sábado, 21 de diciembre de 2013

Personajes de nuestra época. Roger Schank, los sueños y el comportamiento según un neurocientífico


SIN DIVÁN


Sorprenderá leer que «Los sueños son simulaciones que nos enseñan a actuar». Mas sólo sorprenderá a quienes desconocen la desorientación y las limitaciones intelectuales de todo tipo de no pocos neurocientíficos, como son las de Roger Schank, experto según nos dicen en aprendizaje, quien fue entrevistado, quiero pensar en razón de sus conocimientos, para La Vanguardia («La Contra», sábado, 21/09/2013) por Lluís Amiguet.

Roger Schank

Pase desconocer a Freud, esto es, que algunos neurocientíficos, filósofos e intelectuales de toda condición no hayan leído al primer psicoanalista en algo tan importante para conocer el funcionamiento y los efectos de aquello que determina cuanto pensamos, hacemos y deseamos, o sea, para saber de esa instancia psíquica llamada Inconsciente (quepa decir el Otro que nos habita, como gustaba decir a Lacan). Pero desconocer algo tan esencial como es la historia de lo que uno pretende saber, entre otras cosas denuncia desidia intelectual. Así es en este neoyorquino que ha dirigido la Educación en línea de la Universidad de Columbia, dado que afirma sin empacho que «Los sueños son simulaciones que nos enseñan a actuar.»

Para más desconcierto de las personas mínimamente conocedoras de qué son los sueños, a la pregunta del periodista, ¿Los sueños son lecciones de vida? Responde Schank que, «Los sueños son hipótesis virtuales de cuanto puede sucedernos cuando estamos despiertos». El periodista Lluís Amiguet se ve arrastrado por la desorientación del neurocientífico, y en lugar de presentar un contrapunto a lo acababa de escuchar, pregunta a Schank, ¿El sueño es un simulador de la vida?, a lo que éste responde, «Es nuestra manera natural de aprender. Pero fíjese en que no son una clase de Huida del Ogro, sino una simulación de huida en la que las sensaciones son reales. Enseñar debe seguir el mismo proceso y aprender debe ser como volar con simulador: es hacer y no estudiar. Por eso, lo mejor de muchas carreras son las prácticas». Y para rematar el despropósito y el oprobio de la verdad clínica, añade el neurocientífico estadounidense, «Los sueños son simulaciones de la vida que nos permitirán anticiparnos cuando algo suceda y aprender a sobrevivir.»

Cualquier diría que Roger Schank se ha tomado al pie de la letra aquello de que los sueños de la razón producen monstruos, y quizá por eso apela a los sueños como modelo de aprendizaje y de orientación en la vida. ¡Señor, señor, si Valle-Inclán viera que se había quedado muy corto en sus esperpentos! Cómo ignorar que en el siglo V a.C., en el templo erigido en honor de Asclepio (Esculapio para los romanos, dios de la Medicina y, por ende, deidad sanadora), situado en Epidauro, una pequeña ciudad griega de la Argólida, se inducía al sueño, en la llamada ceremonia de la incubación, a las personas que allí acudían para luego de relatar los sueños a los sacerdotes. Éstos, por creer que los sueños eran mensajes de los dioses, los interpretaban en clave de descubrimiento diagnóstico y, por ende, como prescripción del tratamiento a seguir para curar la enfermedad que se tratara y, en ocasiones, como solución a otras cuestiones. Una idea semejante en orden a la premonición es la que tiene a bien resucitar, curiosamente, este reputado neurocientífico.


Cuando el lenguaje humano es el de las abejas
Por lo que hemos escuchado de este neurocientífico, no cabe extrañarse tampoco, e incluso es algo que podría explicar su confianza en los sueños, que no sea capaz de diferenciar el lenguaje humano, cuya fisura descubrió Freud en los sueños, del de las abejas, de un código que no permite hacer chistes por ser en todo un código cerrado. En algo coincidimos con Schank. A la pregunta de Lluís Amiguet, ¿El diálogo enseña más que el sermón?, ‒pregunta en la que alguien podía advertir, sin ser incluso demasiado perspicaz, que el periodista no comulga con quienes ven en el género oratorio de la homilía, por ser propio del discurso religioso, un procedimiento todo menos adecuado para la transmisión de saber‒, contesta el neurocientífico «Porque los humanos somos seres conversacionales». En efecto, los humanos somos fundamentalmente seres parlêtres, como decía Lacan. Sin embargo, en las respuestas sucesivas queda claro que este experto en aprendizaje desconoce lo crucial del lenguaje humano. Cómo si se encontrara cómodo en las antípodas de lo que es el lenguaje humano, afirma «Hablamos porque hablar nos hace más inteligentes al obligarnos a pensar por nosotros mismos... Y también por eso soñamos, para aprender a vivir.

Pero ese no es aquí el asunto más grave. Como es habitual en temas semejantes, la insistencia del doctor Cyrulnik en la «resiliencia», término que viene a definir la superación de las adversidades y la manipulación de los traumas mediante ideales filosófico morales, hábitos literarios y/o preceptos de carácter religioso, es desaconsejable, más allá de la ingenuidad de la propuesta, en tanto que puede provocar una desorientación intelectual, entre otros efectos negativos, a algunas personas. El patético recurso al empleo de palabras que pueden tocar la sensibilidad del lector, y que, por lo mismo, suelen volcar el juicio a favor del agente del mismo, tampoco falta en los postulados de Cyrulnik. Grave es, en fin, para los inadvertidos que asumen las ideas de este psiquiatra francés de 79 años de edad, hijo de judíos polacos, quien pretende que creamos que ha superado la herida psíquica de haber perdido a sus familiares cuando apenas contaba los seis años de edad, traumático episodio que le permitió, pasado el tiempo, acuñar el término «resiliencia» y aconsejar el vínculo físico afectivo de la lactancia como garantías para la salud. Tal pretensión deja de lado, además de otros fundamentales asuntos, la sobre protección, entre otras actitudes que caracterizan a la «madre estrago», pero también la esencial Función-del-Padre, esencial hasta el extremo de que su forclusión se encuentra en la causa de las psicosis y de otras igualmente graves patologías.

El nexo con la vida de Boris Cyrulnik, su resiliencia, no sólo fue sólo con los libros y el rugby, en su juventud, pues todo indica que fue el retorno del trauma infantil el que lo puso a trabajar en la teoría de la resiliencia. ¿Quién puede estar contra los mensajes de esperanza y el llamado «apego seguro»? Nadie, sin duda. Sin embargo, pocas personas ignoran los límites de lo que se nos propone, y que sólo cabe recomendarlo para levísimos problemas coyunturales. Habría que tener en cuenta, por otro lado, que loar la resiliencia puede hacer perder de vista las injusticias sociales y cuantas desgracias tienen su origen en las desigualdades, siendo los poderes políticos lo que deben, en la medida de lo posible, evitarlas, y aun, como recogen algunas constituciones, procurar cierta felicidad al ciudadano.

Girona, Enero 2017
José Miguel Pueyo











BORIS CYRULNIK, O CUANDO UN TRAUMA DE LA INFANCIA SE CONVIERTE EN UNA IMAGINARIA TEORÍA

Apelar al sufrimiento en Auschwitz y abrazar la moral de los ideales, común a la filosofía práctica y a otros discursos religiosos, quizá es lo que se espera de un escritor, de un psiquiatra y hasta de un etólogo, mas nunca, en ningún caso, se puede esperar tal cosa de un psicoanalista. ¿De qué habrían servido si no los singulares descubrimientos de Freud y el extraordinario trabajo de Jacques Lacan? Para Boris Cyrulnik (Burdeos, 26 de julio de 1937) han servido de poco o más bien de nada.

