano). Quizá el narcisismo de aquellos cuyos problemas, sin duda de muy diferente índole, les impelen a criticar al psicoanálisis se verá gravemente afectado al saber que no están solos en el mundo, o sea, al conocer que existen precedentes de sus dislates. Y es que ya sea por olvido o/y ignorancia, el crítico pasa la página en la que la historia del psicoanálisis muestra que entre las primeras y más importantes resistencias al psicoanálisis se encuentran las de quienes no eran ajenos al mismo. Tanto es así que se puede afirmar sin temor a equivocarse que la única preocupación de no pocos psicoanalistas parece haber sido la de alejarse de los axiomas esenciales que conforman y singularizan a la clínica psicoanalítica.
Esa fue la conclusión a la que llegó Lacan después de una minuciosa lectura de los trabajos de los que imaginariamente se arrogaron la defensa de los principios freudianos. Conclusión acertada tanto más que meritoria y cuyo interés no se reduce al intelectual, al menos para el psicoanalista, pues al incidir en la ética lo invita a continuar en la vía de elucidación clínica que el mismo psicoanalista francés inauguró, en el trabajo, en fin, que le permitió demostrar con el máximo rigor la negativa incidencia que tenían en la práctica los extravíos de orden teórico. Y del mismo modo que no sólo soñamos cuando dormimos, tal como revela la hipótesis del inconsciente, cabe señalar que el psicoanálisis es ante todo el arte de la lectura, y el objeto puede ser la religión, la política, la pintura, la literatura, etc.
En las resistencias al psicoanálisis tuvo y sigue teniendo un lugar destacado, junto con el narcisismo de ese esclavo en su propia casa que es el Yo, la incomprensión de la metapsicología freudiana. Qué otra cosa cabría decir sino de retrotraer el concepto freudiano de inconsciente, cuyas leyes, dicho sea de paso, fueron por Freud establecidas con diáfana claridad en los trabajos que fechan el acta de nacimiento del psicoanálisis (La interpretación de los sueños, 1898-1900; Psicopatología de la vida cotidiana, 1905…), al sentido filosófico del mismo, o peor aun, el equipararlo a un más allá mítico, ontológico, cuando no repleto de arquetipos en los que se creyó ver la esencia del sujeto. La interpretación psicoanalítica, como no podía ser de otro modo, quedó inscrita en el marco de la hermenéutica, fuera de la variante que fuese pero siempre en el sentido del desorientado filósofo francés Paul Ricouer (1913-2005); lo cual quiere decir que quedó reducida a una suerte de descodificación-explicativa cuyo sentido, ya que la metáfora le prestaba su estructura, no hacía (y he aquí el nefasto resultado de ese extravío teórico) sino reforzar el síntoma que ilusoriamente se pretendía disolver.
Sin duda fueron innumerables las resistencias de los psicoanalistas cuando los pormenorizados desarrollos teóricos de Freud no propiciaron ese cambio, digamos de actitud, que tal vez hubiera dado los frutos que durante bastante tiempo y no sin paciencia esperó el primer psicoanalista. No obstante, algo cabe decir en descargo de sus discípulos, al menos en favor de los que tuvieron la deferencia, incluso me atrevería a decir la honradez, de llamar con otro nombre del que acuñó Freud para nuestra clínica a las doctrinas que habían elaborado (Alfred Adler, 1870-1937, fundó la Psicología Individual; Carl Gustav Jung, 1875-1961, acuñó para su psicoterapia el nombre de Psicología Analítica; Wilhelm Reich, 1897-1957, produjo el delirio de la orgonoterapia; y los psicoanalistas de la International Psychoanalytic Association, asumieron, como he apuntado, los principios de la Psicología del Yo). En ese sentido nada peor que seguir al Oscar Wilde (1854-1900):
Pero, en realidad, no podía ser de otra manera. Y no lo podía ser porque resultaría en verdad pintoresco que se confundiera al psicoanálisis con los imperativos que caracterizan a las prácticas psicopedagógicas, bien con las técnicas basadas en supuestos bioenergéticos o cognitivo-conductuales, así como con cualquiera de los procedimientos que pretenden estabilizar al hablanteser y poner en forma el cuerpo a base de marcar el paso o mediante la más espiritual conciencia corporal. Mas el desastre no fue menor, puesto que, al empeño ruin por parte de no pocos psicoanalistas de limar las aristas del descubrimiento freudiano, cosa que ocurrió con la pulsión de muerte, le siguió una cada vez mayor decadencia ética de quienes nada pudieron contra la ideología antifreudiana.
