Sin diván
Alfóns Quintà y la violencia de género.
La trágica muerte de la doctora en medicina Victoria Bertrán de un tiro en la cabeza disparado por su esposo, el periodista Alfons Quintà, quien posteriormente se suicidó con la misma escopeta de caza con la que había matado a su esposa, debería alertarnos, por un lado, de la ineficacia de las medidas adoptadas por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y las campañas informativo-pedagógicas para prevenir y aun erradicar la violencia de género y, por otro lado, de que la Educación, el Derecho y la Religión, instituciones en las que descansa la cultura, siendo necesarias y deseables, fallan.
Pero, ¿por qué?
Antes de responder a
esta pregunta conviene recordar:
1º. La doctora Victoria
Bertrán, de 57 años de edad, tenía estudios superiores, y trabajaba como médico
en el CAP de Les Corts.
2º. Victoria Bertrán
frecuentaba, por lo mismo, a otras personas con estudios superiores.
3º. En el ámbito
laboral de Victoria Bertrán se conocían las campañas del
Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad para atender y prevenir
los casos de violencia de género.
4º. Los compañeros de
trabajo de Victoria Bertrán sabían, si la información que se ha publicado al respecto es veraz, de la situación de
violencia de género que ésta sufría.
5º. La familia de
Victoria Bertrán, según informaciones contratadas, era
conocedora de la idiosincrasia de su esposo, el periodista Alfons
Quintà, de 73 años de edad. Parece ser que la asesinada llamaba frecuentemente
a su madre para contarle episodios de su
desventurada
vida matrimonial, conversaciones que, por otra parte, no sirvieron para poner
fin a su calvario.
6º. Explica Maika
Navarro, en La Vanguardia, que hace
una década la madre de Victoria relató su pesar al escritor Quim Monzó en
relación con la suerte que podía correr su hija junto a Quintà. Según Monzó, ésta
le confesó desesperada: «Quintà está loco y tengo mucho miedo por mi hija». Asegura
Monzó que intentó tranquilizarla y que le aconsejó que lo denunciara a
la policía.
7º. El matrimonio del conocido periodista, originario de Figueres, y la doctora en
medicina duró más de 30 años.
8º.
Victoria, finalmente, se vio con fuerzas para abandonar a Quintà el pasado
septiembre y, según algunas fuentes, tenía intención de pedir el divorcio.
Desde entonces parece que Quintà deseaba obsesivamente que su esposa volviese
con él.
9º.
Alfons Quintà, tras una delicada operación de corazón, vivía en soledad su
enfermedad y el dolor de la separación. Esa situación y la insistencia del
periodista convencieron a Victoria para volver al lado de su esposo con la
intención de atenderle.
10º. Alfons Quintà, –conocido
escritor y abogado, destapó el caso Banca Catalana, fue asimismo delegado de El
País en Catalunya, y primer director de TV3–, escribió el
pasado octubre,
en el Diari de Girona, en un artículo que tituló La
suerte de morir cogiendo la mano querida: «Aquél que muera intentando coger la mano de la persona que quiere
siempre obrará mejor que aquél que no lo intente. En definitiva, morir todos lo
haremos. Los que tengamos suerte seremos aquellos que cuando lo hagamos
tendremos en nuestras manos aquellas con las que soñamos y deseamos. ¿Habrá
suerte? Chi lo sa. Pero es preferible
a la mejor póliza de seguros de entierro.»
11º.
La malograda Victoria Bertrán nunca denunció a Alfons Quintà ni pudo
desvincularse definitivamente de él.
12º.
Quintà escribió una carta de despedida en la que se quejada de que Victoria le
hacía la vida imposible, que le fiscalizaba y que lo espiaba. Pero tras los
amargos reproches, subrayaba que no soportaría que Victoria lo dejara.
13º.
El periodista que llegó a ejercer de juez disparó a la doctora Bertrán el
pasado lunes 19 de diciembre, alrededor de las 3 de la madrugada. Instantes
después, se suicidó, como hemos indicado, con la misma escopeta de caza.
Sería
deseable que la crueldad de este suceso, por desgracia habitual en diferentes
latitudes, sirviera para pensar la subjetividad, por tanto, para reflexionar
sobre la instancia psíquica que nos determina, el inconsciente, una instancia
que en el caso de ser maligna, que lo es frecuentemente, de nada sirve contra
ella la formación académica, el derecho, la moral o la religión. En otras
palabras, si como es conocido cada una de las personas que habitan el mundo se
conforman en lo que son en el discurso atravesado de deseos del Otro familiar
inscrito en el Otro sociocultural, y siendo la socializadora Función del Padre
el factor esencial del que depende el carácter y el modo de ser en el mundo de
cada una de ellas, es dable recordar la necesidad de solucionar los problemas
que ha generado la novela familiar por medio del psicoanálisis. La práctica
clínica psicoanalítica es una excelente herramienta preventiva de los síntomas
que describe la psicopatología así como de la perversa inclinación a lo peor
que recuerda el proverbio «La ocasión hace al ladrón», un ladrón que ya lo era
y que sólo esperaba la oportunidad para cometer la fechoría. Tal es el caso de
la corrupción en sus distintas formas de presentación.
La
insufrible falta-a-ser que
caracteriza a un ente que no es Dios, como es el sujeto humano, puede hacer
pensar a algunas personas, como pudo ser el caso de Alfons Quintà, que el otro, –en esta ocasión la doctora
Victoria Bertrán–, era el objeto que obturaría la mencionada falta-a-ser y, por ende, el objeto que lo completaría
e incluso que lo haría absolutamente feliz, –me refiero, claro está, a Alfons
Quintà–, objeto que el herido narcisismo yoico del asesino sin duda lo
contempló como suyo por derecho. Estos aspectos cruciales en la llamada
violencia de género, son los que recoge uno de los más célebres y también más enigmáticos
aforismos de Jacques Lacan: «Yo te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti
algo más que a ti, el objeto a
minúscula, yo te mutilo.»
Girona, 23 de diciembre de 2016
José Miguel Pueyo
Huang C. Aguilar, el asesino maestro shaolín
Es conocido que, en la India, el país más
espiritual del mundo, una mujer es violada cada 20 minutos. Ello indica que el
budismo, el yoga en sus diferentes modalidades, así como otras disciplinas y
religiones, como las llamadas del Libro (judaísmo, cristianismo e islamismo) no
garantizan nada –nada bueno para la persona que las profesa y tampoco para las
de su entorno-. Ahora es un maestro shaolín, oriundo del país vasco, fundador
del Monasterio Budista Océano de la Tranquilidad, y campeón del mundo de formas
y armas de kung-fú, en tres ocasiones, y ocho de España, con el K.O más rápido
de la historia de este deporte en nuestro país, Carlos Aguilar, Huang C., de 47
años, quien se hace aún más famoso, en esta ocasión por los crímenes que habría
perpetrado en su gimnasio de Bilbao. En estas horas, la Ertzaintza rastrea la
ría de aquella ciudad en busca de más víctimas del espiritual maestro, dado que
la misma policía ha encontrado esta mañana restos humanos en bolsas de basura, presumibles
víctimas de este deportista de élite y maestro del control emocional mediante
técnicas orientales.
Una alumna del gimnasio de artes marciales de Bilbao ha afirmado a Radio Euskadi que el arrestado sufría un tumor cerebral y está divorciado con dos hijos.
Su nombre original es Juan Carlos Aguilar, y es un conocido maestro de artes marciales que cuenta con su propio gimnasio en Bilbao, después de años de éxitos en el mundo de las artes marciales, ya que fue campeón del mundo de kung-fu tres veces.
Según la página web del monasterio, el Maestro Aguilar lleva difundiendo el que, para muchos, es el verdadero budismo, la filosofía más pura, el que tiene como única finalidad la búsqueda de un estado permanente de satisfacción personal, basado en valores morales, éticos y espirituales difundidos por el patriarca Bodhidharma. Para ello, toma como herramientas el Arco, el Kung-Fu Shaolin, el Tai Chi Chuan, el Chi Kung, el Yoga y la Meditación, junto a las enseñanzas y prácticas Budistas Chan/Zen.
En ese sentido, es extraño que un monje shaolín, un alma pacífica por definición, sea el principal sospechoso de al menos la muerte de una persona y la agresión brutal a una mujer.
Además, respecto al presunto maltrato de una mujer, en alguna entrevista ha llegado a subrayar el poder de la mujer en las artes marciales, por encima del hombre en algunos casos.
Un hombre mediático, entrevistado en muchos canales de televisión y programas de máxima audiencia en la televisión española, también participaba en las ceremonias donde, entre otras cosas, realizaba el famoso paseíllo sobre brasas ardientes.
Manu Giménez. 03/06/2013
¿Por qué nadie me freno antes de matar a
papa?
Cuando la esquizofrenia hace de Jesús una
máquina de matar, también al padre, y el juez, no desconociendo de lo que es
capaz el hijo del hombre, lo deja a merced del Otro-inconsciente que lo habita,
no cabe extrañarse de la lapidaria frase ¿Por qué nadie me frenó antes de matar
a papá?
El padre de Jesús llamó a la puerta del juez de
tutelas y a los servicios sanitarios del 061 de Santander, y luego de exponer
el caso del reiterativo maltrato que estaba sufriendo su familia por parte de
su hijo, obtuvo de los especialistas la callada por respuesta.
Resultado: el padre de Jesús asesinado a manos
de su hijo; éste encerrado, tal vez por vida, en un psiquiátrico; mientras que
el juez arrastra la pena de su inhabilitación, así como su esquizofrenia,
psicosis que padecía años antes de saber del caso que lo ha sacado de su
anonimato.
«El asesino es excepción: llegar a matar es muy difícil». Esta es
una de las ideas que, no sin renovada sorpresa, leo en la entrevista del
periodista Víctor-M. Amela al neurocientífico James
Blair. («La Contra» de La Vanguardia. 08/12/2012).
Otro destacado neurocientífico, Joshua Buckholtz, director del laboratorio de Neurociencia y Psicopatología de la Universidad de Harvard, en la entrevista que concedió a Lluís Amiguet para el mismo periódico (22/12/2012), tras indicar que «la neurociencia aún es inaplicable a la justicia», aseguraba que «ejercitar la memoria planificadora mejora el autocontrol.»
A nadie se le escapa lo evidente de la afirmación de James Blair («al hombre no le es fácil matar a un congénere»), mientras que la consideración del joven de 35 años Joshua Buckholtz («la memoria planificadora mejora el autocontrol») invita a diferentes aclaraciones.
¿Qué es la memoria planificadora? Buckholtz dice que es «una especie de meditación de contacto permanente con nuestros objetivos: tener presencia de tu programa mental y visualizar a menudo etapas y el éxito ─la gratificación─ final de esos planes». En esta idea cognitivo conductual resuena el antiguo bloc de notas, los buenos propósitos para el Año Nuevo, el arte de la prudencia de toda la vida, así como el más moderno coaching empresarial. Buckholtz no se queda ahí. Asegura que la memoria planificadora mejora el autocontrol general y de manera especial los impulsos violentos y viscerales, pero elude cuánto los mejora y tampoco explica en qué casos se da la mejoría. Trucos discursivos como los del joven Buckholtz no les pasan inadvertidos a las personas más desprevenidas. Y lo que tampoco pasa a nadie por alto, más aún porque él mismo lo explica, es que su «laboratorio de Neurociencia de Sistemas de Psicopatología (SNPlab), de Harvard, investiga cómo imponemos nuestra voluntad a nuestro instinto». A esta desmedida confianza en la razón, habría que añadir que quien se pretenda, ya no como digo científico, sino simplemente riguroso en relación al tema de la criminalidad, se cuidará de emplear la palabra «instinto» (instinct, en inglés) para referirse al ser humano. Todo indica que Buckholtz desconoce que los seres humanos, a diferencia de los animales, lejos de tener instintos tenemos pulsiones (drive, en inglés). Por eso, aunque no sólo por eso, los humanos somos animales sumamente peculiares.
Nada más ajeno a mi intención que demorarme en disputas conceptuales. Sin embargo, James Blair y Joshua Buckholtz merecen un análisis de su pensamiento, entre otras cosas y aun fundamentalmente, por ser un ejemplo paradigmático de lo que acontece en un sector no menor de las neurociencias, y también porque sus extravíos en el asunto que pretenden saber pueden inducir a graves errores en sus lectores. Al no haber diferenciado el instinto de la pulsión alguien podría equiparar al hombre con los otros animales, por ejemplo. Pero ¿qué ven estos neurocientíficos en el ser humano, y qué procedimientos preventivos y terapéuticos se derivan de su percepción? Sin duda desean hablar del ser humano, mas no lo consiguen. ¿De qué hablan entonces? De un ser ajeno al inconsciente y, por consiguiente, el objeto de sus investigaciones es el sujeto humano reducido a la conciencia, a los genes y a los neurotransmisores. En realidad, estos científicos no dudan a la hora de inscribir al hombre en el campo de la etología y, por consiguiente, ven en el ser humano al ente que se reconoce entre los ideales de filósofos de la talla de Descartes (1596-1650), Leibniz (1646-1716) o Hegel (1770-1831): un sujeto sin pulsión y que tiene como único lenguaje el de las abejas.
Siguiendo las investigaciones, por otra parte legítimas, de Charles Bell (1774-1842), Johannes Müller (1801-1858), Paul Broca (1824-1880), Walter B. Cannon (1871-1945), Carl Wernicke (1884-1905) y Kart S. Lashley (1890-1958), entre otros eminentes neurofisiólogos y anatomistas, no nos sorprendería que Blair y Buckholtz creyeran que la criminalidad y en general que todas «las enfermedades mentales lo son del cerebro», emulando así al psiquiatra alemán Wilhelm Griesinger (1817-1868) y, por lo mismo, que la psicología y el psicoanálisis sólo pueden pertenecer al ámbito de las ciencias si hacen de las bases neurofisiológicas del comportamiento humano su fundamento epistemológico. Pero de lo que no hay duda es de que en su defensa de la ciencia, estos neurocientíficos no subrayan como se merece algo esencial en el asunto que tratan, como es la diferencia entre los trastornos psíquicos por causas biológicas (ludopatías metabólicas, alteraciones mentales por embolia grasa, psicosis tóxicas o tumorales, bulimias y anorexias endocrinas, etc., etc.,) y los que carecen de ellas. Contrariamente a ese extravío clínico, Griesinger, pese a ser el promotor de la corriente organicista de la psiquiatría, otorgaba a los conflictos internos y a la represión (Verdrängung) de deseos, ideas y sentimientos un papel etiológico preponderante en las afecciones mentales, nociones que este psiquiatra asumió de un compatriota suyo no menos célebre que él, el filósofo, psicólogo y pedagogo asociacionista Johann Friedrich Herbart (1776-1841), y cuya veracidad iba a demostrar Sigmund Freud (1856-1939) en la clínica. Otro de los aspectos de lo humano que les pasa por alto es que las afecciones mentales se manifiestan habitualmente en la conducta, pero no por eso son trastornos de la conducta. El sujeto del inconsciente queda, de tan limitado pensamiento, radicalmente excluido.
¿Qué podemos esperar entonces de estos neurocientíficos? Debemos colegir que mientras llega el día en que algún laboratorio, como el de Sistemas de Psicopatología (SNPlab), que dirige Buckholtz, descubra un fármaco, una técnica quirúrgica o algún procedimiento de estimulación profunda cerebral idóneos, la solución que proponen para combatir la criminalidad no es otra que el autocontrol del instinto agresivo, como diría Buckholtz. Siempre obra imaginarse un hallazgo contra enfermedades tan lesivas como el parkinson, el alzhéimer, la epilepsia o la esclerosis múltiple. (Cosas más inopinadas se han visto en el campo de la investigación). Pero por ahora, el saber que aportan para «imponer nuestra voluntad a nuestro instinto» constituye un grave atentado contra la epistemología, además de ser un procedimiento ineficaz. Al final todo se reduce a una leyenda conocida: ejercicios cognitivos, algún que otro fármaco, y tal vez algo que preconizan otros neurocientíficos, como es la estimulación profunda cerebral. Y porque no todo obedece al azar, quizá habría que preguntarse el papel que representa en ese revival biologicista y cognitivo conductual la ideología del lobby farmacéutico, el segundo en el mundo después del negocio de las armas. (Dejo para otros esa relación, y de ser cierta diabólica donde las haya, entre esas dos empresas).
Las ideas de James Blair y Joshua Buckholtz sobre la criminalidad están ciertamente más cerca de la ciencia de los etólogos (comportamiento animal) que de la ciencia de la subjetividad (o sea, del sujeto humano y, por lo mismo, hablante y pulsional). También por esta extraviada perspectiva el delicado y complejo asunto del que pretende saber reclama respuestas pertinentes a cuestiones como ¿qué factores influyen en el acto criminal?, ¿cómo determinar la responsabilidad del criminal?, ¿qué sabemos de la condición humana y su relación con el delito?, ¿en razón de qué el acto de matar puede convertirse en un acto legal?, ¿por qué la fascinación por el criminal queda para el cine, las novelas y los videojuegos, mientras que el criminal es objeto de repulsa y en ocasiones de desecho sin posibilidad de reinserción social?, ¿en qué medida el psicoanálisis es una herramienta preventiva y terapéutica de los actos delictivos?, o ¿por qué el joven norteamericano Adam Lanza pudo matar a veinte niños y siete adultos, una de ellas su propia madre? Ha sido este luctuoso y espantoso acontecimiento, el que me ha decidido a presentar a estos dos neurocientíficos, con más motivos porque en las entrevistas mencionadas se refieren a algunas de esas cuestiones.
Blair responde a las preguntas del periodista Víctor-M. Amela desde la neuroética, desde el saber de una especialidad de la neurología que, pese a ser muy joven, él mismo asegura «que tiene mucho que aportar a la sociabilidad, la responsabilidad y la prevención de los crímenes, así como al enfoque jurídico de faltas, delitos y penas». Quién pues mejor que este científico para aportar luz a esas cuestiones, más aun porque trabaja en el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, y porque es un reputado experto en las bases neuronales de la psicopatía, sobre todo en jóvenes con trastornos de personalidad. No deja de resultar chocante, empero, que creyera que los lectores de La Vanguardia debían saber que un imperativo legal le impedía desvelar su ideología política y sus creencias. Qué le vamos a hacer, las cosas deben ser así para los que trabajan en ese instituto de salud mental. Sea como fuere, este investigador londinense de 46 años, que vive actualmente en Washington, debió entender que su circunspección era algo decisivo para sus investigaciones.
