SIN DIVÁN
La reactualización del trauma afectivo
y la terapia del desamor de Silvia Congost,
en A solas. Descubre el placer de estar contigo mismo
El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, fue el primero en
advertir, en virtud de lo que le enseñaba la clínica, que el sujeto, sin análisis con un psicoanalista, estará condenado a repetir,
en no pocas ocasiones, lo peor, en virtud de la estructura psíquica,
inconsciente, Otro en el que habitamos todos los seres humanos, sin
excepción, como formuló y demostró Jacques Lacan. Recorrer la historia de una
persona, su constitución subjetiva, en un tratamiento
psicoanalítico, por tanto, articular la libre asociación del
analizante con la escucha y la interpretación del psicoanalista,
regidas ambas por la ética del bien decir del síntoma y la neutralidad ética, son condiciones indispensables para disolver el
malestar psíquico, los síntomas que describe la psicopatología, como
podría ser la dependencia emocional tóxica que describe Silvia Congost,
o de las siempre malignas alienaciones ideológicas en
las que un sujeto puede estar atrapado como consecuencia de una
deficiente estructuración subjetiva.
José Miguel Pueyo |
Que Silvia Congost es una persona ajena a los beneficios cognitivos e
intelectuales que posibilitan el discurso psicoanalítico se pone de
manifiesto en la publicación de A solas. Descubre el
placer de estar contigo mismo (Zenith, 2019), un libro en el
que su autora nada nuevo ni provechoso aporta, y menos aún rectifica los
presupuestos ideológicos que dieron forma a sus
anteriores libros, pues sigue proponiendo como solución su
respuesta-saber imaginario derivado de un trauma afectivo personal mal
resuelto, según sus propias palabras, no sin las igualmente
imaginarias suposiciones de lo que somos en base a una manoseada
ideología de género. Hace más de un siglo que se sabe,
merced a los descubrimiento psicoanalíticos, que el
género biológico (macho-hembra) no hace a la posición del sujeto con
respecto al Otro que define la identidad sexual (hombre-mujer), y tampoco determina la elección de objeto afectivo-sexual, ni la
manera de ser en el mundo.
Silvia Congost |
Nada mejor que recuperar el texto que escribí con ocasión de la presentación de Si duele no es amor, habida cuenta de que Silvia Congost repite los mismos errores
en A solas. Descubre el placer de estar contigo mismo.
Trauma afectivo y terapia del desamor en Silvia Congost
Este enunciado vendría a explicar
la producción clínica de la psicóloga gironina Silvia Congost
Provensal. El recientemente fallecido sociólogo Zygmunt Bauman
(Poznań, 19 de noviembre de 1925 - Leeds, 9 de enero de 2017),
habría encontrado motivos para reafirmase en las características
predominantes de la postmodernidad que describiera en sus libros;
hubiese sido así, sin duda, de haber escuchado el pasado jueves 3 de
febrero de 2017, en la Casa de Cultura de Girona, la presentación de Si duele, no
es amor. Aprende a identificar y liberarte de los amores tóxicos. (Zenith. Barcelona: 2017).
Silvia Congost, en la presentación de su libro, estuvo a un paso de protagonizar un striptease sentimental.
Explicó –y no era la primera vez– un supuesto trauma afectivo con una
de sus parejas. Lo destacable, empero, es que aquella lamentable
circunstancia
constituye el punto de partida del último libro de quien se presenta
como experta en autoestima, dependencia emocional y conflictos de
pareja, un libro que no sólo por aquel desgraciado motivo
presenta las limitaciones intelectuales que advierten los críticos
de la postmodernidad.
¿Qué valor tiene el libro de Silvia Congost para el clínico? Ninguno. Alerta, sin proponérselo la autora, de lo que el clínico debe evitar en su práctica si no quiere que el tratamiento responda a las coordenadas del discurso del Amo. Discurso éste que, como es conocido, se debe excluir del tratamiento para no obstaculizar la escucha del deseo y del goce y, por ende, para conocer la implicación del deseo del sujeto en lo que se queja.
Nada ha cambiado, pues, desde el comentario que presentamos de Cuando amar demasiado es depender. Aprende a superar la dependencia
emocional (Oniro.
Barcelona: 2013), de la misma autora. Y para las personas que esta
psicóloga pretende ayudar, ¿qué importancia tiene este libro?
Opinamos, como acabamos de apuntar, que no va más allá de la
persuasión, o sea, sus efectos, en el mejor de los casos, podrían ser
rápidos pero, entre otras limitaciones, breves en
tiempo.
Sobre la producción de Silvia Congost
La presentadora del acto, Paula Cavalcante, omitió el trauma
personal de la autora, y no fue distinto respecto a su marco teórico.
Por su parte, Silvia Congost reiteró su pasión de ayudar a
quienes desean liberarse de los vínculos afectivos destructivos que
ella había padecido y, por ende, se proponía enseñarles a construir
relaciones de pareja sanas.
La experiencia personal puede ayudar a entender algunas penosas
vivencias, ciertamente. Pero en el ámbito de la psicoterapia no cabe
darle prioridad, más bien se trata de lo contrario, o sea, de
que no se inmiscuyan en la práctica clínica. De ahí que la
interrogación sobre los afectos contratransferenciales sea fundamental.
En psicoanálisis se conocen como «deseo de
un clínico», deseo que al poder ser cualquiera constituye el envés del «deseo del
psicoanalista», dado que este último está regido por la regla
de la abstinencia y la ética del bien-decir-del-síntoma. Obviar esos
aspectos eclipsa el sentido de todas y cada una de las eventualidades
que suelen acontecer en el tratamiento, con lo que nada
que no fuese imaginario cabría argüir del mismo.
Que Silvia Congost apoyara sus ideas en el trasnochado discurso de
la filosofía práctica, y que redujera a tres grupos el amor en las
relaciones de pareja, puede ser la consecuencia lógica de lo
que acabamos de indicar. Es dable señalar que en el libro de esta
psicóloga no sólo se perciben algunas estrategias propias de los libros
de autoayuda, pues en vano se buscará en él ideas de los
autores que orientan en las cuestiones del amor, el deseo, el goce,
la sexualidad y aun de las relaciones de pareja. No es diferente
respecto al amor que Santa Teresa sentía por Dios; el ágape de
los cristianos en el aprovechado deseo de inmortalidad mal velado en
el amor a Jesucristo; ni una nota sobre el objeto causa del deseo en el
amor cortés; y menos aún menciona la autora, por
extraño que parezca, el vínculo adictivo por los gadgets
postmodernos de la inteligencia artificial, vínculo que, al lado de los
animales de compañía, restan libido a los vínculos
amorosos de otras épocas. Por todo ello se nos antoja que Silvia
Congost desconoce el siguiente aforismo de Jacques Lacan, «Mejor pues
que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la
subjetividad de su época.»
De la práctica clínica y el trauma sentimental de Silvia Congost
La autora no tuvo a bien esbozar qué herramientas utilizaba
en su pasión de ayudar a quienes padecen los rigores de una relación de
pareja. Señalamos, por tratarse de omisiones
epistémicas y éticas esenciales, que el libro que sucintamente
comentamos deja de lado:
• La escucha del discurso del Otro.
• No presta atención a los aspectos contratransferenciales que deben evitarse en el tratamiento.
• Y deja de lado asimismo el deseo y el goce, así como a las
características del tratamiento en el marco de una determinada teoría.
Todo ello dificulta la falsación del procedimiento clínico. Qué esta
psicóloga haya tenido las negativas experiencias afectivas que dice
haber sufrido no debería ser óbice, más bien todo lo
contrario, para presentar los principios clínicos que, en casos
análogos, deben exigirse.
En una entrevista para la Contra de La Vanguardia, del 03/08/2013, Aprender a aceptar al otro es el mejor regalo para ambos, explica Silvia Congost lo que para ella fue una traumática y tóxica relación de dependencia emocional, experiencia que constituye, como hemos apuntado, uno de los ejes fundamentales en los cuales justifica su trabajo clínico.
Silvia Congost: Sí. Yo sufrí dependencia emocional, ese enganche tóxico que te va destruyendo sin que te des cuenta.
Inma Sanchís: Cuénteme.
Silvia Congost: Siendo ya psicóloga empecé una
relación: lo más maravilloso que me había pasado en la vida. Él era una
buena persona, pero nuestra manera de ver la vida era
distinta. De hecho, no coincidíamos en nada.
Inma Sanchís: ¿Cuánto duró?
Silvia Congost: Cinco años. Me adapté a él en todo,
sólo hacía las cosas que a él le gustaban y que a mí me horrorizaban,
como pasarme el fin de semana viendo la tele y todas las
vacaciones haciendo surf.
Inma Sanchís: Pues si no te gusta, es duro...
Silvia Congost: Cuando me recuerdo a mí misma
dentro de un traje de neopreno en pleno invierno no me lo puedo creer:
jamás me ha gustado ni el mar ni el frío. Y no es que él me
obligara.
Inma Sanchís: Si era feliz haciendo feliz...
Silvia Congost: En absoluto, así que empecé a
quejarme, a exigirle que cambiara. Tomé conciencia de que no estaba bien
y de que aquello no era lo que yo quería, pero cada vez que
me planteaba dejarle me inundaba el pánico. Incluso llegué a ponerme
enferma de ansiedad.
Inma Sanchís: ¿Aparecieron los celos?
Silvia Congost: Sí, mis inseguridades y mis miedos
crecieron de manera desmesurada. Estuve un año intentando dejarle y
volviendo con él como si me fuera la vida en ello.
Inma Sanchís: ¿Pidió ayuda?
Silvia Congost: Empecé a buscar información por
todas partes sin resultados hasta que Walter Riso dio una conferencia en
el Colegio de Psicólogos sobre dependencia emocional y
comprendí que ese era mi problema, aunque no sabía cómo salir de
ahí.
Inma Sanchís: ¿Cómo lo hizo?
Silvia Congost: Con las mismas herramientas que se
usan para abandonar una adicción: contacto cero y superar con paciencia
el síndrome de abstinencia, que lo hay y muy fuerte,
incluso más que con otras sustancias.
Inma Sanchís: ¿Recaídas?
Silvia Congost: Sí, cuando la desesperación se
apoderaba de mí, necesitaba coger el coche e ir a verle para calmarme.
Pero cada vez que conseguía contenerme me sentía un poco más
libre. Hoy doy gracias a esa experiencia que paradójicamente se ha
convertido en mi especialidad. He visto que mucha gente padece
dependencia emocional y no lo sabe.
Silvia Congost, como se habrá advertido en la entrevista, omite la
razón estructural de los hechos que relata. Por consiguiente, parece que
le trae sin cuidado un aspecto tan importante en el
asunto que trata como es la idiosincrasia de las personas implicadas
y la novela familiar de los que en ocasiones hacen del amor un lazo
social. Es decir, en los temas del amor no sólo conviene
analizar lo que no va, sino también los motivos de lo que, como se
dice, es una relación perfecta.
Respuesta de Silvia Congost al trauma sentimental
Silvia Congost: «Vengo a hablaros del amor, del
desamor, y de todos esos malentendidos que a veces se acaban
generando…». «No vengo a traer verdades absolutas sobre el amor. Lo
que quiero es básicamente venir a compartiros mi visión acerca de
este tema, las conclusiones a las que yo, después de todos estos años,
he ido llegando.»
ULP-Gi: Que esta psicoterapeuta pretendiera eludir
posicionarse como Otro del Otro no quiere decir que lo consiga en su
práctica clínica. Es más, por lo que dice y omite no puede
evitar el anhelo de completar al otro, deseo común a aquellos que se
identifican al Otro completo, sin fisuras, haciendo así del discurso
del Amo el fundamental resorte de su práctica clínica, un
discurso que sus agentes suelen enmascarar con abundantes dosis del
humanitarismo más ramplón. Lejos estamos de pedir a Silvia Congost que
conozca que «Amor es dar lo que no se tiene a alguien
que no lo es», aunque en el asunto que la ocupa no sólo no estaría
de más por ser absolutamente necesario. Pero para entender ese aforismo
de Jacques Lacan habría que saber, por ejemplo, que el
sujeto humano, por ser un sujeto del lenguaje, está afectado por una
falta estructural, falta-a-ser que constituye la auténtica dimensión
simbólica que nos caracteriza y diferencia radicalmente
de los otros animales, falta estructural, por lo demás, que persigue
al sujeto hasta sus últimos días, dado que nunca se alcanza el Ideal
del Yo, que el filósofo bávaro Friedrich Nietzsche acuñó
como «moral del resentido». En suma, es por esa falta estructural
que las personas suelen buscar en el partenaire aquello –no se
sabe qué– que supuestamente las completaría, haría
de ellos sujetos plenos, felices, si se nos permite expresarnos así.