No creemos ser refractarios a la verdad al afirmar que a diferencia de la originalidad de la teoría y la práctica que inauguró Freud, nada hay ex novo en las doctrinas de muchos de sus discípulos. Mientras que el interés de lo que académicamente se conoce como escisiones psicoanalíticas no es otro que el retorno a la época prefreudiana, o sea, el recordarnos lo que era la clínica y las prácticas terapéuticas al uso antes de Freud (basadas en la sugestión y en el adoctrinamiento según los ideales, la concepción del mundo del psicoterapeuta).
Pero el problema no es ese, al menos no es el más importante, pues junto al extravío teórico que implica una enseñanza medicofilosófica del psicoanálisis, lo que en realidad hay que imputar a los discípulos de Freud, también por ese motivo, es el haber abierto todas las puertas al liberalismo más cínico, el liberalismo teórico.
Del extravío que fue a la resistencia que es
Qué habría que decir entonces de la vilipendiada intransigencia de Freud, del recurrente tópico de su dogmatismo. Nada salvo que no precisa ningún tipo de justificación. La teoría, contrariamente a lo que sin pensar se asevera, puede serlo todo, todo menos banal. En la época del genio de Freiberg había bastantes teorías, tantas como las que él tuvo que abandonar para poder elaborar una nueva, presidida por una no menos nueva ética, diferente a la moral por no ser sino del bien decir del síntoma, de esa verdad que, como la creación en el arte, descubre el psicoanalista en la vida del sujeto. Es decir, de una clínica radicalmente diferente a cuantas hubo por concernir al saber Otro que nos habita y que rige la vida del hablanteser; de una clínica, en fin, de un saber no-sabido (para el Yo) y que se manifiesta en el síntoma para quien sepa escucharlo.
La práctica psicoanalítica, empero, requiere algo más y tan esencial como es no sólo que se comprenda sino que se demuestre la diferencia entre el aprovechamiento de la transferencia (entendida básicamente como delegación de poderes del paciente al otro, al médico, al terapeuta, al psicoanalista, etc.) y el manejo de la misma (estrategia y táctica del psicoanalista en el tratamiento en razón de la estructura clínica del analizante). Se trata aquí de algo que diferencia a nuestra práctica de la psicoterapia, pues como Freud recordaba en el V Congreso Psicoanalítico, celebrado en la ciudad de Budapest en el año 1918, “el psicoanalista no puede aceptar la demanda de colocar el psicoanálisis al servicio de una determinada filosofía del universo e imponer ésta a los pacientes”. Mas emulando al singular novelista guipuzcoano Pío Baroja y Nessi (1872-1956), habrá sin duda quien asevere que
Sea como fuere lo cierto es que de la incomprensión y de las resistencias afectivas de los discípulos más directos del primer psicoanalista a la de los más cercanos a nosotros en el tiempo sólo hay un paso, pero un paso que eleva a la quinta potencia la desidia en todos los órdenes de no pocos supuestos psicoanalistas, más aun cuando tienen a su alcance los textos de Freud y un sinfín de trabajos sobre la experiencia clínica.
