A modo de agradecimiento a la Diputació de Girona
Deseo agraceder a la Diputació de Girona, la aportación a la revista LATHOUSES. Psicoanàlisi i Cultura des de Girona, en sus siete primeros números, de los gastos de impresión, unos 800 euros por cada número.
Cierto es que, en esta revista, la cual presenta artículos culturales de muy diversa índole, o sea, no únicamente de psicoánalisis, tuvimos que poner en toda la contraportada de la misma un anuncio de la Diputació de Girona. Por otra parte, el monto que acabo de mencionar, obviamente, no cubría ni mucho menos el trabajo de las personas que participamos en la revista, publicación que, debo subrallar, llevaba el nombre de nuestra ciudad, Girona. Pero esto último no es los más importante. Nadie de la Diputació de Girona se puso en contacto con nosotros para sugerirnos ideas para la revista, y llegado el momento se cortó la aportación. Todo indica que esa es la idea que tienen algunos políticos, cierto, de la cultura que no sea de fiesta de pueblo.
EDITORIAL
No es por azar que LATHOUSES. Psicoanàlisi
i Cultura des de Girona, vea la luz en la época del neoliberalismo
capitalista, pues para quienes tenemos alguna responsabilidad en esta pequeña
empresa clínica y cultural no nos es ajena la incidencia de las variantes
culturales e ideológicas en la subjetividad.
Quien puede negar que vivimos en la alèthosphère, en un ámbito o atmósfera
de verdad formal poblado de lathouses,
de objetos que constituyen el producto del desarrollo científico-técnico. ¡Quizá
lo que no se conozca tan bién es que esos objetos prometen un imposible como es
suprimir la falta estructural del sujeto, !, y así la causa de su
insatisfacción. Jacques-Marie Émile Lacan (París, 13 abril de 1901–París, 9 setiembre
de 1981) no dejó de subrayar ese engaño del discurso capitalista, discurso que
el mismo formalizó en el año 1972. Nada mejor en ese sentido que leer el
Seminario XVII, El reverso del
psicoanálisis, del año 1969–1970, que en realidad es una continuación de lo
establecido en el Seminario I, Los
escritos técnicos de Freud, 1953-1954, para advertir el fracaso del sujeto de
repetir en los objetos imaginarios que le ofrece el mercado, ya procedan del
terreno científico o del misticismo religioso, el goce de la primera
experiencia de satisfacción con la madre.
El siglo XVII marcó el comienzo de algo
radicalmente nuevo, como es el anuncio de la «muerte de Dios», no sin relación
con los descubrimientos científicos y los principios físico-matemáticos que
cuestionaron el orden cósmico tal como era entendido por la tradición
filosófica recogida por la escolástica. Las verdades ontológicas, a las que el
psicoanalista francés se refería con otro término creado por él, lathousies, dejaron así paso a las de la
ciencia (verdades formales), que por ese motivo se oponen a las de la metafísica
(verdades ontológicas). Esa razón ha sido suficiente para que no pocos eruditos
anunciaran la defenestración de los dioses griegos, así como una igual suerte
que la acaecida a la mitología del país del logos
para las religiones más próximas a nosotros. No se percataron, empero, que al
hombre, quién sabe si para su bien, pero sin duda porque no es equiparable, mal
que le pese al trasnochado conductismo psicológico, al resto de las especies
animales, siempre le quedará volver al consuelo al menos que siempre le ofreció
la religión, sobre manera cuando advierte lo que ya sabe, esto es, que las
técnicas y los productos del saber científico no dejan de fallar.