Pero ese no es aquí el asunto más grave. Como es habitual en temas semejantes, la insistencia del doctor Cyrulnik en la «resiliencia», término que viene a definir la superación de las adversidades y la manipulación de los traumas mediante ideales filosófico morales, hábitos literarios y/o preceptos de carácter religioso, es desaconsejable, más allá de la ingenuidad de la propuesta, en tanto que puede provocar una desorientación intelectual, entre otros efectos negativos, a algunas personas. El patético recurso al empleo de palabras que pueden tocar la sensibilidad del lector, y que, por lo mismo, suelen volcar el juicio a favor del agente del mismo, tampoco falta en los postulados de Cyrulnik. Grave es, en fin, para los inadvertidos que asumen las ideas de este psiquiatra francés de 79 años de edad, hijo de judíos polacos, quien pretende que creamos que ha superado la herida psíquica de haber perdido a sus familiares cuando apenas contaba los seis años de edad, traumático episodio que le permitió, pasado el tiempo, acuñar el término «resiliencia» y aconsejar el vínculo físico afectivo de la lactancia como garantías para la salud. Tal pretensión deja de lado, además de otros fundamentales asuntos, la sobre protección, entre otras actitudes que caracterizan a la «madre estrago», pero también la esencial Función-del-Padre, esencial hasta el extremo de que su forclusión se encuentra en la causa de las psicosis y de otras igualmente graves patologías.

El nexo con la vida de Boris Cyrulnik, su resiliencia, no sólo fue sólo con los libros y el rugby, en su juventud, pues todo indica que fue el retorno del trauma infantil el que lo puso a trabajar en la teoría de la resiliencia. ¿Quién puede estar contra los mensajes de esperanza y el llamado «apego seguro»? Nadie, sin duda. Sin embargo, pocas personas ignoran los límites de lo que se nos propone, y que sólo cabe recomendarlo para levísimos problemas coyunturales. Habría que tener en cuenta, por otro lado, que loar la resiliencia puede hacer perder de vista las injusticias sociales y cuantas desgracias tienen su origen en las desigualdades, siendo los poderes políticos lo que deben, en la medida de lo posible, evitarlas, y aun, como recogen algunas constituciones, procurar cierta felicidad al ciudadano.

Málaga, Enero de 2017
José Miguel Pueyo


Boris Cyrulnik. LA PERSONA

Nacido en Burdeos en 1937 en una familia judía, Boris Cyrulnik sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi del que él logró huir cuando sólo tenía 6 años. Tras la guerra, deambuló por centros de acogida hasta acabar en una granja de la Beneficencia. Por suerte, unos vecinos le inculcaron el amor a la vida y a la literatura y pudo educarse y crecer superando su pasado (1).

No es ni mucho menos gratuito que el Dr. Cyrulnik haya indagado tan a fondo en el trauma infantil: con siete años vio cómo toda su familia, emigrantes judíos de origen ruso, eran deportados a campos de concentración de los que nunca regresaron. "No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte". Era el típico caso perdido, un "patito feo" condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado.

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DESARROLLO

Su "resiliencia" personal, su nexo de unión con la vida, fueron las personas, los libros y el ‘rugby’: -"Estudié medicina por un deseo de seguridad, de integración; nadie duda que es porque mi familia fue deportada por lo que yo quise orientarme hacia la psiquiatría, explorar la mente humana y dar un sentido a lo incomprensible".

    Dar un sentido a la vida es un aspecto inescindible del proceso resiliente.

  Boris Cyrulnik se transformó en un neuropsiquiatra, psicoanalista y estudioso de la etología, siendo uno de los fundadores de la etología humana.


LA RESILIENCIA EN PSICOLOGÍA

    La resiliencia se define como la capacidad de los seres humanos sometidos a los efectos de una adversidad, de superarla e incluso salir fortalecidos de la situación.


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Uno de los mayores aportes de nuestro autor, gira alrededor de colocar el concepto de resiliencia en una relación privilegiada con la psicología. Para Cyrulnik, la diferencia entre las escuelas psicológicas norteamericana y latina (europea y, agregamos, latinoamericana), reside precisamente en la aceptación de la "resiliencia". En la escuela estadounidense apenas se da crédito a éste concepto, que para Boris Cyrulnik está empíricamente demostrado, a través de múltiples experiencias (2).

    En "Algunos fundamentos psicológicos del concepto de resiliencia" (3), antes de entrar en contacto con el pensamiento de Cyrulnik, planteamos con las Lic. Mirta Estamatti y Alicia Cuestas, como se podía justificar el desarrollo de los pilares de la resiliencia (a partir de su descripción por Edith Grotberg) desde una perspectiva psicológica, puntualizando la necesidad del "otro" humano para que todos y cada uno de los pilares se construyeran en la trayectoria histórica del sujeto. Esto facilita la comprensión de qué significa la promoción de esos pilares, dando pistas seguras para analizar programas educativos, sociales y de salud. Además vinculábamos el concepto de resiliencia con el de salud mental, en el sentido de la semejanza o coincidencia de las acciones promotoras de resiliencia con las que tratan de desarrollar la salud mental. Desde el punto de vista de la resiliencia el aspecto quizás más especial y original es el énfasis de la necesidad del otro como punto de apoyo para la superación de la adversidad.

    Entre las múltiples experiencias que justifican el concepto de la resiliencia, Boris Cyrulnik (4) explica cómo un alumno suyo realizó un estudio comparativo de lo que ocurría durante la guerra del Líbano en Beirut y en Trípoli: Mientras Beirut fue la ciudad más cruelmente bombardeada, con más muertes y meses de asedio, los estudios sobre el terreno demostraron que en Beirut los niños presentaban mucho menos casos de síndrome post- traumático que en Trípoli, que estuvo más tranquila. La explicación: la propia situación de Beirut hizo que aumentase la solidaridad y el contacto en las familias mientras que en Trípoli los niños estaban sufriendo simple y llanamente abandono afectivo.

    Los huérfanos rumanos con los que trabajaron tras la caída de Ceaucescu, pasaron de ser autistas a poder estudiar una carrera o formar una familia, tras un programa de hogares de acogida. Más sorprendente fue el polémico estudio sobre los chicos con problemas de abuso en el seno familiar, en los que se comprobó, que el trauma no venía del hecho en sí del abuso, sino de la falta de afectos en el trato familiar diario.


LAS CLAVES DE LA RESILIENCIA: EL OXÍMORON

    Así, la clave reside en los afectos, en la solidaridad, y éstos en el contacto humano.


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    Por muy grave que sea lo que haya sufrido un niño, la psique se revela tan flexible, que con los ingredientes del contacto humano, el entendimiento, la palabra, se puede volver "a flote". Boris Cyrulnik explica que ha elegido éstos casos extremos porque son más fáciles para visualizar el problema, pero la resiliencia (y el trauma) no tiene fronteras de nacionalidad o condición y preguntado por si hay alguna edad tope, respondió riendo: "Hasta los 120 años, en Toulon estamos trabajando con mayores enfermos de Alzheimer, que olvidan las palabras, pero no los afectos, los gestos, ni la música" .

    Boris Cyrulnik (5) ha realizado aportes sustantivos sobre las formas en que la adversidad hiere al sujeto, provocando el estrés que generará algún tipo de enfermedad y padecimiento. En el caso favorable, el sujeto producirá una reacción resiliente que le permita superar la adversidad. Su concepto de "oxímoron", que describe la escisión del sujeto herido por el trauma, permite avanzar aún más en la comprensión del proceso de construcción de la resiliencia, a la que le otorga un estatuto que incluye entre los mecanismos de defensa psíquicos, pero, aclara, más concientes. Estos corresponderían en realidad a los mecanismos de desprendimiento psíquicos, descriptos por Edward Bibring (6), que a diferencia de los mecanismos de defensa, apuntan a la realización de las posibilidades del sujeto en orden a superar los efectos del padecimiento.

    En la visión de Cyrulnik la resiliencia significa un mensaje de esperanza "porque en psicología nos habían enseñado que las personas quedaban formadas a partir de los cinco años. Los niños mayores de esa edad que tenían problemas eran abandonados a su suerte, se les desahuciaba y, efectivamente, estaban perdidos. Ahora las cosas han cambiado: sabemos que un niño maltratado puede sobrevivir sin traumas si no se le culpabiliza y se le presta apoyo". La historia explica el presente pero nunca cierra el futuro.