Sólo nos cabe confiar en que lo que indicamos aquí tenga resultados más óptimos que el legado de Freud; y es que contra la ideología nada pudieron las reiteradas y pormenorizadas advertencias del psicoanalista vienés, tanto es así que las nefastas consecuencias de la inversión en la dirección de la cura se extendieron acorde con el poder que caracteriza a los discursos de dominio. Esa inversión inicial cabe esquematizarla de la siguiente manera.
FREUD
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POSTFREUDIANOS
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Rectificación de las relaciones del sujeto
con lo real
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Transferencia (provocación de la)
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Transferencia
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Interpretación
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Interpretación
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Adaptación del sujeto a la realidad (social)
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¿De qué violencia hablo? De la que el psicoanalista debe obviar en su práctica: la violencia del amo. Se trata de una violencia que a veces aparece disfrazada de un cariz humanista, con un velo de falsa bondad que no deja de expresarse en los pensamientos positivos, es decir, en la recomendación de lo que supone que es bueno para el otro. El poder ama, el amo, que duda cabe, ama. Pero la cura por el amor no es sino imaginaria, tanto como la fuente de donde procede, y contraria, por lo mismo, al deseo como vía para alcanzar la verdad, esa verdad que implica por parte del psicoanalista la exclusión de todo tipo de impostura o engaño.
En cuanto al eclecticismo, esto es, la osada pretensión de apropiarse de lo mejor de este y aquel modelo o sistema, baste indicar que no está tampoco falto de apacibilidad de genio. Pero el verdadero problema de esa aprovechada apropiación consiste en la reducción que se hace del sujeto-al-inconsciente (descubierto por Freud) al Yo (moi), o sea, a la dimensión imaginaria que ese descubrimiento supera. En ese registro, en el imaginario (Yo a Yo), se juega una partida en la que el paciente tiene todas las de perder. Mas el psicoterapeuta no está menos entrampado en la misma, pues quien confía en la represión del deseo está confiando en un mito, en una quimera tanto más deleznable cuanto que lo que se recomienda es aquello que se encuentra en el origen, en no pocas ocasiones, de la enfermedad. Y también por ello hay que tener siempre presente la máxima latina Sancta sante tractanda (las cosas santas han de ser tratadas santamente).
La ilación aquí no es sino con el gran error de la psicología, o al menos con uno de los principales, como es el haber aplicado al ámbito de su acción el programa epistemológico de las denominadas ciencias de la salud. ¿Qué otra cosa se podría decir de la exclusión del uno por uno, de la singularidad, del caso por caso, constatable en las nomenclaturas psiquiátricas que nos llegan de ultramar, como ideal científico? Pero paradójicamente la singularidad se filtra en el Manual Diagnóstico..., mencionado, en cuanto que sus autores hacen del síntoma una enfermedad, motivo por el cual su número de páginas no deja de aumentar. ¿A quién se pretende engatusar, por otro lado, con asignaturas tales como biología del comportamiento, fisiología del mismo nombre, estadística, etc., como condición del saber sobre el sujeto y de una intervención verdaderamente ética respecto al ser del lenguaje? En resumen, el plan de estudios de la psicología de hoy es justo el envés de lo que el psicoanalista del futuro no debería ignorar: las variantes de la Función del Padre y su incidencia en el sujeto, sin obviar los efectos patógenos de la declinación de aquella en la globalización capitalista, así como los modos de intervención en las estructuras clínicas. Y es que por muchos motivos conviene:
y volver las orejas al son del pandero.