He aquí, con todo, la imaginaria ilusión de hacer de dos Uno, signo
inequívoco del deseo de completud que denuncia la
estructural falta-a-ser del sujeto humano y, por consiguiente, la
herida narcisista del Yo.
Silvia Congost: «Todas las relaciones de pareja se
pueden agrupar en tres tipos. El primero es el sano, pues nos permite
crecer, encontramos el equilibrio, el bienestar. Los
otros dos tipos nos llevan a sufrir, son relaciones tóxicas. Tenemos
que salir de ellas, sin desgastarnos y destruirnos muchas veces de
manera totalmente innecesaria.
• Las relaciones basadas en el amor. Este es el modelo que es sano.
Cuando hay amor es cuando podemos crecer, podemos construir. Las
características esenciales del amor de verdad son: la bondad,
la confianza, la honestidad, la compasión (aquello que te mueve para
intentar evitar el dolor de la otra persona), la empatía, el deseo de
inclusión (sentir que mi pareja me incluye en sus
planes). Estos ingredientes están o no están. […] El amor es un dar y
un recibir a partes iguales. Nace de la convivencia, de compartir, de
intereses mutuos.
• Las relaciones basadas en el desamor. Hay muchísimas parejas que
viven en el desamor. Son relaciones en las que un día hubo amor, pero
que ya no lo hay. Quedan atrapadas en lo que un día fue,
ya no es, pero tienen la esperanza de que tarde o temprano va a
volver a ser. Seguimos ahí por culpa, por miedo, por lo que sea. Y no
nos damos cuenta que cuando uno deja de amar, el otro deja de
amar también.
• Las relaciones basadas en el no amor. Relaciones en las que nunca
ha habido amor. Hay muchas relaciones basadas en el no amor. ¿Por qué?
Yo, pensándolo, creo que cuando tomamos una decisión
siempre lo hacemos por dos motivos, para evitar sufrir o para tener
placer. No salir del no amor pensando en que fuera de esa relación voy a
sufrir más, está bastante vinculado a la falta de
autoestima.»
ULP-Gi: El afán clasificatorio de Silvia Congost ha
quedado superado incluso por la clínica más tradicional. Pero lo
decisivo en este punto es que el interés didáctico que se le
pudiera conceder a la nosología, no puede dejar de lado aspectos tan
esenciales en las cuestiones del amor como la pulsión y el masoquismo
erógeno y moral; mientras que sólo la escucha analítica,
libre de prejuicios e imposturas, puede dar luz a las delicadas,
complejas y particulares cuestiones del amor.
Silvia Congost: «¿Por qué queréis una relación? A
menudo, a todos nos pasa esto, basamos la relación de pareja en lo que
esperamos obtener de esta persona: compañía, que me pueda
divertir. Pero así es como aparecen los dos principales problemas en
la mayoría de relaciones. Primero es la decepción. Me decepciono porque
no me das aquello que yo esperaba que me dieras. El
segundo es el control. Empiezo a manipularte para que me des eso que
yo quiero, aquello que yo esperaba de ti. Claro, si esa persona se
resiste, vamos a entrar en conflicto. Y si esa persona
adopta una actitud más sumisa, y se adapta a mí y me da aquello que
yo espero que me dé, al cabo de poco tiempo aparecerá la frustración y
se sentirá infeliz cuando se está perdiendo a sí misma.
Al final sufriremos. Que es lo que pasa tantas y tantas veces con
las relaciones de pareja, que por algún motivo sufrimos. Y yo un día me
pregunté ¿se puede sufrir por amor?»
ULP-Gi: La autora no dudó en echar mano del manido
recurso de la interpelación. Entendemos que conviene abstenerse al
respecto si uno no quiere meter en un incómodo brete al
público. Por otro lado, ¿quién puede ignorar que se puede sufrir por
amor? Hubiese bastado con preguntarse ¿qué puede sentir una persona
cuando pierde el objeto de amor? para advertir que el amor
lleva consigo el sufrimiento, habitualmente da lugar a los afectos
del duelo, y en otros casos cerca al sujeto en la siniestra sombra de la
melancolía, –un no saber qué se ha perdido con el
objeto que se ha perdido–, aciaga sombra que trae consigo un
inmisericorde reproche. Se comprende entonces que algunas formas de
espiritualidad, haciendo gala de la más absoluta desorientación
del asunto que pretenden solucionar, renieguen de los lazos
afectivos, el deseo y el apego a los objetos que pueblan el mundo.
Aspecto distinto, claro está, es lo que se conoce como relaciones
afectivas tóxicas. Y siendo así, será siempre necesario, para no
ofender al lector y/o oyente, que el clínico conozca al menos los
aspectos esenciales del asunto que trata
Silvia Congost: «El amor para toda la vida existe y
conozco casos que lo demuestran. Pero dudo que puedas garantizar a
alguien que os vais a amar hasta que la muerte os separe.
Tú no sabes lo que vas a sentir mañana, y mucho menos sabes lo que
va a sentir la otra persona.»
ULP-Gi: Las verdades de Perogrullo no quedaron
fuera de escena. Quizá Silvia Congost no desconoce que hay amores que
matan, como el que acontece en la película Mi hija
Hildegart (1977), dirigida por Fernando Fernán Gómez, y basada en el libro Aurora de sangre de Eduardo de Guzmán. Pero no parece que se haya adentrado en el sentido de «Amarse hasta
que la muerte os separe», evidencia que no es sin relación con la violencia de género, como en el
desgraciado caso del periodista Alfons Quintà, quien quitó la vida a su esposa, para luego suicidarse de un tiro de escopeta.
Silvia Congost: «Pensando en el porqué [hay tres grupos de amor] cuando estaba preparando esta charla llegué a dos conclusiones, a dos porqués. El primero son nuestros modelos de referencia. Siempre los padres siempre acaban siendo responsables. Es la primera relación de pareja que tenemos de referencia. Cómo hayan llevado ellos su relación nos influirá profundamente en lo que vamos a introducir en nuestro disco duro de cómo deben ser las relaciones, de lo que es normal o no es normal. Una persona puede copiar más el rol del padre o el rol de la madre. Entonces, cuando elige a una pareja acostumbra a elegir a una persona que encaje con ese rol. Entonces los padres tenemos que plantearnos si la relación que tenemos nosotros es la que nos gustaría que reprodujeran mi hijo o mi hija el día de mañana. ¿Me sentiré orgullosa? ¿Estoy siendo un buen ejemplo?»
ULP-Gi: Hablar con el rigor que merece de la
incidencia de los padres en lo que somos, requiere, en primer lugar,
saber que la pulsión nada tiene que ver con el instinto; que hay
que diferenciar la imitación, propia del animal, de las
identificaciones (inconscientes) primarias y secundarias por concernir
sólo al sujeto humano; y es igualmente necesario reconocer que el
rol del padre y el rol de la madre no son equiparables a la Función
del Padre, factor éste crucial dado que determina el particular modo de
ser en el mundo del sujeto humano, esto es, la forma de
amar, desear y gozar de cada uno de nosotros.
¿Qué es una relación tóxica de dependencia emocional? ¿Cuáles son sus fundamentos teóricos, sus argumentos?
Silvia Congost: «Algunos de vosotros ya sabéis que
mi historia profesional parte de una historia, de una experiencia que yo
viví en primera persona. Entonces decidí dedicarme
únicamente a ayudar a personas que estuvieran sufriendo en una
relación de pareja. Descarté todos los otros casos, los otros tipos de
situaciones, con lo cual me ha permitido profundizar mucho
más, indagar, estudiar, discutir, leer, buscar información, y al
final, creo que ya son 12 años, me he dado cuenta de que, si bien cada
caso es diferente, cada persona lo vive a su manera, en
realidad a todos nos pasan las mismas cosas…en el fondo todo es lo
mismo.»
ULP-Gi: Cabe ahora la siguiente pregunta, ¿qué han
dado de sí la experiencia sentimental tóxica y los 12 años de
investigación de Silvia Congost? En verdad, muy poco. Pero hay
quien se atreve a criticar la duración del tratamiento
psicoanalítico ignorando que son los descubrimientos clínicos los que
fundamentan el tiempo y cada uno de los conceptos en psicoanálisis. Es
decir, no es un capricho que el tiempo en psicoanálisis sea lógico,
no cronológico, por consiguiente, que tanto la duración de las sesiones
como el tratamiento psicoanalítico son variables por
estar sujetos a la singularidad del caso por caso.
Silvia Congost: «Cuando podemos poner mucha más
conciencia en el tema de las relaciones, pues tenemos también muchas más
herramientas. Mi objetivo, en definitiva, para estos
minutos que vamos a compartir es de alguna forma detenernos y
pensar, detenernos y mirarnos a nosotros mismos, hacernos preguntas, que
nos planteemos ¿cómo es la relación de pareja en este
momento? ¿cómo son las relaciones que he tenido en mi pasado? ¿hay
algún aspecto en común, son parecidas, siguen el mismo patrón?»
ULP-Gi: Éste sería un buen ejemplo de quienes se
permiten afirmar que han superado al psicoanálisis sin haber entendido
la originalidad de su clínica y menos aun de la luz
que aporta a los vínculos sociales, a la cultura y a los objetos que
oferta el mercado de consumo. No son pocos, y entre ellos todo indica
que se encuentra Silvia Congost, quienes por las más
diversas circunstancias ceden ante ese títere que es el
Yo-consciente, siguiendo con ello, y nada hace pensar que habiéndolo
advertido, a los partidarios de las tesis imaginarias del célebre
filósofo racionalista del siglo XVII, René Descartes. De ahí que la
idea de que lo consiguieron porque era imposible, sólo sea verdad en el
registro imaginario, pues lo siniestro, tarde o
temprano, suele manifestarse en la cotidianidad de lo conocido,
demostrando el error de haber confiado en determinados procedimientos
psicoterapéuticos.
Silvia Congost: «No me cansa nunca, si tengo un
hueco, aunque sea a las 11 de la noche, ponerme en el sofá con el
ordenador y contestar mensajes [a las personas que me piden
consejo por mail]. No lo hago desde le esfuerzo, simplemente como yo
he sido esa persona que un día le envió un mensaje a alguien que nunca
respondió, sé muy bien cómo se siente. Entonces yo creo
que ahí conecto inmediatamente con la compasión.»
ULP-Gi: Si no lo hemos entendido mal, la compasión y
la decidida atención al paciente, incluso en horas intempestivas,
supone para esta psicóloga un resorte clínico. Aceptando
que el humanitarismo de la compasión es loable en muchos ámbitos de
las relaciones humanas, lo cierto es que ha quedado superado por otro
tipo de ética, la ética del bien decir del síntoma, una
ética acorde a la verdad del asunto tratado en la relación
terapéutica. Se hace necesario señalar que la compasión puede no ser más
que un factor contratransferencial. En no pocas ocasiones son
aspectos no resueltos del psicoterapeuta los que se inmiscuyen en la
clínica, siendo la culpabilidad inconsciente uno de ellos. De ser así,
la atención ligada a la compasión haría que el
tratamiento fuese también el del psicoterapeuta y, con el
desconocimiento de lo que en el tratamiento se pone en juego, ninguna de
las personas, tanto más el terapeuta, sabría a qué responde lo
que dice, propone o aconseja.
Silvia Congost: «Me gusta mucho una idea del
budismo. El budismo dice que el ser humano sufre porque genera un apego
tóxico con las cosas y con las personas. Nace ese apego
tóxico porque ignora que la inevitabilidad del cambio siempre está
presente en la vida de todas las personas. No nos gusta esa idea, no
queremos pensarlo, preferimos ignorarlo, pero después así
nos va de mal que no sabemos controlar una situación que se nos ha
ido de las manos. Y en las relaciones de pareja pasa lo mismo. Los
cambios son ingredientes que pueden estar presentes en
cualquier relación.»