Fue en la Fundación CosmoCaixa, en Barcelona, donde Blair y Buckholtz, junto con otros prestigiosos especialistas en neuroética y disciplinas afines, debatieron (el lunes 12, y el martes 13 de noviembre de 2012. Sesiones científicas: Neuroethics: from Lab to Law. A Scientific scrutiny of Sociability, Responsibility and Criminality. Simposio Neuroética: Descifrando las raíces del bien y del mal) sobre esas cuestiones; pero confieso que eché en falta alguna demostración más afín al tema de la convocatoria y, en lo que se dijo, demostraciones que fueran más allá de lo conocido y superado. El lema del simposio no por curioso denuncia menos los fundamentos epistemológicos de las neurociencias: «Neuroética: del laboratorio a la ley». Blair, entrevistado por Víctor-M. Amela por ser uno de los convidados destacados del simposio, tras definir al psicópata, presenta las causas de la criminalidad, y los caminos para construir personas más serenas y empáticas, por consiguiente, mejor protegidas contra los comportamientos psicopáticos que tanto temor y dolor ocasionan en la sociedad contemporánea; mientras que Buckholtz, en la entrevista de Lluís Amiguet, aborda esas cuestiones desde su particular modo de entender las neurociencias.
El criminal, ¿nace o se hace? Esta es la primera pregunta que Víctor-M. Amela formuló a James Blair (en lo sucesivo J.B:).
J.B: Si padeciste
maltrato o falta de atención en la niñez o abusos, crecen tus
probabilidades de incurrir, de adulto, en alguna conducta
criminal.
[Comentario de José Miguel Pueyo (en lo sucesivo J.M.P). No será esta la única ocasión en la que Blair trate las cuestiones que le plantean
desde la narrativa emocional y el empirismo.
La afirmación «Si padeciste maltrato o falta de atención en la niñez
o abusos, crecen tus probabilidades de incurrir, de adulto, en alguna
conducta criminal», deja abierta todas las posibilidades
respecto a las causas que llevan a una persona a cometer un acto
criminal. Sin embargo, se engañaría quien pensara que en esa afirmación
se pone el acento en lo socioambiental en detrimento de
otros factores causales, como serían los genéticos, los metabólicos o
los neurológicos.
El segundo aspecto reseñable de esa afirmación es que puede ser
cierta, o como él mismo dice, «puede ser así». Pero nada más.
En asuntos de esta naturaleza no hubiese estado de más que estos
neurocientíficos explicaran qué hay que entender por conducta criminal,
pues al margen de las fundamentales motivaciones
inconscientes de la misma, se encuentra la amplitud del concepto,
dado que engloba desde la delincuencia ordinaria, las conductas
incívicas y los ultrajes públicos al pudor, hasta el serial
killer o matanzas en serie, pasando por el latrocinio, la
prevaricación, el abuso de poder, las grandes perversiones (necrofilia,
pedofilia, por ejemplo) así como los actos incendiarios y
violentos.]
¿En qué medida?
J.B: No está claro. Interactúan factores genéticos y relacionales.
[J.M.P.A los
factores socioculturales («relacionales») de la criminalidad, Blair
añade, como vemos, una hipótesis genética; y subraya que
«no está claro» en qué medida interactúan los dos factores causales,
el genético y el relacional, en el acto criminal.
El rigor epistemológico no ha exigido a este neurocientífico, al
menos hasta aquí, presentar pruebas creíbles sobre las alteraciones
genéticas en el individuo criminal. (Pero podemos esperar que
nos sorprenda; mientras tanto retenemos su inadecuada equiparación
de las causas «relacionales» con los factores socioculturales.)
Nadie puede dudar de la incidencia de los factores neurofisiológicos
en el comportamiento. El error es creer que la genética y las
alteraciones neurofisiológicas son las causas fundamentales de
todas las afecciones psíquicas y, por ende, de la criminalidad. Este
extravío epistemológico está a la altura del delirio de Franz Joseph
Gall (1758-1828). Este célebre anatomista y fisiólogo
alemán imaginaba que las funciones mentales residían en áreas
específicas del cerebro, idea que no es del todo errónea. No obstante,
Gall se extralimitó al pensar que las funciones cerebrales
producían una presión en el hueso del cráneo hasta el extremo que lo
deformaban, y que la superficie del cráneo, por ese motivo, reflejaba
el desarrollo de las cualidades y habilidades de las
personas. Como suele ocurrir en casos semejantes, Gall aplicó su
delirio fisiopatognomónico a la práctica clínica. Prueba de ello es su
recomendación de presionar una zona determinada del cráneo
hasta que la persona se tornase bondadosa, honrada, espiritual o
hábil para una determinada actividad, y precisaba que la conversión
duraba mientras existía la presión en la zona correspondiente
a la disposición. Este neuromito, que responde al nombre de
Frenología, se le ocurrió a este célebre médico alemán cuando advirtió
las peculiares cabezas de algunos de los criminales que estaban
sentenciados a muerte. (El factor desencadenante de este delirio
científico es semejante al de los delirios que escuchamos en la
consulta, pero también de los que podemos leer en muchas de las
páginas que conforman la cultura).
Mientras Gall veía representadas en la forma del cráneo las causas de la criminalidad, (el wurgsinn
era el órgano del asesinato y el deseo de matar, ubicado, según él, en
la zona
inmediatamente encima y por detrás de la oreja); el médico,
alienista y criminólogo italiano Cesare Lombroso (1835-1909),
representante del positivismo criminológico (Nuova Scuola),
afirmaba que los criminales lo eran por causas innatas y genéticas, y
que su deseo de matar estaba inscrito en rasgos físicos o fisonómicos,
como asimetrías craneales, formas de la mandíbula,
frente hundida, orejas desarrolladas, abultamiento del occipucio o
arcos superciliares. No obstante, y en esta ocasión a semejanza de los
postmodernos neurocientíficos Blair y Buckholtz, el
director del Manicomio de Pessaro y catedrático de Medicina Legal en
la Universidad de Turín, reconocía factores causales exógenos o
desencadenantes en la conducta criminal, como el clima, la
orografía, la densidad de población, la educación recibida, la
alimentación, el alcoholismo, la posición económica e incluso la
religión.
¿Está investigándolos?
J.B: Estudio grupos de psicópatas para determinar esos factores.
[J.M.P. Aunque Blair asegura que en la criminalidad «interactúan factores genéticos y relacionales», mucho me temo que el porcentaje de estos dos factores no será el que espera la objetividad. Se me antoja que los datos de Blair estarán condicionados por lo que le deja ver la neuroética; por lo mismo, la demostración de los factores causales en cada caso concreto puede quedar teñida de una arbitraria generalización. (En los dos casos, como veremos, no es de otro modo).
En la entrevista mencionada, Buckholtz asegura que «…el cerebro de
cada uno de nosotros es diferente y único…». ¡Es que acaso podría ser de
otra manera! Estando así las cosas, no es raro que este
científico recurra a la manida consideración de que «la ciencia, a
partir de promedios en resultados de experimentos individuales, infiere
resultados de validez para toda la especie.»]
¿En qué consiste ser psicópata?
J.B: El psicópata no tiene empatía alguna ante las emociones de los demás. El sufrimiento ajeno no le afecta, no lo siente.
[J.M.P. Víctor-M.
Amela pregunta a Blair ¿En qué consiste ser psicópata?, no ¿cuáles son
los rasgos de un psicópata? El neurocientífico sólo
puede dar una definición descriptiva, en esta ocasión conformada por
dos características relacionadas de esos individuos (ausencia de
empatía ante las emociones de los demás, y no afectarles el
sufrimiento ajeno), circunstancia que ejemplifica los límites del
parámetro conductual.
Del hecho de que las afecciones mentales se manifiestan
habitualmente en la conducta, no se puede inferir que sean trastornos de
la conducta. Por otra parte, sólo alguien ajeno a la clínica del
criminal podría afirmar que esos inquietantes individuos no tienen
instancia crítica, lo que se ha dado en llamar conciencia moral. Al
contrario, el criminal puede serlo, y así ocurre
frecuentemente, por tener una instancia crítica demasiado severa. Se
trata de una instancia psíquica que, como si fuera un juez interno, le
recuerda que debe pagar por un delito, un delito que
pese a ser sólo in mente no por eso su fuerza es menor.]
A veces querría no sentir ni padecer.
J.B: No es una ventaja.
¿Seguro?
J.B: Viviría más tranquilo...
[J.M.P. Es obvio que no sentir, en el ámbito del sufrimiento, es un deseo compartido.]
¿No es ventajoso ser psicópata?
J.B: La naturaleza prueba, pero una humanidad con mayoría de psicópatas no sería viable.
[J.M.P. Nadie puede dudar de que «una humanidad con mayoría de psicópatas no sería viable.»
¿Por qué no?
J.B: Tomaría decisiones impetuosas, impulsivas, poco reflexivas: equivocadas, al cabo. A medio y largo plazo, eso se paga.
¿Me equivocaría más de lo que ya me equivoco?
J.B: Si en esta mesa viera 100 millones de euros, ¿los cogería?
Hum...
J.B: Lo estimaría, ¡seguro! Los cogería o no, pero lo sopesaría...
Supongo que sí.
J.B: Y si para llevárselos tuviese que golpearme, ¿me golpearía?
No.
J.B: ¿Verdad que
no? ¿Y si fuese más dinero? No, no creo que me golpease... O sea, no es
usted un psicópata: empatiza con mi dolor y mi
desgracia. Y se evita problemas.
José Miguel Pueyo |
[J.M.P. Estoy
convencido de que Blair oye, pero no tanto de que escuche, y como
intentaré demostrar, la clínica y la lógica no son su
fuerte. Golpear a una persona no define, al menos por sí solo, al
psicópata; y si la oportunidad hace al ladrón, como dice el proverbio,
el ladrón no tiene que ser forzosamente un psicópata,
podría ser un delincuente y, como se sabe, no todos los delincuentes
son psicópatas.
Todo indica que algunas de sus consideraciones responden a su
inclinación ante la clínica de las nomenclaturas psiquiátricas que nos
llegan de ultramar. Me refiero a la clínica de la colección de
síntomas médicos que conforman el DSM V, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders.
Se trata de una clínica basada en principios descriptivos y
estadísticos, y por tales
motivos superada por los descubrimientos psicoanalíticos sobre la
estructura subjetiva y su tratamiento. Baste recordar que la ciencia de
la subjetividad que es el psicoanálisis descubre que en
la historia realmente vivida o imaginada por una persona se
encuentra la causa de los síntomas, la razón también de sus pesares; y
que toda clasificación de los llamados trastornos psíquicos, de
la personalidad y el carácter, desde las nomenclaturas
norteamericanas hasta el ingenuo enagrama, pasando por las más exóticas
de los movimientos espirituales, proporcionan una identidad
imaginaria, identidad que juega en contra de la curación. Contra el
sentido de las clasificaciones, tan imaginario como perturbador, la
clínica psicoanalítica muestra lo que goza de una persona
cuando esa persona cree que es ella la que goza de un objeto o de
una situación.
La asunción de las nomenclaturas psiquiátricas se ve empeorada por
la asunción del cognitivismo conductual. Cuando Blair afirma «[así la
persona] se evita problemas» está recomendando uno de los
principios de ese modelo psicológico, principio que podría
formularse como sigue: Ten presente los resultados que pueden tener tus
acciones, de ese modo no cometerás actos de los que luego puedas
arrepentirte.
Una de las limitaciones de ese consejo cognitivo conductual es ser
operativo sólo en las personas que no lo necesitan. Si funciona es
porque el superyó, el heredero de las prohibiciones de los
deseos del complejo de Edipo (interdicción del incesto y prohibición
del primitivo gusto de matar, ya sea en el canibalismo o en las más
sofisticadas formas postmodernas), previene a algunas
personas de las impulsiones y/o porque son muy sugestionables. Todo
hace pensar que estos neurocientíficos pertenecen al grupo de clínicos
que desconocen que el superyó es una instancia psíquica
de dos caras. Al lado de la cara de la interdicción, la cual es un
dique para las pulsiones agresivas e incestuosos, se encuentra la
terrible faz que demanda imperativamente ¡Goza, goza, nadie
tiene derecho a poner trabas a tus deseos, no renuncies…! Es esta
cara lasciva y vehemente del superyó, manifestación directa del anhelo
trasgresor de la pulsión de muerte, la que se ríe del
positivo y más que cándido consejo cognitivo conductual.
La ética aconseja advertir que quien asume la recomendación
cognitivo conductual está asumiendo la ideología del terapeuta. No se
trata ahí sino de una extraviada idea sobre la naturaleza humana,
de la formación de los síntomas y del modo de disolverlos. Y es que a
semejanza de las ideologías clásicas, las técnicas que proponen algunos
terapeutas tienen como única función reprimir el
síntoma. ¿Qué limitación tiene esa operación? Entre otras que la
represión nada puede contra el síntoma: la ley de lo reprimido muestra
que lo que se reprime retorna, o más exactamente, reaparece
desfigurado, transformado en otro síntoma, diferente, en suma, al
que se reprimió.
La disolución de los síntomas y liberarse de los significantes
amos-familiares que rigen y atormentan la vida de muchas personas,
requiere un procedimiento en todo diferente al que proponen los
partidarios de la psicología cognitivo conductual. Aludo a un
procedimiento que no es sin la ética y que define al deseo del
psicoanalista, el psicoanálisis, que por ser el envés del discurso del
amo, no contempla en su acción la sugestión, la impostura y menos
aún el engaño.
¿Tras cada fortuna hay un crimen?
J.B: Nadie está
blindado ante el crimen. ¡Pero es muy difícil que lleguemos a matar a un
congénere! El asesino es excepción. Y por eso
seguimos aquí como especie.
[J.M.P. Blair
debería entender que a algunas personas nos interesa conocer las razones
que le asisten para afirmar que «Nadie está blindado
ante el crimen», y por qué entiende que «El asesino es excepción».
(Quizá nos tenga reservadas las respuestas adecuadas para más adelante).
La pregunta de Víctor-M. Amela«¿Tras cada fortuna hay un crimen?»
podría referirse a la fortuna económica, a la social, pero tal vez el
periodista estaba pensando en la más grande de todas: la
fortuna de no tener secuestrada la voluntad en los significantes
amos o designios de nuestros mayores y/o en los deseos del complejo de
Edipo.
Sea como fuere, la idea de que «Nadie está blindado ante el crimen»
puede hacer pensar en la fábula atribuida a Esopo (s. VI a.C) La rana y el escorpión.
Como nos recuerda un día sí y
otro también la televisión, la radio y la prensa, muchas personas no
han podido transformar los deseos agresivos e incestuosos que descubrió
Freud en el complejo de Edipo; circunstancia que
intuyó el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) como se advierte
en su sentencia «El hombre es un lobo para el hombre», recogida en esa
pequeña joya de filosofía política que es el
Leviatán, 1651. La fábula dice: Había una vez una rana
sentada plácidamente en la orilla de un río, cuando se le acercó un
escorpión, que le dijo, «Amiga rana, quiero cruzar el río.
¿Podrías llevarme en tu espalda?» La rana, sin pensárselo dos veces,
le contestó, «De ninguna manera. Si te llevo en mi espalda, me picarás y
me matarás». El escorpión le dijo, «No seas tonta, si
te picase, me hundiría contigo y me ahogaría». Ante tan aguda y
zalamera reflexión, la rana accedió. El escorpión se colocó en la
espalda de la rana y empezaron a cruzar el río. Pero cuando
habían llegado a la mitad del trayecto, el escorpión, de súbito,
picó a la rana. La rana, al sentir el picotazo y darse cuenta de que iba
a morir, le preguntó extrañada al escorpión, «¿Por qué me
has picado? ¿No comprendes que tú también vas a morir?» El escorpión
le respondió, «Lo siento en el alma querida rana, pero es mi
naturaleza.»
La condición humana tiene poco que envidiar a la naturaleza del
escorpión. Sin embargo, estamos lejos de la inexorable determinación
instintiva del repulsivo y funesto arácnido.
A menos que nos veamos sometidos a una fuerte amenaza.
J.B: Exacto. El
riesgo es la hipersensibilidad ante la amenaza. Y eso puede ser
propiciado por malas experiencias en la infancia, o bajo los
efectos de drogas, alcohol...
[J.M.P: Pese a que
nadie está blindado ante el crimen, la dificultad de matar a un
congénere obedece, de creer a Blair, a factores
neurofisiológicos, genéticos y socioambientales, y esos mismos
factores pueden llevar a una persona a cometer un crimen. El disparador
del acto criminal, añade, es la hipersensibilidad ante la
amenaza, hipersensibilidad que se ve incrementa con las drogas y el
alcohol.
Lo cierto es que más allá de su repercusión en asuntos judiciales,
la hipersensibilidad apenas merece ser recordada, a no ser, claro está,
que no se tenga otro argumento etiológico mejor que el
genético, el neurofisiológico y el empirismo de las malas
experiencias en la infancia.]
¿Reside la bondad en el cerebro?
J.B: Lo hemos estudiado poco. Sabemos que podemos sentir placer con el placer del otro, un disfrute de la felicidad de los otros.
[J.M.P: No
entendemos por qué piensa Blair que ignoramos que «podemos sentir placer
con el placer del otro, un disfrute de la felicidad de
los otros.»
Por otra parte, quizá en la neurofisiología del placer Blair estará
conmigo, al menos respecto a algunas de las funciones de las llamadas
hormonas de la felicidad, las endorfinas. Como es
conocido, estos péptidos endógenos funcionan como neurotransmisores,
y son producidos por la glándula pituitaria y el hipotálamo durante el
ejercicio y los estados mentales relajados y receptivos
(estado Alfa); mientras que los estados Beta, propios del estrés,
disminuyen su secreción, y si la disminución es absoluta se puede llegar
a no sentir placer por nada. Las endorfinas tienen pues
efectos parecido a los analgésicos derivados del opio, ya que
inhiben las señales electrofisiológicas de las fibras nerviosas que
transmiten el dolor y, por otra parte, producen sensación de
placer, relajación e incluso euforia. En realidad, el bienestar y
relajación que algunas personas dicen experimentar con el ejercicio
físico, al acariciar un animal de compañía o con masajes
suaves, no menos que al degustar chocolate y comidas picantes, al
practicar técnicas de relajación, como el budismo zen, o incluso al
reírse, como aconsejan los terapeutas de la risoterapia,
obedecen en muchas ocasiones al aumento de las endorfinas, aunque
los expertos de esas técnicas los atribuyen a otros factores más
imaginarios. Cabe resaltar que las endorfinas producen efectos
placenteros rápidos, a semejanza de los de la sugestión, pero de
corta duración. Más lamentable es que algunas personas queden atrapadas
en técnicas terapéuticas que tienen en la producción de
endorfinas su único fundamento teórico, pues con ello no hacen sino
hipotecar su desarrollo intelectual, crítico y aun afectivo.]
¿Pueden intervenir vectores culturales?
J.B: Lo cultural pesa en la determinación de la víctima, de quién es o no de los nuestros.
[J.M.P: Los actos criminales por cuestiones de raza, ideología o religión son tan conocidos como que el asunto de moros y cristianos en
nuestro país, salvo lamentables excepciones, lo recreamos alegre y pacíficamente en las fiestas populares.]
Una persona muy culta ¿tiene menos probabilidades de ser asesino?
J.B: No, porque son los resortes emocionales, y no los intelectuales, los que te blindan.
[J.M.P: Así es. Pero sólo una desmedida fe en el yo puede explicar que estos científicos confíen en el periclitado e ideológico
procedimiento cognitivo conductual.]
¿Inteligencia y bondad van de la mano?