Por qué somos lacanianos
Que eso no sea sin dificultades, en vano sería negarlo. Pero de igual modo, en ocasiones se adicionan otras dificultades y diferentes de las que cabría considerar naturales; y es que, a la hora de poner palos a las ruedas, el analizante no está sólo, ya que, como he indicado, las resistencias, lejos de reducirse a las de los analizantes, proceden muchas veces de los mismos psicoanalistas. Empero, subrayaré una vez mas: los impasses clínicos no se solventan por la vía de las patéticas alianzas que nuestros mayores –y no tanto– establecieron, y la función del psicoanalista tampoco consiste en hacerse el muerto (apelación al silencio absoluto como ideal), puesto que eso no es sino una de las formas que se suelen adoptar para mejor resguardar el narcisismo. Esa actitud, verdadera resistencia y grotesca desfachatez del psicoanalista lacaniano que no ha comprendido nada de la enseñanza de quien promovió el “retorno a Freud”, nada tiene que ver con la "cadaverización del psicoanalista", tampoco con "no ceder en el deseo", y menos aún con no responder a la demanda en los mismos términos en que está formulada, esto es, con los axiomas que caracterizan a la ética del psicoanálisis. Freud no se refiere a otra cosa cuando afirma que nada se puede resolver in absencia o in effigie; y así es también si se entiende que la cura psicoanalítica implica la rotación de los cuatro discursos (discurso Universitario, discurso del Amo, discurso Histérico y discurso del Analista) que Lacan formalizó para una mejor exclusión del goce Otro que fálico. El moralista francés Jean de la Bruyère (1645-1696) no iba errado cuando a su manera sentenciaba:
Es justo convenir entonces que a la acertada ordenación de la historia de las ideas en un antes y un después de Freud, habría que añadir ahora la importancia de la revolución operada por la enseñanza de Lacan: el pasaje de la tradición contra Freud a un tiempo con Lacan que se define por la actualización pero también por el desarrollo del edificio teórico freudiano. Como no recordar en este punto las palabras del insigne poeta romano Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.).
Si quelcom ve a demostrar el conflicte del golf Pèrsic és la superioritat del discurs jurídic sobre l’ètic. Ningú vol opinar sobre això, hi ha una absoluta forclusió d’aquesta qüestió, sense dubte per les repercussions que un tal plantejament tindria per al desenvolupament de la mateixa guerra i, per descomptat, per al Dret Internacional que va dignificar la seva urgència.
desencaminament històric i ètic
Un flac favor a la psicoanàlisi
Del
sufrimiento de ayer a la hipermodernidad
Vivimos en la hipermodernidad, en una época caracterizada por:
• la producción masiva y el consumo maníaco de objetos científico-técnicos (gadgets).
• la elevación de esos elementos a categoría de semidiós, pues de la misma manera que han adquirido la condición de antidepresivo social han promovido la voluntad de goce universal.
• la segregación. La globalización capitalista, aunque beneficia la internacionalización de los objetos, del mimo modo que no es homogénea ni general, ha propiciado grandes desigualdades económicas y sociales, por lo que la felicidad que los objetos pueden aportar dista mucho de ser universal.
• el alarmante aumento del goce hedonista e individualizante que los objetos tecnológicos procuran. Ejemplo paradigmático es el «síndrome del joven nipón», para quien no existe más realidad que la que el ordenador le procura.
• por la consistencia del concepto de mercancía y la vocación de desecho. En la época del capitalismo avanzado las personas son tan efímeras y sufren, como los objetos y los animales, una igual depreciación. De la misma manera que el perrito deja en un momento de ser gracioso y el móvil de anteayer ya es obsoleto, por lo que está listo a ser reemplazado por otro más prometedor, las personas son hoy más que nunca reemplazables y, por lo mismo, mercancía de desecho.
• el ansia de dinero. Que como ayer sigue siendo amo, pero favorecido ahora más que nunca por la globalización y la industria que lleva su nombre, y elevado a icono de poder y fama por los mass media, lo es de muchos más.
• el incremento de la impulsividad y del riesgo. En el desdén por la integridad física y psíquica del otro se juega la del propio sujeto, como es el caso de los que apuestan su vida en carreras vertiginosas, o de aquellos que el narcisismo los aboca a deportes peligrosos, a viajes estrafalarios o a bacanales que suelen acabar en urgencias; desdén por la vida que muestra la falta de límites, esto es que se pasa de prohibiciones y de pactos generacionales.