ULP-Gi: Silvia Congost yerra cuando afirma que «El
budismo dice que el ser humano sufre porque genera un apego tóxico con
las cosas». Lo de tóxico lo pone ella, pues lo tóxico
para el budismo es el deseo por cuanto habita en el mundo. Cierto es
que no siempre es así. Permítasenos un ejemplo. Sin necesidad de abusar
del argumento ad hominem, se conoce que por
el principio de desear no desear, algunos monjes budistas se dedican
al narcotráfico, mientras que otros no reniegan del avión particular,
los coches de alta gama, y, en fin, lo que se conoce
como la vida relajada y de placer propia del burgués más
recalcitrante. Por lo demás, en la India, el país budista por
excelencia, una niña es violada cada cuarto de hora.
Silvia Congost: «Decía Zygmunt Bauman, autor de Amor líquido,
maravilloso libro que os recomiendo, que estar en una relación es una
incertidumbre. Y es cierto, yo sé
cómo estamos hoy, pero somos dos personas diferentes, que no sabemos
hacia dónde vamos, no sabemos los cambios que vamos a hacer cada uno a
nivel individual. Y si pensáramos que es una
incertidumbre tal vez seríamos más conscientes de lo que estamos
viviendo, y podríamos disfrutar más del día a día.»
Zygmunt Bauman |
ULP-Gi: Quizá Silvia Congost pensó que el hecho de citar a un crítico de la cultura vendría a
avalar, en el imaginario social del público, sus ideas. Es más, se limitó a decir que el Amor líquido era
maravilloso. No se detuvo en las ideas de Bauman en relación con la
sociedad actual, las instituciones en las que descansa la cultura,
la política, los objetos tecnológicos y/o los medios de comunicación.
Por lo mismo, estaba fuera de lugar pedirle que comparase
las ideas de Bauman con las de otros autores de la posmodernidad que
han hablado de las relaciones amorosas, como Gilles Lipovetsky,
Jean-François Lyotard, Jürgen Habermas, Gianni Vattimo o Jean
Baudrillard.
Añadiré que a los análisis sociológicos que llevan a cabo estos autores habría que agregar lo mejor y lo peor de lo que somos capaces las personas, por lo mismo el gozoso consentimiento que parecen experimentar algunos en situaciones deplorables, dando así la razón al céleberrimo poeta latino Publio Ovidio Nasón (43 a.C. – 18 d.C), quien puso en boca de Medea, en el libro séptimo de La Metamorfosis:
Añadiré que a los análisis sociológicos que llevan a cabo estos autores habría que agregar lo mejor y lo peor de lo que somos capaces las personas, por lo mismo el gozoso consentimiento que parecen experimentar algunos en situaciones deplorables, dando así la razón al céleberrimo poeta latino Publio Ovidio Nasón (43 a.C. – 18 d.C), quien puso en boca de Medea, en el libro séptimo de La Metamorfosis:
¿Cuál la causa de tan gran temor?
Sacude de tu virgíneo pecho las concebidas llamas,
si puedes, infeliz. Si pudiera más sana estaría.
Pero me arrastra, involuntaria, una nueva fuerza,
y una cosa deseo, la mente de otra me persuade.
Sacude de tu virgíneo pecho las concebidas llamas,
si puedes, infeliz. Si pudiera más sana estaría.
Pero me arrastra, involuntaria, una nueva fuerza,
y una cosa deseo, la mente de otra me persuade.
Veo lo mejor y lo apruebo,
lo peor sigo.
Silvia Congost: «La gran tragedia humana está no en cuánto sufrimos sino en cuánto perdemos. Tenemos pánico a la idea de perder a la otra persona. Como dice el budismo, generamos ese apego y la idea de perder no la podemos concebir de ninguna manera, pensamos que será para siempre y ya no tenemos en mente otra posibilidad. Entre el dolor y la pérdida nos quedamos siempre con el dolor.»
ULP-Gi: Contrariamente a lo que afirma Silvia
Congost, lo verdaderamente destacable es que la gran tragedia del sujeto
humano es la misma, paradójicamente, que la que lo humaniza
y hace de él un ente singular entre los que pueblan el mundo.
¿De qué se trata? Se trata de que el sujeto humano perdió en su más
tierna infancia su primer objeto de deseo (el llamado objeto petit a,
vale decir que perdió el abrazo amoroso y
narcisista con el otro que habitualmente encarna la mamá) y, con esa
pérdida esencial, el sujeto humano es capturado por el lenguaje, un
lenguaje en falta (-1 significante del lenguaje humano) en
todo distinto, por lo mismo, a otros lenguajes conocidos. Esa
pérdida y esa captura por el lenguaje son las que permiten definir al
sujeto humano como a-ser, esto es, como un ser en falta
(falta-a-ser). Es más, lo realmente trágico para una persona es no
haber perdido el objeto a en absoluto, pues así es en las psicosis.
La pérdida del objet petit a en la más tierna infancia es necesaria. Y el
agente de esa pérdida no es tanto el padre como la llamada la Función
del Padre (que la puede cumplir cualquier persona),
operación que normativiza el anhelo de goce-Todo de la criatura
humana, siendo esa pérdida y/o prohibición del goce la que responde al
nombre de castración simbólica.
Por otro lado, la pérdida del objeto a da lugar a la herida
narcisista del Yo, y es esa herida la que determina la respuesta del
amor como ilusión de encontrar el objeto a. El amor es una ilusión
en tanto que el objeto a está perdido para siempre, es
irrecuperable, hecho que hace del amor una de las figuras de lo Real del
goce imposible.
Silvia Congost: «Eric Fromm decía que el ser humano
basa su identidad en dos cosas. Una es en lo que tiene, las
pertenencias, los bienes materiales, aquello que consigue, en el
matrimonio, el hijo, la casa, el poder, a nivel social, cultural, el
reconocimiento, el éxito, pero fijaros que todo aquello que tiene
coincide con aquello que puede perder también. Entonces el
ser humano que basa su identidad en aquello que tiene y un día se
queda sin nada, entonces, ¿quién es? No es nada. En cambio, hay muchas
personas que basan su identidad en lo que son, en su
esencia, en sus aptitudes, en sus cualidades, en sus talentos, en su
potencial, y en sus valores. Entonces, la persona que basa su identidad
en lo que es vive tranquila, pase lo que les pase, si
pierden la pareja, si pierden el trabajo, seguirán siendo.»
ULP-Gi: Algunos pasajes de Fromm bastan para
reconocer que su contacto con el psicoanálisis, por mediación del
jurista Hanns Sachs, discípulo de Freud, en el Instituto
Psicoanalítico de Berlín, fue fallido. Fromm no pudo superar la
ideología familiar, como se refleja en su tesis doctoral de 1922 sobre
la ley judía, y tampoco la influencia humanista de Karl
Marx. Apelar a la identidad del ser no es tampoco lo más acertado
tanto más cuando la corrupción es la usurpación ilegal de la plusvalía.
Silvia Congost: «Tenemos que perder el miedo a la
soledad. Identificamos el hecho de no tener pareja a estar solos y
desamparados en el mundo. Estar perdidos. Y no es así. Todos
preferimos estar acompañados porque somos seres sociales.»
ULP-Gi: En realidad, nunca estamos solos. Siempre
nos acompaña el Otro, nombre lacaniano de lo inconsciente freudiano,
Otro que es necesario curar para que la práctica clínica no
sea el escenario del discurso del Amo. Los prejuicios son coartadas
contra el análisis del malestar del sujeto humano en la cultura, y dejan
al margen la razón estructural tanto del
sentimiento oceánico como del desamparo.
Silvia Congost: «Cuanto más nos parezcamos más fácil será la relación.»
ULP-Gi: Sí, sí, y en ocasiones, siendo así, todo lo que acompaña al aburrimiento está asegurado.
Silvia Congost: «Cuando uno es capaz de diferenciar lo que es amor de lo que no lo es adquiere la libertad para elegir desde la conciencia.»
ULP-Gi: Nada hay en la producción de esta
especialista en dependencia emocional y conflictos de pareja que permita
al lector diferenciar amor de enamoramiento. Pero el error es
incluso mayor cuando se afirma que hay que «elegir desde la
conciencia». ¿Acaso la conciencia no está determinada por el Otro,
nombre lacaniano de lo inconsciente freudiano? Con tamaño
desconocimiento huelga señalar la pretensión de ayudar a quienes
sufren una relación tóxica por dependencia emocional.
Del deterioro cultural
Ejemplo notorio de ese deterioro y de otros efectos postmodernos se
evidenciaron cuando Silvia Congost propuso a los asistentes a la
presentación de su libro hacer preguntas tras su intervención.
Indiqué yo que hablaba en nombre de la Universidad Libre Popular de
Girona. Quise dejar constancia, en primer lugar, de que Eric Fromm,
autor citado de manera imprecisa y aun confusa en relación
con el tema de su libro, no era uno de los autores de referencia
para los psicoanalistas. Difícil es imaginar la reacción que se me
dispensó. Silvia huida del escenario; exabruptos de
hooligan de una asistente al acto; y un señor bajito y
calvo chillaba sin reparo «es la hora de Silvia, la hora de Silvia… que
haces aquí». Intervine nuevamente para que la autora
aclarase las herramientas que utiliza en su práctica clínica, pero
mi pregunta quedó nuevamente truncada por anticulturales reacciones de
las personas que tenían alguna relación con la autora. No
me encuentro yo entre los que aplauden sin criterios objetivos, y
tampoco estoy entre los que eluden preguntarse por las razones de sus
inclinaciones.
Es obvio que las instituciones tradicionales en las que descansa la cultura, también por lo que acabamos de relatar, han fallado en la dimensión de la educación y de la democracia y, por supuesto, en el hecho de que las personas, si bien no cabe generalizar, se dejen vapulear por innobles sentimientos inconscientes. Pero lo indeseable puede empeorar.
Es obvio que las instituciones tradicionales en las que descansa la cultura, también por lo que acabamos de relatar, han fallado en la dimensión de la educación y de la democracia y, por supuesto, en el hecho de que las personas, si bien no cabe generalizar, se dejen vapulear por innobles sentimientos inconscientes. Pero lo indeseable puede empeorar.
Para concluir
José Miguel Pueyo, presidente honorario de la ULP-Gi y
presidente de la Escuela de Psicoanálisis de Girona, explicaba en su
último libro La otra escena de la corrupción. Familia y
sociedad en el destino personal: Jordi Pujol i Soley, cómo se
conforma el sujeto humano, su configuración en el Otro familiar y en el
Otro sociopolítico y cultural, la importancia
fundamental de la Función-del-Padre en la subjetividad en lo que
somos y las consecuencias que su declive tiene en la posmodernidad,
declive que se evidenció en la presentación del último libro
de la psicoterapeuta Silvia Congost.
Girona, 9 de febrero de 2017
José Miguel Pueyo y Jordi Fernández
Trivialidades y ausencia de rigor clínico, es con lo que el lector se
encontrará en Cuando amar demasiado es depender, libro de la psicóloga
gironina Silvia Congost
Como si
estuviese reclinada en el diván del psicoanalista, Silvia Congost relata en su
libro, siempre de manera parcial, monótona y sin alma narrativa, el trauma,
que, según afirma, fue realmente vivido, de dependencia emocional, «un enganche
tóxico que te va destruyendo sin que te des cuenta… Cinco años. Me adapté a él
en todo, sólo hacía las cosas que a él le gustaban y que a mí me horrorizaban,
como pasarme el fin de semana viendo la tele y todas las vacaciones haciendo
surf», según sus palabras.
Pero no
sólo estamos ante un libro plano para gente que gusta de lo conocido, de lo
banal y de las habitualmente insulsas intimidades del realty show. La
dependencia emocional es tangencial a asuntos tan horrendos como los
protagonizados por el llamado monstruo de Austria, Josef Fritzl, y por el
secuestrador y violador de Cleveland, Ariel Castro, y lo es también al llamado
síndrome de Estocolmo. Sin embargo, en este libro todo es light, amén de
insubstancial. La autora no ha pretendido presentar los distintos tipos de
dependencia emocional y sus causas, mientras que da a leer afirmaciones que no
se ajustan del todo a la verdad clínica. Y del mismo modo que se echa en falta
el rigor exigible respecto a los fundamentos clínicos con los que se pretende
ayudar a las personas que sufren dependencia emocional y sus negativos efectos,
Silvia Congost generaliza sin rubor consejos para un delicado asunto, que, como
otros relativos al amor, requiere del criterio singular e individualizado del
tratamiento caso por caso.