J.B: No sé, a menos que veamos en la bondad un modo de inteligencia interpersonal, social.
¿Los pobres delinquen más?
J.B: Padecen más factores de riesgo.
[J.M.P: Quizá los
pobres «padecen más factores de riesgo», y son, por lo mismo, más
proclives al delito. Pero si de algo no hay duda es de
que padecen más hambre, más frío, que se los lleva una enfermedad
que remitiría en condiciones tan sólo un poco favorables, que su
situación socioeconómica los engancha a las drogas y que éstas
los conducen a los actos delictivos, etc., etc. El perfil del
criminal, como todo, cambia con la época; y es conocido que la
criminalidad depende del barrio y de otros factores que frecuentemente
se omiten.]
¿Puede dar placer el dolor ajeno?
J.B: No es el perfil del psicópata, indiferente a ese sufrimiento. Pero hay perfiles sádicos.
[J.M.P: El
«perfil» psicológico es uno de los asuntos más valorados en la
psicología cognitivo conductual y en la psicología de la empresa.
Si por perfil psicológico entendemos el conjunto de rasgos
psicológicos que caracterizan a una persona y que se determina mediante
pruebas psicológicas (tests psicológicos, habituales en los
procesos de selección de personal), en el perfil del psicópata
estaría la indiferencia al sufrimiento ajeno, y como apunta Blair, hay
perfiles sádicos entre los psicópatas, o sea, psicópatas que
pueden gozar haciendo sufrir a sus víctimas.
Pero lo subrayable, a mi entender, es que las personas con estructuras patológicas idénticas no tienen necesariamente que presentar los mismos síntomas; y que rasgos de perversión están presentes en todas las estructuras clínicas. Tanto más es así porque nuestras virtudes como nuestros vicios, proceden, en calidad de sublimaciones e inversiones, de las fuentes edípicas. Por otra parte, con la fórmula «La neurosis es el negativo de la perversión» Freud quería indicar que el neurótico retrocede ante el goce y se conforma con la fantasía; mientras que el perverso, por el contrario, lejos de retroceder lleva la fantasía al acto. A la cobardía del neurótico, ya que se aproxima a lo Real pero ante su fuego retrocede, le corresponde la arrogante transgresión del perverso.]
¿Es recuperable un psicópata?
J.B: Aún no,
aunque ya sabemos que hay alteraciones en áreas cerebrales como la
amígdala, el córtex prefrontal y el caudado. Resultado: no
le afectan las malas noticias.
[J.M.P: Ante
este reduccionismo etiológico
de la criminalidad, serio quebranto para la clínica y ultraje para
la epistemología, es lícito preguntar si el psicoanálisis tiene alguna
respuesta que se ajuste más a la verdad.
Algo que por más esperado no deja de sorprender, es que Blair caiga
en ese grave error etiológico; y no es lo de menos que el error proceda
de un especialista en neuroética. ¿Qué afirma? Viene a
decir que existe una causa material que determina la personalidad
(lo que somos) y los comportamientos punitivos (o sea, algo de lo que
podemos hacer). ¿Qué causa es esa? Una lectura sesgada de
los libros dedicados a las bases neurofisiológicas del
comportamiento le ha podido hacer pensar o reforzar la idea de que los
psicópatas lo son por una alteración neurológica «en áreas cerebrales
como la amígdala, el córtex prefrontal y el caudado». Y no contento
aún con esa generalización etiológica, añade que las alteraciones
neurológicas explican que a los psicópatas «no les afecten
las malas noticias y el sufrimiento ajeno.»
Negar los determinantes neurofisiológicos sería tanto como olvidar
los efectos, también los secundarios, de algunos fármacos. El recurso es
legítimo, pero siempre que se diga cuántas personas
delinquen por una alteración genética, neurofisiológica, por haber
sido desatendidas en la niñez, o bajo el efecto de alguna sustancia
considerada tóxica. ¿Qué recuerda al respecto la historia de
las enfermedades mentales? Miles de autopsias negativas en
criminales y enfermos mentales de todo tipo y condición; ilustra también
que pese a esa evidencia, alienistas y reputados clínicos
siguen inventando alteraciones neurológicas, lesiones difusas o
isquemias cerebrales; y no se olvida de que otros científicos insisten
en la manida idea de que los avances tecnológicos
descubrirán lo que no pueden advertir los actuales.
¿Por qué tanto estereotipo y desidia en el campo científico?¿No eran
esos demagógicos y aprovechados dislates propios de las personas que
buscan en la espiritualidad y en la religión un consuelo
para su culpa inconsciente? Nada peor que perpetuarse en el error y
en el goce infantil. Pero ¿qué oscura razón, más allá de las que he
mencionado, hace afirmar que las «alteraciones en áreas
cerebrales como la amígdala, el córtex prefrontal y el caudado» son
la causa de la criminalidad? y ¿por qué motivo Buckholtz pone el acento
en la disfunción de un neurotransmisor, la dopamina,
«la bioquímica de la dopamina ─señala─ es fundamental para entender
los mecanismos cerebrales de la motivación de la conducta humana y saber
por qué cada uno de nosotros actuamos de diferente
modo y por qué actuamos como actuamos»? Es difícil saberlo. No
obstante, la generalización etiológica denuncia un anhelo de sentido,
religioso como todo sentido, y destinado, por consiguiente, a
apaciguar incertezas. Podemos dar por cierto que la elisión de la
incerteza mediante el sentido se alcanza en esta ocasión con la
universalización de la etiología neurofisiológica; pero del
mismo modo que algunos psicópatas y delincuentes lo son por
alteraciones en áreas cerebrales, es igualmente cierto que no es así en
la mayoría de los casos. Tales son, con todo, algunos de los
obstáculos que impiden conocer otras causas más acordes a la verdad
de las afecciones psíquicas y del comportamiento antisocial y criminal.
Al enunciado concreto de la pregunta de Víctor-M. Amela, ¿Es
recuperable un psicópata? Blair responde «Aún no…». Esta consideración
acerca tanto como separa a este neurocientífico de la opinión
del antiguo catedrático de Medicina Legal de la Universidad de
Turín, Cesare Lombroso, quien en Le più recentisco perte e dapplicazioni della psichiatriae dantropologia criminale.
Fratelli Bocca. Torino, 1893., decía que «…para los criminales
adultos no hay muchos remedios: es necesario o bien secuestrarlos para
siempre, en los casos de los incorregibles, o suprimirlos,
cuando su incorregibilidad los vuelve demasiado peligrosos.»
Buckholtz es más optimista que
Blair respecto a la recuperabilidad del psicópata. Su confianza puede
obedecer a que el laboratorio de Neurociencia y
Psicopatología de la Universidad de Harvard, que él dirige,
contempla actualmente tres vías de investigación, «la conductual, pero
contrastada con un escáner de las ya conocidas imágenes de
resonancia magnética funcional (FMRI) y otro de bioquímica con el
que medimos niveles de dopamina». Hay que confiar en los avances en el
conocimiento del cerebro, gracias, por ejemplo, a los
estudios biomoleculares y a las tecnologías de neuroimagen como las
resonancias magnéticas funcionales (tomologías PET), pues el
descubrimiento de nuevas causas permitirán crear fármacos más
eficaces contra enfermedades tan graves e invalidadoras como el
parkinson, el alzhéimer o la esclerosis múltiple. Otra cosa es imaginar
una etiología excluyente en favor de los ideales más caros
para algunos neurocientíficos, como es encontrar marcadores
bioquímicos precisos que permitirían diagnosticar las afecciones
mentales y, por supuesto, la criminalidad. En la línea de esa
imaginaria segregación etiológica, algunos especialistas publicitan
el descubrimiento de una mayor segregación de cortisol, hormona
relacionada con el estrés, en las personas que sufren depresión
endógena. Como he explicado en otras ocasiones, la generalización de
ese ideal constituye una burda falacia epistemológica y clínica,
falacia que si se defiende desde la neuroética convierte a
esta disciplina en una ideología más. Pero en ausencia de fármacos,
técnicas quirúrgicas o procedimientos de estimulación profunda cerebral
mejores de los que se conocen, el procedimiento que
aconseja Buckholtz para tratar los comportamientos criminales es el
mismo que el de Blair, el autocontrol: «El autocontrol ─dice Buckholtz─
es la habilidad madre de todas las demás y, cuando nos
falla, también lo es de nuestros problemas de conducta y, para
muchos, de criminalidad. Los delincuentes lo son por su falta de
autocontrol de sus impulsos e instintos primarios.»
A pesar de los planteamientos
neurofisiológicos de Blair y Buckholtz, se sabe que la mayoría de
personas que cometen actos criminales no tienen alteraciones
cerebrales ni genéticas, sus niveles de dopamina son normales, y
tampoco fueron maltratadas o desatendidas en la niñez. Así parece ser en
el popular locutor de la televisión inglesa Jimmy Savile,
quien cometió más de 200 abusos sexuales, siendo el 73 por ciento de
sus víctimas menores de 18 años. Y no parece diferente en los
yihadistas de Al-Qaida, que siguen haciendo lo mejor que saben
hacer, últimamente en Argelia y Malí. Y por qué omitir a otros
siniestros individuos que tampoco sufren, al menos que se sepa,
alteraciones cerebrales o genéticas, más próximos a nosotros,
geográficamente hablando, como el exdirector de la Guardia Civil,
Luis Roldán; el exbanquero Mario Conde; el exnovio de la folklórica
María Isabel Pantoja Martín, más conocida como Isabel
Pantoja, Julián Muñoz, y la misma cantaora; así como los inculpados y
condenados en el caso Pokémon; los del caso Conde Roa; los del caso
Palma Arena, con el expresidente balear y exministro del
Partido Popular Jaume Matas a la cabeza; o los que conforman la
corrupción institucional del caso de la Diputación de Ourense, el caso
Pallerols, y el caso Bárcenas; y cómo olvidar a los
inigualables genios del latrocinio y de la prevaricación que siguen
protagonizando las peores notas del Palau de la Música Catalana, me
refiero, claro está, a Fèlix Millet y a Jordi Montull.
Sería imperdonable olvidar a la trama Gürtel; o el Instituto Nóos y
su cabeza pensante Iñaki Urdangarín─bueno, pensante poco, porque por ser
yerno del rey Juan Carlos I de España debió figurarse
que estaba por encima del bien y del mal, y, por lo mismo, que sus
pifias de niño de parvulario iban a pasar desapercibidas─; y por ser un
affaire más reciente, la trama rusa dirigida por el
vecino de Lloret de Mar, mecenas del deporte y reconocido
benefactor, según la fiscalía de un exalcalde de la ciudad, entre otros
personajes, Andrei Petrov.
Pero no sólo algunos de nuestros políticos y empresarios son
proclives a la manipulación, a la corrupción, a la desidia, y a
postergar soluciones contra el deterioro de la ética; y tampoco todos
tienen la honesta desfachatez de decir que se han metido en política
«porque estoy arruinado. Tengo que ganar mucho dinero, me hace falta
mucho dinero para vivir...» como pudimos escuchar un día
del expresidente de la Generalitat Valenciana y exministro de
Trabajo, Eduardo Zaplana. En el año 2008 se supo que el norteamericano
Bernard Madoff, fundador de la empresa Bernard L. Madoff
Investment Securities LLC, había conseguido engañar a instituciones
financieras en todo el mundo, incluso caritativas, con el sistema
piramidal o esquema Ponzi, debido a su prestigio profesional,
por lo que fue condenado al decomiso de 17.179 millones de dólares y
condenado a 150 años de prisión; Howard Welsh, defraudó 30 millones de
dólares en una pirámide que ofrecía importantes
beneficios libres de impuestos, etc., etc.
En cuanto al exciclista Lance Armstrong (n. 1971), ganador de siete
Tours de Francia, el jueves 17 de enero de este año, en la entrevista de
la popular periodista OprahWinfrey, que por una de
esas cosas de la inteligencia de las mujeres no dejó al margen a la
madre del protagonista y a su vida futura, el célebre corredor admitía
con monosílabos, poco emocionado y arrogante, el consumo
reiterado de sustancias dopantes (lo que denominó «mi cóctel»,
estaba compuesto, a dosis desiguales pero bien proporcionadas, de EPO,
transfusiones de sangre, hormona del crecimiento y
testosterona). Si alguien no lo remedia, la épica hazaña de quien
siempre había defendido que no se dopaba podría llevarlo a la cárcel;
pero lo que se conoce ya es que, según la Unión Ciclista
Internacional (UCI), el otrora envidiado estadounidense y hoy ídolo
caído, tendrá que devolver unos 200 millones de dólares, ganados en
premios, a los que tendrá que añadir las costas judiciales.
Demasiado, o tal vez no, si de lo que se trataba era de demostrarle a
mamá que se había equivocado al desear más a su esposo que a su hijo; o
quizá nuestro vecino por un tiempo en Girona quería
hacerse un nombre, o sea, la identidad que le negó su padre; o bien
deseaba salvar a su padre y/o el apellido familiar; o tal vez pretendía
demostrar que aquel niño enclenque del que más de uno
se había burlado en la escuela había llegado a ser el number one del
deporte; o quizá con su travesura buscaba la reprimenda que no tuvo de
su padre por ser éste demasiado
benévolo; o quién sabe si el destino hizo de él el preferido de su
madre, quedando así su padre degradado en la relación afectiva con su
esposa, de lo que se derivó un morbígeno sentimiento de
culpabilidad (Schuldgefühl) y la necesidad de castigo (Strafbedürfnis)
que el niño-adulto Armstrong buscaba para poner las cosas en su sitio,
como descubrió Freud en alguno de
sus analizantes; y por el hecho de que los síntomas están
sobredeterminados, más de uno de esos motivos podrían estar en la causa
de ese affaire. Pero quién sabe. Quedémonos con lo que nos dice
el protagonista de la historia, «Yo no inventé la cultura del
dopaje, pero tampoco he hecho nada para combatirla». (Armstrong no
inventó la cultura, claro, pues la cultura, desde que es cultura,
no es sin los paliativos que se procura el hombre para soportar la
insatisfacción-frustración derivada de haber perdido el primer objeto de
amor en la primera infancia, por haber ingresado, en
fin, en el mundo de la cultura al haber abandonado el estado
primitivo de naturaleza y, por ende, el abrazo de mamá); «Quise
perpetuar la historia». (Más bien la gesta de Armstrong viene a
ratificar los lesivos efectos que acarrea el no haber depurado la
nostalgia de ser todo para el otro); «Yo era una persona que sólo
deseaba ganar… No tenía sensación de engañar a nadie… No tenía
miedo de que me descubrieran». (Qué otra empresa que no sea la del
reencuentro con el primer objeto de amor, debió pensar el ciclista más
célebre de los nacidos en Austin, se merecen más
esfuerzos y riesgos). Se sabe que durante su dilatada etapa de
ciclista profesional, Armstrong pasó más de 300 controles antidoping con
los aparatos más modernos, pero nada ni nadie detectó
ninguna sustancia prohibida en su orina y en su sangre. La Agencia
Estadounidense Antidopaje (USADA), insiste en que si el corredor nunca
dio positivo es porque poseía el más sofisticado de los
sistemas conocidos para enmascarar las sustancias dopantes, y porque
en su trama criminal había personas que falseaban los informes,
mientras que otros individuos alertaban al equipo de la fecha
del control, tal y como explicó este verano Michel Rieu, de la
Agencia Francesa Antidopaje AFLD.
Pese a lo que se conoce de la
condición humana, me queda el consuelo de saber que santo Tomas de
Aquino (1224-1274) se equivocaba cuando
decía Corruptio optimi pessima (La
corrupción de los mejores es la peor). Así es al menos porque a las
personas que he mencionado nunca las he tenido por las mejores en
virtud, y porque no pertenezco al grupo de los que creen que tienen el
gobierno que se merecen. Por otra parte, no se puede
descartar que algunas de esas personas intentaran con sus delitos
matar a su kakon, a su enemigo interior, como apuntaba Lacan
(1900-1981) en «La agresividad en psicoanálisis», 1948. Y,
en realidad, el insufrible goce y el sentimiento de culpabilidad
inconsciente llaman frecuentemente a la puerta de la justicia; dicho de
otra manera, el sentimiento de culpabilidad puede
manifestarse en una acción no moral, desde el asesinato al acto
criminal en cualquiera de sus innumerables formas, circunstancia que
explica, como intentaré demostrar, las llamadas
psicopatologías de autocastigo.
Pero,¿por qué una persona
sin alteraciones cerebrales o genéticas, y que no ha sido maltratada o
desatendida en su niñez, puede cometer un acto
criminal, en ocasiones conmovedor por su atrocidad?
Esta cuestión exige introducir, desde el psicoanálisis, algunos de sus descubiertos fundamentales:
1º) Los deseos primarios de cada uno de nosotros (deseos incestuosos y agresivos).
2º) La transformación de esos deseos primarios. (Las mociones
eróticas reprimidas se encuentran habitualmente en la causa de los
síntomas; mientras que la moción hostil deviene sentimiento de
culpa).
3º) La Función del Padre, esto es, la operación que en la temprana
época del complejo de Edipo (antes de los cuatro años, aproximadamente)
hace posible esa necesaria represión-transformación de
los deseos primarios.
4º) El déficit de la Función del Padre.
5º) Y, por último, dos de las repuestas al déficit de la Función del Padre:
a) La primera, de orden colectivo, tiene una clara tendencia a
recuperar el goce que la Función del Padre prohíbe. Así es en una parte
no menor de la cultura y las religiones;
b) mientras que la segunda respuesta es de carácter individual y se
propone, al contrario que la anterior, reparar el déficit o el fallo de
la Función del Padre. Esta es la respuesta de los
delincuentes por sentimiento inconsciente de culpabilidad.
Me acercaré a la primera de las respuestas al
déficit de la Función del Padre, o sea, al origen del morboso anhelo de
recuperar el goce perdido de la primera infancia, un anhelo
que viene de muy lejos. A ese fin recordaré una diferencia respecto a
los orígenes:
1º) En el origen de la cultura se encuentran las leyes del padre de la horda primitiva (incesto y parricidio que el padre originario prohibía a sus hijos, pero que él no cumplía). Me refiero, por tanto, al mito de tótem y tabú, que si bien difiere del complejo de Edipo que acontece en todas las familias, permite afirmar que la ontogénesis recapitula la filogénesis por lo que se refiere al sentimiento de culpa.
2º) Mientras que en el origen del sujeto se encuentra la Función del
Padre en el complejo de Edipo (leyes del padre muerto en cada nueva
familia).
Dicho esto, cabe recordar que los deseos incestuosos y agresivos son
la argamasa de la manera de ser de cada uno de nosotros, y que sobre
esos deseos y el espectro pulsional opera la Función del
Padre.
La pregunta entonces es ¿que es la Función del padre? La Función de
Padre es el pivote de la subjetividad. Indico así que nuestra manera de
ser en el mundo y la elección de objeto sexual dependen
de esa función, o sea, de como haya operado la Función del Padre en
el complejo de Edipo.