    Cyrulnik plantea que "todo estudio sobre resiliencia debería trabajar tres planos principales:

    La adquisición de recursos internos que se impregnan en el temperamento, desde los primeros años, en el transcursos de las interacciones precoces preverbales, explicará la forma de reaccionar ante las agresiones de la existencia, ya que pone en marcha una serie de guías de desarrollo más o menos sólidas.

    La estructura de la agresión explica los daños provocados por el primer golpe, la herida o la carencia. Sin embargo será la significación que ese golpe haya de adquirir más tarde en la historia personal del magullado y en su contexto familiar y social lo que explique los devastadores efectos del segundo golpe, el que provoca el trauma (sobre esta idea reconocía la autoría de Anna Freud).

    Por último, la posibilidad de regresar a los lugares donde se hallan los afectos, las actividades y las palabras que la sociedad dispone en ocasiones alrededor del herido, ofrece las guías de resiliencia que habrán de permitirle proseguir un desarrollo alterado por la herida.

    Este conjunto constituido por un temperamento personal, una significación cultural y un sostén social, explica la asombrosa diversidad de los traumas" (7). Él dice: "Imagínese que un niño ha tenido un problema, que ha recibido un golpe, y cuando le cuenta el problema a sus padres, a éstos se les escapa un gesto de disgusto, un reproche. En ese momento han transformado su sufrimiento en un trauma ".


SU PENSAMIENTO CRÍTICO

    Es muy importante mencionar la filosa crítica social que el autor francés desarrolla a partir de la utilización que hace del concepto de resiliencia. Por ejemplo cuando afirma como "en el contexto cultural de los hospitales psiquiátricos de los años 1940, se hablaba mucho de la lucha por la vida, de la selección de los más fuertes, es decir de la eliminación de los más débiles. El amontonamiento de 120.000 enfermos mentales, las restricciones alimenticias, la ausencia de cuidados y la intención anunciada de eliminar a aquellos que contaminaban la raza facilitaron las decisiones insidiosas que hicieron pasar la mortalidad habitual de esos extraños hospitales de 6,88 % en 1938 a 26,48 % en 1941. (…) Pero los 40.000 enfermos que desaparecieron no dejaron huellas, ni escritos de relatos. Los horrores que contaban cuando podían testimoniar eran considerados como horribles delirios, pero la que estaba loca era la sociedad. Esos enfermos murieron en silencio que era lo que se deseaba después de la guerra, cuando se quiso reconstruir la nación sin arreglar las cuentas con el pasado". Su conclusión es que muchas veces la conducta social se resume en esta frase:

    "Usted que ha sufrido tanto, díganos lo que pasó. Pero sólo tiene derecho a decir lo que queremos escuchar". (…) La cuestión es: ¿qué van a hacer con sus heridas? ¿Someterse y emprender carreras de víctimas que darían buena conciencia a quienes vuelen en su auxilio? ¿Vengarse exponiendo sus sufrimientos para culpabilizar a los agresores o a aquellos que se negaron a ayudarles? ¿Sufrir a escondidas y convertir sus sonrisas en máscaras? ¿Reforzar la parte sana de ustedes con el fin de luchar contra las magulladuras y volverse humanos a pesar de todo?" En esto último está la esencia de la resiliencia

    Hoy en día la profundización y la cronificación del proceso de exclusión social en una sociedad cada vez más inequitativa, desafían la capacidad de los sistemas sociales, educativos y de salud para enfrentar tanta injusticia social. En ese marco de dolor social exacerbado, la promoción de la resiliencia se vuelve una necesidad y una obligación.

    Yolanda Gampel (8) estudia el problema del dolor social definido como "el padecer que se origina en las relaciones humanas como conjunto"(Freud decía que de las tres causas de sufrimiento humano: los desastres de la naturaleza, el propio cuerpo o las relaciones con los otros seres humanos, esta última era la causa más frecuente e importante). Plantea la existencia en el sujeto de un "sustrato de seguridad" derivado de una base emocional equilibrada, posibilitada por un marco familiar y social estables. Son los padres o cuidadores sustitutos, como mediadores con el medio social, los que ayudan a su constitución a través de una acción neutralizadora de los estímulos amenazantes. Se trata de lo que Bowlby y Ainsworth llaman una relación de apego seguro y al mismo se remite Cyrulnik para caracterizarlo como una base para la construcción de resiliencia, aún cuando admite que una base insegura se puede corregir con buenas experiencias futuras.

    La violencia social que fractura la continuidad existencial, haciendo que lo familiar (heimlich) se vuelva no familiar (unheimlich o siniestro), provoca una sensación de amenaza o trauma que genera en el sujeto otra estructura que llamamos el "sustrato de lo siniestro."


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    Se puede diferenciar asimismo, entre el contacto con una agresión social terrible y brutal, y el contacto con la agresión existencial que "trabaja y nos trabaja dentro de cada uno de nosotros". En el caso de los sometidos a una violencia brutal, el "sustrato de lo siniestro" no puede asimilarse o integrarse dentro de la estructura de seguridad existente hasta entonces.

    Sin embargo, cuando la violencia que "trabaja y nos trabaja" existencialmente es del orden de la pobreza, la exclusión o la desocupación, por ejemplo, con los grados de humillación constantes y repetidos que el sujeto debe soportar, también produce un fenómeno de asimilación imposible y de coexistencia de ambos sustratos.

    En estos casos el sustrato de lo siniestro convive con el sustrato de seguridad y la persona se ve forzada a soportar un mundo escindido y con un yo también escindido que le permite negar lo siniestro para sostener la continuación de su existencia o simplemente sobrevivir, manteniendo a raya el resultado del trauma. Por este camino entramos en el territorio de la resiliencia.

    Si la resiliencia constituye un proceso de entramado entre lo que somos en un momento dado, con los recursos afectivos presentes en el medio ecológico social, la falencia de esos recursos puede hacer que el sujeto sucumba, pero si existe aunque sea un punto de apoyo, la construcción del proceso resiliente puede realizarse (Cyrulnik).


LA PSICOLOGÍA DEL OXÍMORON

    Boris Cyrulnik (9) utiliza para entender el fenómeno de la resiliencia el concepto de "oxímoron", que es una figura de la retórica que consiste en reunir dos términos de sentido opuesto para generar un nuevo significado: la "oscura claridad", un "maravilloso sufrimiento", el "sol negro" de la melancolía.

    "Hay que ver el problema desde sus dos caras. Del exterior, la frecuencia de la resiliencia prueba que es posible recuperarse. Del interior del sujeto, estar estructurado como un oxímoron revela la división del hombre herido, la cohabitación del Cielo y el Infierno, la felicidad en el filo de la navaja".

    "No se trata de la ambivalencia que caracteriza un movimiento pulsional donde se expresan sentimientos opuestos de amor y odio hacia una misma persona. El oxímoron revela el contraste de aquel que, al recibir un gran golpe, se adapta dividiéndose. La parte de la persona que ha recibido el golpe sufre y produce necrosis, mientras que otra parte mejor protegida, aún sana pero más secreta, reúne, con la energía de la desesperación, todo lo que puede seguir dando un poco de felicidad y sentido a la vida".

    "La felicidad existe únicamente en la representación mental, por tanto es siempre fruto de la elaboración. Es algo a trabajar. Y ella se construye en el encuentro con el otro".

     La escisión del yo no se sutura, permanece en el sujeto compensada por los recursos yoicos que se enuncian como pilares de la resiliencia: Autoestima consistente, independencia, capacidad de relacionarse, sentido del humor, moralidad, creatividad, iniciativa y capacidad de pensamiento crítico. Con algo de todo eso más el soporte de otros humanos que otorgan un apoyo indispensable, la posibilidad de resiliencia se asegura y el sujeto continúa su vida (10).