Grave es, sin duda, que la autora insufle narcisismo al desorientado sujeto, a la supuesta víctima, pues casos semejantes precisan de una fina discriminación de los motivos subjetivos que sostienen una relación afectiva. No advierto que Silvia Congost está por esa necesaria labor. Pero si hay algo sorprendente, una afirmación que sería para mondarse de risa sino fuera realmente trágico, es que una persona que tiene un título universitaro quiera hacernos creer, todo indica que la línea de los siempre inquietantes gurús que aseguran curar cualquier cosa en una semana, que en diez días puede curar la dependencia emocional y todos los efectos físicos que la acompañan, como la depresión, la ansiedad o el mal dormir.
Grave es, sin duda, que la autora insufle narcisismo al desorientado sujeto, a la supuesta víctima, pues casos semejantes precisan de una fina discriminación de los motivos subjetivos que sostienen una relación afectiva. No advierto que Silvia Congost está por esa necesaria labor. Pero si hay algo sorprendente, una afirmación que sería para mondarse de risa sino fuera realmente trágico, es que una persona que tiene un título universitaro quiera hacernos creer, todo indica que la línea de los siempre inquietantes gurús que aseguran curar cualquier cosa en una semana, que en diez días puede curar la dependencia emocional y todos los efectos físicos que la acompañan, como la depresión, la ansiedad o el mal dormir.
Tengo 36
años. Nací, vivo y trabajo en Girona. Vivo en pareja. Estoy licenciada en
Psicología. Me siento muy desencantada de la política. Cada vez hay menos
diferencia entre izquierdas y derechas, todos venden lo mismo. No creo en
dioses, pero sí en el poder individual.
La Contra de la Vanguardia
Silvia Congost, especialista en autoestima y
dependencia emocional
Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet
"Aprender a aceptar al otro es el mejor regalo para ambos"
03/08/2013
Remedios para el amor, según el cognitivismo
conductual del terapeuta de pareja Walter Riso
Leer «Mi amor tiene edad: fue la coca-cola de
adolescente, hoy la gran reserva», lo primero que a uno de mis analizantes le vino
a la cabeza es que las cosas no pintaban demasiado bien para el psicólogo
Walter Riso. Desconocía, empero, que no sólo era así porque este clínico
oriundo de Nápoles y afincado en Barcelona había mostrado públicamente esa
intimista inclinación.
Los psicoanalistas, del mismo modo que desconfiamos de la intuición, sin excepción nos interesan las asociaciones que suelen provocar los excitantes mencionados, así como las ideas que proceden de la abstemia más absoluta. Y no reparamos menos en lo que dicen las personas que siguen ubicadas en el tiempo en el que se creía que el sujeto humano se agotaba en el Yo consciente y en los neurotransmisores y en los genes; así como en el discurso de los que creen que todo lo que hace y desea el hombre puede recogerse en la fenomenología descriptiva de las conductas o plasmarse en pruebas diagnósticas como las de contraste yodado intravenoso; o en el de los que afirman que en las pastillas y en la identificación del paciente con los ideales del terapeuta reside la curación de todos los malestares. Algo al menos de esta línea teórica y práctica, tanto como de la superada ética del ser y el deber, se advierte en el trabajo que sucintamente hoy me propongo comentar.
Los psicoanalistas, del mismo modo que desconfiamos de la intuición, sin excepción nos interesan las asociaciones que suelen provocar los excitantes mencionados, así como las ideas que proceden de la abstemia más absoluta. Y no reparamos menos en lo que dicen las personas que siguen ubicadas en el tiempo en el que se creía que el sujeto humano se agotaba en el Yo consciente y en los neurotransmisores y en los genes; así como en el discurso de los que creen que todo lo que hace y desea el hombre puede recogerse en la fenomenología descriptiva de las conductas o plasmarse en pruebas diagnósticas como las de contraste yodado intravenoso; o en el de los que afirman que en las pastillas y en la identificación del paciente con los ideales del terapeuta reside la curación de todos los malestares. Algo al menos de esta línea teórica y práctica, tanto como de la superada ética del ser y el deber, se advierte en el trabajo que sucintamente hoy me propongo comentar.
Se trata del último libro de una serie sobre la felicidad y el amor que el mencionado terapeuta de orientación cognitivo conductual Walter Riso ha tenido a bien titular Manual para no morir de amor. Diez principios de supervivencia afectiva. Editorial Planeta/Zenith. Barcelona, 2011. Algunas ideas de entidad semejante a las que conforman este trabajo se encuentran en la entrevista que Lluís Amiguet («La Contra» de La Vanguardia, martes 24 de mayo de 2011) hizo al autor con ocasión de la aparición de su decálogo.
Nota:
Proponer la neutralidad y la razón
en el amor denuncia que se conoce poco y mal qué es, qué está en juego, y la
manera de solucionar los problemas que puede comportar el amor. Walter Riso es
de esas personas que, además y quizá por eso, se permite aconsejar lo que todo
el mundo conoce (al menos los que están en el mundo), y sin empacho desempolva
su versión de los trasnochados Remedios de amor, del poeta romano del siglo I
d.C., Ovidio Nasón. Es decir, este psicólogo gusta aderezar aquello que trata
con imaginarias y sugestivas ideas postmodernas ("indignados de
amor", "políticamente incorrecto"; "no perder los
valores"...), e ideológicas conjeturas neurofisiológicas sobre el amor, el
enamoramiento y la dependencia emocional ("estar enamorado es más
biológico"...), no consiguiendo otra cosa que desorientar a los que desean
saber algo congruente sobre estas cuestiones.
Dimarts 25 març 2014
Walter Riso
estudió psicología en la Universidad de San Luis (Argentina) y
la Universidad San Buenaventura (Colombia).
Es especialista en
psicología clínica cognitiva (Universidad del Norte) y realizó
estudios de maestría en Bioética en la Universidad del Bosque.
Actualmente es profesor de Terapia Cognitiva en la Universidad
Konrad Lorenz y la Universidad Católica de Colombia, sí como
en otras universidades de Latinoamérica, y es presidente
honorario de la Asociación Colombiana de Terapia Cognitiva
(ACOTEC).
Ha sido coordinador y fundador de
FORMAR (Centro de investigación y terapia del comportamiento)
y del CEAPC (Centro de psicología clínica y terapia
cognitiva). Desde hace veinticinco años trabaja como psicólogo
clínico, práctica que alterna con la realización de
investigaciones en el área cognitiva, formación de terapeutas
y publicaciones científicas y de divulgación.
Entre sus publicaciones se
encuentran: Entrenamiento asertivo (1990), Depresión: avances
recientes en cognición y procesamiento de la información
(1994), Aprendiendo a quererse a sí mismo (1996), Terapia
cognitivo-informacional: crítica a las terapias tradicionales
e implicaciones clínicas (2000), Cuestión de dignidad (2001) y
Pensar bien, sentirse bien (2003).
De la nostalgia ontológica del ser.
(O las ilusiones obsoletas y narcisistas
del
maestro zen y doctor en Filosofía, David Loy)
Este norteamericano de 67 años de edad, hijo de militar, después de residir 30 años en Asia sostiene sin ambages que ha aprendido a «vivir una vida feliz.»
Cada cual se emborracha con lo que puede, y el doctor en Filosofía David Loy, que ha impartido clases de esa milenaria disciplina en las universidades de Singapur y Japón, lo hace con las enseñanzas del no menos antiguo budismo.
Loy vivía en
Honolulu, y un buen día, por decirlo así, decidió, quizá para superar alguna
insatisfacción, hacer un retiro de meditación zen durante una semana. El
silencio de la experiencia meditativa y la mirada fija en la pared, que
caracteriza a la denominada meditación frente al muro, fueron para Loy un
infierno, pero sin duda lo peor es que no pudo despejar las preguntas que lo
embargaban.
¿Qué hacer? Loy
recurrió entonces a la institución que se le supone que tiene las respuestas:
la Universidad. O se equivocó de Universidad o se equivocó de profesores, o las
dos cosas. Pues de la magna institución del amor al saber, Loy salió con un
doctorado en Filosofía. (Sin duda no para saber qué es la Filosofía).
Prueba de su doble tropiezo –o sea, de depositar sus esperanzas en la meditación zen, y de encaminarse con igual ilusión a la Universidad, concretamente a la facultad mencionada– es lo que aprendió. ¿Qué fue? Como él mismo dice, aprendió que «El mundo tal como lo percibimos es algo que hemos construido en nuestra mente y que podemos deconstruir y reconstruir de otro modo?
Prueba de su doble tropiezo –o sea, de depositar sus esperanzas en la meditación zen, y de encaminarse con igual ilusión a la Universidad, concretamente a la facultad mencionada– es lo que aprendió. ¿Qué fue? Como él mismo dice, aprendió que «El mundo tal como lo percibimos es algo que hemos construido en nuestra mente y que podemos deconstruir y reconstruir de otro modo?
Ambas
consideraciones son erróneas, y no es lo mejor que desorienten al deseo de
saber y que exuden narcisismo infantil a raudales.
Contrariamente a
lo que enseñaron a Loy los monjes budista y los profesores universitarios, el
mundo que percibimos no lo hemos construido nosotros, ya que nos viene impuesto
por el Otro familiar y social en el que entramos recién nacemos. El libre
albedrio es un sueño religioso. Y respecto a la afirmación de que podemos
deconstruir y reconstruir el mundo, no hay duda de que es así, al menos porque
algunas personas lo intentan. Pero la cuestión es ¿por qué razón y con qué
medios?
Las ideas que presenta Loy no son sólo triviales y obsoletas por ser, como acabo de señalar, fundamentalmente narcisistas. Como es habitual en casos de desorientación intelectual semejantes, las presenta con la patina humanista, intentando tocar la fibra sensible de la gente, como habitualmente se dice. Pero Loy, como todos los amantes del budismo, no logran disimular la vanidad de la ignorancia y la nostalgia por la primera experiencia de satisfacción, o sea, la añoranza del sujeto humano por la pérdida del objeto a en la infancia, objeto que suele encarnar la mamá y/o el reconocimiento de papá.
El profesor Loy no lo entenderá así, hecho lógico si se tiene en cuenta sus credenciales académicas. Es decir, no puede estar de acuerdo con lo que yo digo porque ignora el deseo del Otro que lo habita, el deseo de la otra escena que actúa a sus espaldas, o sea, del inconsciente que habla en él y de él.
Se constata así cuando a la pregunta de la periodista Ima Sanchís, ¿Qué desmontó usted?, Loy responde: «Crecemos con la idea de que estamos separados del mundo: Yo estoy aquí y el mundo está ahí fuera. Lo que el budismo llama liberación es soltar esa identificación con el yo y darte cuenta de que no existe la dualidad.»
Tras oír esa nostálgica respuesta, respuesta que denuncia la denostación de la separación infans/mamá, la periodista le dice «La teoría nos la sabemos…».
Yo dudo de que sea así. Es decir, dudo que Ima Sanchís conozca la teoría de la que habla Loy. Lo dudo por las preguntas que ella formula. Dudo, en suma, que Ima Sanchís sepa que su entrevistado habla de una forma de neopanteísmo, y que esa construcción intelectual es la respuesta de algunos hombres de Oriente a la falta-a-ser, o sea, una respuesta oriental a la carencia ontológica del sujeto humano. Sea como fuere, de lo que estoy totalmente convencido es que el profesor Loy no sabe de qué habla, pues todo indica que desconoce el origen, el sentido y la función de lo que acaba de decir. Este maestro zen no sabe, entre otras cosas básicas y al mismo tiempo esenciales, que el sujeto humano antes que hablar es hablado por el Otro, esto es, por el inconsciente que lo habita, y que él mismo verifica este descubrimiento psicoanalítico.