Entonces, ¿qué cabe esperar de la Función del Padre? Debemos esperar
que reprima-sepulte nuestra tendencia al goce incestuoso y que reprima
también las mociones agresivas. ¿Qué comporta entonces
la Función del Padre? La Función del Padre permite que podamos gozar
de otra cosa que de nuestra mamá y que ella goce de otra cosa que de
nosotros ─lo contrario sería quedar alienados al
caprichoso deseo del complejo de Edipo y, por lo mismo, nuestra
manera de ser tendría más aspectos infantiles que los necesarios─, y el
desplazamiento del deseo de muerte en favor de la cultura.
Por consiguiente, el goce es tan mortificante como opuesto al deseo.
El padre debe cumplir la función que tiene encomendada desde los
orígenes de la cultura, debe cumplir su función por tratarse de la
condición sine qua non que nos permite disfrutar de
otros objetos y de otras relaciones que las edípicas; siendo los
nuevos objetos y relaciones, suplencias de los que debemos perder merced
a la Función del Padre. En resumen, ¿qué es lo que
necesariamente debemos perder? Debemos perder el goce alienante y
narcisista de la primera infancia, pues esa pérdida es el requisito de
nuestra inscripción en la cultura, esto es, la
normatividad socializadora de esos deseos y de todo nuestro espectro
pulsional.
Pero como ocurre frecuentemente también en esta ocasión hay más de
un problema: en el mejor de los casos existe un déficit de la Función
del Padre. En efecto, la necesaria represión de los deseos
incestuosos y agresivos por la Función del Padre en la temprana
época del complejo de Edipo (hasta los cuatro años, aproximadamente) no
siempre acontece de modo adecuado; y para decirlo con la
exactitud que este asunto merece, pueden darse dos problemas:
1º) El primero es de orden universalidad, y se refiere al déficit estructural, llamémosle normal, de la Función del Padre.
2º) El segundo no es universal, y concierne a un fallo más grave de
esa función, hasta el extremo de que ahora el fallo es la razón
etiológica y, por lo mismo, la causa de las estructuras
clínicas que conforman la psicopatología psicoanalítica. (Las
neurosis, las psicosis y las perversiones, básicamente).
El primer déficit de la Función del Padre lo he llamado
estructural-normal porque esa función no es absoluta. Es decir, la
Función del Padre, incluso en el mejor de los casos, no nos puede hacer
tan buenos como sin duda desearíamos, ya que no puede
reprimir-anular del todo la ferocidad de los deseos incestuosos y
agresivos por el gusto al trabajo y la renuncia de lo pulsional. Estos
últimos aspectos son definitorios de la cultura, y opuestos, por
consiguiente, a lo natural, al estado salvaje de Naturaleza. (Una
represión absoluta y sin retorno sintomático, por otra parte,
tampoco sería deseable). Puede plantearse de otro modo, ¿a qué da
lugar la Función del Padre, la operación que tiene encomendada el padre,
aunque por el hecho de ser una función la puede cumplir
cualquier persona indistintamente de su sexo, desde los orígenes de
la cultura?
1º) En primer lugar, la Función del Padre es la causa del malestar
que experimentamos en la cultura-civilización, o sea, es el origen de la
insatisfacción habitual o «miseria ordinaria», como
decía Freud. ¿Por qué? Pues precisamente por lo que hace:
arrancarnos del gozoso abrazo materno (prohibición del incesto que no es
sin frustración) y censurar-socializar nuestras pulsiones
primarias.
2º) En el mejor de los casos, la Función del Padre da lugar a lo que
se denomina pulsión parcial. Se trata de la pulsión derivada de la
represión de las pulsiones primarias, y que corresponde al
deseo y al placer de órgano, siempre parcial, básicamente.
3º) Pero dado que la Función del Padre no es absoluta, o sea, porque
no reprime absolutamente todo ─cosa que de ocurrir, como acabo de
apuntar, tampoco sería lo mejor─, es asimismo la causa de
que seamos sujetos añorantes, nostálgicos, cada cual a su manera y
sin saberlo conscientemente. Pero ¿nostálgicos de qué? Nostálgicos del
goce perdido en la época del complejo de Edipo.
4º) Pues bien, esa morbosa nostalgia impele a muchas personas a
buscar lo que los filósofos han llamado la Cosa en sí, y los teólogos Summum bonum,
cuando en realidad se trata de todo lo
contrario, pues es lo peor que nos podría pasar. Una parte no menor
de la cultura y todas las religiones, como veremos, tienen en esa
morbosa nostalgia su fuente principal. En cuanto a la pulsión
agresiva, por el mismo déficit normal de la Función del Padre, no
queda sepultada del todo. Dicho de otra manera, es la falta en el Otro
que nos habita (la inconsistencia del inconsciente) la
que, por la insatisfacción que caracteriza al deseo, la que impele a
muchas personas a buscar el objeto agalmático (el objeto más precioso,
el objeto a, según la notación del álgebra
lacaniana) perdido en la época del complejo de Edipo. Pero con la
insatisfacción cotidiana, producto de esa pérdida, tenemos que saber
vivir, tanto más si sabemos que si hay un Sumo Bien para
nosotros ese no otro que la pérdida del goce de aquella pretérita
época.
5º) Por último, y como indiqué, en el peor de los casos, o sea,
cuando el fallo de la Función del Padre es mayor, da lugar a los
síntomas de las neurosis, a las manifestaciones psicóticas y a los
actos perversos.
La nostalgia de goce y, por ende, el intento de recuperar el objeto atiene lesivas consecuencias en lo particular y en lo social. No por nada responde al nombre de «universo mórbido de la falta»:
La nostalgia de goce en la cultura. Puede sorprender que filósofos,
pensadores, maestros e intelectuales de toda clase y condición sigan
recomendando esa perversa impulsión al goce infantil y,
por consiguiente, que recomienden lo peor que podría ocurrirle al
sujeto humano. (He aquí el morboso anhelo de las religiones, de todas
las formas de espiritualidad, y aun de algunas disciplinas
consideradas científicas). La nostalgia de goce en lo individual. A
este mórbido deseo se entregan los nostálgicos del sentimiento oceánico,
del anhelo de eternidad al que aspiran quienes no
soportan lo perecedero, siendo lo perecedero una metáfora del primer
objeto amor que ellos desean perpetuo.
Indico así la gran y auténtica perversión de la cultura. Se trata de
una perversión que determina los delirios que conforman una parte no
menor de la historia del pensamiento y del conjunto de
las religiones; y del mismo modo que el anhelo de goce mediante la
cultura viene de lejos, esta circunstancia cuestiona que la cultura sea
solamente una sublimación de las pulsiones. La
aspiración mórbida de goce es notoria en la religión panteísta del
matemático y filósofo Pitágoras de Samos (580-495), de la que el célebre
judío holandés Baruch de Spinoza (1632-1677) y el
alemán universal Albert Einstein (1879-1955) fueron ilustres
seguidores. El goce infantil no anima menos a otros físicos, los mismos
que siguen la inclinación animista de su maestro, como se
observa en los psicoterapeutas cuánticos, y antes en la caterva de
irrisorios seres que ocupan una parte no menor de la historia de las
ideas y de las religiones. Acólitos de esas tramas morbosas
y vindicativas de lo peor son los individuos que no desconociendo
menos que los hombres de fe la causa de lo que dicen, piensan, desean y
hacen, ensalzan sin empacho el yoga y la meditación como
procedimientos esenciales para alcanzar un conocimiento superior
(metáfora del conocimiento del goce de la primera infancia) y la virtud
en sumo grado (porque el abrazo materno excluye de la
contaminación de lo social). Así es también en los que a la
inconsistencia del Otro y a la falta-en-ser del sujeto humano, responden
dando sentido a la vida dándoselo a la muerte: nada desaparece
y/o hay vida personal después de la muerte. La esperanza del devoto
en la inmortalidad muestra que el desamparo infantil se prolonga
frecuentemente y de manera enfermiza hasta la madurez. Es ese
desamparo, más aun por la deflación de la Función del Padre en
nuestra época, el que incita a buscar protección en las figuras de la
autoridad, investidas en patéticos líderes y en prosaicas
divinidades religiosas o paganas, figuras siniestras con pátina de
bondad para la que están bien dispuestos los jefes autoritarios, los
maestros espirituales y los gurús, tanto al menos como los
ungidos para el utópico menester transcendental.
El anhelo de recuperar el goce, como dije, viene de lejos, tanto como el déficit normal de la Función del Padre. La historia comienza con el origen de la cultura, o sea, con el pasaje del estado de naturaleza a la cultura. De creer en la existencia de la horda primitiva el padre originario (urvater), de sus esposas e hijos, habría que creer también que las leyes fundamentales y esenciales que presiden la cultura (ley del incesto y la prohibición de matar al padre, ─el deseo incestuoso ve en el padre un obstáculo para lograr su perverso fin─) fueron instituidas por los hijos del padre originario una vez lo hubieron asesinado. ¿Por qué instituyeron los hijos asesinos esas leyes, leyes que desde ese momento debían ser de obligado cumplimiento general, sin excepciones? Se puede conjeturar que a pesar de que el padre originario era iracundo, celoso y sanguinario, los hijos lo amaban, aunque sólo fuese por el orden que imponía en la horda primitiva. Tras el asesinato retornó en los parricidas el amor al padre en forma de remordimiento por su acto criminal; y fue el remordimiento, y para que no se repitiese la obscena y sanguinaria tiranía del padre originario, los hijos asesinos instituyeron las leyes fundamentales y desde entonces universales en honor al padre muerto; prohibiciones que, por lo demás, conforman la instancia psíquica del superyó con sus dos caras: amor-prohibición y odio-transgresión. Desde aquella época, el deseo del hijo del hombre lleva la huella indeleble del crimen (cometido en la persona del padre originario) y de la falta(del primer objeto de amor que encarna habitualmente la madre); así como la marca de la Función del Padre en la primera renuncia pulsional, Triebverzicht, origen de la insatisfacción que define al deseo y del descontento estructural de la cultura, Unbehagen. Pero ¿qué es lo que en verdad descubrió Freud? (Descubrió)el «mito del neurótico», la construcción del hijo del hombre de la figura mítica (padre de la horda primitiva, urvater) que acaparaba todos los goces, en particular el goce de todas las mujeres, también de la madre: padre del goce, padre de la excepción porque hacía cumplir las leyes que él no cumplía). Y la invención también del asesinato de ese padre tiránico, temido y amado (deseo de matarlo por ser un intruso que priva de aquello que el hijo cree suyo por derecho) en el complejo de Edipo, en el complejo de deseos que acontece a cada nueva generación. El famoso parricidio, por consiguiente, sólo es in mente, aunque para el inconsciente desearlo es ya haberlo cometido.
Como vengo diciendo, desde la inmemorial época de la horda primitiva
y en virtud el déficit normal de la Función del Padre, algunos hombres
han anhelado retornar al estado de naturaleza con una
única finalidad: recuperar el objeto que en verdad nunca tuvieron,
el objeto de máximo goce de la época en la que dos eran Uno. ¿Cómo
definir ese anhelo, qué han conseguido, y cuál ha sido el
resultado?
1º) Verdadero eterno retorno: idílico imaginario en el que algunos individuos no cesan de insistir.
2º) Imposibilidad del reencuentro narcisista: dada esa
imposibilidad, pues se escribe pero que nunca llega a inscribirse, las
doctrinas religiosas y otros delirios que sólo aparentemente no lo
son, no pasan de ser meros lenitivos, apoyaturas, consuelos
imaginarios, y cuyo ansiado fin se posterga en ocasiones para después de
la muerte.
3º) Características fundamentales de la cultura: la pasión de la
ignorancia y el eterno retorno a lo peor son características
fundamentales de la cultura, o más exactamente de las producciones
culturales hechas a la medida del goce del hombre.
4º) Otro resultado, en esta ocasión social: inteligencias
desperdiciadas y sangre vertida de millones de inocentes. La historia
recuerda que algunas de las producciones del hombre, aquellas que
aún hoy siguen convocando a millones de personas, han propiciado
terribles guerras y luctuosos crímenes.
¿Qué es el pecado del que hablan los cristianos y qué son los
mandamientos y preceptos? Cuando los cristianos hablan del pecado
original se refieren, sin saberlo, ─dado que se trata de un saber
inconsciente que como metáfora de un saber reprimido retorna en su
discurso─, de un desplazamiento de aquel crimen indecible o más bien del
deseo de cometerlo; mientras que la necesidad de
castigo que ellos y otros hombres piadosos se imponen en la
observancia de los mandamientos y preceptos, se explica por la necesidad
de castigo por aquel deseo criminal, crimen que como deseo de
matar al padre, en definitiva, acontece en el complejo de Edipo a
cada nueva generación. En el Acto Penitencial el devoto dice: «Yo
confieso ante Dios Todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que
he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión: por mi
culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. (Dándose tres golpes en el
pecho). Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los
ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí
ante Dios, nuestro Señor. Amén. También por ese motivo, la fórmula del
celebrado escritor ruso Fiódor Mijáilovich Dostoievski
(1821-1881), «Dios ha muerto, por lo tanto todo está permitido»,
demanda ser convertida en «Dios ha muerto, ya nada está permitido».Este
aspecto es correlativo a lo que sostenía Lacan en su
Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
1964, «La verdadera fórmula del ateísmo no es Dios ha muerto, sino Dios
es inconsciente».)
La locura y el genio pueden serlo
todo menos cualidades excluyentes. Pero son las personas con un fallo
normal de la Función del Padre las que habitualmente
crean y mantienen viva la llama de la cultura. Estas personas no
sólo no son ajenas a la insatisfacción que caracteriza al deseo, sino
que es la insatisfacción del deseo del Otro que las habita
el que las pone a trabajar, a producir objetos y cultura; pero que,
en ocasiones, atribuyen la insatisfacción al otro, al prójimo,
circunstancia a la que el filósofo alemán Georg Hegel
(1770-1831) se refería con la expresión «alma bella». Desde Freud
sabemos que la pulsión de vida (Eros), está del lado del deseo de otra
cosa que la madre; mientras que la pulsión de muerte
(Thánatos), impulsa a fundirse con ella. Por lo mismo, la pulsión de
muerte conduce a lo peor, siendo lo peor la alienación narcisista (en
las psicosis) o la unión-desaparición del yo en el no-yo
(en la Naturaleza, en la Energía universal, en la unión mística con
Dios, en el Todo, figuras metafóricas, entre otras, de la madre). Si una
de las formas de goce es la desaparición del yo en el
no-yo, habría que colegir que no sólo el goce no quiere el bien del
sujeto humano, sino que no quiere ni su propio bien: sólo persigue su
desaparición, aspecto que remite a la inercia de la
pulsión de muerte a lo inorgánico. Y, en realidad, la pulsión de
muerte sólo aspira al obsceno y funesto manantial del que se nutren las
grandes religiones del Libro, así como el anhelo de los
místicos, y no se reconoce menos en la espiritualidad de los
panteístas, en la bondad de los venerables monjes budistas y en la
inquietante trascendencia de los hindúes, así como en los yainas,
zoroastrianos y sijes, entre otros.
En el origen de esa continuidad
narcisista se encuentra el déficit de la Función del Padre, déficit que
determina ese infortunio interior permanente que es el
sentimiento inconsciente de culpabilidad, aporía que se resuelve en
cuanto el sentimiento se percibe, mientras que lo inconsciente es la
culpabilidad. Definir las religiones, las filosofías
morales y la espiritualidad como ilusorios atrapamientos
narcisísticos puede ser todo menos descabellado; y tampoco es
descabellado mantener que en su origen se encuentra la maligna inercia
de la
pulsión de muerte, inercia que, como he apuntado, denuncia la
nostalgia de algunas personas por la pérdida del goce-Todo de la
infancia, y que, ya en la edad madura, se manifiesta en el anhelo
narcisista de unión mística o en la disolución del yo en el no-yo.
Pero ¿qué es lo que había descubierto Freud? Descubrió el «mito del
neurótico», la construcción del hijo del hombre de la figura
mítica (padre de la horda primitiva, urvater) que acaparaba todos
los goces, en particular el goce de todas las mujeres, también de la
madre: padre del goce, padre de la excepción porque hacía
cumplir las leyes que él no cumplía). Y la invención también del
asesinato de ese padre tiránico, temido y amado (deseo de matarlo por
ser un intruso que priva de lo que el hijo cree suyo por
derecho) en el complejo de Edipo, en el complejo de deseos que
acontece a cada nueva generación. El famoso parricidio, por
consiguiente, sólo es in mente, aunque para el inconsciente desearlo es
ya haberlo cometido.Es a ese aciago éxito narcisista, como apunté,
al que convocan filósofos, maestros, santones y gurús desde hace muchos
siglos. El anhelo hiperbólico de disolución del yo, el
mismo que convoca a la unicidad, no es, por lo mismo, tan honesto
como habitualmente se quiere hacer creer; y de poder lograrse implicaría
la fagocitación del ser por el caprichoso deseo del
Otro, habitualmente materno, del otro que ha visto en el hijo el
objeto (falo, agalma) que obturaría la falta que caracteriza al deseo y,
por consiguiente, haría de quien lo encarna un ser sin
falta, pleno, absolutamente satisfecho, pero también radicalmente
loco. Sólo a los desinteresados por la ética pueda sorprender que en el
país del mundo donde la meditación es una práctica tan
convencional como grande es la espiritualidad de su gente, me
refiero a la India, y donde el hinduismo y el budismo son las religiones
por excelencia, se viole a una mujer cada veinte minutos.
(228.000 denuncias por agresiones contra mujeres el año 2011, pero
sólo hubo 30.200 condenas). Circunstancia que, entre otros aspectos
igualmente reseñables, denuncia la impotencia de esas
técnicas y doctrinas contra la pulsión. Y es que cuando el Otro de
la ley no existe o desfallece, prosperan y se afianzan las formas viejas
y nuevas de goce, de un goce que se aloja en el síntoma
individual, en el mismo síntoma cuyo goce pude verse reforzado por
el goce de los constructos que oferta el mercado de la cultura.
Pero la vida psíquica no es sin sorpresas. Indico así que el
inconsciente tiene otras respuestas para el fallo de la Función del
Padre. Como indiqué, puede intentar reparar de otro modo y en
dirección contraria a la de las religiones, el fallo de esta función
normativizante y socializadora por excelencia. La operación del Otro a
la que me referiré pretende que el sujeto escape del
asfixiante lazo afectivo que lo tiene atado a la madre, así como de
los significantes amos que rigen su angustiosa existencia. (El intento,
casi sin excepción, suele ser fallido.)]
Las cuestiones que ahora me propongo presentar son dos:
1º) Que el déficit o el fallo de la Función del Padre, en cualquiera
de sus modalidades, aboca a algunas personas a las formas no menos
alienantes y lesivas de la violencia y de la destrucción.
2º) Y que el Otro que nos habita puede intentar reparar el fallo de
la Función del Padre en diferentes estructuras y síntomas clínicos, por
ejemplo, en la fobia y en algunas psicosis. Aquí me
ocuparé de otra: la de los delincuentes por sentimiento de
culpabilidad.