• la eficiencia mórbida. Ya que de la misma manera que hay quien se mata trabajando, no pocos deportistas prefieren los estimulantes para «triunfar», no sin saber que así ponen en lance la vida y su carrera deportiva.
• el auge del individualismo, del derecho al goce y del cinismo social. Se trata aquí de un efecto del desanudamiento del lazo social clásico, cuyas estructuras piramidales de poder y marcos coercitivos han sido sustituidos por la pluralidad, la permisividad para realizar el deseo individual y la exención de responsabilidades.
• así como por la predominancia de lo visual sobre lo discursivo. En la época tecnocrática prevalece el goce mudo y escópico.
Estas y otras características permiten afirmar que nos ha tocado vivir en la época de la mutación del discurso del amo (denominado también por los golpes que propicia «del mango o garrote»), que es el discurso capitalista. La formulación de este quinto discurso, presentado por Lacan en una conferencia en la Universidad de Milán, el año 1972, y que puede ser llamado discurso del Amo posmoderno, implica una inversión de las letras (S1: el significante amo / P: el sujeto, en el discurso del amo, por P: el sujeto / S1: el significante amo, en el discurso Capitalista), así como de la dirección de la flecha en ese lado, en el lado sujeto / significante amo.
Términos
S1: el significante amo
S2: el saberP: el sujeto
a: plus-de-goce
Lugares
el agente el otro
───── ────────
la verdad la producción
No se trata aquí de mostrar los vicios y virtudes de la acción de la empresa y de la liberalización del mercado, sino de revelar la lógica que rige al discurso predominante en la sociedad de consumo del capitalismo tardío. A ese fin cabe indicar en primer lugar que con el neoliberalismo capitalista se inaugura una nueva manera de gozar, ya que a partir de ese momento ya no se trata tanto de cómo se goza sino de cuanto goza el sujeto, y que esa transformación de la calidad en la cantidad puede llegar a ser tan perniciosa como para consumir al sujeto en el consumo (capitalismo autofágico). Otra característica igualmente destacable del discurso Capitalista es que prescinde del lazo social o bien adquiere en él la categoría de lo efímero pero elevado a la segunda potencia, como que se advierte en que no aparece la flecha entre el agente y el otro.
el agente el otro
P C S2
── ──
El agente del discurso Capitalista se caracteriza por el repudio de la determinación que recibe de la verdad, lo cual queda representado por la inversión del sentido del vector que conecta el lugar de la verdad con el lugar del semblante.
el agente P
↓ ──
S1
la verdad
El repudio de la verdad introduce el aspecto más importante del discurso capitalista, como es que siendo el agente del mismo un sujeto dividido, P, castrado, por tanto un sujeto en falta, se diferencia del sujeto que le precede en el tiempo porque ya no intenta suprimir su falta estructural con los ideales modernos, sino con valores sin duda más prosaicos y siempre relacionados con los objetos del mercado, por lo que queda reducido a sujeto de consumo. Se trata de un sujeto que con su irreflexivo impulso de consumir estimula la producción de objetos, y caracterizado por una firme voluntad de rechazo (verwerfung) de su falta estructural, la cual pretende obturar con el plus-de-goce (plusvalía) de los objetos.
Como sin duda se habrá advertido el elemento que hace funcionar al discurso capitalista o si se quiere al discurso de las sociedades del «bienestar» es la castración del sujeto, P. Pero a continuación hay que subrayar que el gran engaño del discurso capitalista es hacer creer al sujeto que su insatisfacción no obedece a su falta estructural, a su falta en ser (a-ser), sino que se debe a la falta de objetos, y, por lo mismo, que puede obviar o mitigar el cotidiano malestar que esa falta le produce con la adquisición de los objetos-fetiches del mercado. De ahí que Lacan diga que «todo discurso que se emparente con el capitalismo deja de lado lo que llamaremos simplemente las cosas del amor.»