Pero Loy desconoce otras cosas. En primer lugar, cuando los budistas ensalzan la liberación que supone estar unidos al mundo, al Universo, no saben que están elogiando lo peor que podría sucederle a una persona. ¿Qué es eso tan malo? Quedar atrapados en la unión-alienación al Otro Primordial que encarna habitualmente la mamá, pues la salud y la autonomía del sujeto humano suponen la separación de ese lazo amoroso primigenio. En efecto, ¿de qué habla Loy? Habla de una construcción filosófica presidida por un deseo y un horror. El deseo es la alienación-unión al Otro Primordial, y el horror es la castración, o sea, separarse del Otro. En otros términos, ensalzar no estar separado del mundo, estar unido al Universo, a la madre tierra, es una metáfora del perverso, alienante e infantil deseo de hacerse Uno con el Otro, del deseo de hacer del dos Uno, en fin, de estar abrazado a la mamá en el tiempo del complejo de Edipo y antes de la necesaria separación-castración que ejerce la Función-del-Padre. (Al niño: no te acostarás con tu madre; a la madre: no reintegrarás tu producto). El horror a la castración en el budismo tiene un nombre: filosofía de la no dualidad.
David Loy deja nuevamente que el deseo del Otro hable en él. Insiste –cosa que cabe agradecerle, tanto al menos como a los poetas– en mostrarnos el deseo del Otro, nos ilustra, sin saber lo que hace, de la añoranza, de la nostalgia ontológica del sujeto humano por el objeto perdido, cuando dice «… esa percepción de estar separados del mundo que lleva implícita la sensación de carencia, de que algo nos falta, y que nos lleva a buscar fuera (más dinero, cosas, reconocimiento…).»
Lo que proponen los budistas para la falta-a-ser del sujeto humano es una perversa e imaginaria solución. Puede formularse como sigue: Si no tengo a mi mamá, si no estoy unida al primer objeto de amor, el mundo se puede ir a la mierda, no me importa nada, no deseo ningún objeto sustitutorio, en fin, deseo no desear. Tal es la fórmula que define al Principio de Nirvana.
Envueltos con las vestimentas del humanismo, los budistas comprometidos con lo social, como David Loy, persiguen, sin saberlo, el objeto del goce del Otro. Con frondosos acervos terminológicos sin excepción reniegan de los llamados tres demonios o venenos, la codicia, la agresividad y la ignorancia, pero detrás de esa imagen sobrecogedora y beatífica sólo hay el trivial consejo de que los cambios sociales y políticos sirvan para no agravar o promover esos tres venenos. El talón de Aquiles del budismo sociopolítico es unir a esa banal propuesta, que pocas personas dejarían de subscribir, otra incluso más baladí y ante la que la moral budista resulta totalmente impotente, pues no basta con afirmar que la regeneración del sistema político pasa por la transformación personal unida a la transformación social, que deben ir juntas por necesitarse mutuamente. No es suficiente porque la transformación personal no se logra con la meditación cara la pared; y en lo social, tampoco funciona la dulcificación o todo lo contrario de las leyes, por ejemplo.
Nada destacable y nuevo le enseñaron al doctor David Loy, a no ser que se tenga por importante repetir una doctrina trasnochada acerca de la nostalgia ontológica. Le enseñaron dos cosas, que el hombre está en falta y una ilusoria pretensión: que con una idea filosófica, la de la no dualidad, se podía obturar la falta-a-ser. En la hipermodernidad las personas prefieren el móvil, el deporte, la fama, el arte, el dinero, etc., como paliativos para la insatisfacción que caracteriza al deseo. Ninguna diferencia con la propuesta budista, salvo, eso sí, que, a diferencia de los budistas, habitualmente no visten los ropajes del falso humanismo.
He ahí el origen, el sentido, la función y, en suma, todo lo que da de sí la filosofía de la no dualidad. No cabe extrañarse entonces de que Jacques Lacan afirmara que la filosofía era una paranoia. La filosofía budista de la no dualidad es la metáfora del deseo infantil de no separarse del abrazo infantil y narcisista por antonomasia con la mamá, por tanto, una de las formas de renegar de la castración-separación del Otro. En resumen, la filosofía budista constituye una de las construcciones intelectuales básicas de la nostalgia del sujeto humano y del horror a la falta-castración. Nostalgia del Otro que parasita al sujeto humano y que lo pone a trabajar, en esta caso a escribir como lo hicieron los primeros maestros budistas, maestros-esclavos, en realidad, del deseo del Otro para resarcirse de la falta-a-ser con una idea, con una filosofía. El gran problema de la filosofía moral, y en realidad de todo discurso religioso, que es tapona el intelecto, desorienta en el ámbito social y juega a favor del más morboso de los deseos de la criatura humana, como es la nostalgia que está en el origen de las afecciones psíquicas.
El profesor Loy se ha dado a enseñar rancias ilusiones, como son las arcaicas producciones creadas por los hombres de todas las épocas motivados por el deseo de suturar la herida narcisista que sufre el Yo por no ser amo en su propia casa, y recuperar el objeto perdido para siempre y por eso causa del deseo: el objeto a.
Como muchas otras personas que deambulan extraviadas en la hipermoderna sociedad presidida por el seudodiscurso Capitalista, quizá el doctor Loy buscaba una orientación para su existencia, pero lo que encontró fue un síntoma a la medida de su goce. Es decir, halló la horma del zapato del malsano goce al que aspira la pulsión de muerte, un síntoma, en suma, que el pensamiento inconsciente hizo creer al Yo-consciente de este profesor que podría erradicar los síntomas que lo embargaban.
Entre los innumerables aspectos de la sociedad que le pasaron por alto a este maestro zen ordenado en Japón y profesor de Filosofía, uno fundamental es que el Otro social no ampara, al extremo de que está bien plantado y mejor dispuesto a engatusar al sujeto desprevenido, tanto más si ese sujeto sufre el malestar y la desorientación que genera el declive de la Función-del-Padre en la hipermodernidad.
Las ideas que presenta Loy no son sólo triviales y obsoletas por ser, como acabo de señalar, fundamentalmente narcisistas. Como es habitual en casos de desorientación intelectual semejantes, las presenta con la patina humanista, intentando tocar la fibra sensible de la gente, como habitualmente se dice. Pero Loy, como todos los amantes del budismo, no logran disimular la vanidad de la ignorancia y la nostalgia por la primera experiencia de satisfacción, o sea, la añoranza del sujeto humano por la pérdida del objeto a en la infancia, objeto que suele encarnar la mamá y/o el reconocimiento de papá.
El profesor Loy no lo entenderá así, hecho lógico si se tiene en cuenta sus credenciales académicas. Es decir, no puede estar de acuerdo con lo que yo digo porque ignora el deseo del Otro que lo habita, el deseo de la otra escena que actúa a sus espaldas, o sea, del inconsciente que habla en él y de él.
Se constata así cuando a la pregunta de la periodista Ima Sanchís, ¿Qué desmontó usted?, Loy responde: «Crecemos con la idea de que estamos separados del mundo: Yo estoy aquí y el mundo está ahí fuera. Lo que el budismo llama liberación es soltar esa identificación con el yo y darte cuenta de que no existe la dualidad.»
Tras oír esa nostálgica respuesta, respuesta que denuncia la denostación de la separación infans/mamá, la periodista le dice «La teoría nos la sabemos…».
Yo dudo de que sea así. Es decir, dudo que Ima Sanchís conozca la teoría de la que habla Loy. Lo dudo por las preguntas que ella formula. Dudo, en suma, que Ima Sanchís sepa que su entrevistado habla de una forma de neopanteísmo, y que esa construcción intelectual es la respuesta de algunos hombres de Oriente a la falta-a-ser, o sea, una respuesta oriental a la carencia ontológica del sujeto humano. Sea como fuere, de lo que estoy totalmente convencido es que el profesor Loy no sabe de qué habla, pues todo indica que desconoce el origen, el sentido y la función de lo que acaba de decir. Este maestro zen no sabe, entre otras cosas básicas y al mismo tiempo esenciales, que el sujeto humano antes que hablar es hablado por el Otro, esto es, por el inconsciente que lo habita, y que él mismo verifica este descubrimiento psicoanalítico.
Pero Loy desconoce otras cosas. En primer lugar, cuando los budistas ensalzan la liberación que supone estar unidos al mundo, al Universo, no saben que están elogiando lo peor que podría sucederle a una persona. ¿Qué es eso tan malo? Quedar atrapados en la unión-alienación al Otro Primordial que encarna habitualmente la mamá, pues la salud y la autonomía del sujeto humano suponen la separación de ese lazo amoroso primigenio. En efecto, ¿de qué habla Loy? Habla de una construcción filosófica presidida por un deseo y un horror. El deseo es la alienación-unión al Otro Primordial, y el horror es la castración, o sea, separarse del Otro. En otros términos, ensalzar no estar separado del mundo, estar unido al Universo, a la madre tierra, es una metáfora del perverso, alienante e infantil deseo de hacerse Uno con el Otro, del deseo de hacer del dos Uno, en fin, de estar abrazado a la mamá en el tiempo del complejo de Edipo y antes de la necesaria separación-castración que ejerce la Función-del-Padre. (Al niño: no te acostarás con tu madre; a la madre: no reintegrarás tu producto). El horror a la castración en el budismo tiene un nombre: filosofía de la no dualidad.
David Loy deja nuevamente que el deseo del Otro hable en él. Insiste –cosa que cabe agradecerle, tanto al menos como a los poetas– en mostrarnos el deseo del Otro, nos ilustra, sin saber lo que hace, de la añoranza, de la nostalgia ontológica del sujeto humano por el objeto perdido, cuando dice «… esa percepción de estar separados del mundo que lleva implícita la sensación de carencia, de que algo nos falta, y que nos lleva a buscar fuera (más dinero, cosas, reconocimiento…).»
Lo que proponen los budistas para la falta-a-ser del sujeto humano es una perversa e imaginaria solución. Puede formularse como sigue: Si no tengo a mi mamá, si no estoy unida al primer objeto de amor, el mundo se puede ir a la mierda, no me importa nada, no deseo ningún objeto sustitutorio, en fin, deseo no desear. Tal es la fórmula que define al Principio de Nirvana.
Envueltos con las vestimentas del humanismo, los budistas comprometidos con lo social, como David Loy, persiguen, sin saberlo, el objeto del goce del Otro. Con frondosos acervos terminológicos sin excepción reniegan de los llamados tres demonios o venenos, la codicia, la agresividad y la ignorancia, pero detrás de esa imagen sobrecogedora y beatífica sólo hay el trivial consejo de que los cambios sociales y políticos sirvan para no agravar o promover esos tres venenos. El talón de Aquiles del budismo sociopolítico es unir a esa banal propuesta, que pocas personas dejarían de subscribir, otra incluso más baladí y ante la que la moral budista resulta totalmente impotente, pues no basta con afirmar que la regeneración del sistema político pasa por la transformación personal unida a la transformación social, que deben ir juntas por necesitarse mutuamente. No es suficiente porque la transformación personal no se logra con la meditación cara la pared; y en lo social, tampoco funciona la dulcificación o todo lo contrario de las leyes, por ejemplo.
Nada destacable y nuevo le enseñaron al doctor David Loy, a no ser que se tenga por importante repetir una doctrina trasnochada acerca de la nostalgia ontológica. Le enseñaron dos cosas, que el hombre está en falta y una ilusoria pretensión: que con una idea filosófica, la de la no dualidad, se podía obturar la falta-a-ser. En la hipermodernidad las personas prefieren el móvil, el deporte, la fama, el arte, el dinero, etc., como paliativos para la insatisfacción que caracteriza al deseo. Ninguna diferencia con la propuesta budista, salvo, eso sí, que, a diferencia de los budistas, habitualmente no visten los ropajes del falso humanismo.
He ahí el origen, el sentido, la función y, en suma, todo lo que da de sí la filosofía de la no dualidad. No cabe extrañarse entonces de que Jacques Lacan afirmara que la filosofía era una paranoia. La filosofía budista de la no dualidad es la metáfora del deseo infantil de no separarse del abrazo infantil y narcisista por antonomasia con la mamá, por tanto, una de las formas de renegar de la castración-separación del Otro. En resumen, la filosofía budista constituye una de las construcciones intelectuales básicas de la nostalgia del sujeto humano y del horror a la falta-castración. Nostalgia del Otro que parasita al sujeto humano y que lo pone a trabajar, en esta caso a escribir como lo hicieron los primeros maestros budistas, maestros-esclavos, en realidad, del deseo del Otro para resarcirse de la falta-a-ser con una idea, con una filosofía. El gran problema de la filosofía moral, y en realidad de todo discurso religioso, que es tapona el intelecto, desorienta en el ámbito social y juega a favor del más morboso de los deseos de la criatura humana, como es la nostalgia que está en el origen de las afecciones psíquicas.