¿Ve como puede ser una ventaja? Y seguro que hay psicópatas entre los triunfadores.
J.B: Ventajoso
sólo a corto plazo, se lo acepto. Y puede que haya psicópatas entre los
triunfadores, pero acabarán tomando decisiones
equivocadas, acaban quedándose aislados.
J.M.P.: Pero,¿por
qué razón hay criminales entre los triunfadores?, o ¿porqué un
triunfador se convierte en criminal?, es que ¿acaso el
triunfador persigue la pena, el castigo, al cometer un acto
punitivo? La verdad es esquiva a algunos neurocientíficos. Y el
psicoanálisis, ¿puede aportaralguna luz en este punto?
1916 es la época en la que Freud estaba interesado en las
manifestaciones clínicas de la culpa inconsciente, el narcisismo y la
melancolía, y de ese interés surgió un pequeño trabajo que tituló
«Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica», 1915,
concretamente se trataba de tres caracteres. Al primer grupo los llamó
Los de excepción, al segundo Los que fracasan al
triunfar, y al tercero y último grupo Los delincuentes por
sentimiento de culpa. Estos dos últimos grupos tienen una relación de
primer orden con la consideración de Blair, «…puede que haya
psicópatas entre los triunfadores.»
Freud decía en su artículo haber descubierto un aspecto común a los
tres caracteres: la culpa inconsciente. Se trataba de una disfunción
inconsciente que en cierto modo ponía en cuestión el
principio de placer–displacer y el principio de realidad del aparato
psíquico que él mismo había presentado en 1911. Y subrayaba, por otra
parte, que el sentimiento inconsciente de culpabilidad
existía en algunas personas antes de que hubieran cometido el delito
y, por consiguiente, la culpabilidad no podía proceder del delito.
¿De dónde procede entonces el sentimiento inconsciente de
culpabilidad si no es de un acto real que se haya cometido?; ¿qué
función cumple ese sentimiento en algunas personas? y, por último, ¿por
qué motivo se fracasa al triunfar? Como era costumbre en Freud, en
su trabajo de arqueólogo psíquico no tardó en descubrir que las personas
que fracasaban cuando tenían éxito habían sido niños
con un gran talento natural, y que aquellos dones naturales habían
facilitado sus logros posteriores. ¿Cuál es el primer éxito de las
personas que luego, en edad adulta, cuando el éxito les
sonríe? El primer éxito de las personas de las que se podría decir
que no soportan la felicidad o que dan la impresión que se dicen a sí
mismas que no son dignas de la felicidad, fue en su niñez,
ya que cuando eran niños fueron los preferidos de sus madres. A
Freud tampoco le pasó por alto que la infancia de esas personas estaba
llena de fantasías de exclusiva posesión de la madre, y que
ese deseo y el estrecho vínculo con la madre perduraban en sus
inconscientes.
¿Y qué sabemos del padre de los que fracasan al triunfar? Freud fue
el primero en advertir que percibían a su padre como una persona
impotente y furiosa. ¿Por qué motivo? Freud decía, y no se
equivocaba, que era por una razón inconsciente. ¿Qué razón
inconsciente es esa? El triunfador, ante cualquier signo de fragilidad o
de malhumor del padre, es como si pensase que tienen como única
razón el haber sido excluido de la relación afectiva con su esposa.
Pero ¿por quién había sido excluido el padre de la relación afectiva con
su esposa? Pues por él, ya que su madre lo prefería
más a él (al hijo) que a su esposo.
Llegados a este punto convendría preguntarse ¿qué ocurre en la
adolescencia de las personas que en la edad adulta fracasan al triunfar?
Es en esa época cuando estas personas experimentan el
antiguo y narcisista vínculo afectivo con la madre de la manera más
asfixiante. Ante esa situación angustiante se arman las primeras
respuestas para desatarse de ese nudo afectivo; pero las
respuestas del adolescente suelen ser impulsivas y desordenadas y,
por lo general, fallidas. Pasarán los años y es probable que ese
adolescente tenga éxito. Pues bien, es el éxito, y no es
necesario que sea extraordinario, el que le hará experimentar una
excitación narcisista, una jubilosa euforia que le recordará
inconscientemente que ya fue triunfador, que ya había triunfado en
otra época: que triunfó ante su padre respecto al deseo de su madre
en la época del complejo de Edipo. Las cosas comienzan a ponerse mal
para el triunfador. Pues es como si aquel triunfo
narcisista de la niñez despertara en él y le hiciera pensar que el
éxito alcanzado en edad adulta constituye un riesgo inasumible.
¿Qué hace el triunfador para poder vivir sin angustia, sin culpa y
libre, o más exactamente que hace el Otro, el inconsciente que lo
habita? Intentará castrarse simbólicamente. Es decir,
intentará reparar el déficit de su padre, intentará corregir el
fallo de la Función del Padre. ¿Cómo lo hace? Fracasando. Pero ¿por qué
busca el fracaso el triunfador? El fracaso representa para
él el triunfo del padre. Es como si pensara que alguien tiene que
triunfar, pero no él. Entonces, «si yo fracaso ─viene a pensar─, triunfa
mi padre (en el complejo de Edipo), triunfa la necesaria
Función del Padre, necesaria hasta el extremo que es la que puede
liberarme del asfixiante yugo de mi madre.»
El problema es que el fracaso está fuera de tiempo, fuera del tiempo
en el que tendría que haberse efectuado y que no es otro que el
temprano del complejo de Edipo. En suma, el triunfador es como
si pensara que fracasando hace triunfar a quien debería haber
triunfado en el complejo de Edipo, el padre; y triunfador significa
haber sido la persona más deseada por su esposa, pues ese suele
ser uno de los requisitos del éxito de la Función del Padre. En
suma, fracasando al triunfar es como si pensara, también, que dejará de
estar atrapado como objeto narcisístico en el ánimo de su
madre.
El fracaso cuando se alcanza el
éxito y la criminalidad en cualquiera de sus formas de presentación,
desde la prevaricación hasta el crimen en serie
(serial killer,
ejemplo del cual fue la llamada solución final de los nazis), puede
ser, y de hecho así es
frecuentemente, un llamado al padre, y más exactamente un llamado a
la Función del Padre por una persona atormentada porque en su niñez se
vio privada de esa función normativizante y
socializadora y, por supuesto, un llamado a la justicia en tanto
representante de la autoridad paterna. Es en estos casos cuando el
delito y la pena son un alivio para el delincuente y para el
psicópata. (Esta consideración sobre la criminalidad despertará sin
duda la intranquilidad incluso en las personas más impertérritas).
Hace varias décadas que los psicoanalistas superamos la disputa
entre los bioneuropatólogos y los partidarios de la psicocriminogénesis,
y no sólo por la lectura de aquel libro pionero de la
criminología psicoanalítica que escribieron el jurista Hugo Staub y
el psicoanalista Franz Alexander, El delincuente y sus jueces desde el punto de vista psicoanalítico,
1926,
siguiendo la orientación de Freud en su trabajo de 1915, donde
plantean que la necesidad de castigo es la condición de la transgresión,
así como el del jurista y político español Luis Jiménez de
Asúa (1899-1979), Psicoanálisis Criminal, 1940. La
superación procede, como no podría ser de otra manera, de lo que la
clínica nos enseña, y en primer lugar de algo tan básico
pero al mismo tiempo esencial como es la diferencia entre la
criminalidad orgánica, la criminalidad social y la criminalidad
inconsciente, no siendo esas formas incompatibles entre sí. El mismo
Freud, como apunté, no se ocupó de la voluntad consciente de matar,
asunto más bien propio de la justicia, sino de los motivos inconscientes
que llevan a una persona a delinquir porque persigue
el castigo que le exima del sentimiento inconsciente de
culpabilidad.
Se equivocan los que con insoportables cantinelas afirman que
generalizamos y que reducimos la criminalidad a una única causa. Freud
no lo hizo, y también en esto su condición de científico fue
absoluta. En el trabajo recién mencionado dice, «De los delincuentes
adultos hemos de restar, desde luego, todos aquellos que cometen
delitos sin sentimiento de culpabilidad, aquellos que no han
desarrollado inhibiciones morales o creen justificada su conducta
por su lucha contra la sociedad. Pero en la mayoría de los demás
delincuentes ─prosigue─, en aquellos para los cuales se han
hecho realmente las leyes penales, tal motivación podría muy bien
ser posible, aclararía algunos puntos oscuros de la psicología del
delincuente y procuraría a la pena un nuevo fundamento
psicológico». Mientras que los críticos cuyos prejuicios les hacen
creer que el primer psicoanalista no cita a sus fuentes o que no nombra a
los que habían intuido algunas ideas que la clínica
psicoanalítica revelará en toda su objetividad, quizá cambien de
opinión al leer las palabras finales de ese trabajo: «Uno de mis amigos
me ha llamado la atención sobre el hecho de que ya
Nietzsche sabía de estos «delincuentes por sentimiento de
culpabilidad». La preexistencia del sentimiento de culpabilidad y el
empleo del hecho para la racionalización del mismo se nos aparecen
en las palabras de Zaratustra, «el pálido delincuente». A
investigaciones futuras corresponde fijar cuántos de los delincuentes
deben contarse entre los «pálidos».]
¿Cuántos psicópatas hay? y ¿cuántos criminales son psicópatas?
J.B: De un 0,5% a un 1% de la población. Uno de cada tres encarcelados lo es.
[J.M.P: Pero la cuestión, insisto, es cuántos psicópatas lo son por causas psicológicas, por alteraciones en áreas cerebrales como la
amígdala, el córtex prefrontal y el caudado, y/o por una alteración en la bioquímica de la dopamina.
¿Por qué somos violentos?
J.B: Es una respuesta ante la amenaza, la frustración o la envidia que hasta ahora ha proporcionado ventajas para sobrevivir. Lo
desventajoso es la respuesta exacerbada.
[J.M.P: Blair no
se aparta de la línea a la que nos tiene ya acostumbrados cuando afirma
que podemos ser violentos al sentirnos amenazados,
por frustración o envidia. Resumiendo, según Blair y Buckholtz todos
los criminales lo son por:
1º) Alteraciones cerebrales en las áreas de la amígdala, el córtex
prefrontal y el caudado, y/o una disfunción de un neurotransmisor, la
dopamina.
2º) Estas alteraciones cerebrales y los desequilibrios de la
dopamina, suprimirían, según estos expertos, el inhibidor de la
respuesta visceral, suprimirían, en suma, la capacidad de ponerse en
el lugar del otro, la empatía, produciendo la faltade autocontrol de
las pulsiones primarias.
3º) De ahí que, según Blair «ante la amenaza, la frustración o la
envidia que hasta ahora ha proporcionado ventajas para sobrevivir, estos
individuos respondan con una conducta violenta o
delictiva, siempre de manera exacerbada.»
Al margen de alteraciones genéticas y cerebrales, los criminales
proceden como tales, según estos neurocientíficos, porque su cerebro
precisa de una recompensa muy elevada de dopamina, una
sustancia que produce placer, sosiego y anula la intranquilidad y
calma la angustia; y esa recompensa extra algunos individuos la
conseguirían mediante actos violentos, el abuso de sustancias
estimulantes o con la adicción al sexo. Puede ser así en algunos
casos, pero en realidad, en muy pocos.
¿Qué es lo que enseña la clínica psicoanalítica, una clínica que no
excluye, como indiqué, que haya criminales por los motivos que apuntan
los neurocientíficos? Desde Freud sabemos que existen
delincuentes por sentimiento de culpa, que algunas personas cometen
delitos para ser castigados. Y la clínica psicoanalítica enseña también
que otras personas oponen serias resistencias a la
curación, que no quieren su bien, en este caso curarse,
circunstancia para la que Freud acuñó el término Reacción Terapéutica
Negativa (RTN), y en cuyo origen suele encontrarse también la culpa
inconsciente.
Veamos primero, si bien sucintamente, ¿qué es el delito?
• En muchos casos se trata de un modo de eludir o atemperar los
síntomas. En efecto, para las personas que podemos definir como
«delincuentes por sentimiento de culpa», el delito es un modo de
eludir o atemperar los síntomas que los atormentan y una expiación
de una falta imaginaria. Se trata básicamente de un llamado al castigo
que se creen merecer y, por consiguiente, delinquen para
ser castigados, pues el castigo se les antoja liberador de una falta
que sólo fue in mente.
Permítanme que mencione ahora el castigo.
• Aquí ya no se trata tanto de aludir o atemperar sino de restituir
al padre en el lugar que por su función le corresponde. El castigo, en
la edad adulta, es una suerte de reparación de otro
castigo, del castigo que algunas no tuvieron o imaginaron no tener
en su infancia, en la temprana época del complejo de Edipo y, por
consiguiente, respecto a sus deseos edípicos (de acostarse con
mamá, y matar u odiar al que se opusiera al deseo de tener el objeto
incestuoso que creían suyo por derecho). Es como si imaginaran que con
el castigo, en edad adulta, pueden restituir el
castigo-prohibición que no tuvieron o imaginaron no tener de su
padre, castigo por sus pensamientos edípicos.
Se trata, como se habrá advertido, de una reparación imaginaria de
una función necesaria, ya que la Función del Padre es la condición sine
qua non de la salud psíquica y de la socialización. Es
decir, el tiempo actual no es el tiempo del complejo de Edipo. En
efecto, el Otro opera en los delincuentes por sentimiento de culpa, tan
bien como a deshora; y lejos de solucionar el fallo de la
Función del Padre habitualmente empeora la situación de la persona
que intentó repararlo, pues la estrategia del Otro convierte a esa
persona en un delincuente (por sentimiento de culpa y
necesidad de castigo).
¿Pero ocurre del mismo modo en nuestros días que en épocas pasadas,
la función expiatoria del castigo funciona hoy como lo hacía en otro
tiempo? Así como en el principio de cada ser humano se
encuentra el lenguaje, el Otro del lenguaje que nos precede, que nos
espera desde siempre, y que nos constituye en lo que somos; en el
principio de la cultura, como apunté, fue el Acto, el acto
criminal cometido por los hijos en la figura de su padre (urvater).
Fue ese primordial asesinato que fundó el pacto jurídico (ley del
incesto y del parricidio) necesario para la vida en
común. No por nada Freud decía que el incesto es antisocial, es
decir, que hacer de dos Uno, anhelo por antonomasia del goce narcisista,
se opone al deseo hasta el extremo de extinguirlo, como
acontece en la muerte. Desde aquella lejana época, las prohibiciones
de la Función del Padre en cada familia (ley del incesto y prohibición
de matar) reactualizan las del padre muerto que
fundaron la cultura. Pues bien, las dos prohibiciones que inauguran
la cultura tienen una relación directa con dos aspectos cardinales en el
asunto de la criminalidad: el Otro social y el
sentimiento inconsciente de culpabilidad. Acerca del inconsciente,
de la instancia psíquica que rige nuestra existencia, lo primero que hay
que apuntar es que es permeable al Otro social de la
época que le toca vivir. ¿Cuáles son las características del Otro
social contemporáneo, o más exactamente, qué características sociales,
culturales y políticas influyen y modulan la instancia
psíquica que rige la vida de nuestros jóvenes e incluso de quienes
no lo son tanto? Recordaré algunas que entiendo fundamentales:
• la degeneración de la democracia;
• un neoliberalismo que apenas se entiende separado de las características del capitalismo salvaje;
• la democratización de la ilusión de saber;
• los cambios legislativos en relación a la disolución de los lazos sociales;
• la doble barra de medir en la justicia;
• y la frustración ante una globalización que no ha producido la emancipación general que prometía.
Pero si tuviera que subrayar un aspecto en este asunto ese sería que
esas y otras características del Otro social contemporáneo han
propiciado una deflación sin precedentes de la Función del
Padre, de la función destinada a la normativización-socialización de
las pulsiones y de los deseos agresivos e incestuosos.
Considero pues primordial el lugar del capitalismo en el asunto que
estamos tratando. El capitalismo, como se sabe, se ha constituido en un
sistema económico casi universal. Quizá de lo que no se
habla tanto es que no deja al azar ninguna de las dimensiones
individuales y sociales y, sobre todo, que ha sabido jugar las cartas de
la condición humana, aunque también se podría apuntar, y
pienso que sería igualmente acertado, que la condición humana estaba
esperando el momento propicio para crear el capitalismo en la dimensión
que hoy lo conocemos. Sea como fuere, de lo que no hay
duda es que el capitalismo y/o la condición humana han sabido jugar
la carta de la insatisfacción que caracteriza al deseo.
¿Qué es la insatisfacción estructural del sujeto humano? Se trata de
uno de los aspectos fundamentales de nuestro malestar en la cultura, y
como apunté, responde a la represión de las pulsiones
primarias que caracterizan al estado igualmente primario del infans,
del niño que todavía no habla. En realidad, cualquiera diría que los
agentes del capitalismo han leído al Freud que descubre
la «insaciable hambre de nuevos objetos que caracteriza al sujeto
humano», y que han retenido otra idea no menos importante, «el verdadero
deseo del sujeto humano es alcanzar el objeto de máximo
goce perdido en la primer infancia».
¿Qué hace el capitalismo con esos descubrimientos psicoanalíticos?
Como si se tratara de una nueva religión, ─que lo es por ser la religión
de la hipermodernidad, aunque con características
propias─, anuncia tener el objeto que obturará la falta del deseo
─deseo que lo es porque le falta algo─ y, por consiguiente, que tiene
los objetos que pueden obturar la insatisfacción que
caracteriza al deseo y eliminar el malestar en la cultura. Pero el
capitalista tampoco engaña. Sabe que lo que ofrece tiene el límite de lo
imposible; y además, su sonrisa, la sonrisa que le
produce la plusvalía, se apagaría si concediera al trabajador el
objeto de amor, pues ese objeto, a diferencia del objeto del deseo,
paraliza frecuentemente el consumo. También por esto el
capitalismo odia al amor o, si se quiere, cabe calificarlo de un
discurso sin amor. (El amor, en tanto metáfora-sentido, hace
condescender al deseo, o sea, apaga la metonimia o perpetuo
deslizamiento del deseo).
He aquí una parte no menor del saber-hacer del capitalismo con el
saber psicoanalítico; así como la añagaza de ese amo moderno que es el
capitalista, un amo moderno que por no desconocer que es
el deseo, sabe que no pocas personas anhelan y aun tienen la
pretensión de gozar de los mismos objetos de los que él goza. En cuanto
al trabajador, lo sepa o no, sólo puede gozar de lo que el
amo-capitalista desea que goce. Nada se le escapa al que comanda el
hacer-consumir, desde las marcas o la línea blanca hasta los productos
bio y las formas de vida social alternativas, pasando
por los gadgets, viejos nada más nacer, como el teléfono móvil, el
iPad, o los videojuegos. Al amo postmoderno tampoco le pasan por alto
los daños colaterales, como la declinación de la Función
del Padre y sus consecuencias. El deterioro de esta función crucial
en lo que somos no sólo produce la aludida insatisfacción, y más allá de
no pocas enfermedades orgánicas y psíquicas,
habitualmente es la causa del pasaje al acto del suicidio y de la
violencia.