P
── ⸌ ──
a
la producción
A esos más (características del capitalismo tardío) hay que agregar algunos menos, como:
• el fin de la historia. Pues de la política de izquierdas y derechas queda poco más que lo tocante al convenio empresarial.
• la cada vez mayor «falta de sentimientos» del capital. El único interés de las multinacionales es multiplicar sus rendimientos, por lo que su deseo está del lado de la «cronificación de las enfermedades» mediante los fármacos ¡pues que negocio habría si se erradicara el mal!
• la falta de honor, de sentido político, y de la idea de bien común. Yaque junto al crepúsculo del deber, y quizá por ello, no hay día sin un nuevo caso de prevaricación, de malversación de caudales públicos, de evasión de impuestos, de lavado de dinero, de abuso de autoridad, de apoderamiento ilegítimo, etc.
• la laxitud de los ideales familiares, políticos, religiosos y culturales en el mundo occidental que, al tiempo que son reemplazados por otros como el dinero, la fama, el hacerse ver, la merma de autoridad del padre de familia, la permisividad, etc., chocan con la pertinaz resistencia a abandonar la tradición de las gentes del burka, el nigab, el chador, y la abaya.
• el decaimiento del sentimiento de «vergüenza ajena» y de culpa. Prueba de lo cual es la grotesca desinhibición y la ausencia de pudor de los reality show.
• el horror al saber. Esta característica, no ajena al anclaje idiotizante del sujeto a la voluntad de goce, constituye una patética actualización del carpe diem quam mínimum credula postero, «Aprovecha el día, no confíes en mañana.»
• y de manera fundamental nuestra época se caracteriza por el desfallecimiento de la Función-del-Padre, elemento angular donde los haya por ser todavía hoy, en el tiempo en el que languidece el Otro de la ley, la razón estructural del modo de ser y de la orientación sexual del sujeto.
Los americanos tienen desde 1989, un día sí y otro también en sus televisores, a «Los Simpson», y desde 1997 a los «South Park», esto es, a las gestas de los prohombres de la globalización y del último capitalismo. ¡Pero cuándo hemos sido menos nosotros, como ibéricos que somos por decirlo así, en eso de la caradura y la sinvergüencería! Prueba de lo cual es que a la ficción respondemos presentando personajes de carne y hueso, como el exdirector de la Guardia Civil Luís Roldán y los implicados en el marbellí «Caso Malaya», pasando por el empresario Javier de la Rosa, el expresidente del Banco de España Mariano Rubio, el asimismo expresidente de Banesto Mariano Conde, o el exjuez Pascual Estivill.
Lo subrayable aquí es que consecuencia de lo expuesto y más «funda-mentalmente» del último aspecto mencionado (desfallecimiento de la Función-del-Padre) son los síntomas de la época tecnocrática, los mismos que conforman las patologías del goce (paidofilia, abuso de poder, pérdida de sentido político y del bien común...), del acto (drogadicción, ludopatía, violencia de género...), y del vacío (anorexia, bulimia…).
Pero eso no quiere decir que no exista más el padre de la horda primitiva, o sea que el cruel, autoritario y celoso urvater haya sido totalmente reemplazado por ese padre-colega con el que nos cruzamos a diario por la calle. Vamos por ese camino, o si se quiere la tendencia es a la exclusión de aquel a favor del padre permisivo, quien, siendo mejor desde el punto de vista pedagógico, lo cierto es que no garantiza nada respecto a la realidad psíquica (salud) de su progenie.