El profesor Loy se ha dado a enseñar rancias ilusiones, como son las arcaicas producciones creadas por los hombres de todas las épocas motivados por el deseo de suturar la herida narcisista que sufre el Yo por no ser amo en su propia casa, y recuperar el objeto perdido para siempre y por eso causa del deseo: el objeto a.
Como muchas otras personas que deambulan extraviadas en la hipermoderna sociedad presidida por el seudodiscurso Capitalista, quizá el doctor Loy buscaba una orientación para su existencia, pero lo que encontró fue un síntoma a la medida de su goce. Es decir, halló la horma del zapato del malsano goce al que aspira la pulsión de muerte, un síntoma, en suma, que el pensamiento inconsciente hizo creer al Yo-consciente de este profesor que podría erradicar los síntomas que lo embargaban.
Entre los innumerables aspectos de la sociedad que le pasaron por alto a este maestro zen ordenado en Japón y profesor de Filosofía, uno fundamental es que el Otro social no ampara, al extremo de que está bien plantado y mejor dispuesto a engatusar al sujeto desprevenido, tanto más si ese sujeto sufre el malestar y la desorientación que genera el declive de la Función-del-Padre en la hipermodernidad.
José Miguel Pueyo
Madrid – Girona,
31 diciembre de 2015
De otro inverosímil invento postmoderno:
el coaching de las dos ruedas
el coaching de las dos ruedas
Pues ¿qué actividad puede haber más pintoresca que el coaching sobre
dos ruedas (o en pedales) que preconiza la psicóloga Sara Gallisà?; y
en cuanto a la periodista Mercè Ribé,
no atino a saber en qué medida se consagra en esta entrevista a la
ironía, así como si su desconocimiento en este asunto es más o menos
absoluto, o quizá si conjuga en su proceder los dos
factores.
¿Qué oscura razón ha podido determinar una entrevista sobre la insustancial práctica del coaching sobre
dos ruedas? Y es que a no ser que se
pretenda introducir la confusión o vender humo sobre tan peregrina
práctica, no se atisban mejores consideraciones, siempre que se dejen de
lado, claro está, las epistemológicas y éticas.
De la originalidad
De la originalidad
La originalidad y aun notoriedad que parece anhelar Sara Gallisà,
son correlativas a la trivialidad de su propuesta. Tanto más por
precisar el respaldo del otro institucional: «quiere que quede
claro –dice Mercè Ribé- que ejerce ese tipo de coaching –se refiere a la práctica de Sara Gallisà- con certificado del COPC (Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya)». Esa
necesidad de respaldo institucional se ve pues subrayada cuando la coaching apela a las garantías del COPC (Colegio Oficial de Psicólogos de Catalunya) sobre los beneficios
del coaching a pedales; siendo, por el contrario, como todo el mundo conoce, que esta institución no puede garantizar lo que ella pretende.
Quede pues ese particular llamado al padre –encarnado en esta ocasión en la institución- para quienes tal vez no lo han tenido, al menos en la función que se espera de él; y es dable recordar que el llamado a la institución como remedo de ese déficit no es en modo alguno la mejor opción.
Quede pues ese particular llamado al padre –encarnado en esta ocasión en la institución- para quienes tal vez no lo han tenido, al menos en la función que se espera de él; y es dable recordar que el llamado a la institución como remedo de ese déficit no es en modo alguno la mejor opción.
Otro nombre postmoderno para lo que siempre existió
El coach (palabra inglesa que significa «entrenar», y que
como método consiste en instruir a una persona o a un grupo, con el
objetivo de conseguir alguna meta o desarrollar
habilidades específicas), explica Sara Gallisà «acompaña, y con
motivación y acción se consiguen cambios importantes». Y por si esta
sugestiva afirmación no fuera suficiente, agrega el sentido de
una prepuesta que además de no ser original –la realizan desde
siempre los padres de familia cuando salen a dar un paseo en bicicleta
con sus hijos, por ejemplo- no siempre es operativa: «Unimos
los talleres de crecimiento personal propiamente dichos con el
deporte físico, que ayuda también a descargar adrenalina y así a
sentirse mejor.»
¿Pero qué significa descargar adrenalina? Imprecisiones semejantes son las que suelen propiciar las más disparatas conjeturas, y, por lo mismo, conviene que alguien las evite, o al menos las puntúe. Es obvio que habría que señalar mejor que el ejercicio físico, pasear, reírse, hacer el amor, incluso escuchar música estimulan habitualmente la producción de endorfinas, que siendo considerada la hormona de la felicidad, es también uno de los mejores antídotos naturales contra el estrés, el dolor, la depresión, o la ansiedad.
¿Pero qué significa descargar adrenalina? Imprecisiones semejantes son las que suelen propiciar las más disparatas conjeturas, y, por lo mismo, conviene que alguien las evite, o al menos las puntúe. Es obvio que habría que señalar mejor que el ejercicio físico, pasear, reírse, hacer el amor, incluso escuchar música estimulan habitualmente la producción de endorfinas, que siendo considerada la hormona de la felicidad, es también uno de los mejores antídotos naturales contra el estrés, el dolor, la depresión, o la ansiedad.
En cuanto a lo que distingue al coach del psicólogo convencional, no es susceptible de presentarlo, contrariamente a lo que hace esta coaching, del lado del objeto de su actividad (esto es, psicopatologías como objeto del psicólogo; cambio de habilidades y aptitudes por parte del coach). Así es porque el psicólogo puede ser competente en esto último, ya se trate de valores, trasgresiones, temores, inhibiciones, etc. Desconozco el motivo por el que esta coaching no puede comprender la falacia que ella repite «En terapia [práctica del psicólogo] hay patología, y en coaching, no…, el coaching lo primero que tiene que hacer es diferenciar si un cliente tiene patología o no.»
Así las cosas, habría que preguntar a esta coaching, dado que no es lo de menos, ¿qué instrumentos diagnósticos emplea para detectar que una persona que decide hacer
un coaching no tiene una patología? ¿Acaso Sara Gallisà pasa un test de personalidad o meramente de aptitudes antes de empezar el coaching, y
cuáles. Y de no
confiar en esas herramientas, tal vez sí confía en otras que se han
demostrado no menos inadecuadas e ideológicas, como el DSM (Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), o el
Eneagrama.
Sobre la no menos falaz y socorrida apelación al tiempo…
Sobre la no menos falaz y socorrida apelación al tiempo…
Como viene siendo habitual cuando se dejan al margen los aspectos
básicos y esenciales de las prácticas destinadas a mejorar la vida de
las personas, esta coaching llama en
esta ocasión en ayuda de lo que propone, al tiempo y, para más inri,
a lo profundo: «Hay terapias que no son tan efectivas…, se alargan en
el tiempo…, el psicólogo coach se
sustenta en un modelo teórico y tiene herramientas para afrontar un proceso de coaching porque puede llegar a estructuras más profundas…»
El resultado de ello, o sea, de la desorientación tanto como de la falta de concreción, es el que uno imagina: el peor para las personas ingenuas, desprevenidas y/o confiadas por distintos motivos.
El resultado de ello, o sea, de la desorientación tanto como de la falta de concreción, es el que uno imagina: el peor para las personas ingenuas, desprevenidas y/o confiadas por distintos motivos.
Girona, 2/11/2013
José Miguel Pueyo
¿Qué cabe esperar del coach transformacional de la coach
y psicóloga Cristina Naughton?
En la entrevista del periodista Víctor-M. Amela,
para La Contra de La Vanguardia,
09/08/2014, ¡«Hay mucho más para ti en el mundo! Pisa fuerte y sonríe», esta
psicóloga y coach, con sus 72 años, se
reafirma en lo que de alguna manera presenta en su página web de empresa
(www.centrodecoachingcristinaughton.com
En realidad, Cristina Naughton aporta pocas novedades a la moda del coaching, esto al entrenamiento mediante el cual una persona o a un grupo de ellas intentan conseguir alguna meta o de desarrollar habilidades concretas. En el ámbito deportivo el coach (entrenamiento) en ocasiones funciona, pero no siempre. Las variables que no comtempla son muchas. De ahí que el coaching sólo funcione cuando por una u otra razón esas variables, llamémosle ocultas por pertenecer al deseo inconsciente y al goce de las personas, colaboran al fin perseguido. Se comprende entonces las críticas teóricas al coaching, pero también en razón de sus trasnochados recursos prácticos. Y es que habitualmente conjuga elementos de mediación con la persuasión de toda la vida y, por ende, no es ajeno al aprovechamiento de la delegación de poderes al coaching o al terapeuta por parte de una persona o un grupo de personas, quien/es, por razones psicológicas, sociales, económicas o de cualquier otro tipo, cree/n que el coaching, por ejemplo, está capacitado para dar una respuesta correcta e incluso solucionar el problema que se trate.
Lo que antecede se confirma de algún modo cuando vemos
que a preguntas como ¿Creencias políticas? de Víctor-M. Amela, la Sra. Cristina
Naughton responde con un tópico, «Igualdad de género, justicia social y
democracia». Todo el mundo, creo, subscribiría esa consideración. Pero si
alguien no quiere ser tildado de demagogo, debería saber que la defensa de la «igualdad
de género» requiere especificar de manera clara y sin reservas que la ineptitud
no conoce el sexo. Esta cuestión, que a primera vista puede resultar baladí, no
creo que lo sea en absoluto, entre otras cosas porque alguien podría suponer
que lo que se ha dado en llamar corrección política no afecta al coach. Peor incluso es la respuesta de
Cristina Naughton a la pregunta sobre las creencias religiosas. Dice sin tapujos
«Creo en una cosa superior, no importa su nombre». A la puerilidad de esta
consideración habría que agregar que no es igual el nombre que tenga esa cosa
superior. En esta ocasión hubiese bastado tan sólo con utilizar el pensamiento
y leer los periódicos o ver la TV., para advertir que en modo alguno es lo
mismo que esa cosa superior en la que cree Cristina Naughton, se llame Atón-Ra,
Odín, Pacha Mama, Brahma, Buda, yod-hei-vav-hei: יהוה (YHWH), Jesucristo o Mahoma.
La idea teórica que destaca repetidamente Naughton,
y que, por lo mismo, cabe entenderla como fundamental y esencial de su trabajo,
concierne al caudal positivo que tenemos los humanos, y que ese caudal o potencialidades
positivas, dice, se encuentran en muchas ocasiones soterradas por determinados
factores. Hasta aquí nada más una idea que entraría en líneas generales en el
marco de la psicopatología clásica. Sin embargo, cabe reprocharle a esta coach no subrayar suficientemente que el
sujeto humano es capaz de lo peor y también de las hazañas más sublimes, por lo
que las potencialidades a las que se refiere pueden ser para lo mejor (de uno)
y para lo peor (también de uno y de los demás). Lo que si le interesa a esta coach internacional desde hace 30 años es
repetir que antes que ella había el coaching
transacional, que según afirma corrige un conflicto específico, pero ella ha
inventado el coaching
transformacional. ¿En qué consiste? Bastan tres requisitos, como son preguntarse
«qué te deja incómodo, plantearte cómo te gustaría que te saliera… ¡ponte en
acción!» para conseguir nada más ero también nada menos que «Mejorar tu energía
corporal, emocionalidad y creencias profundas: te transformas».
Estamos acostumbrados a leer propuestas
surrealistas en libros de autoayuda, a escuchar no mejores peroratas a terapeutas
de una y otra escuela, así como monsergas narcóticas a gurús y maestros
espirituales y de filosofía de toda índole y condición, y ahora, aunque no
constituye novedad alguna, tenemos las aseveraciones, sin duda
desproporcionadas en lo teórico y el clínico, de la fundadora del coaching transformacional, quien sin ningún
embarazo y haciendo gala de estar fuera de la realidad cotidiana se atreve a
aseverar que «No nos han educado para apreciarnos, sino para rendir cuentas».
Para luego aconsejar: «¡Basta de eso! Hazle ver al otro lo mucho que te
aprecias. ¡Ahí tendrás tu tesoro!». Bueno, lo del aprecio no hace falta que se
lo diga Iñaqui Urdangarin, Díaz Ferrán, Lance Armstrong, Jaume Matas, y más
recientemente Jordi Pujol y el clan Pujol en general.