Para poner freno a la condición
humana y para evitar en lo posible los daños colaterales, los hombres
desdeuna época inmemorial decidieron educar y moralizar a
la gente, así como hacer respetar las leyes que fueron instituyendo y
siempre presididas por las Leyes universales del padre de la horda
primitiva. Crearon, en suma, las instituciones en las que
descansa la cultura, siendo la institución religiosa y la
universitaria las avaladas para formar a los garantes de la cultura.
(Con poco éxito, por lo que acabamos de ver. Y como decía Freud,
entre las profesiones imposibles se encuentran la política y la
educación). Concluyamos con lo que dice Lacan en «Introducción teórica a
las funciones del psicoanálisis en criminología, 1950»,
«Una civilización cuyos ideales son cada vez más utilitarios,
comprometida como está en el movimiento acelerado de la producción, ya
no puede conocer nada de la significación expiatoria del
castigo. Si retiene su alcance ejemplar, es porque tiende a
absorberla en su fin correccional.»
El sujeto contemporáneo apenas sospecha en qué medida colabora en la perpetuación del goce del amo. (Quizá no haga falta recordar el caso del expresidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, absuelto por un tribunal popular del delito de cohecho por haber recibido algunos trajes y otros objetos carísimos de manos de los agentes de la trama Gürtel. Por lo demás, en este punto la reflexión concierne a la diferencia entre lo legal y lo justo).
El sujeto contemporáneo apenas sospecha en qué medida colabora en la perpetuación del goce del amo. (Quizá no haga falta recordar el caso del expresidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, absuelto por un tribunal popular del delito de cohecho por haber recibido algunos trajes y otros objetos carísimos de manos de los agentes de la trama Gürtel. Por lo demás, en este punto la reflexión concierne a la diferencia entre lo legal y lo justo).
El silencio es el verdadero crimen, decía el escritor uruguayo Mauricio Rosencof (n. 1933), pero no mayor que las vacilaciones de la responsabilidad en nuestro tiempo, como subrayaba Lacan. El sujeto postmoderno, ante un entramado de factores sociopolíticos demoníacos, suele discriminar qué es lo mejor para él y para los suyos porque no desconoce, al menos no del todo, la corrupción pública y privada, y, por lo mismo, o bien abstraído de su consistencia social opta por resignarse a la espera de que un día le sonría la suerte, o se recrea con los gadgets que le oferta el mercado y una formación que no sabe bien para que le servirá, o en el peor de los casos vuelca su frustración y toda su animosidad en otras personas que no son menos víctimas que él del sistema y/o de su historia.]
¿Qué sucede en un cerebro de varón que asesina a su pareja?
J.B: Hay una confluencia de un factor de frustración y de un factor sociocultural.
¿La neurología llegará a predecir conductas antisociales?
J.B: Podremos predecir quién tiene más probabilidades de incurrir en esas conductas.
[J.M.P: ¿Cómo se
pueden predecir las conductas antisociales? Se nos dirá que con test, o
mediante controles a las personas con antecedentes
penales, aplicados igualmente a los enfermos mentales con
comportamientos agresivos. En fin, se nos dirá lo de siempre, lo
conocido, esquivando, también como siempre, el meollo de la cuestión.]
¿Y evitarlas?
J.B: Para eso investigo. ¡Pero olvídese de un detector de criminales antes de delinquir!
¿El psicópata se da cuenta de que lo es?
J.B: No, es muy
poco probable. Como siente poco, siente menos depresión, ansiedad y
angustia que el promedio, y también tiene menos sentido
del humor.
La profilaxis contra la psicopatía es… y si observa un patio de colegio, ¿puede ver indicios de futuros psicópatas?
J.B: Atención al
niño, calidez afectiva, orientación empática: ¡jamás te muestres
excesivamente enfadado ante un niño! Por otra parte, en
algunos abusones podría ocultarse un futuro psicópata. Tengo
sospecha de algún compañero de pupitre...
[J.M.P: Blair, y
por lo que sé Buckholtz, no han leído a Freud, y de Lacan conocen,
aunque no puedo asegurarlo, poco más que el nombre.
Respecto a lo poco o mucho que hayan podido leer de la historia de
las enfermedades mentales y de la psicoterapia, es evidente que no les
ha servido para comprender de qué se trata.
Los prejuicios y las limitaciones intelectuales no son buenos
compañeros de viaje para el que pretende ser ubicado en el campo de la
ciencia. Más incluso es así porque uno y otro impiden
vislumbrar que al fracaso de las técnicas psicoterapéuticas basadas
en la razón le ha seguido el ensalzamiento de aquellas otras que ven en
los factores afectivos el origen de los trastornos
psíquicos; y porque impiden reconocer que ante el fracaso de esas
dos técnicas ha ido tomando auge el no hacer nada, el dejar pasar de las
insulsas técnicas contemplativas y de meditación.
De haber leído a Freud y a Lacan, Blair y Buckholtz sabrían que la
experiencia psicoanalítica ha revelado la condición humana en lo que
tiene de esencial y singular; y que a su tesis práctica
fundamental (la solución para combatir la criminalidad es el
autocontrol del instinto agresivo), ya había respondido Freud, como
consta en una carta fechada el mes de setiembre de 1932, carta en
respuesta a una pregunta que le había formulado Albert Einstein,
«¿Por qué la guerra?». Freud explicaba al genial físico alemán que «Los
lazos amorosos no alcanzan para instalar una comunidad de
hombres que hubieran sometido su vida pulsional a la dictadura de la
razón». ¿Qué es lo que se opone al lazo amoroso? Una de las
manifestaciones de la pulsión de muerte es el sentimiento
inconsciente de culpabilidad, que puede impulsar a la destrucción y
al sufrimiento del semejante, así como a la ruina intelectual, moral o
física de uno mismo. Nada bueno se logra cuando se
desconoce que el superyó no sólo prohíbe, que no se agota en la
afable voz de la conciencia moral, pues a menudo impele al goce y, por
consiguiente, a transgredir las leyes en las que se funda la
cultura.
A Blair y a Buckholtz parece que les trae sin cuidado que algunas
personas fracasen al triunfar, y que otras quebranten las leyes por un
sentimiento de culpa que los corroe por dentro, y que con
el castigo por su acto criminal esas mismas personas denuncien la
falta de la autoridad paterna en la construcción de su subjetividad. Y
tampoco debe importarles que otras, suicidándose tras la
comisión del delito, busquen la redención a una culpa, culpa
habitualmente imaginaria, dado que el deseo de muerte sólo fue in mente,
o por un fracaso, aunque habría que preguntarse ¿un fracaso
de qué y ante quién? Si estos neurocientíficos hubieran leído a
Freud, conocerían que el psicoanalista vienés fue el primer clínico que
advirtió que los niños que se comportan de manera
indomeñable, esos niños que por sus continuos gritos y continuada
inquietud se dice de ellos que son un insufrible tormento para sus
padres y para sus cuidadores, suelen hacer con sus ajetreadas
travesuras una confesión y desean que los castiguen de una u otra
forma. Y es que muchos de esos niños, diagnosticados de Trastorno de
déficit de atención (TDA o TDAH, o sea, sin o con
hiperactividad), buscan un correctivo para apaciguar su conciencia
de culpa por deseos inconscientes edípicos, y la satisfacción de una
aspiración sexual masoquista.
Si James Blair y Joshua Buckholtz, y con ellos otros neurocientíficos, estuvieran interesados en lo que enseña la clínica psicoanalítica, sabrían que el psicoanálisis ha descubierto que la fuente de la religión no es otra que el sentimiento inconsciente de culpabilidad, sentimiento que se deriva de los deseos hostiles e incestuosos del complejo de Edipo, de la protoculpa que en las Santas Escrituras responde al nombre de pecado original, la misma protoculpa que desde hace muchos siglos los piadosos hombres que abrazan los discursos religiosos pretenden liberar a la Humanidad mediante la forma reactiva que es la vida virtuosa. Cuando se comenta que el poder corrompe, que estropea al alma, que introduce la impunidad en el ser más honesto, y cuando se atribuye todo ello al declive de la democracia y aun a la decadencia de Occidente, convendría pararse a pensar en la condición humana, y en una cuestión de la que hablaré en otra ocasión como es la imposibilidad, diferente al consuelo de la impotencia, que debería presidir toda idea regeneradora y emancipatoria en lo individual y en lo sociopolítico.
Si James Blair y Joshua Buckholtz, y con ellos otros neurocientíficos, estuvieran interesados en lo que enseña la clínica psicoanalítica, sabrían que el psicoanálisis ha descubierto que la fuente de la religión no es otra que el sentimiento inconsciente de culpabilidad, sentimiento que se deriva de los deseos hostiles e incestuosos del complejo de Edipo, de la protoculpa que en las Santas Escrituras responde al nombre de pecado original, la misma protoculpa que desde hace muchos siglos los piadosos hombres que abrazan los discursos religiosos pretenden liberar a la Humanidad mediante la forma reactiva que es la vida virtuosa. Cuando se comenta que el poder corrompe, que estropea al alma, que introduce la impunidad en el ser más honesto, y cuando se atribuye todo ello al declive de la democracia y aun a la decadencia de Occidente, convendría pararse a pensar en la condición humana, y en una cuestión de la que hablaré en otra ocasión como es la imposibilidad, diferente al consuelo de la impotencia, que debería presidir toda idea regeneradora y emancipatoria en lo individual y en lo sociopolítico.
Razones suficientes, creo, para que en el ámbito de la educación y en el del Derecho penal se tenga en cuenta el masoquismo del sujeto humano a la hora de dilucidar los motivos de la criminalidad, así como el modo de plantear la utilidad de los castigos y de las penas.
Girona, enero de 2013
José Miguel Pueyo
Radiografia de la criminalitat i la corrupció
Avui encetem el
cicle Societat, cultura i psicoanàlisi que constarà de dues xerrades-col·loqui.
La d’avui dedicada a analitzar per què l’ésser humà cau en els paranys de la
corrupció i la criminalitat. El proper dijous, a la mateixa hora que avui i en
aquesta mateixa sala, volem tractar el món de les psicoteràpies, del per què de
la seva profusió, de si ens poden servir per combatre el malestar i poden arribar
a curar o si, per contra, només serveixen com a remeis temporals, amb resultats
efímers i fins i tot contraproduents. Com dic, això serà el proper dijous a les
20h aquí mateix.
Avui doncs, ens
proposem “radiografiar” la criminalitat i la corrupció. Una radiografia és un
procediment per fer fotografies de l’interior del cos mitjançant els raigs X.
De fet, encara que els neuròlegs ho intenten amb els escàners i les autòpsies
no hi ha radiografies per a la ment. O potser sí? La psicoanàlisi va descobrir
ja fa anys que les radiografies de la psique es poden realitzar amb les
paraules perquè és precisament el llenguatge la matèria primera de la nostra
ment.
Què és la
criminalitat? El conjunt d’actes delictuosos comesos en un lloc i temps
determinats. I què és un delicte? Doncs una acció prohibida per la llei (segons
un ordenament jurídic determinat) sota l’amenaça d’una pena. La corrupció,
corrompre algú o alguna cosa, és desviar-se del deure, de la rectitud és obrar
il·legalment. Per tant, aquests dos conceptes només es poden comprendre en
relació a una llei que existeix prèviament. Més endavant veurem de quina
manera.
1. FENOMENOLOGIA. CASOS.
D’entrada recordaré
breument alguns dels casos que han sotragat l’opinió pública en els darrers
anys i que constaten que algunes persones sucumbeixen a la temptació de cometre
actes delictius en contra del bé públic i, per desgràcia, a vegades fins i tot
s’acompanyen de la violència per assolir els seus propòsits.
CORRUPCIÓ
Podem començar per Fèlix Millet i Tusell, sobradament
conegut per tots per entabanar a milers de catalans. Originari d’una família
barcelonina il·lustre (el seu besoncle, el germà del seu avi) va ser un dels
fundadors de l’Orfeó Català el 1891. Ell però, el juliol de 2009, va ser
destituït del seu càrrec de president del Palau de la Música en descobrir-se
tot un entramat de desviament de fons de l’entitat en benefici personal que es
calcula que podria arribar als 35 milions d’euros. El cas encara està pendent
de judici.
(només citar) Jaume Matas i Palou, ex president de
les Balears, va ser imputat per diversos delictes com ara els de malversació,
suborn i prevaricació i el març de 2010 el jutge li va imposar presó que de
moment ha eludit amb una fiança de 3 milions d’euros.
En el món del
ciclista Lance Armstrong va
reconèixer el gener d’aquest mateix any haver consumit EPO, testosterona i
realitzar transfusions de sang de manera sistemàtica per millorar el seu
rendiment ens les competicions. El 2012 se li van retirar els seus 7 títols de
guanyador del Tour de France i tots els títols des del 1998 així com se li va
imposar una sanció de per vida.
Isabel Pantoja s’ha vist implicada en
l’anomenat cas Malaya contra la corrupció urbanística perpetrada a l’Ajuntament
de Marbella, l’alcalde del qual era el seu, en aquells moments, company
sentimental, en Julián Muñoz i fa pocs dies va ser condemnada a 7 anys i mig de
presó per prevaricació després d’haver-s’hi passat ja 3 anys. Isabel Pantoja va
ser condemnada el mes passat a 2 anys de presó, que no complirà, per blanqueig
de capitals i a una multa de més d’un milió d’euros.
Iñaki Urdangarín Liebaert, gendre de Joan Carles I,
està imputat per corrupció arran de les investigacions del cas Palma Arena i
pendent d’un judici que podria esquitxar la seva dona i el mateix rei
d’Espanya.
Luis Francisco Bárcenas Gutiérrez, el 2009 va ser
inicialment imputat pel cas Gürtel, una trama de corrupció del Partit Popular.
La causa contra ell va ser arxivada pel jutge responsable però el gener passat,
arran de diverses notícies aparegudes a la premsa, va ser implicat en el cas
que ja porta el seu nom. Ara té el passaport retirat i l’obligació de
presentar-se davant el jutge cada 15 dies. S’especula que va arribar a tenir 38
milions d’euros d’origen dubtós en un banc de Suïssa.
Per no allargar-me,
actualment hi ha més de 100 banquers imputats vinculats a 15 caixes. La setmana
passada sense anar més lluny va passar per la presó durant unes hores Miguel Blesa, expresident de Caja
Madrid que, tot cal dir-ho, va poder pagar la finança de 2,5 milions d’euros
precisament amb els diner que va robar i en canvi a d’altres que no per
delictes molt menors van directes a la presó. I entre els casos més sonats hi
el de Rodrigo Rato, el qual va ser
ministre d’economia i director del Fons Monetari Internacional. Està acusat de
presumptes delictes d’estafa, administració deslleial, apropiació indeguda,
falsejar comptes i manipulació per alterar el preu de les coses.
SEGRESTOS I
VIOLÈNCIA SEXUAL
El cas conegut pel monstre d’Amstetten (Àustria) va
arribar a l’opinió pública l’abril de 2008. Josef Fritzi va mantenir captiva durant 24 anys en un soterrani la
seva filla Elisabeth a qui va sotmetre a múltiples abusos sexuals i violacions
durant el seu captiveri. La seva filla durant aquest temps va donar a llum 7
fills i un avortament involuntari. El 2009 fou condemnat a cadena perpètua.
Marc Dutroux es un assassí en sèrie
belga que va segrestar, torturar i abusar sexualment a 6 nenes i noies d’entre
8 i 19 anys, de les quals 4 van ser assassinades, tot això amb la complicitat
de la seva dona i de Michel Lelièvre. El cas va despertar crítiques ferotges a
Bèlgica per la mala gestió del cas que en va fer la policia, el sistema
judicial i les autoritats. Es va arribar a organitzar una manifestació de
protesta de 300.000 persones per la lentitud i la ineficàcia en què es va
portar el cas. Finalment, va ser condemnat a cadena perpètua i la seva dona a
30 anys de presó juntament amb altres còmplices.
Natascha Kampusch va
ser segrestada per Wolfgang Priklopil amb 10 anys d’edat i va restar en
captiveri durant 8 anys fins que es va poder escapar l’agost de 2006. Va passar
6 mesos en una cel·la de 5 m2 sense finestres. El segrestador es va
suïcidar abans de ser capturat.
El cas més recent
va esclatar fa poc dies i és el d’Ariel
Castro de Cleveland (EUA) que està acusat de segrestar i violar tres noies
durant més de 10 anys arribant a tenir una filla amb una de les segrestades. El
cas s’està encara investigant però sembla que les noies eren lligades amb
cordes i cadenes i van patir diversos avortaments.
ASSASSINATS EN
MASSA
La massacre de Columbine (Colorado, EUA)
es va produir el 1999 quan els estudiants Eric
Harris i Dylan Klebold van anar al seu institut i van matar 12 companys, 1
professor i ferint vint-i-una persones més abans de suïcidar-se.
Antecedents
Els primers indicis de perillositat dels dos joves
es remunten quan l'Eric Harris, l'any 1996, va crear una pàgina web a America Online que originalment estava destinada a albergar
alguns nivells del videojoc Doom creats pels dos joves. Harris també inicià un bloc que contenia acudits i petits retalls de diari
sobre els seus pensaments sobre els seus pares, amics i l'escola; a finals
d'anys, ja incloïa instruccions per fer trapelleries, instruccions per a la
fabricació d'explosius i apareixerien els primers senyals de ràbia que en
Harris tenia envers la societat.
Després que Harris es queixes de patir de
depressió, ràbia i pensaments suïcides en una reunió amb el seu psiquiatre, li
prescrivia l'antidepressiu Zoloft. Al queixar-se al seu doctor d'inquietud i d'una
manca de concentració, va dur al doctor a substituir-lo per un medicament
similar, Luvox.
En el moment del seu suïcidi, Harris contenia nivells de Luvox en el seu cos.
Alguns analistes, com el psiquiatre Peter Breggin, sostingueren que una o
ambdues medicacions podien haver contribuït a les accions que perpetrà en
Harris. S'ha afirmat que els efectes secundaris d'aquests antidepressius poden
ser l'augment de l'agressivitat, la inhibició del remordiments, la
despersonalització i atac maníacs.
Causes
Els investigadors van buscar diferents causes
explicatives, moltes d'elles comunes a altres incidents similars. Les primeres
al·ludeixen a la possible malaltia mental dels agressors, amb símptomes de depressió i megalomania segons els estudis del FBI. Altres
van buscar l'explicació en l'aïllament social a l'institut, mencionant el poder
dels grups juvenils i del bullying.
També es va suggerir que la influència dels videojocs i pel·lícules amb violència podia haver distorsionat la visió del bé i
del mal dels dos joves, mentre que altres van denunciar la facilitat amb què es
poden obtenir armes de foc als Estats Units.
El 2007 hi va haver
un assassinat massiu a la Universitat
Estatal de Virginia (EUA). En l’incident van morir 33 persones, inclòs
l’autor del tiroteig d’origen sudcoreà, en Cho
Seung-Hui, i en van resultar ferides 29 més. Està considerat el pitjor atac
a una universitat en la història dels EUA.