    Podríamos decir que el concepto de oxímoron es equivalente al concepto de Freud de la escisión del Yo en el proceso defensivo: tal como lo describió inicialmente en los casos de fetichismo, frente al trauma psíquico de la amenaza de castración, el sujeto se escinde para poder continuar la satisfacción de sus pulsiones por una parte (un poco de felicidad y sentido de la vida), mientras a otro nivel sufre la continua acción de la amenaza recibida que sabe real y posible. Luego fue ampliando la aplicación de este tipo de defensa en las psicosis y neurosis, y aún en la vida "normal". Zuckerfeld (11) va más allá y plantea la escisión como un hecho fundante del aparato psíquico, como una condición del ser humano, y la incluye en su descripción de una tercera tópica.

   Se trata entonces, en ambas perspectivas, de cómo el sujeto sobrelleva la adversidad construyendo una salida vital para superar el trauma, produciendo una modificación de su yo, la escisión, con el auxilio de la denegación.

    Para Cyrulnik (12), cuando en la historia del sujeto ocurre un hecho exterior que le inflige una herida, ésta impregna el cuerpo y la memoria. El oxímoron se vuelve característico de la personalidad herida pero resistente, que porta su parte sufriente pero puede ser feliz a pesar de todo. Describe una patología del vínculo del sujeto con el mundo que habrá que restablecer, por eso un otro humano es indispensable.

    El trauma puede ser el punto de partida de una estructuración neurótica o psicótica, pero también un punto de llegada en cuanto a generar una fuerte y útil estructura defensiva. La construcción del sistema psíquico incluye, y no como algo accesorio, el sistema de las defensas del Yo.

 

TRAUMA Y PRUEBA – BIENESTAR Y FELICIDAD

    "Hay que distinguir entre trauma y prueba. Para hablar de trauma, es necesario haber muerto. No crean que es una imagen, es real. La gente traumatizada dice: 'No estoy segura de estar viva. He regresado del infierno y vuelto a la vida'. Algunos incluso dicen: 'La salida de los campos de la muerte no es el retorno a la vida. No soy un sobreviviente sino un retornado, un fantasma', lo que implica el curioso pensamiento de 'mientras más envejezco, más me alejo de la muerte'".

    "Mucha gente sufre traumas y todo el mundo debe soportar pruebas. Pero en la prueba seguimos siendo nosotros mismos. No estamos muertos ni desgarrados. Frente a una prueba, pienso: 'He perdido mi trabajo. ¿Qué voy a hacer?'; 'Ella me abandonó. Siento una profunda pena, pero pienso que ella es una loca por haber dejado ir a un hombre como yo. Peor para ella'. Nos defendemos como podemos y seguimos siendo nosotros mismos" (13).

    "Entonces la felicidad no es fatal, como tampoco lo es la desgracia. Se puede aprender a modificar estos sentimientos".

    "El bienestar es físico. Uno se siente bien cuando todas sus necesidades están cubiertas. Se trata de una sensación inmediata. La felicidad, en cambio, es el resultado de una representación, de una esperanza, de un proyecto de existencia y se construye siempre en el encuentro con el otro. Para ilustrar esta diferencia, siempre cuento la historia de los picapedreros: paseo por un camino y veo a un hombre que está picando piedras. Hace muecas y sufre. Me explica que su oficio es idiota y que el trabajo muscular le hace mal. Más allá, un segundo picapedrero parece más apacible. Golpea tranquilamente la piedra y me dice que es un oficio al aire libre y que le basta para ganarse la vida. Un poco más allá, un tercer hombre pica piedras en éxtasis. Está radiante y sonríe. Me explica que el hecho de picar piedras lo hace muy feliz porque piensa que está construyendo una catedral. Aquellos que tienen una catedral en su cabeza son felices, aquellos que se contentan con lo inmediato sienten bienestar y aquellos que se desesperan por no tener otro oficio son desdichados. El gesto es igual en los tres casos pero es el significado del gesto lo que los vuelve felices o desdichados".

    Sin embargo el pensamiento de Cyrulnik no es utópico, no dice que la felicidad es fácil de alcanzar sino solamente que es posible. El precio puede ser alto pero los que no lo intentan lo pagan más caro. Para el sujeto si la herida es demasiado grande, si nadie sopla sobre las brasas de resiliencia que aún quedan en su interior, será una lenta agonía psíquica.

    "Los drogadictos confunden la felicidad con el bienestar momentáneo. El 'flash' de la droga les da una sensación de bienestar que se apaga de inmediato y los desespera, en tanto los que tienen un proyecto trascienden la realidad" (14).

    "Una infelicidad no es nunca maravillosa. Es un fango helado, un lodo negro, una escara de dolor que nos obliga a hacer una elección: someternos o superarlo. La resiliencia define el resorte de aquellos que, luego de recibir el golpe, pudieron superarlo".

 

LA RESILIENCIA COMO TRAMA CON EL OTRO, CON EL ENTORNO SOCIAL

    La resiliencia se teje: no hay que buscarla sólo en la interioridad de la persona ni en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con el entorno social. Esto elimina la noción de fuerza o debilidad del individuo; por eso en la literatura sobre resiliencia se dejó de hablar de niños invulnerables.

    Tiene contactos con la noción de apuntalamiento de la pulsión. Como dice Freud (15) "la libido sigue los caminos de las necesidades narcisistas y se adhiere a los objetos que aseguran su satisfacción". La madre que es la primera suministradora de satisfacción de las necesidades del niño, es el primer objeto de amor y también de protección frente a los peligros externos; modera la angustia, que es la reacción inicial frente a la adversidad traumática, en grado o medida aún mínima.

    Ya mencionamos la necesidad de que el niño desarrolle un apego seguro como base de su futura resiliencia. En esto iba un reconocimiento de Boris Cyrulnik para quien él nombra como uno de sus maestros, John Bowlby y sus enseñanzas sobre la teoría del apego.

    Esta condición inicial del sujeto sigue existiendo toda la vida, por eso durante toda la vida es fundamental otro humano para superar las adversidades mediante el desarrollo de las fortalezas que constituyen la resiliencia. En síntesis, el proceso de apuntalamiento de la pulsión lleva al otro humano y evita el atrapamiento en el mortífero solipsismo narcisista.

    En la resiliencia, que atiende los efectos del estruendo más exterior, el Yo que lo padece, debe de todos modos gobernar la conmoción emocional. El estrés participa en el choque cuando la emoción sacude el organismo bajo el efecto de los golpes venidos de las agresiones sociales o del espíritu de los demás. Con frecuencia el estrés es crónico, y su efecto insidioso altera el organismo y el psiquismo que no toma conciencia.

    Sin embargo, siempre la autoestima, con la ayuda y la mirada de los demás, puede ser reorganizada y reelaborada por medio de nuevas representaciones, acciones, compromisos o relatos. Es discutible si el concepto de resiliencia pertenece a la familia de los mecanismos de defensa del yo. Quizás se deba recurrir al poco usado concepto de mecanismos de desprendimiento del yo, introducido por E. Bibring (16), que "no tienen por finalidad provocar la descarga (abreacción) ni hacer que la tensión deje de ser peligrosa (mecanismo de defensa). Sin negar que durante el proceso se producen fenómenos de abreacción en pequeñas dosis", se trata de operaciones yoicas que apuntan a dispersar las tensiones dolorosas en otros complejos de pensamientos y emociones con efectos compensatorios; o bien, como en el trabajo de duelo, generan el desprendimiento de la libido del objeto perdido para transferirla a otros. Un tercer modo es la familiarización con el peligro para poder superarlo en forma contrafóbica. Lagache (17) siguiendo a Bibring, señala el paso de la repetición a la rememoración pensada y hablada. Para él, las operaciones de desprendimiento del yo permiten neutralizar la operación defensiva (inconsciente). Para el psicoanálisis serían mecanismos más propios de la cura que de la enfermedad; desde el punto de vista de la resiliencia constituyen la posibilidad de una continuidad de la vida en aceptables condiciones de salud mental.