Almudena
Grandes, como tantas otras personas, desearía haber sido uno de los grandes
casos Freud
«Si Freud me
hubiera conocido, el complejo de Edipo se llamaría complejo de Almudena»
Así se lee en El País Semanal. (Cara y Cruz), 7 de Marzo del 2014, de la mano del
periodista Juan Cruz.
Almudena Grandes,
según Juan Cruz, lleva la escritura en su ADN. En su casa, enfrentada al
ordenador en el que escribe sus novelas, encuentra la calma. Cotilla confesa
por necesidad profesional, publica este mes ‘Las tres bodas de Manolita’. Es la
tercera novela de las seis que configuran ‘Episodios de una guerra
interminable’
Veamos la entrevista de Juan Cruz a
Almudena Grandes.
–Hablemos primero sobre la calma…
–Esa desconocida…
Quise plantearle esa cuestión a Almudena
Grandes porque es muy difícil asociar a esta mujer grande, de risa asaltada por
el humo del tabaco y de ojos inquisitivos y cariñosos, con la palabra calma. Su
casa, donde escribe “desde que los demás se van a clase o al trabajo”, respira
sosiego y recuerdos, pero ella misma solo se calma cuando escribe. “Para mí la
escritura es como una vida paralela”.
Así que ahí se serena, en ese escritorio
que hubiera envidiado Galdós, aunque quién sabe qué hubiera hecho su admirado
novelista canario ante este ordenador inmenso que mira Almudena desde que se
queda sola.
Su nueva obra, que sale ahora publicada
por Tusquets, se titula Las tres bodas de Manolita y es el tercero de
seis episodios en los que se propuso contar la interminable posguerra española. Cuando lo abres y comienzas a leer esta
escritura minuciosa y calma, en seguida te viene a la mente aquella Almudena
activa, que no para ni en la casa ni en el mercado ni en la calle ni en los
bares, donde habla e inquiere con una velocidad que ya lleva su nombre, la
velocidad de Almudena.
Pues aquí se
apacigua, y de ahí proceden estos volúmenes. Alrededor del ordenador están sus
cajas estrujadas de tabaco, hay fotos de amigos (el poeta Ángel González es
como uno de los santos laicos de estos altares) y hay abundante material
gráfico de los libros que ya publicó, sobre todo de estos Episodios de una
guerra interminable al que corresponde Las tres bodas de Manolita.
Es una casa (en la que vive con su marido,
el poeta Luis
García Montero) de la que
ahora se van los hijos (“van y vienen, viven cerca”), pero donde hay sillones y
sillas por doquier, y mesas, y rincones que, cuando se hace de noche (sobre
todo si hay partido y juega el Atlético de Madrid, su equipo), se llenan de
amigos, entre los que estuvo Ángel González y entre los que siguen viniendo
Joaquín Sabina, Chus Visor, Benjamín Prado… Es un hogar, por así decirlo, de familia
numerosa, acaso como estos propios libros de Almudena Grandes.
Así que es dos Almudenas, la que vive en
el barullo y la que se queda sola en casa. “Aprendí hace mucho tiempo que para
escribir novelas tenía que aislar mi vida verdadera de la vida de la novela… Lo
que no puede pasar es que cuando seas feliz, todo lo que pase en la novela sea
estupendo, y que cuando estés mal, todo lo que ocurra en el libro resulte un
horror”.
Para que se concentre en la obra, “el
escritor ha de gestionar la soledad”. Esa respiración solitaria es la que
confiere sosiego: “Cuando me levanto, entro en mi despacho, enciendo el
ordenador y me enfrento a lo que he escrito, entro en un espacio que es
exclusivamente mío y en el que no dejo que nada me preocupe”.
Va sola, escribe sola, pero en la cabeza
hay un volumen de hechos, de diálogos y personajes. Como en Las tres bodas
de Manolita. Me la imagino dando manotazos a la vida cotidiana para
encerrarse al fin con toda esa enorme familia de ficción. “Me da vergüenza contar
estas cosas, sobre todo en los institutos, porque los chicos me miran como si
fuera una médium con experiencias paranormales… La verdad es que tengo un
sistema de trabajo que me permite saber mucho de la novela antes de empezarla;
antes de escribir la primera palabra, trabajo durante meses en un cuaderno”.
En los cuadernos se cuenta la historia a
sí misma, traza los personajes por separado, cómo son, qué les ha pasado… Es
como si construyera un edificio en el que hay cronologías, sucesos, gente, y
todo eso está en la cabeza que al fin se sienta delante del ordenador que
hubiera envidiado Galdós… Pero cuesta imaginar que tuviera ya las seis novelas
de la serie en la cabeza. “Me enganché a la historia contemporánea de España
cuando estaba empezado a escribir El corazón helado (2007). Desde entonces solo leí libros
relacionados con la posguerra, solo veía cine de posguerra, y vi fotos, todas
las fotos que pude de esa época… Un día ya me imaginé las seis novelas y vi que
era capaz de contármelas a mí misma… Supongo que porque tengo la suerte de
mezclar memoria y cotilleo, las condiciones que debe tener un novelista según
Juan Marsé”.
Muy cotilla “porque con la propia vida no
vas a ninguna parte, necesitas nutrirte de la de los demás”, y además has de
tener mucha memoria “para almacenar y poder contar cuando te conviene”. Un día
llamó a su editor en Tusquets: “Juan Cerezo estaba en Londres, y se quedó de
piedra cuando le dije que iba a empezar a escribir una serie de seis novelas.
‘¿Por qué seis?’, me dijo”. Se acordó de don Benito Pérez
Galdós y de sus
Episodios nacionales.
–Pero ímpetu y Almudena es lo mismo, ¿no?
–Bueno, sí; ímpetu cuando acierto, pero
también cuando me equivoco. Es verdad que soy enérgica…
–Y habrá tenido momentos lánguidos…
–Que han sido normalmente buenos; pero
también he tenido episodios de desactivación. Es verdad que soy muy tenaz, es
un rasgo de mi carácter: nunca doy una causa por perdida.
Una vez escribió (Castillos de cartón,
2004): “Estábamos en 1984 y teníamos veinte años, Madrid tenía veinte años,
España tenía veinte años y todo estaba en su sitio”. Ahora el tiempo lo ha roto
todo, ¿o lo hemos roto nosotros? “No creo que haya sido el tiempo; aquel
fenómeno era verdadero, yo lo vi, era adolescente en una ciudad y en un país
adolescente. Como todos los momentos de gran felicidad en la vida de las
personas, de las naciones, tenía un porcentaje importante de ilusión; era real
porque las ilusiones y las fantasías son reales, pero esa exaltación tenía
bases frágiles. Y ahora vivimos, como decía José Álvarez
Junco, en una
democracia hermética, en un país anonadado”.
Como observadora de las heridas que
quedaron, ¿cuándo acabó la guerra? “Cuando llegó la democracia… ¿Sabes por qué
mi protagonista se llama Manolita y por qué en todas partes hay una Manolita?
Son homenajes distintivos de los que te das cuenta después de poner ese nombre
a la Manolita de Las bicicletas son para el verano, de Fernando
Fernán-Gómez. Al final de
esa obra, el niño le dice al padre: ‘Pero, papá, ahora que se ha acabado la
guerra, el verano que viene me podré comprar una bicicleta porque ya estaremos
en paz’. Y el padre le dice: ‘Hijo, no ha llegado la paz. Ha llegado la
victoria’… Es lo que creo que pasó en España, y en Manolita… se repite mucho:
una joven muy desarmada, que no es de buena familia ni tiene dinero, de repente
observa que la paz se ceba con ella, la echan de casa, encarcelan a su padre,
se queda con unos niños pequeños, y en seguida empieza a sentir que la paz ha
traído otra guerra a su vida. Para esta gente, la guerra se terminó cuando
llegó la democracia, cuando se cerró el paréntesis de aquella guerra prolongada
por la paz, que no fue una paz, sino una victoria, como decía Fernán-Gómez”.
Todos los libros de Almudena pueden contar
la historia de Almudena, la de sus padres, la de sus barrios madrileños… En sí
misma, la historia de su padre, Manolo, es una novela: ferretero, vividor,
mujeriego, obsesionado “porque me fuera bien en la vida, porque me dieran
premios”… Y la de la madre, Benita (todos la llamaban Moni), que murió cuando
la escritora tenía 22 años…
Soy muy tenaz,
es un rasgo de mi carácter, nunca doy una causa por perdida. Bisabuelos y
abuelas excéntricas o desaparecidas, historias familiares que parecen
habitantes de los cuadernos de sus ficciones, y cuyo enunciado solo sería otra
novela de Almudena
Grandes. De todo ello,
una curiosidad: ¿por qué se enfadó con su madre? “No fue enfado exactamente.
Ocurre que una persona te puede querer mucho, pero no comprenderte en absoluto…
Lo que sucedió con ella pasó con todas las mujeres de mi generación… Cuando las
madres de las mujeres italianas, por ejemplo, eran feministas y quemaban el
sujetador, mi madre vivía en el siglo XIX, en un país donde el estatuto
jurídico de las mujeres era decimonónico, y el código penal, ni te lo cuento…
Esa diferencia producía un elemento inconsciente de hostilidad hacia nuestras
madres. Había un océano de incomprensión muy grande que las mujeres que han
tenido la suerte de no perder a su madre tan pronto han podido resolver.
Después de haber llorado a mi madre, lloré un montón con la dedicatoria de Usos
amorosos de la posguerra española, de Carmen Martín Gaite, que dice: “A los hijos
de las mujeres de mi generación con la esperanza de que entiendan mejor a sus
madres”.
Manolo, el padre, fue un cómplice, sin
embargo. Vivió hasta 2005. “Era un trueno, un señor muy inclasificable. Tenía
73 años cuando murió, mi madre había muerto con 47… Si Freud me hubiera
conocido a mí, el complejo de Edipo se hubiera llamado Almudena porque estaba
enamorada de mi padre y del padre de mi padre. Era un francotirador total, un
trueno…”.
–Mi padre siempre temía que yo fracasara.
Ahora, cuando me dan un premio u ocurre cualquier cosa que le hubiera halagado,
yo digo: “¡Qué putada, papá, qué putada…, si en realidad te lo habrías pasado
mejor que yo!”.
–La calma, pues…
–La calma hubiera sido que él estuviera
aquí todavía, que estuviera mi madre… Pero la vida es así de cabrona. Ya no
están ellos, pero en general me siento una persona afortunada.
En la puerta de salida hay unos papeles
con versos de Cernuda, de Ángel
González, de Bécquer. Los deja la hija de Luis, Irene, que
hasta hace nada vivía con ellos. Y con ellos se ha quedado Elisa, la hija de
ambos. “Sí, la vida es sabia y cabrona, pues te acaba jugando la pasada
habitual, y ahora me encuentro diciéndole a mi hija adolescente las cosas que
mi madre decía, haciendo lo que ella hacía… Es normal, es así, solo que yo tuve
la mala suerte de perder a mi madre a los 22 años”. La oyes hablar y entiendes
que después del trueno de la vida y de las nostalgias que esta deja, la
escritura calme el semblante de Almudena Grandes.
Una vez más se constata cómo la desorientación teórica y clínica se apoya en la ideología, y cómo ese desafortunado encuentro no puede sino desorientar a más de un lector de La Contra de La Vanguardia.
Lorna Smith. Vivo ejemplo de cómo la desorientación clínica se apoya en la ideología y en ilusorias intenciones.
Una vez más se constata cómo la desorientación teórica y clínica se apoya en la ideología, y cómo ese desafortunado encuentro no puede sino desorientar a más de un lector de La Contra de La Vanguardia.
El agente de tan turbadora y mítica trasmisión de saber es en esta ocasión la profesora de la Universidad de Utah Lorna Smith. Sus 83 años de edad y todas sus investigaciones en el campo de la psicoterapia, concretamente de la Terapia Reconstructiva Interpersonal, sólo le han permitido conformar un discurso en el que no faltan errores teóricos tan graves como «La naturaleza nos programa para obedecer a nuestros padres», o de ideológico y enajenante talante como «La ciencia es una manera de admirar y de estudiar el trabajo de Dios.»