El manifiesto enviado a NBC
Durante las dos horas
entre un tiroteo y otro, el asesino envió una encomienda postal a NBC Noticias en su sede central en Nueva York. Redactó mal la
dirección a la que iba dirigida, lo que provocó el retraso de su entrega,
permitiendo que no fuera descubierto inmediatamente para así tener tiempo para
cometer la masacre. En la encomienda iba un manifiesto, fotos y vídeos
expresando su odio y resentimiento hacia la sociedad en general. Dentro de lo
mostrado por NBC, dijo: "No tenía que hacer esto. Pude haberme ido. Pude
haber desaparecido. Pero no, no escaparé más. No es propio de mí. Por mis
niños, por mis hermanos y hermanas que vosotros jodisteis, lo hice por ellos...
Cuando llegó el momento, lo hice. Tuve que hacerlo."
Entre el material había
un DVD con 27 archivos de video que suman alrededor de
10 minutos. En ellos aparece Cho Seung-Hui hablando directamente a la cámara, diciendo frases como las siguientes: ''Habéis
tenido 100 billones de oportunidades y formas para evitar (lo de) hoy. Pero
habéis decidido derramar mi sangre".
También iban 43 fotografías, en varias de las cuales
se ve a Seung-Hui apuntando con un arma a la cámara y a sí mismo.
Els atemptats de Noruega el juliol de 2011
van causar la mort de 77 persones i en va ferir més de 100. Primer amb una
bomba a Oslo i després a la illa d’Utoya on Aders Behring Breivik de 32 anys va disparar indiscriminadament contra
els participants a un camp juvenil del Partit Laborista Noruec.
El metges li van
diagnosticar una psicosi (esquizofrènia paranoide) però el passat 24 d’agost va
ser considerat mentalment sa i condemnat a 26 anys de presó.
James
Eagan Holmes. Estudiant de doctorat de neurociències. Va entrar en un cinema on
projectàvem Batman i va començar a disparar matant a 12 persones i ferint-ne a
58. S’havia tenyit el cabell de vermell i es feia dir El Joker. El procés
judicial es troba en marxa i s’està valorant la seva salut mental.
El 14 de desembre
passat, Adam Lanza, d’uns 20 anys,
es va dirigir a l’escola Sandy Hook de Newton (Connecticut, EUA) i va
assassinar a 28 persones inclosa la seva mare que hi treballava de mestra.
L’autor de la massacre va morir a la mateixa escola.
Adam Lanza padecía del Síndrome de
Asperger, un trastorno que afecta la condición mental y
conductual de los pacientes. En un principio se creía que la condición fue el
punto de partida para que el joven cometiera los asesinatos. Sin embargo, varios especialistas y
asociaciones que trabajan con pacientes que padecen asperger, descartaron
rotundamente que el síndrome fuera el motivo de la masacre. Otro de los aspectos que se manejó, en
relación con los sucesos, era el hecho de que Adam Lanza era un precoz jugador
y seguidor de los videojuegos. De acuerdo al testimonio de Peter Wlasuk, un
señor que trabajó directamente con la familia de Adam, el joven pasaba «horas
jugando videojuegos violentos como Call Of Duty», en el sótano de la casa.
Per acabar, Bernard Lawrence Madoff que el 29 de
juny de 2009 va ser condemnat a 150 anys de presó per organitzar un frau
mitjançant la seva agència d’inversions valorat en uns 68.000 milions de
dòlars. Aquesta estafa va ocasionar perjudicis econòmics globals.
En una entrevista a
The New York Magazine, el juny de
2010, va afirmar que no es penedeix ni
sent els danys causats als seus estafats […], que es fotin les meves víctimes
[…], els meus clients eren uns avars estúpids […], tot plegat va ser un malson
per a mi […], tant de bo m’haguessin enxampat fa 7 o 8 anys abans […], la presó
és un alliberament.
El suicidio, según Javier Urra
Que Javier Urra fuese Defensor del Menor en Madrid, habla de la levedad de los controles epistemológicos, terapéuticos y aun deontológicos de esa comunidad.
Denuncia asimismo la impotencia de un
profesional de una disciplina clínica como es la psicología, y deja claro la
falta de prudencia de quien en un asunto tan delicado no calcula el morboso
efecto que puede general, aunque sólo sea a una persona. Ver en la muerte la
solución de un problema, recuerda a la «Solución Final» de los camisas negras o acólitos de la esvástica.
Circunstancia lamentable donde la haya, y que, en mi opinión, merece la más
enérgica reprobación de los comités de ética, de la gente sensata y, por
supuesto, de los estamentos universitarios.
Descifrar la depresión
Texto de
Marta Ricart
02/09/2012
Es una
de las enfermedades más extendidas en el mundo, muy invalidante, y aun así,
muchas veces mal diagnosticada y tratada sin éxito. Esto podría cambiar pronto,
porque se van conociendo sus mecanismos cerebrales, lo que permite buscar
nuevas terapias para atacarla. Aunque los especialistas reconocen que les
faltan todavía claves de la dolencia, como su base genética
Yolanda,
una auxiliar sanitaria de 38 años, llevaba dos años en que la depresión –que ha
arrastrado gran parte de su vida– se había agravado mucho. Se encerró en sí
misma, ya ni quería hablar con nadie. Dejó de trabajar porque debía coger bajas
de manera continua; acabó tomando 20 píldoras al día y sometiéndose a sesiones
de terapia electroconvulsiva (electroshock), que hicieron que seguir la trama
de un libro le resultara imposible. No levantaba cabeza, cuenta.
Ahora se siente mucho mejor; hace deporte, va al cine, ha reanudado sus relaciones sociales. Dice que está contenta de haber podido reducir mucho su medicación, de no necesitar, por ejemplo, pastillas para dormir.
Su mejoría empezó hace dos años y medio, tras operarse en el hospital público de Sant Pau de Barcelona. ¿Operar la depresión? Sí. Es una terapia que se considera todavía un ensayo médico, pero supone una de las nuevas puertas que se abren para vencer esta compleja enfermedad.
La depresión es una vieja dolencia (se ha identificado en textos de la era antigua y en personajes de Shakespeare, hasta hace cien años con el nombre de melancolía…) y de las más prevalentes.
Se estima que hasta un 11% de los hombres y un 21% de las mujeres padecerán un episodio de depresión a lo largo de su vida. Puede sufrirse ya desde la infancia y se considera la enfermedad más invalidante entre los menores de 50 años. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Universidad de Harvard ha pronosticado que en el 2020 será la segunda causa de enfermedad, discapacidad y pérdida de vida productiva del mundo, después de la patología cardiovascular.
A veces se olvida que también es una enfermedad mortal, pues se cree que está detrás de muchos de los 850.000 suicidios declarados cada año en el mundo. Aun así, la depresión arrastra el estigma de las enfermedades mentales y es aún mal aceptada (por el paciente, por su entorno y por la sociedad).
Más de la mitad de los casos no se diagnostican o, a veces, está mal diagnosticada. Y, en un tercio de los casos tratados, la mejoría es reducida. “La dificultad para tratar la depresión es que no sabemos aún al 100% qué pasa en el cerebro. Probablemente hay muchos mecanismos y muchos genes implicados porque existen diferentes tipos de depresión. Hemos observado una disrupción en las áreas del cerebro que procesan el estrés; también en el mecanismo cerebral de las emociones…; hay distintas formas, y por eso es tan difícil tratarla bien”, explica Jon-Kar Zubieta, neurocientífico y profesor de la Universidad de Michigan (Estados Unidos), que cuenta con un centro de depresión donde se investiga y trata la dolencia.
“El término ‘depresión’ se usa con significados múltiples, lo que da lugar a un diagnóstico heterogéneo e inespecífico”, afirma Jerónimo Saiz, jefe de psiquiatría del hospital Ramón y Cajal de Madrid, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. “Lo común –dice– es hablar de depresión mayor, que no quiere decir más grave, sino la más usual. O de depresión bipolar, que alterna fases de euforia y apatía. Pero también se incorporan al diagnóstico trastornos adaptativos (la reacción a la pérdida de la pareja o de un hijo, a dificultades económicas...) y, muchas veces, los síntomas de la depresión se solapan con los de la ansiedad, mientras que otras veces quedan enmascarados por dolores físicos, mareos…”. Y esto, sin citar las ocasiones en que se habla de depresión cuando se trata sólo de un malestar puntual por desánimo, cansancio, problemas en las relaciones personales, insatisfacción laboral...
Para un diagnóstico de depresión deben darse una serie de síntomas (entre cinco y nueve, según la OMS) como tristeza, apatía, problemas de sueño, de concentración, sentimiento de no valer nada, ideas de suicidio, que el enfermo se sienta culpable por su malestar... Estos síntomas se deben padecer de forma continuada un tiempo. Lo que ocurre es que los especialistas discrepan sobre cuánto tiempo, otro factor que incide en la variabilidad de diagnósticos. La depresión –se dice que Winston Churchill la llamaba su “perro negro”– comporta un enorme sufrimiento para el afectado, le incapacita para su vida cotidiana.
“Estudios rigurosos han mostrado que hay un elevado número de casos (se cree que más de la mitad) no diagnosticados –reconoce Saiz–. A la vez, se considera una patología sobrediagnosticada. Dificulta un diagnóstico ajustado el que no haya biomarcadores claros. Sabemos que si analizamos con resonancia magnética a cien personas con depresión, en la mayoría detectaremos una mayor segregación de cortisol (hormona relacionada con el estrés), pero también hay afectados de depresión en quienes el nivel no es significativo, así que no se puede generalizar como test. Nos basamos en los síntomas”. Así que depende de cómo se sienta cada paciente y cómo lo valore su médico.
“Cuando contemplo mis 40 años de carrera, los comparo con los de colegas de otras disciplinas y veo los avances en las patologías que tratan, es frustrante, pero hay que asumir que cuidamos de una de las partes más sensibles del ser humano: su antropología, sus emociones”, reflexiona Saiz.
El psiquiatra subraya que en genética, por ejemplo, la depresión “está prácticamente aún por explorar”. Pero ya se han empezado a identificar genes que estarían relacionados con ella. También progresan los estudios biomoleculares. La situación actual está seguramente a un paso de cambiar. Los avances en el conocimiento del cerebro, gracias a las tecnologías de imagen (resonancias magnéticas funcionales, tomologías PET), están descifrando los mecanismos de la depresión y permiten nuevas formas de abordaje. “Mediante estas técnicas de neuroimagen podemos estudiar los sistemas cerebrales alterados”, apunta Zubieta, un bilbaíno afincado en EE.UU. desde 1986. En su centro analizan los circuitos cerebrales del estrés, la motivación, la recompensa, la reacción a los placebos... en personas con depresión.
“El objetivo –señala Zubieta– es conseguir tratamientos más personalizados. En el futuro, se podrán diagnosticar los diferentes tipos de depresión según el perfil genético de cada paciente, según sus marcadores bioquímicos, y se podrá crear fármacos específicos”.
Ahora se siente mucho mejor; hace deporte, va al cine, ha reanudado sus relaciones sociales. Dice que está contenta de haber podido reducir mucho su medicación, de no necesitar, por ejemplo, pastillas para dormir.
Su mejoría empezó hace dos años y medio, tras operarse en el hospital público de Sant Pau de Barcelona. ¿Operar la depresión? Sí. Es una terapia que se considera todavía un ensayo médico, pero supone una de las nuevas puertas que se abren para vencer esta compleja enfermedad.
La depresión es una vieja dolencia (se ha identificado en textos de la era antigua y en personajes de Shakespeare, hasta hace cien años con el nombre de melancolía…) y de las más prevalentes.
Se estima que hasta un 11% de los hombres y un 21% de las mujeres padecerán un episodio de depresión a lo largo de su vida. Puede sufrirse ya desde la infancia y se considera la enfermedad más invalidante entre los menores de 50 años. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Universidad de Harvard ha pronosticado que en el 2020 será la segunda causa de enfermedad, discapacidad y pérdida de vida productiva del mundo, después de la patología cardiovascular.
A veces se olvida que también es una enfermedad mortal, pues se cree que está detrás de muchos de los 850.000 suicidios declarados cada año en el mundo. Aun así, la depresión arrastra el estigma de las enfermedades mentales y es aún mal aceptada (por el paciente, por su entorno y por la sociedad).
Más de la mitad de los casos no se diagnostican o, a veces, está mal diagnosticada. Y, en un tercio de los casos tratados, la mejoría es reducida. “La dificultad para tratar la depresión es que no sabemos aún al 100% qué pasa en el cerebro. Probablemente hay muchos mecanismos y muchos genes implicados porque existen diferentes tipos de depresión. Hemos observado una disrupción en las áreas del cerebro que procesan el estrés; también en el mecanismo cerebral de las emociones…; hay distintas formas, y por eso es tan difícil tratarla bien”, explica Jon-Kar Zubieta, neurocientífico y profesor de la Universidad de Michigan (Estados Unidos), que cuenta con un centro de depresión donde se investiga y trata la dolencia.
“El término ‘depresión’ se usa con significados múltiples, lo que da lugar a un diagnóstico heterogéneo e inespecífico”, afirma Jerónimo Saiz, jefe de psiquiatría del hospital Ramón y Cajal de Madrid, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. “Lo común –dice– es hablar de depresión mayor, que no quiere decir más grave, sino la más usual. O de depresión bipolar, que alterna fases de euforia y apatía. Pero también se incorporan al diagnóstico trastornos adaptativos (la reacción a la pérdida de la pareja o de un hijo, a dificultades económicas...) y, muchas veces, los síntomas de la depresión se solapan con los de la ansiedad, mientras que otras veces quedan enmascarados por dolores físicos, mareos…”. Y esto, sin citar las ocasiones en que se habla de depresión cuando se trata sólo de un malestar puntual por desánimo, cansancio, problemas en las relaciones personales, insatisfacción laboral...
Para un diagnóstico de depresión deben darse una serie de síntomas (entre cinco y nueve, según la OMS) como tristeza, apatía, problemas de sueño, de concentración, sentimiento de no valer nada, ideas de suicidio, que el enfermo se sienta culpable por su malestar... Estos síntomas se deben padecer de forma continuada un tiempo. Lo que ocurre es que los especialistas discrepan sobre cuánto tiempo, otro factor que incide en la variabilidad de diagnósticos. La depresión –se dice que Winston Churchill la llamaba su “perro negro”– comporta un enorme sufrimiento para el afectado, le incapacita para su vida cotidiana.
“Estudios rigurosos han mostrado que hay un elevado número de casos (se cree que más de la mitad) no diagnosticados –reconoce Saiz–. A la vez, se considera una patología sobrediagnosticada. Dificulta un diagnóstico ajustado el que no haya biomarcadores claros. Sabemos que si analizamos con resonancia magnética a cien personas con depresión, en la mayoría detectaremos una mayor segregación de cortisol (hormona relacionada con el estrés), pero también hay afectados de depresión en quienes el nivel no es significativo, así que no se puede generalizar como test. Nos basamos en los síntomas”. Así que depende de cómo se sienta cada paciente y cómo lo valore su médico.
“Cuando contemplo mis 40 años de carrera, los comparo con los de colegas de otras disciplinas y veo los avances en las patologías que tratan, es frustrante, pero hay que asumir que cuidamos de una de las partes más sensibles del ser humano: su antropología, sus emociones”, reflexiona Saiz.
El psiquiatra subraya que en genética, por ejemplo, la depresión “está prácticamente aún por explorar”. Pero ya se han empezado a identificar genes que estarían relacionados con ella. También progresan los estudios biomoleculares. La situación actual está seguramente a un paso de cambiar. Los avances en el conocimiento del cerebro, gracias a las tecnologías de imagen (resonancias magnéticas funcionales, tomologías PET), están descifrando los mecanismos de la depresión y permiten nuevas formas de abordaje. “Mediante estas técnicas de neuroimagen podemos estudiar los sistemas cerebrales alterados”, apunta Zubieta, un bilbaíno afincado en EE.UU. desde 1986. En su centro analizan los circuitos cerebrales del estrés, la motivación, la recompensa, la reacción a los placebos... en personas con depresión.
“El objetivo –señala Zubieta– es conseguir tratamientos más personalizados. En el futuro, se podrán diagnosticar los diferentes tipos de depresión según el perfil genético de cada paciente, según sus marcadores bioquímicos, y se podrá crear fármacos específicos”.
Es una
de las enfermedades más extendidas en el mundo, muy invalidante, y aun así,
muchas veces mal diagnosticada y tratada sin éxito. Esto podría cambiar pronto,
porque se van conociendo sus mecanismos cerebrales, lo que permite buscar
nuevas terapias para atacarla. Aunque los especialistas reconocen que les
faltan todavía claves de la dolencia, como su base genética
Este
investigador opina que “probablemente en la depresión, como en otras
patologías, confluyan un 50% de factores genéticos y otro tanto psicológicos y
externos (estrés, abusos sexuales, vuelcos vitales negativos, otra enfermedad,
como un cáncer…)”.
Otros especialistas no atribuyen a la depresión un peso genético sustancial y aseguran que, cuando menos, el desencadenante de un primer episodio siempre es externo. También se ha visto que hay fases hormonales de la mujer que la predisponen más (posparto, menopausia), o que se dan más casos en individuos con determinada personalidad (los hiperresponsables, los muy autoexigentes o quienes tienen baja autoestima). La predisposición genética se ha confirmado en familias en que los progenitores padecen depresión y los hijos también de forma temprana o más grave (se estima que el antecedente familiar aumenta de dos a seis veces el riesgo de sufrirla).
En el 2003, médicos de Canadá, entre ellos el neurocirujano Andrés Lozano, nacido en Sevilla (a los tres años marchó a América) y que trabaja en el hospital Western y la Universidad de Toronto, dio un paso adelante, aprovechando los avances en el conocimiento de los mecanismos cerebrales. Probó la estimulación cerebral profunda en enfermos de depresión y consiguió que en el 50% remitiera la patología.
“Analizamos mediante PET –cuenta Lozano– el cerebro de personas con depresión y de otras no enfermas y vimos diferencias. Las deprimidas muestran una hiperactividad en las conexiones entre neuronas en un área del cerebro, llamada cg25 (el giro subcalloso cingulado), en la cara intermedia de los lóbulos frontales. Ahí radica el mecanismo cerebral que regula la tristeza –se observó en un estudio sometiendo a personas a imágenes e información que las entristecieran–. A la vez, en otra área superior, también en los lóbulos frontales, en los mecanismos que rigen la motivación o la toma de decisiones, se da una actividad menor de lo normal, lo que explica la apatía de las personas deprimidas”. Esto se ha medido en estudios a partir de la glucosa que hace funcionar las células. Usándola como marcador, se pudo ver mediante neuroimagen la actividad anormal en unas y otras zonas. Lo que aún se ignora es por qué se altera la actividad bioquímica cerebral, qué causa el fallo en esos mecanismos, ¿un defecto genético?