No hay nada que aborrezca más el saber estadístico
y el referencial que el sujeto viva, ya que el ideal de esos saberes es la
desubjetivación del síntoma. El sujeto sigue siendo un
sujeto-al-deseo-del-Otro, y contra esa razón estructural, causa de sus alegrías
y de sus sufrimientos, nada pueden esos objetos privilegiados de las neurociencias
que son los que engordan a los magnates de la psicofarmacología, pues la
ilusión del goce de la pastilla, elevada hoy a la dignidad de semidiós, sólo se
realiza en la inercia trágica de la pulsión de muerte. Se conoce bien que hace
tiempo que a la psiquiatría dejó de interesarle el sujeto, y si su agente se
detiene a escuchar las cuitas y deseos del paciente es por puro cotilleo. Y es
que con esa historia, siempre singular, no puede hacer nada, nada salvo
medicalizar el síntoma, y en el caso de que el especialista abrace la corriente
humanística tal vez complemente la represión que opera la droga, para mayor
oprobio a la verdad, con la ideología del consejo. No cabe extrañarse pues de
que algunas personas busquen otra salida diferente a la medicina académica para
sus desdichas y que asistamos, por lo mismo, al resurgir de prácticas tan
impersemblants como la iriología, la hipnoterapia, el magnetismo, la sofrología,
la auriculoterapia, la cartomancia, etc. Que ese juego no a dos sino a tres
barajas del sujeto posmoderno sea hoy más que nunca consentido por todos
muestra de qué manera se ha realizado la anhelada por no pocos nostálgicos relación
entre razón y fe.
Quien se interese por la cultura y más aun
por la clínica no debería ignorar que una consecuencia fundamental de la democratización
de los objetos de consumo es el desfallecimiento de la Función del Padre, y que su
función normativizante no puede ser hoy restablecida por el Superyó cultural ya
que se ha producido una relajación de los clásicos ideales políticos, familiares,
religiosos y educativos que lo conforman. En esta época de la inconsistencia
del Otro, o si se prefiere del «Otro de la ley que no existe», y en donde la
ética ha dejado su lugar a la desvergüenza, hay incluso quien se jacta de desconocer
que con los objetos de la ciencia, un cucharada de magia y una pizca de
religión, por separado o aliñados, el sujeto posmoderno soporta la pérdida del
goce que implica su ingreso en la campo del Otro, en la dimensión de lenguaje
que lo espera desde siempre. Freud decía que advenir sujeto-al-deseo (o sea, dejar
de ser sujeto mítico de la necesidad, pura animalidad, para ser sujeto-al-deseo)
suponía una pérdida de goce y que esa pérdida de goce implicaba para el sujeto
el «malestar en la cultura». Pero el rasgo específico de nuestra época no es
tanto el malestar en la cultura como un impasse ético, y eso en el sentido de
que el imperativo del discurso del capitalismo tardío es ¡debes gozar más! Lo
destacable aquí es que en esta época caracterizada por el decaimiento de la Función del Padre y la pérdida
de los antiguos ideales y la aparición de otros, como la voluntad de goce y el
rechazo de la imposibilidad, todo ello en el marco de la proliferación de los mass media, del auge de la mirada, de la
segregación, de lo efímero de los objetos y de la ausencia de límites, aparecen,
y por esos motivos, las «patologías del goce» en forma de ansia de dinero, de pérdida
de sentido político y del bien común, así como las «patologías del acto» en las
variantes impulsivas de la ludopatía, la drogadicción, l’assejament sexual y
laboral, o el asesinato de mujeres por sus maridos, exmaridos o compañeros, y
las «patologías del vacío» como la anorexia y la bulimia.
En este cruce de siglos, donde las
civilizaciones se desangran ante un incierto devenir, cuando los objetos de
consumo se proponen como la coartada ideal para obturar el vacío estructural
que engendra el malestar y para reparar y aun crear una identidad para el
sujeto, donde el padre ya no es más el trágico de épocas precedentes, y cuando esa
voluntad de ignorancia que es el horror al saber parece haberse convertido en
un bien común, viene nuestro deseo a renovar siquiera el gusto por la
ilustración que deviene del fallo de los antiguos y nuevos discursos de
dominio. Sea pues como contrapunto de la cosificación del ser humano, de la
humillación que viene padeciendo el sujeto descubierto por Sigmund Freud y de
la zozobra en todos los órdenes que implica la impostura del academicismo, lo
que hoy comienza con el nombre de «LATHOUSES», construcción lacaniana que define
a esos y otros aspectos de un mundo que, como el que nos ha tocado vivir, está
poblado de objetos fetiches que, por constituir la mayor y más importante
alienación conocida del sujeto, nos invitan a que su verdad oculta sea desvelada.
José Miguel Pueyo