    LA CONSTRUCCIÓN DE LA RESILIENCIA

    No se puede abstraer el modo concebir por nuestro autor francés la construcción de la resiliencia de su concepción etológica del ser humano. Cuando dice acerca de la construcción de la resiliencia que "la genética tendrá algo que decir, pero que las interacciones precoces hablarán mucho más, mientras que las instituciones familiares y sociales contendrán lo esencial del discurso" (18), podríamos traducirlo a otras palabras suyas: "A priori, antes de hablar, es preciso que el desarrollo de mi cerebro humano esté correctamente programado; es necesario que mis ojos se encuentren con una figura de apego para suscitar en mí las ganas de hablar, y que me impregne el baño lingüístico social de los adultos que me rodean. (…) El habla ya no pertenece al cielo, sino que tiene su origen en el cuerpo, en lo afectivo y en lo social" (19)


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    Cyrulnik pone así en valor el carácter social de cada ser humano, cuya individualidad se construye en un campo de tensiones afectivas estructurado por palabras. Pero que en términos de la resiliencia las posibilidades de reestructuración no cesan nunca. Por eso acomete la posibilidad de trabajar con pacientes que padecen el mal de Alzheimer e insiste en que la mente de un niño, de una persona, es como un submarino que aguanta toneladas y toneladas de presión sin romperse y siempre (mientras hay vida) puede volver a flote. Para él "no hay herida que no sea recuperable. Al final de la vida, uno de cada dos adultos habrá vivido un traumatismo, una violencia que lo habrá empujado al borde de la muerte. Pero aunque haya sido abandonado, martirizado, inválido o víctima del genocidio, el ser humano es capaz de tejer, desde los primeros días de su vida, su resiliencia, que lo ayudará a superar los shocks inhumanos. La resiliencia es el hecho de arrancar placer, a pesar de todo, de volverse incluso hermoso".


EL MURMULLO DEL PASADO EN LA INTIMIDAD DEL ADOLESCENTE

    "El Murmullo de los Fantasmas" es un libro de Boris Cyrulnik que se centra en la adolescencia, esa compleja y crítica etapa de la vida en la que aflora con fuerza la sexualidad en un cuerpo que se transforma y pasa a ser adulto, la identidad se constituye como una búsqueda fundamental donde los pares juegan un rol importante, el deseo de autoafirmación pone en conflicto la autoridad en general, no sólo la paterna, y se vuelve perentorio encontrar nuevos sentidos a una vida que se llena de incertidumbres.

    En esta circunstancia el pasado de la infancia del sujeto retorna como un murmullo fantasmal que lo obliga a poner los hechos y emociones en el modo de una narración a la que él mismo le va dando sentido. Para que exista un trauma debe darse dos veces la experiencia traumática: la primera en la realidad y la segunda en la representación. Es en relación a ésta donde puede instalarse el trabajo de la resiliencia. El adolescente la busca; primero en la familia y si ahí no la encuentra será con sus pares, con un docente o cualquier adulto significativo que juegue como tutor de su desarrollo resiliente. Con un entorno adecuado afectivamente que respalde su socialización, el adolescente puede rememorar sus experiencias traumáticas y ubicarlas en un relato positivo de su vida. Los fantasmas quedan conjurados.


LOS TUTORES DE RESILIENCIA

    "Un tutor de resiliencia es alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de arte que provoca un renacer del desarrollo psicológico tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra al niño y que asume para él el significado de un modelo de identidad, el viraje de su existencia. No se trata necesariamente de un profesional. Un encuentro significativo puede ser suficiente. (…) Muchos niños comienzan a aprender en el colegio una materia porque les agrada el profesor. Pero cuando, veinte años después, uno le pide al profesor que explique la causa del éxito de su alumno, el educador se subestima y no sospecha hasta que punto fue importante para su alumno" (20).

    Cuando comienza a contar su vida, Tim Guénard (21) nos dice que "cuando se habla de hermosas casas o de coches viejos, siempre se cuenta bellamente su reconstrucción. Pero cuando se ve a un niño que se agrieta, a un adulto que se derrumba, la gente se plantea tantas preguntas que ya ni siquiera se atreve a hacer cosas muy simples: mirar con amabilidad, tocar o hacer compañía".

    Fue abandonado por su madre. La única imagen que le quedó de ella es alejándose, de espaldas, con unas botas blancas. A él lo dejaba atado a un poste de luz en una ruta. Golpeado por su padre alcohólico, despreciado por su madrastra y sus hijos que lo confinaban en la "cucha" del perro a la intemperie. La última golpiza del padre con un palo y lanzándolo a un sótano lo deja con múltiples fracturas, un ojo reventado y un oído estallado. Despierta del coma de tres días en un hospital donde pasa tres años, curándose y volviendo a poder caminar. De un orfanato donde su aspecto físico no da la medida para que sea adoptado, es entregado, junto con otros niños, a una "nodriza" que también lo maltrata, previo paso por un hospicio para enfermos mentales donde lo envía una médica simplemente por sus antecedentes. Otro médico percibió varios meses después que no era loco. Termina en un duro correccional donde se lo rotula y estigmatiza como un niño "descarriado". Se transformó en una persona de riesgo, "echado a perder" y por lo tanto, "irrecuperable". Esas palabras dirigidas al niño, renovaban las violencias vividas. Su única esperanza era llegar a matar al padre, eso lo mantenía con vida.

    Fue ladrón, huyó de las instituciones en que lo internaban y llegó a París. Allí se encontró con dos jóvenes que le dieron una acogida amistosa, lo ayudaron, pero lo introdujeron un poco más en el delito: fue "chulo de putas" (les robaban a las prostitutas lo que ganaban) y "gigoló en Montparnasse" (eran elegidos por mujeres acaudaladas en un café de moda).

    Finalmente se encontró con una jueza (cumplía su viejo deseo de tener una madre) que lo hizo pasar a su despacho y empezó a hablar con él, le prestó atención y finalmente le consiguió trabajo en un taller de escultura. Nadie daba mucho por su duración en el trabajo y a su profesor principal, que hacía diseño industrial, enojado porque rechazó un trabajo suyo, le rompió todos los dibujos del año. El profesor paso de largo del suceso y durante dos años y medio le enseñó geometría, tecnología, dibujo industrial, etc. Dice Tim: "soñé con tener un padre como él". El diploma que finalmente obtuvo se lo regaló a la "jueza-madre" que le dio la posibilidad de lograrlo.

  Luego se encontró con un cura que atendía discapacitados. Se sorprendió al verse querido por esos chicos y se dedicó a su cuidado. Finalmente, sorprendido al conocer a los "extraterrestres", el grupo de creyentes que circulaba alrededor del cura, terminó por hacerse cristiano.

    "He aquí el resumen de todo esto: crecí queriendo matar a mi padre. Pues bien, ahora quiero a mi padre. Si hoy soy un hombre feliz, con una mujer, cuatro hijos y amigos, no puedo ser lo que soy sin todo mi pasado. Cuando antes se decía que no era nada, sentía vergüenza. Cuando voy a la cárcel a visitar a los prisioneros, con frecuencia me dicen lo mismo: que se sienten "torcidos" –no es grave: imagínense que tuviéramos que arrancar de cuajo, en la Tierra entera, todo lo que esté torcido; dejaríamos de tener vino, aceite de oliva, frutas. Para las cosas torcidas se pone un tutor para que puedan dar frutos-; que se sienten "podridos" – fíjate, una manzana podrida, la tiras y quedan las pepitas. ¿Y que hay después de las pepitas? Un nuevo árbol que crece, y del árbol nuevo, nuevos frutos". Tim Guenard con esos antecedentes que pronosticaban un destino funesto para su vida, llegó a encontrar los tutores de resiliencia necesarios para terminar siendo coautor de Boris Cyrulnik, entre otros, de "El realismo de la esperanza".