Otros especialistas no atribuyen a la depresión un peso genético sustancial y aseguran que, cuando menos, el desencadenante de un primer episodio siempre es externo. También se ha visto que hay fases hormonales de la mujer que la predisponen más (posparto, menopausia), o que se dan más casos en individuos con determinada personalidad (los hiperresponsables, los muy autoexigentes o quienes tienen baja autoestima). La predisposición genética se ha confirmado en familias en que los progenitores padecen depresión y los hijos también de forma temprana o más grave (se estima que el antecedente familiar aumenta de dos a seis veces el riesgo de sufrirla).
En el 2003, médicos de Canadá, entre ellos el neurocirujano Andrés Lozano, nacido en Sevilla (a los tres años marchó a América) y que trabaja en el hospital Western y la Universidad de Toronto, dio un paso adelante, aprovechando los avances en el conocimiento de los mecanismos cerebrales. Probó la estimulación cerebral profunda en enfermos de depresión y consiguió que en el 50% remitiera la patología.
“Analizamos mediante PET –cuenta Lozano– el cerebro de personas con depresión y de otras no enfermas y vimos diferencias. Las deprimidas muestran una hiperactividad en las conexiones entre neuronas en un área del cerebro, llamada cg25 (el giro subcalloso cingulado), en la cara intermedia de los lóbulos frontales. Ahí radica el mecanismo cerebral que regula la tristeza –se observó en un estudio sometiendo a personas a imágenes e información que las entristecieran–. A la vez, en otra área superior, también en los lóbulos frontales, en los mecanismos que rigen la motivación o la toma de decisiones, se da una actividad menor de lo normal, lo que explica la apatía de las personas deprimidas”. Esto se ha medido en estudios a partir de la glucosa que hace funcionar las células. Usándola como marcador, se pudo ver mediante neuroimagen la actividad anormal en unas y otras zonas. Lo que aún se ignora es por qué se altera la actividad bioquímica cerebral, qué causa el fallo en esos mecanismos, ¿un defecto genético?
Sea por lo que fuere, se comprobó que estimulando la región cerebral cg25 se reducía su hiperactividad y entonces aumentaba la actividad en la zona del córtex prefrontal. O sea, el paciente mejoraba de sus síntomas de depresión.
Los médicos aplicaron la experiencia de una década en estimulación cerebral de enfermos de parkinson. De manera similar a estos casos, para tratar la depresión se implantan unos electrodos en el cerebro y se conectan por un cable subcutáneo a un neuromodulador, como un marcapasos cardiaco que se programa según las necesidades de cada paciente para que emita estímulos eléctricos que modulen la actividad cerebral.
El paciente no nota nada, no siente un subidón en su ánimo cuando se conecta el neuroestimulador, pero en una semana ya puede empezar a sentirse mejor de la depresión, aunque se tarda meses en ajustar el estimulador a cada paciente y se debe variar la estimulación si sufre una recaída.
Un equipo multidisciplinar del hospital de Sant Pau de Barcelona, encabezado por el director de psiquiatría, Víctor Pérez, y el de neurocirugía, Joan Molet, fue de los primeros en Europa en aplicar esta terapia. Desde el 2008 han implantado electrodos a 12 pacientes de entre 18 y 70 años con depresión –en todo el mundo son unos 300 los operados–. Entre ellos, Yolanda. Esta paciente, aunque ha recaído un par de veces (la última, no hace mucho) y sigue tomando algún antidepresivo y acudiendo a la consulta de psiquiatría para chequear su estimulación, ha mejorado muchísimo. Querría volver a trabajar, aunque a su ritmo, motivo por el que probablemente no pueda aún, porque los sistemas laborales en empleos como el suyo y otros no admiten reincoporaciones a medio gas, un obstáculo para personas de baja que quieren recuperar cierta normalidad.
En el Sant Pau tienen al menos ocho enfermos más con depresión que podrían beneficiarse de la terapia si se operaran, indican los médicos. Esta cirugía de la depresión sólo se practica a enfermos en los que no han funcionado los otros tratamientos (de ese grupo del 5% o más de casos graves, que prácticamente se cronifican). Y es una cirugía que se aplica a contados pacientes, porque se hace dentro de ensayos médicos aprobados por la administración sanitaria. Como es un tratamiento caro (cuesta unos 20.000 euros por paciente), todo hace pensar que no se avanzará mucho con la actual crisis económica y los recortes en la sanidad, aunque los enfermos mejorarían sus condiciones de vida y se ahorraría el gasto de otros tratamientos.
La estimulación cerebral profunda no ha sido aprobada aún como terapia contra la depresión por la Agencia de Medicamentos de EE.UU. (FDA) ni la de Europa (Emea), aunque sí está autorizada contra el parkinson y el trastorno obsesivo-compulsivo. Víctor Pérez señala que la terapia se ha mostrado segura y eficaz y podría beneficiar a muchos enfermos, pero existen grandes recelos
ante la psicocirugía. Empiezan por el término, pues hoy se habla de neurocirugía psiquiátrica.
La cirugía para tratar enfermedades mentales se empezó a practicar hace mucho, pero algunos abusos hace 50 o 60 años –y la aparición de los psicofármacos– la desterraron del quirófano para dolencias como la depresión, aunque hoy la neurocirugía es menos invasiva y más precisa. Gracias a tecnología como la neuroimagen, se reduce enormemente el riesgo de daños de las funciones cerebrales.
El electroshock también tiene mala fama, pero se sigue usando para tratar esos casos de depresión grave que no responden a medicación (ni a la psicoterapia ni a ambas combinadas). En este caso se envían descargas de 80 voltios al cerebro (en sesiones semanales o quincenales), mientras que en la estimulación cerebral profunda se incide en un área muy concreta (donde se implantan los electrodos) y el estímulo es de mucha menor intensidad, de no más de 4,5 voltios.
Apenas se han constatado efectos adversos; en cambio, el electroshock daña la memoria.
Con la estimulación cerebral profunda, dos de cada tres pacientes operados notan mejoría (algunos, sustancial), según los resultados publicados desde el 2005 por el equipo de Lozano en Canadá, que ya ha hecho unas 75 intervenciones. “No sabemos todavía por qué la terapia no es efectiva en un tercio de los pacientes”, precisa Lozano. Se cree que podría obedecer a que la alteración del mecanismo cerebral sería diferente a esa hiperactivación de la zona cg25, pero son necesarios más estudios.
El seguimiento de algunos operados pasados ya seis años indica que la terapia sigue siendo efectiva (si lo es a los 3-6 meses, mantiene el efecto en el tiempo). Pero se ignora qué ocurrirá a largo plazo. Los psiquiatras recuerdan que en enfermos de parkinson, en algunos operados hace ya unos 20 años, se ha visto que la estimulación mantiene su efecto, pero la eficacia se reduce porque es una enfermedad neurodegenerativa, va deteriorando el cerebro, lo que no ocurriría en la depresión. Con todo, la estimulación cerebral no cura la enfermedad, sólo la trata. Ahora se estudia qué ocurre si se apaga el neuroestimulador y se reinicia, para ver si se mantiene el efecto o hay una recaída inmediata, explica Joan Molet. Al neuroestimulador se le debe cambiar la batería cada varios años, como a un marcapasos.
Lozano trabaja actualmente en un ensayo con 200 pacientes de Canadá y EE.UU. que debe culminar en diciembre para descartar el efecto placebo y definir más elementos para que la terapia pueda ser aprobada por la FDA y extenderse. Su deseo sería no limitarla a pacientes que han fracasado en todos los tratamientos y arrastran la depresión diez años o más, sino tratar a más y hacerlo antes. Es partidario de aplicar cirugía antes que electroshock.
Es una
de las enfermedades más extendidas en el mundo, muy invalidante, y aun así,
muchas veces mal diagnosticada y tratada sin éxito. Esto podría cambiar pronto,
porque se van conociendo sus mecanismos cerebrales, lo que permite buscar
nuevas terapias para atacarla. Aunque los especialistas reconocen que les
faltan todavía claves de la dolencia, como su base genética
“Es
un tratamiento muy prometedor para pacientes con depresión para quienes no se
veía remedio, yo creo que es el avance más importante al menos en los últimos
diez años en depresión, porque revoluciona la forma en que se ha tratado hasta
ahora. Consiste en ir al circuito cerebral y modularlo. Todo un concepto nuevo
ver la depresión como circuitos cerebrales que no funcionan”, declara Lozano.
Hasta ahora, las principales armas contra la depresión son la psicoterapia (cognitiva-conductual, interpersonal... que aborda aspectos que pudieron desencadenar la depresión y síntomas) y los fármacos, por separado o combinados, y ni lo uno ni lo otro ha cambiado en esencia durante décadas, coinciden los especialistas consultados. En los últimos años se ha dado importancia a una dieta saludable y al ejercicio físico, aunque sobre este aspecto, por ejemplo, hay discrepancias y estudios que niegan que aporte un beneficio específico.
Los antidepresivos –el primero data de 1957– corrigen la alteración de los receptores cerebrales de los neurotransmisores –los que conectan las neuronas para sus funciones–. De los iniciales tricíclicos se pasó desde 1980 (con el Prozac como enseña) a los más usados hoy, los inhibidores selectivos de recaptación de serotonina, de noradrenalina y, en los más recientes, también de dopamina. Con los años, se han reducido sus efectos adversos y secundarios, y psicólogos y psiquiatras subrayan que son eficaces, aunque no funcionan en un 30% de los pacientes tratados y debe buscarse la mejoría sustituyendo y combinando fármacos. Las últimas aportaciones e investigaciones en medicamentos inciden sobre otros reguladores cerebrales como el glutamato y la melatonina (relacionada también con los ritmos circadianos, el sueño).
Las nuevas técnicas de imagen, al ayudar a conocer más el cerebro y el organismo, también han permitido ensayar otras terapias como la estimulación magnética transcraneal y la del nervio vago (en el cuello), con resultados más heterogéneos que la estimulación cerebral profunda.
De la misma manera, se avanza en aspectos metabólicos que podrían ayudar, sobre todo, en el diagnóstico. Se ha constatado en enfermos de depresión que hay una alteración en los flujos de sangre en el cerebro; se han visto alteraciones en el sistema inflamatorio, un elevado nivel de citoquinas, lo que explicaría, creen los médicos, el peor pronóstico que tienen las personas con depresión al padecer enfermedad coronaria. Se multiplican los caminos para intentar vencer una patología que, muchas veces, se toma como símbolo de una sociedad enferma.
Hasta ahora, las principales armas contra la depresión son la psicoterapia (cognitiva-conductual, interpersonal... que aborda aspectos que pudieron desencadenar la depresión y síntomas) y los fármacos, por separado o combinados, y ni lo uno ni lo otro ha cambiado en esencia durante décadas, coinciden los especialistas consultados. En los últimos años se ha dado importancia a una dieta saludable y al ejercicio físico, aunque sobre este aspecto, por ejemplo, hay discrepancias y estudios que niegan que aporte un beneficio específico.
Los antidepresivos –el primero data de 1957– corrigen la alteración de los receptores cerebrales de los neurotransmisores –los que conectan las neuronas para sus funciones–. De los iniciales tricíclicos se pasó desde 1980 (con el Prozac como enseña) a los más usados hoy, los inhibidores selectivos de recaptación de serotonina, de noradrenalina y, en los más recientes, también de dopamina. Con los años, se han reducido sus efectos adversos y secundarios, y psicólogos y psiquiatras subrayan que son eficaces, aunque no funcionan en un 30% de los pacientes tratados y debe buscarse la mejoría sustituyendo y combinando fármacos. Las últimas aportaciones e investigaciones en medicamentos inciden sobre otros reguladores cerebrales como el glutamato y la melatonina (relacionada también con los ritmos circadianos, el sueño).
Las nuevas técnicas de imagen, al ayudar a conocer más el cerebro y el organismo, también han permitido ensayar otras terapias como la estimulación magnética transcraneal y la del nervio vago (en el cuello), con resultados más heterogéneos que la estimulación cerebral profunda.
De la misma manera, se avanza en aspectos metabólicos que podrían ayudar, sobre todo, en el diagnóstico. Se ha constatado en enfermos de depresión que hay una alteración en los flujos de sangre en el cerebro; se han visto alteraciones en el sistema inflamatorio, un elevado nivel de citoquinas, lo que explicaría, creen los médicos, el peor pronóstico que tienen las personas con depresión al padecer enfermedad coronaria. Se multiplican los caminos para intentar vencer una patología que, muchas veces, se toma como símbolo de una sociedad enferma.
Más enfermos de crisis
La
crisis económica y sus problemas derivados se dejan notar en un aumento de
pacientes en las consultas de salud mental. La prensa estadounidense y la Asociación Americana
de Psiquiatría se hacían eco en agosto del aumento de los “suicidios
económicos” en los países europeos y de un mayor consumo de antidepresivos y de
sustancias tóxicas. En España, Jerónimo
Saiz confirma que en el hospital Ramón y Cajal ha crecido el
número de pacientes con síntomas de depresión y ansiedad –“el desempleo es lo
más lacerante”, afirma– y por consumo abusivo de alcohol y drogas ilegales. En
psiquiatría del Sant Pau no han aumentado mucho los casos graves, aunque sí las
urgencias. Enric Aragonés,
médico del grupo de salud mental de la Sociedad Española
de Medicina Familiar (Semfyc), señala que es en las consultas de atención
primaria donde más refieren los pacientes su malestar derivado de la crisis (en
los últimos años ya había un flujo creciente de visitas). A veces no son
cuadros completos de depresión o ansiedad, pero sí síntomas.
El Observatori de Salut Mental de Catalunya (Osamcat) y varias entidades de atención de salud mental elaboran un estudio en Barcelona y otras ciudades sobre el impacto de la crisis. Aún están en fase de recogida y análisis de datos, pero corroboran el aumento de consultas por síntomas de depresión, angustia, por apatía, desesperanza, la sensación de pérdida del control de la vida...
Uno de los síntomas que más han crecido es el de ideas suicidas. Y un dato curioso es que hay una mayoría de varones, pese a que la depresión tiene mayor prevalencia entre las mujeres.
Cuando los pacientes son jóvenes, suelen comentar su malestar por la falta de expectativas –algo parecido dicen también los que se quedan en el paro con 50 años–, y cuando son adultos, la mayoría sufre porque se ha quedado en el paro o no encuentra un empleo. Se dan, además, consultas de jubilados angustiados porque ahora deben mantener a sus hijos con sus familias o de hijos que vuelven con sus padres y se les hace muy difícil la convivencia.
El Observatori de Salut Mental de Catalunya (Osamcat) y varias entidades de atención de salud mental elaboran un estudio en Barcelona y otras ciudades sobre el impacto de la crisis. Aún están en fase de recogida y análisis de datos, pero corroboran el aumento de consultas por síntomas de depresión, angustia, por apatía, desesperanza, la sensación de pérdida del control de la vida...
Uno de los síntomas que más han crecido es el de ideas suicidas. Y un dato curioso es que hay una mayoría de varones, pese a que la depresión tiene mayor prevalencia entre las mujeres.
Cuando los pacientes son jóvenes, suelen comentar su malestar por la falta de expectativas –algo parecido dicen también los que se quedan en el paro con 50 años–, y cuando son adultos, la mayoría sufre porque se ha quedado en el paro o no encuentra un empleo. Se dan, además, consultas de jubilados angustiados porque ahora deben mantener a sus hijos con sus familias o de hijos que vuelven con sus padres y se les hace muy difícil la convivencia.
Fuente inagotable de debates
Seguramente influye su carácter global –la depresión se da en todos los países ricos y pobres, en India, por ejemplo, más que en Francia o Estados Unidos–, pero en el diagnóstico y el tratamiento de la depresión “se peca tanto por exceso como por defecto”, admite Víctor Pérez. Hay muchos casos sin diagnosticar y, por otro lado, se banaliza y aumenta la medicación, más accesible que la psicoterapia (en EE.UU., el 11% de los mayores de 12 años toma antidepresivos). La controversia de si se tratan como depresión episodios que no lo necesitarían, de desánimo o tristeza, se alarga hace años y no parece que vaya a resolverse. La alimenta ahora la actualización del manual de diagnóstico de las enfermedades mentales (el DSM), que excluye de los criterios de diagnóstico de depresión el duelo (por la pérdida de la pareja, un familiar), lo que se quiere cambiar en la versión del 2013. Hay psiquiatras y psicólogos que sostienen que esta aflicción no necesita medicación, sino tiempo. Se habla de dos meses para ver si la tristeza deviene depresión; antes, de un año.
Otros especialistas advierten que esa aflicción acaba muchas veces en depresión y entonces cuesta más curarla. Si se sufre un episodio de depresión, hay un 50% de posibilidades de que se repita; si se da de nuevo, hay un 90% de posibilidades de recaer más veces. “Es difícil en muchos casos decir ‘hasta aquí es una reacción natural, a partir de aquí patológica’”, dice el médico de atención primaria Enric Aragonés. “La clave es valorar cómo invalida la vida cotidiana del paciente”, opina Pérez.
Seguramente influye su carácter global –la depresión se da en todos los países ricos y pobres, en India, por ejemplo, más que en Francia o Estados Unidos–, pero en el diagnóstico y el tratamiento de la depresión “se peca tanto por exceso como por defecto”, admite Víctor Pérez. Hay muchos casos sin diagnosticar y, por otro lado, se banaliza y aumenta la medicación, más accesible que la psicoterapia (en EE.UU., el 11% de los mayores de 12 años toma antidepresivos). La controversia de si se tratan como depresión episodios que no lo necesitarían, de desánimo o tristeza, se alarga hace años y no parece que vaya a resolverse. La alimenta ahora la actualización del manual de diagnóstico de las enfermedades mentales (el DSM), que excluye de los criterios de diagnóstico de depresión el duelo (por la pérdida de la pareja, un familiar), lo que se quiere cambiar en la versión del 2013. Hay psiquiatras y psicólogos que sostienen que esta aflicción no necesita medicación, sino tiempo. Se habla de dos meses para ver si la tristeza deviene depresión; antes, de un año.
Otros especialistas advierten que esa aflicción acaba muchas veces en depresión y entonces cuesta más curarla. Si se sufre un episodio de depresión, hay un 50% de posibilidades de que se repita; si se da de nuevo, hay un 90% de posibilidades de recaer más veces. “Es difícil en muchos casos decir ‘hasta aquí es una reacción natural, a partir de aquí patológica’”, dice el médico de atención primaria Enric Aragonés. “La clave es valorar cómo invalida la vida cotidiana del paciente”, opina Pérez.
Nota
El
presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha admitido que el país
norteamericano "no está haciendo lo suficiente" para proteger a sus
ciudadanos y ha instado a "dar los pasos necesarios para que estas
tragedias no vuelvan a repetirse", durante la ceremonia por las 26
víctimas de la matanza perpetrada el pasado viernes en la escuela primaria de
Sandy Hook, en Newtown, Connecticut.
'Ya no
podemos tolerar esto. Estas tragedias deben terminar y, para terminarlas,
debemos cambiar'
"Ya
no podemos tolerar esto. Estas tragedias deben terminar y, para terminarlas,
debemos cambiar", urgió Obama en una vigilia interconfesional en homenaje
a las víctimas de la escuela Sandy Hook de Newtown (Connecticut).