Las personas aún sufren por haber entrado incluso antes de nacer en el campo del Otro («Lalengua»), pues el animal queda desnaturalizado por el lenguaje, y de tal suerte transformado en un animal humano (sujeto) que padecerá desde entonces la mal-dicción del sexo; sufren también por haber perdido el goce puro, a, de la primera experiencia de satisfacción con la madre, o sea por haber renunciado al goce de la Cosa, goce que sólo pueden recuperar en forma de plus-de-goce (plusvalía) que procuran los objetos imaginarios e impuros del deseo [i(a)] que encuentran a su paso. Al sujeto sólo le queda pues desear, anhelar, soñar… padecer al fin, pues es un intento vano pretender recuperar el goce absoluto y suprimir así la falta estructural. Es por eso que algunos, aun teniéndolo todo, sienten malestar en la cultura, un sufrimiento ordinario que indica paradójicamente que han superado el terreno del goce absoluto, pues pese a lo que este término pudiera sugerir siempre es mortificante, y que se encuentran en el ámbito de ese menos goce que define a la falta que caracteriza al deseo; y todo ello, o sea el pasaje del mortificante goce al sufrimiento ordinario del deseo, merced a que se ha operado la ley de la prohibición del goce que es la castración simbólica, operación que la Función del Padre tiene encomendada desde los orígenes de la cultura.
Se advierte entonces la magnitud del estrago que produce ese goce que hace falta que no haya, el velar el vacío estructural de la castración y la inconsistencia del inconsciente [2: Otro –como lugar del inconsciente– en falta, Otro del deseo], en definitiva, la perversa e ilusoria pretensión de crear un ser cuya esencia ya no sería la falta sino la consistencia que le propiciarían los objetos de consumo; y es que el sujeto estaría rechazando así lo que constituye su bien supremo. Pero el discurso capitalista es por excelencia un encantador de serpientes, pues está destinado a la manipulación de ilusiones. El sujeto alienado en ese discurso queda huérfano de elementos identificatorios estables que le permitan orientarse, ya que sólo tiene para su intento trasgresor objetos ya caducos en el momento de su aparición, por lo que deviene una criatura sin honor, perdida en el mundo y ajena al bien común. Tal es, en resumen, el mito posmoderno, esto es la ilusoria tentativa de hacer posible lo imposible, de suprimir la falta estructural, la castración del sujeto, P, con los objetos del mercado, aspecto que diferencia radicalmente al discurso capitalista de los otros discursos (discurso del amo, discurso histérico, discurso universitario, y discurso del analista).
En razón de que estamos comprometidos con la subjetividad de la época, al esquema de la clínica freudiana (deseo → represión del deseo → retorno de lo reprimido = síntoma, apertura espontánea de la transferencia, esto es llamado al Sujeto-supuesto saber y lazo social), cabe añadir ahora, sin abandonar ese modelo del sufrimiento neurótico por estar vigente (ya que no son pocas las personas que están en análisis por las amarras que los atan a una historia familiar típicamente freudiana), la estructura que caracteriza a una clínica con merma o sin nostalgia de padre, vatersenhsucht, por lo mismo sin ley, sin rumbo y ligada a un goce habitualmente autista que caracteriza a la «época del escoramiento hacia el goce o si se quiere hacia lo real». Ante ese goce que no demanda sentido, frente a un sujeto cuya división estructural trata de obturar con los gadgets del mercado, ante la cadaverización que la fama produce a la anoréxica, frente a la apatía y la desgana del que todo lo ha visto o la violenta impulsividad del que pasa de normas y pactos sociales, el analista, o más exactamente el «deseo del analista», como piedra angular de la cura, debe comprender que su práctica es la única respuesta que existe a lo real del goce, y que en tanto tal su ética lo conmina a traducir la inercia mortificante de ese goce que goza del sujeto y que lo conduce a lo peor, en el momento que la declinación subjetiva u otras circunstancias lo hagan aconsejable. Se trataría, en fin, de aportar saber a lo que goza del sujeto sin que éste lo sepa, esto es de cuestionar al pretendido goce de un pretencioso sujeto supuesto indiviso, pues el aturdimiento de cuanto caracteriza a la época tecnocrática no le deja advertir sino lo inverso de lo que constituye su bien supremo.
Blanes,2014
José Miguel Pueyo