EL MOMENTO DE LA RESILIENCIA

    Cuando se habla de resiliencia se plantea de inmediato su aplicación en el plano social, de salud o educativo a las poblaciones más desfavorecidas por una sociedad que genera pobreza, inequidad, exclusión, delincuencia, enfermedades de todo tipo. Pero entonces surge la sospecha. El fomento de la resiliencia en las poblaciones cadenciadas, ¿no es funcional al sistema de injusticia social que predomina?, ¿no es un parche que hace olvidar la necesidad las estructuras sociales que generan la injusticia?, ¿no estamos postergando indefinidamente su solución?, ¿se trata sólo de modificar al yo del sufriente, dejando intactos los discursos legitimadores de estructuras de poder que siguen generando injusticia, maltrato e infelicidad?

    Nada más lejos del pensamiento de muchos de quienes trabajamos con el concepto de resiliencia. Precisamente Boris Cyrulnik ha marcado con mucha precisión la ubicación de la resiliencia entre los diferentes quehaceres de una sociedad y lo dice así: "Cuando un niño sea expulsado de su hogar como consecuencia de un trastorno familiar, cuando se le coloque en una institución totalitaria, cuando la violencia del estado se extienda por todo el planeta, cuando los encargados de asistirle lo maltraten, cuando cada sufrimiento proceda de otro sufrimiento, como una catarata, será conveniente actuar sobre todas y cada una de las fases de la catástrofe: habrá un momento político para luchar contra esos crímenes, un momento filosófico para criticar las teorías que preparan esos crímenes, un momento técnico para reparar las heridas y un momento resiliente para retomar el curso de la existencia" (22).


    (*) El Dr. Cyrulnik es psiquiatra etólogo. Director de Estudios en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de Toulon.

    (**) Aldo C. Melillo es médico, psicoanalista, ex secretario de Salud y Medio Ambiente de la Ciudad de Buenos Aires, miembro del Foro Psicoanalítico de Buenos Aires y profesor de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. Consejero académico del máster en Psicoanálisis de la Escuela de Psicoterapia para Graduados y de la Universidad Nacional de La Matanza. Autor y compilador de Resiliencia. Descubriendo las propias fortalezas y de diversos trabajos psicoanalíticos.

 

    (I) Este artículo fue publicado en el nº 85 Perspectivas Sistémicas, marzo- abril del 2005.

 

    La visita de Boris Cyrulnik está organizada por la Lic. Elida Romano, miembro fundadora de la Asociación Parisina de Investigación y Trabajo con las Familias (A.P.R.T.F.) de París, Francia y por la Lic .Juana Droeven, Directora de la Fundación para la Investigación Clínica Familiar (F.F.) de Buenos Aires, Argentina, asociadas para invitar al Dr. Cyrulnik a Buenos Aires. Acompañan al Dr. Cyrulnik en el Encuentro Internacional, los siguientes invitados: Jorge Basile, Emilio Boggiano, Bernardo Chomski, Silvia Crescini, Elina Dabas, Juana Droeven, Lucila Edelman, Roberto Ferro, Emiliano Galende, Silvia Gomel, Estrella Joselevich, Luis Juri, Marta López Gil, Denise Najmanovich, Aldo Melillo, Isabel Mikulic, Cristina Ravazzola, Cynthia Szevach, Nieves Tapia, Graciela Zarebski, Rubén Zukerfeld.

 

    (1) www.muyinteresante.es/canales/muy_act/entrevi/entrevis29

 

    (2) y (4) http://elmundolibro.elmundo.es/elmundolibro/2003/10/01/no_ficcion

 

    (3) En Resiliencia – Descubriendo las propias fortalezas, Aldo Melillo y Néstor Suárez Ojeda (comp.), Buenos Aires, Paidós, 2001, Pág. 83 y sig.

 

    (5) Cyrulnik, Boris, La maravilla del dolor , Barcelona Granica, 2001

 

    (6) Birbring, Edward, "The conception of the repetition compulsion", Psycoanalitic Quaterly, vol XII, N° 4, 1943.

 

    (7) y (22) Cyrulnik, Boris, Los patitos feos, Barcelona, Gedisa, 2002.( páginas 26 y 215).

 

    (8) Gampel, Yolanda, "El dolor de lo social", Psicoanálisis, Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires, Vol. XXIV, N° 1 y 2.

 

    (9) Cyrulnik, Boris, La maravilla del dolor, Barcelona, Granica, 2001.

 

    (10) Melillo, Aldo, "Realidad social, psicoanálisis y resiliencia", en Resiliencia y subjetividad, Melillo A., Suárez Ojeda, N. y Rodríguez, D. (comp.), Buenos Aires, Paidós, 2004, pag. 71.

 

    (11) Zuckerfeld, Rubén, "Psicoanálisis actual: tercera tópica, interdisciplina y contexto social", presentado en el III Congreso argentina de Psicoanálisis y II Jornada Interdisciplinaria, Córdoba, 1998.

 

    (12) Op. Cit.

 

    (13), (14) y (20) http://resiliencia.cl/opinexp/

 

    (15) Freud, Sigmund, (1914) Introducción al narcisismo, OC, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, Vol. 14.

 

    (16) Op. cit.

 

    (17) Lagache, Daniel, "Psychanalise et structure de la personnalité, en La Psychanalise, Vol. 6, 1958.

 

    (18) Cyrulnik, Boris, La maravilla del dolor, Barcelona, Granica, 2001, pag. 193.

 

    (19) Cyrulnik, Boris, Del gesto a la palabra, Barcelona, Gedisa, 2004, pag. 110.

 

    (21) Guénard, Tim, Más fuerte que el odio, Barcelona, Gedisa, 2003 y en El realismo de la esperanza – testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia, Barcelona, Gedisa, 2004, "La encarnación de la resiliencia", página 71.

 

 

 

 


Roger Schank, neurocientífico experto en aprendizaje
"Los sueños son simulaciones que nos enseñan a actuar"
21/09/2013

Tengo 67 años y sigo aprendiendo, pero jamás aprenderé a jubilarme. Soy un judío neoyorquino sin religión. Tengo dos hijos y cuatro nietos: ¡cuánto me enseñan! Me he casado dos veces, pero con la misma mujer. Aprender nunca es aburrido, pero muchas clases suelen serlo
Aprender es hacer
Suiza, Austria, Alemania y otros países prósperos han potenciado en su educación la techné (cómo hacer) frente a la episteme (conocer). Suiza siempre ha tenido un porcentaje bajo de universitarios comparado con otros países ricos. Y es que la educación de calidad siempre genera prosperidad, pero no siempre el aumento de licenciados (véase Egipto o Marruecos) enriquece a un país. Tras dirigir la Educación On Line de la Universidad de Columbia, Schank convierte formación académica en empleo: ¡cuánta falta nos hace! Colabora con La Salle-XTOL Masters en formar a distancia a licenciados en paro hasta que se convierten en flamantes profesionales de la era digital.

