miércoles, 27 de julio de 2011

Hasta con la parca en el cogote...


Hasta con la parca en el cogote 
y otras consideraciones sobre el narcisismo

La ciencia y el hombre no se salvan de las críticas de algunos intelectuales, no pocos desengañados de una y de otro y en los que no cuesta advertir una falsa inquietud ante la inconmovible parca. Pero como se sabe, ante ese auténtico amo que es la muerte, cada cual se emborracha con lo que quiere y/o puede.





Por lo mismo, no cabe subrayar hoy que el hombre es un lobo para el hombre, tal como lo presentaba el padre del moderno absolutismo político, el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679). El desengaño al que me referiré viene de lejos. Tanto es así que se haya en el centro de la religión y no se reconoce menos en el discurso de los agentes de la filosofía moral de la Hélade.

En primer lugar, es dable señalar que algunas eventualidades, cabe suponer de orden intelectual cuando no de carácter incluso más personal, se encuentran en libros como Un buen morir, (Editorial Pax México, 2003), de Daniel Behar; El diario de un anciano averiado, (Literatura Random House, 2015), de Salvador Paniker; Shangri-La: el elixir de la juventud, (Planeta, 2016), novela autobiográfica y filosófica de Sánchez Drago; en la misma línea se encuentra el autorretrato de Josep Maria Espinàs, I la festa segueix, (La Campana, 2009); o los últimos libros del británico Julian Barnes, Niveles de vida (Anagrama, 2012) y Sentido de un final, (Anagrama, 2014), con el que obtuvo el premio Man Booker; así como el más reciente de Lluis Racionero, Espiritualidad para el siglo XXI, (Anagrama, 2016).

Es cosa por demás conocida que los años no perdonan. Así es también, quizá incluso un poco más, para intelectuales como los que acabo de mencionar. (Daniel Behar camina a su paso más allá del ecuador de la vida; Salvador Paniker, nació el 1 de marzo del año 1927; Sánchez Drago va por los ochenta años edad; Josep Maria Espinàs está a punto de cumplir los 90; Julian Barnes, dio su primer grito en Leicester, allá por el año 1946; mientras que Lluis Racionero, vio la luz en la Seo de Urgel el 15 de enero de 1940). 

El hecho cierto es que ante la posibilidad de reconocerse en el Averno, estas y otras personas, a imitación de antiquísimos maestros de la espiritualidad a los que siguen a pies juntillas, anhelan no morir nunca.

Ríanse ustedes de la imaginación de los egipcios para conjurar desaparecer para siempre
Aludo a los esfuerzos de los eruditos de las Dos tierras, y no tanto al esfuerzo físico, pues esta pesada carga recaía en los esclavos, en su mayor parte hebreos, y cuya relación, textos sagrados y pirámides, debían servir para vida después de la muerte. Cierto, pero sólo a unos pocos.

En la Hélade, más de mil años después de sacerdotes del país del Nilo, encontramos a uno de los primeros pensadores griegos obsesionados por el sentido de la vida respecto a nuestro destino tras el periplo en el mundo conocido. Era un samio de larga cabellera que respondía al nombre de Pitágoras (569-475).

Al gran matemático y padre del panteísmo originario, esto es, de la idea de que Todo es Uno y que nunca desaparecemos en tanto que tras la muerte y después de una serie de purificaciones nos reintegramos en el Uno, le siguió, pese a las diferencias en lo político, otro insigne metafísico, Platón (427-347). A la imaginación de Platón debemos la creación un más allá o mundo suprasensible, mundo en el que imaginó que habitaban las excelsas Ideas, matriz ideal del mundo fenomenológico. Plantón dio un paso más en su delirio al inventar una Alma para el mundo (Alma del mundo), entelequia de la que el alma individual –excepto en las mujeres, pues para el fundador de la Academia, a semejanza de los animales irracionales, la mujeres carecían de alma– era una partícula desprendida del Alma del mundo.

De Dios ha muerto al deseo de inmortalidad
Obsoleto es uno de los calificativos que merece la consigna que presentó Friedrich Nietszche (1844-1900) en La gaya ciencia (Die fröhliche Wissenschaft, 1882) «Dios está muerto.»

Así es al menos porque otras formas de divinidad habían imaginado los hombres que precedieron al filósofo bávaro; mientras que hoy son cada menos el número de personas atribuyen a Dios la estética del sin igual Miguel Ángel (1475-1564) de la Capilla Sixtina. Más lo que no comulgan con los preceptos vaticanos, no por eso dejar de tener algo en común con los seguidores de Pedro: el deseo de inmortalidad.

No hay que temer a la muerte
La razón no es complicada para los espiritualistas, si bien algunas personas, entre las que me encuentro, reconocen en su respuesta un anhelo tan imaginario como narcisista.

Cierto es que tampoco en este ocasión cabe generalizar. Piensen por un momento en un sujeto abducido por las imaginarias tesis panteístas de Pitágoras. La vida de esa persona estará determinada por la ascesis de la renuncia. Así es por la necesaria purificación del alma individual, por lo que asumirá preceptos de todo tipo, desde la renuncia a los placeres de la carne hasta el ejercicio físico pasando por rigurosas normas dietéticas. Y si aún así su alma y su cuerpo no se han purificado, el sujeto en cuestión se reencarnaba en otra persona u animal, hasta que ya purificado formaba parte de la Divina Razón Cósmica y será, como el mismo Pitágoras decía «como dioses.»  

José Miguel Pueyo