Tal vez cuando esta profesora de Utah, que sigue la moda de lo que vengo denominando Metáforas sin conciencia, sostiene que «Los gobiernos deben crear condiciones para que los niños crezcan sobre una base segura», está pensando que la «base segura» para que los niños crezcan sanos y cívicos es que crean que son, como cuanto habita en el mundo, obra de Dios. Lo que sin duda no se ha parado a pensar esta profesora norteamericana, quizá porque su historia personal no se lo permite, es que obra de Dios eran los desalmados dominicos de la Santa Inquisición, y creados asimismo a la imagen y semejanza de un Ser Supremo, al menos para los acólitos de las religiones del Libro, fueron los yihadistas que cometieron los luctuosos acontecimientos de la estación de Atocha, las Torres Gemelas y la discoteca Bataclan.
El año 1953 Lacan advertía al psicoanalista, «Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época». Este interesantísimo y novedoso cruce entre el discurso sociocultural y lo individual es algo que han olvidado, quizá porque lo ignoran absolutamente, algunos críticos de la cultura, desde Gilles Lipovetsky a Zygmunt Bauman, pasando por Gilles Deleuze y Jean-François Lyotard. Pero lo desconoce más aún la psicoterapeuta Lorna Smith, pues contrariamente a su afirmación de que «La naturaleza nos programa para obedecer a nuestros padres», se trata de que el padre, como Dios, al menos en algunas latitudes del planeta, ha muerto. Los antiguos dioses han sido reemplazados por la vorágine de los objetos del mercado de consumo, objetos que siendo los del capitalismo salvaje consumen al sujeto en el consumo de lo trivial que oferta ese nuevo Señor que es el capitalista… Cierto, absolutamente es así, los rojos tampoco son almas de la caridad. Pero si hay un verdadero amo absoluto ese amo no es otro que el inconsciente, un ámbito en el que habitamos y que determina cuanto hacemos, pensamos y hacemos. Se trata de un ámbito que nos espera desde siempre, pues no hay sujeto humano que no esté conformado en lo que es por la relación con el lenguaje atravesado de deseos del Otro familiar, Otro que está inscrito en un Otro más amplio, el Otro sociocultural… Ya saben ustedes, no es lo mismo haber nacido en Valladolid que en Catalunya, por ejemplo.
Muestra inconfundible, pero entre otras igualmente destacables, del desconocimiento teórico-clínico de Lorna Smith es su afirmación de que «los síntomas del trastorno mental (ansiedad, rabia y depresión) son consecuencia de una mala adaptación». Es decir, según esta psicoterapeuta una persona adaptada, pero ¿adaptada a qué? sería una persona sana. A este despropósito teórico y atentado contra la ética se suma el acento puesto en las emociones y los sentimientos, a los que alude cuando habla de «cerebro primitivo», ya que al hacerlo así se descuida lo fundamental, esencial y crucial en la determinación del modo de ser de una persona. Me refiero al complejo de Edipo y en éste al eje normativizante esencial que, pudiendo ser ejercido por cualquier persona, es la Función del Padre. Otro error clínico mayúsculo es confundir, como hace Smith al referirse a los «tres patrones de copia», la imitación, la copia con la identificación, aspecto mucho más complejo y siempre inconsciente. Quede también claro en este punto que la educación, aunque necesaria no es suficiente para que un niño sea sano y juzgue adecuadamente a su entorno. El psicoanalisis nació por el declive de la clínica psiquiátrica y porque la educación falla.
Lo que Lorna Smith se atreve a sostener sin apuros, permitirá incluso al lector más descreído admitir el acierto de Lacan cuando recordaba que la psicoterapia, la que Smith defiende sobremanera enmascarada en ilusorias intenciones, conduce a lo peor, valga agregar por mi parte en lo teórico, en la clínica y el plano ético.
Girona, octubre de 2019
José Miguel Pueyo
Jon Kabat-Zinn, promotor
del mindfulness en Occidente
En realidad, este
amante del yoga y de la meditación no miente, al menos al precisar que estas
prácticas sólo consiguen paliar el dolor, los efectos del cáncer o de las
enfermedades del corazón, nada más. Pero a renglón seguido le puede la dimensión
persuasiva del gurú y sin reparo afirma que la atención plena consigue cambiar
el cerebro, activar y desactivar genes, y distraer la mente. Él dice que lo ha
conseguido –cosa a dudar por lo que afirma– levantándose a las cuatro de la
mañana, y dedicando una hora diaria a meditar y otra hora a practicar yoga.
Las neurociencias, en esta ocasión de la mano de Nils Bergman, validan una vez más los descubrimientos psicoanalíticos. Sin embargo, Nils Bergman desempolva, entre otras tesis, una no ajena a limitaciones y fundamentalmente errónea, como es la del trauma del nacimiento, que el psicoanalista Otto Rank presentó el año 1923. Aseverar, por otra parte, al modo que lo hace este experto en neonatología y salud materno-infantil, que la «separación madre-bebé… afecta a la salud y durante toda la vida…», y añadir la no menor boutade y error mayúsculo de que «Si el cerebro del bebé percibe que este mundo es un lugar difícil, en lugar del circuito de la oxitocina (llamada hormona de la felicidad) conecta con el cortisol (hormona del estrés y de la agresividad)», es ignorar muchas cosas respecto de la constitución de la subjetividad, sus avatares y sus resultados.
Girona, abril de 2014
José Miguel Pueyo
Cuando las neurociencias
validan los descubrimientos psicoanalíticos...
Las neurociencias, en esta ocasión de la mano de Nils Bergman, validan una vez más los descubrimientos psicoanalíticos. Sin embargo, Nils Bergman desempolva, entre otras tesis, una no ajena a limitaciones y fundamentalmente errónea, como es la del trauma del nacimiento, que el psicoanalista Otto Rank presentó el año 1923. Aseverar, por otra parte, al modo que lo hace este experto en neonatología y salud materno-infantil, que la «separación madre-bebé… afecta a la salud y durante toda la vida…», y añadir la no menor boutade y error mayúsculo de que «Si el cerebro del bebé percibe que este mundo es un lugar difícil, en lugar del circuito de la oxitocina (llamada hormona de la felicidad) conecta con el cortisol (hormona del estrés y de la agresividad)», es ignorar muchas cosas respecto de la constitución de la subjetividad, sus avatares y sus resultados.
Baste indicar que desde los estudios del
psicoanalista inglés John Bowlby (1907-1990), a partir del año 1944, sobre
niños que habían sido abandonados, se conoce que la criatura humana busca la
proximidad física y la relación afectiva con los adultos, sobre manera de su
misma especie, y que esa primaria motivación, innata, la comparte el cachorro
humano con otros animales. Trátase del primer reto del infans (del niño que
todavía no habla) en la constitución de la subjetividad, pero también del
adulto que lo acompaña. Así es porque se trata, en primer lugar, de mantener la
homeostasis fisiológica y emocional del niño. La homeostasis es una de las
respuestas fundamentales que se espera del adulto frente a excitación de las
pulsiones de vida del niño, homeostasis que concierne de manera muy clara al
adulto, ya que debe tener presente la intromisión que ejerce en el niño en
forma de excitación, pues él, además de acoger al niño, lo narcisiza (produce
la unificación del cuerpo y, correlativamente, perimte la conformación del Yo
Ideal), erogeniza el cuerpo del niño, y lo nomina (le da un nombre-lugar en el
linaje familiar). Esos factores son constitutivos de la subjetividad, de la
singularidad del niño que tiene que advenir un adulto sano. Es conocido que la
proximidad física y la relación afectiva que busca el niño responde desde la
época de Bowlby al nombre de «vínculo del apego»; y es dable subrayar que
siendo una característica fundamental en el desarrollo del sujeto humano, el
vínculo del apego produce seguridad y autoestima en el sujeto a advenir,
mientras que los déficits en ese vínculo en la edad infantil (por madres-frías,
padres ausentes y/o ansiosos; hijos no deseados real o imaginariamente,
abandonados o maltratados, por ejemplo), dan lugar a trastornos del carácter,
aversión social y a vínculos sociales inestables en la vida adulta. Y creo que
no hace falta recordar las experiencias del célebre alienista Philippe Pinel
(1745-1826) y el médico y pedagogo Jean Itard (1774-1838), en el París del
siglo XVIII, pues si bien el cachoro humano puede sobrevevir al abandono, tal
fue el caso del niño salvaje Víctor de Aveyron, su desarrolo afectivo,
cognitivo, social y del lenguaje se detienen en un punto muy primario y sin
posibilidad de mejora.
Pero el factor lo crucial, decisivo para el
adecuado desarrollo de cada uno de nosotros, no es sino la reactualización de
una separación, la reactualización de un trauma (trauma del nacimiento), por
decirlo así, en el tiempo del complejo de Edipo (antes de los cinco años).
Bergman parece desconocer a que se refería Freud cuando hablaba de la «primera
experiencia de satisfacción» con el Otro primordial, habitualmente encarnado en
la madre, y que la separación de esa alienación inicial y necesaria, dada la
prematuración del cachorro humano, la ejerce la Función del Padre.
Así pues, la existencia del trauma del
nacimiento no puede dejar al margen, cosa que equivocadamente hizo Otto Rank,
ese factor esencial en la configuración del modo de ser y de la elección de
objeto sexual de cada uno de nosotros que es la Ley Primordial del Incesto (castración
simbólica) que opera la Función del Padre en la «primera experiencia de
satisfacción» (valga decir, en la célula narcisista conformada por el bebé y el
abrazo materno). En cuando a los morbosos efectos del «hospitalismo»,
experiencia traumática magníficamente descrita por el psicoanalista austriaco
René Spitz, me permito recordar que una separación-carencia afectiva del niño,
más si éste carece también durante más de cinco meses de la palabra del otro,
(pero no sólo de la madre), genera habitualmente los síntomas del marasmo
afectivo y, en ocasiones, la muerte.
Los psicoanalistas constatamos un día sí y otro
también el sempiterno deseo del sujeto humano de retornar a la muchas veces
imaginada «primera experiencia de satisfacción», y aunque se trata de un
intento siempre fallido, no es por eso es menos el anhelo de Ser. (La
falta-a-ser, -el que no seamos dioses y tampoco animales-, nos impele a Ser, y
ese mismo deseo, por consiguiente, denuncia una nostalgia estructural que nos
lleva a realizar hazañas inverosímiles pero también los mayores crímenes).
Ese deseo, por excelencia morboso, narcisista y
perverso del abrazo con la mamá, es, como digo, el deseo más perenne del
hombre; deseo que muestra que el hombre es un ser que detesta serlo, o sea,
destesta ser-en-menos, castrado de goce-Todo. He ahí su auténtico horror, y la
nostalgia apuntada. En resumen, el sujeto humano es un ser que aborrece estar
en menos por haber dejado de ser, de alguna manera, el 'His Majesty the Baby'
(todo para el Otro: donde dos hacen Uno, signo del amor en la versión
narcisista de completud). Constituye pues ese anhelo, como se habrá advertido,
lo peor que es dable desear. ¿Qué denuncia ese deseo? Denuncia, como acabo de
apuntar, que en nuestro fuero interno, de esta o aquella persona, no se ha producido
la represión (sepultamiento, en términos de Freud, de la tendencia al goce), al
menos no del todo, en suma, de la malsana tendencia que aboca a no pocas
personas al intento de recuperar, habitualmente en los objetos de la realidad
-dinero, sexo, drogas, poder, aficiones, logros deportivos, etc., etc: i(a)-,
la «primera experiencia de satisfacción» y el objeto del goce: a; y de
ordinario ese mismo deseo de goce-Todo (abrazo narcisista con el Otro), se
convierte en síntomas que afectan, en ocasiones de manera muy punitiva, a la
vida psíquica y/o al cuerpo.
En cuanto al complejo de Edipo, como sin duda
muchos de ustedes conocen, se trata del pasaje de la necesaria por un tiempo
alienación al Otro (fusión narcisista con la madre) a la funda-mental separación
del bebé de ese Otro (encarnado habitualmente en la madre, como he indicado),
pasaje-separación que produce por la también mencionada Función-del-Padre. Por
consiguiente, escapar de la fusión narcisista, del apego infantil es tanto como
esquivar la causa de los mayores pesares, también de las psicosis, entre otras
patologías). A esa necesaria castración-separación-exclusión del narcisismo
originario del Otro que nos habita debemos la salud psíquica, y a esa
benefactora función es a la que está convocado el padre (función:
Función-del-Padre, dado que puede ejercerla cualquier persona, indistintamente
de su sexo) desde los orígenes de la cultura, como acertadamente demostró
Freud.
José Miguel Pueyo