Cómo sabe usted que alguien ha estudiado en Harvard?
¿Estilo? ¿Carácter?...
Lo sabe porque él se lo dice.
¿Y si no lo dice?
Nadie se entera, porque los egresados de Harvard son iguales que los de otras muchas universidades. Y, si sigue durante décadas las carreras de una promoción de Harvard -como se ha hecho- comprobará que la vida los va situando en una discreta medianía.
La universidad son también contactos.
Y Harvard es eso sobre todo, como Yale o Stanford, donde yo he estudiado y he enseñado: nacieron para reservar los puestos clave de la sociedad a los hijos de quienes los ocupaban. Educar era su modo de seleccionar.
Algo habrán enseñado también.
¡Por supuesto! Y hoy están más abiertas a minorías y son más meritocráticas: la nota determina cada vez más el acceso. Y así se pierden mucho talento. Porque quien saca mejores notas no es el mejor, sino sólo el mejor sacando buenas notas.
Pero algún criterio han de usar...
¿Para seleccionar? Creo que ya hemos superado ese estadio educativo. Hoy las tecnologías nos permiten enseñar sin segregar. Educar a todos, aunque a nuestras universidades no les guste. ¿Sabe qué me contestaron en la Universidad Carnegie Mellon cuando lo dije?
¿...?
Que ellos no querían enseñar como quien vende McDonald's; ellos querían formar un puñado de líderes con el espíritu Carnegie... Y yo lo que quiero es todo lo contrario: enseñar a millones de personas a aprender hasta dar lo mejor de sí mismas.
Aprender requiere esfuerzo, repetición, memoria, sacrificio, método...
Aprender no requiere sufrimiento, la escuela sí. Aprender no es necesariamente aburrido, un aula sí. Un tipo hablando durante horas es naturalmente aburrido. Un tostón.
No pain, no gain (sin esfuerzo no hay ganancia).
De acuerdo, pero ¿quién dijo que el esfuerzo debe ser deprimente? ¿Le gusta jugar al fútbol? ¿Y no suda y se esfuerza jugando?
Pero es un esfuerzo placentero.
Lo que ni es placentero ni enseña es aguantar rollos en un aula. A ver: ¿qué prefiere usted si su piloto en un avión enferma?, ¿que le sustituya alguien que ha aprendido a volar en un simulador u otro que ha aprendido Teoría del Vuelo en una facultad?
A caminar sólo se aprende andando.
Y si le digo que me gano la vida dando conferencias, ¿me pide que le dé una o sigue charlando conmigo con preguntas y respuestas?
El diálogo enseña más que el sermón.
Porque los humanos somos seres conversacionales. ¿Y sabe por qué hablamos?
¿Para hablar y escuchar?
¡Qué va! Apenas escuchamos a los demás.
Ahí le doy la razón sin matices.
Hablamos porque hablar nos hace más inteligentes al obligarnos a pensar por nosotros mismos. Hablar y pensar son una misma acción. Y sólo atendemos lo que dice el otro cuando acompaña nuestro discurso.
Lo que mola más es que te escuchen.
Porque te da control de la situación. Por eso ver una conversación en la tele suele ser aburrido y, en cambio, quienes hablan disfrutan. La entrevista escrita es otra cosa.
¿Por qué?
Porque da el control al lector: puede saltarse preguntas e ir sólo a lo que le interesa. Estamos evolutivamente programados para retener lo útil, lo que nos permite adaptarnos a los desafíos del medio. Y también por eso soñamos, para aprender a vivir.
¿Los sueños son lecciones de vida?
Los sueños son hipótesis virtuales de cuanto puede sucedernos despiertos. Son simulaciones de la vida que nos permitirán anticiparnos cuando algo suceda y aprender a sobrevivir. Cuando vemos o nos cuentan que hay monstruos, solemos soñar después con ellos y así aprendemos a huir si nos sale uno real.

¿El sueño es un simulador de la vida
Es nuestra manera natural de aprender. Pero fíjese en que no son una clase de Huida del Ogro, sino una simulación de huida en la que las sensaciones son reales. Enseñar debe seguir el mismo proceso y aprender debe ser como volar con simulador: es hacer y no estudiar. Por eso, lo mejor de muchas carreras son las prácticas.
Cada vez hay más universitarios.
Pero la universidad sigue acomodada en formar académicos en vez de profesionales.
¿Cómo se aprende?
Tenemos necesidades y, para cubrirlas, objetivos; y para alcanzarlos hacemos pruebas: intento y error; error; error... Hasta que empiezas a acertar. Sin fallos no se aprende, porque el aprendizaje se consolida precisamente en el diálogo interno para reconocer, admitir y corregir el error. Quien no siente cada fallo no está aprendiendo.
¿Y el profesor?
Un mentor incentiva y acompaña, pero nada sustituye a la propia experiencia.
Hay cosas que no se enseñan, se aprenden.
No basta con explicar algo a alguien; ese alguien tiene que equivocarse mil veces intentando hacerlo como el mentor. Por eso, aprender, en parte, es imitar.









El «Dar» y el «Sentido». Dos conceptos que sobrepasan al psiquiatra Viktor Frankl 
y a su discípula, la psicóloga Boglarka Hadinger


Quizá ayer, como decía una señora a la hora del almuerzo, «tocaba otra «Contra» de La Vanguardia. En realidad, coincido plenamente con aquella señora en que «era más que nunca necesario convocar ideas afables, esperanzadoras, pero asimismo menos demagógicas». Ante todo porque estamos hasta la coronilla de gente que se llena la boca con palabras rimbombantes, individuos que en su beneficio, pero sin tener la más mínima idea de lo que hablan, no dudan en vincular la espiritualidad (por lo que este término tiene de trascendental) con las neurociencias (por lo que hace al supuesto number one del rigor y la evidencia científicas), por ejemplo.

Boglarka Hadinger

En esta ocasión el problema radica en el saber del Viktor Frankl (1905-1997). De este neurólogo y psiquiatra vienés, ensalzado por la doctora en Psicología y logoterapeuta Boglarka Hadinger, lo primero que cabe decir es que fue un clínico que, por haber sufrido las penalidades de las personas que abarrotaban los campos de exterminio, como fue el de Auschwitz, se arrogó el derecho de afirmar que «era un enano en los hombros del gigante Freud, circunstancia que le proporcionaba mayor y mejor perspectiva del sujeto humano, de la sociedad y de la cultura.»

Viktor Frankl en su narcisista deseo de superar a Freud, y a imitación de otros malogrados y desorientados clínicos y pensadores, creó algo, en esta ocasión, la insustancial logoterapia. ¡Y por Dios que consiguió el desastre, o sea, justo lo contrario del singular descubrimiento y lo que enseñaba Freud! Como es conocido, la logoterapia es un procedimiento terapéutico que no supera el pensamiento cartesiano que el primer psicoanalista subvierte. Tanto es así que los fundamentos teóricos de la logoterapia se inscriben en el ámbito de las disciplinas que reducen al sujeto humano al Yo consciente, mientras que la idea de salud guarda una estrecha relación con la adaptación a un modelo ideológico de sociedad.

Es igualmente conocido que del mismo modo que Frankl no pudo desligarse de los principios de la psicología clásica, tampoco pudo hacer la diferencia con la moral de los ideales de los filósofos de todas las épocas. En cuanto a la práctica clínica, la logoterapia y el análisis existencial, bastaría recorrer sus textos fundamentales para advertirlo, no aportan nada distinto a un síntoma cultural para ayudar a las personas a abandonar sus sufrimientos, ya sean neuróticos o de cualquier otro tipo, y que tampoco ofrecen recurso alguno para el desarrollo ético y/o intelectual.

¿Pero qué entienden los logoterapeutas por «dar» y por «sentido»? Viktor Frankl afirmaba, como recuerda Boglarka Hadinger que:

● «Uno sólo se convierte en una persona madura, competente y fascinante cuando empieza también a dar. Dar y recibir van unidos.»

● «Y que el sentido es lo que nos salva y creó escuela».
¿Qué es entonces «dar»? Hadinger, siguiendo a su maestro, sostiene que «Ninguna relación es buena, ni siquiera la de padres e hijos, si alguna de las partes no hace algo por los otros. Es importante que todos nos sintamos necesarios y útiles».

El «Dar» de la logoterapia, no va más allá, como acabamos de ver, de una de las acepciones que sobre este término recoge un diccionario general. ¡Señor, señor! Éstas y otras ideas de Perogrullo, delicatessen intelectuales para gente desprevenida y desorienta en nuestra sociedad hipermoderna, son las que también pueden escuchar los alumnos de Hadinger en la Universidad de Tubinga y en la Sigmund Freud en Viena. Y ha sido precisamente para ofrecer tan memorable información, que esta psicóloga se encuentra en Barcelona, donde ha impartido un seminario de Logoterapia y Análisis Existencial (ALEA).

Es dable pensar que «Dar lo que uno no tiene a alguien que no lo es», que como se sabe es una de las fórmulas más conocidas de Jacques Lacan, le debe sonar a chino a Hadinger. Sin embargo, esta fórmula recoge una de las definiciones más clarificadoras de qué es el amor.

● Una primera aproximación a la primera parte de la fórmula («Dar lo que uno no tiene») permite señalar lo obvio, y lo obvio es que ‘uno no puede dar lo que no tiene’. Obvio, sí, mas siempre y cuando uno crea que no lo tiene, y el otro, el partenaire, piense también que su amado no lo tiene o no lo es.
● ¿Pero qué es eso que uno no tiene o no es, y que, sin embargo, el amor quiere olvidar? Lo que uno no tiene y tampoco es el falo. ¿Y qué es eso que llamamos falo? Permítanme que recuerde que se trata de un objeto que siendo cualquiera no obstante es el más precioso y apreciado por todas las personas. En efecto, lo que llamamos falo (según una antigua tradición helena) es el objeto más precioso y apreciado en tanto que todas las personas sin excepción piensan que ese objeto (cosa, animal o persona) puede calmar todo padecimiento e insatisfacción y, por ende, puede convertir a una persona en un ser absolutamente feliz. En fin, en el amor, ciertamente, los enamorados piensan que el otro tiene ese objeto o incluso que lo es.

● ¿Qué es la felicidad? Se trata justamente de eso, de que el otro o lo otro me complete, me haga sentir completo (la unicidad que morbosamente reclaman los budistas, ejemplo) con ese precioso objeto, con el falo, (que puede estar representado en el dinero, en una afición, en un ideal social, político o religioso, en un animal de los llamados de compañía, y en ocasiones en una persona, ya sea el partenaire, el hijo…). ¿Qué hace entonces ese objeto? Sutura la herida narcisista del deseo, sutura la hiancia del sujeto humano, la misma que le produce la insatisfacción que define al deseo, pero que al mismo tiempo es la causa de todo lo bueno y de todo lo malo que hacen las personas.

● ¿Qué no sabe el amor? Ignora o quiere desconocer que el otro, el partenaire, es siempre es una suplencia del objeto perdido en la infancia. Los enamorados tienden a creer que el otro tiene «ese no se qué» que al otro le falta para ser absolutamente feliz, «ese no se qué» que, al completarlo, sutura, como acabo de señalar, la herida existencial, o como diría el filósofo, la falta ontológica del ser.

Hadinger tampoco va más allá de lo trivial cuando dice que «La primera tarea es el trabajo con uno mismo, aprender a modularse: corregir los defectos, potenciar las virtudes. La segunda es con las personas que nos rodean: entender que si queremos ser felices, no lo seremos si ellos no lo son. Por último, cada uno de nosotros tiene una tarea con el mundo, y eso es la búsqueda de sentido.»

Cierto. Pero ¿cómo se llega a lo que entiende fundamental y necesario? Lo estropea absolutamente, entiendo por falta de análisis personal y de mejores lecturas. Sea como fuere, lo evidente es su incapacidad para advertir, como les ocurre a no pocos poetas, la verdad que dice en lo que expresa. Y es que del mismo modo que está en lo cierto cuando señala que «Se trata de preguntarse para qué merece la pena seguir viviendo. Si estás vacío de sentido, lo llenas con adicciones, deseos, consumo; o a base de relaciones que te sostengan. Pero siempre llega el día en que el vacío existencial te duele, y si ves la cara de una persona a partir de los 50 sabes si está llevando una vida con sentido o no», a Hadinger le pasa por alto que todo sentido es religioso, por tanto ideológico, y que lo que ofrece, por consiguiente, tiene mucho que ver con el fanatismo ideológico. (Un sentido para la vida. ¿Cuál? El agalma, el falo, o si se desea el objeto a, encarnado en los ideales de los prelados cristianos, o quizá el buen sentido agalmático es el fundamentalismo islámico, o quizá el bien supremo es el liberalismo moderado, o acaso se trata de la reivindicación anticapitalista…?

José Miguel Pueyo

Girona, 26 de julio de 2013







Boglarka Hadinger, doctora en Psicología; logoterapeuta
"Ninguna relación es buena si una parte no da"

La Vanguardia. La Contra, 25/07/2013. Por Ima Sanchís
En busca de sentido

Hay que ser muy cafre para que la lectura de El hombre en busca de sentido no te deje sumido en profundas reflexiones. Viktor Frankl, neurólogo y psiquiatra vienés, lo escribió en Auschwitz. Explicó que el sentido es lo que nos salva y creó escuela, la logoterapia. Hadinger, que da clases de logoterapia en la Universidad de Tubinga y en la Sigmund Freud en Viena, fue una de sus alumnas: “Uno sólo se convierte en una persona madura, competente y fascinante cuando empieza también a dar. Dar y recibir van unidos. Frankl decía que ser persona es involucrarse en el mundo”. Ha impartido un seminario en Formación en Logoterapia y Análisis Existencial (ALEA).

Dar y recibir van unidos?
Ninguna relación es buena, ni siquiera la de padres e hijos, si alguna de las partes no hace algo por los otros. Es importante que todos nos sintamos necesarios y útiles.
¿Qué podemos pedir a los hijos?
Algo más que su felicidad. Debemos enseñarles que ellos también pueden darla: “Llama a tu abuela, que está un poco triste, le alegrará oír tu voz”.
Importante, sí.
Hay que darles pequeñas tareas para que puedan experimentar la sensación de que hacen algo con éxito y por los demás.
Es una excelente idea.
En Sicilia y en Austria hay un proyecto, Una escuela adopta un monumento, en el que los niños se responsabilizan de cuidar un monumento, lo reparan si se estropea y se lo enseñan a los turistas.
Herramientas para la madurez.
Es esencial para relacionarse. En una discusión, la madurez permite que callemos cosas que herirían profundamente al otro y la relación, nos da la capacidad de ser cuidadosos con los que amamos y con el entorno.
¿Cuándo somos adultos?
Cuando nos responsabilizamos de nosotros y de lo que provocamos en los demás, y cimentamos nuestro sentido del humor, que tiene mucho que ver con la madurez: permite tomarse las cosas con cierta distancia y ver que hay algo bueno en cada ser humano. Ser persona es involucrarse en el mundo.
La madurez llega cuando llega, si llega.
Lo primero es saber que uno puede trabajar su madurez interior. Tengo el convencimiento de que cada ser humano tiene una tarea en tres diferentes ámbitos.
A saber...
La primera tarea es el trabajo con uno mismo, aprender a modularse: corregir los defectos, potenciar las virtudes. La segunda es con las personas que nos rodean: entender que si queremos ser felices, no lo seremos si ellos no lo son. Por último, cada uno de nosotros tiene una tarea con el mundo, y eso es la búsqueda de sentido.
Llevamos siglos buscándolo.
Una cosa es el sentido de la vida en general y otra el sentido de la propia vida. Cuando la vida tiene sentido no lo reflexionamos, se da por supuesto. Pensamos sobre él cuando se vuelve inseguro, y eso ocurre cada vez que perdemos algo importante o cuando ya no estamos satisfechos con lo que tenemos y debemos dar un paso de madurez interna.
Las crisis.
Cualquier crisis, económica, medioambiental e incluso de pareja, son síntomas de algo más profundo. Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, dijo que a veces el síntoma es lo sano de una vida patológica.
En una vida se viven unas cuantas.
Ocurre en la pubertad, luego la crisis entre los 40 y los 45 años en el caso de las mujeres, y en el caso de los hombres, entre los 50 y los 55 años, aunque a veces encuentran sentido durante un par de semanas en una minifalda, y la crisis de la vejez.
Demasiadas.
Nos proponen reflexionar, encontrar una nueva tarea y una nueva forma de vivirla, es decir, responder a cómo puedo vivir a partir de ahora para que la vida tenga sentido.
No me parece tarea fácil.
Es una tarea maravillosa: significa que no vivimos de forma automática, es un trabajo interesante, de detective.
¿Mirar por enésima vez al pasado?
A veces resulta necesario porque a menudo en situaciones de crisis nos comportamos como lo hicimos cuando éramos niños porque en esos momentos nos ayudó. Pero hay otro punto de vista más interesante.
Usted dirá.
Mirar el pasado para ver qué competencias tenía; qué cosas me han dolido, porque me indican qué puedo hacer; qué he aprendido o qué me gustaría hacer diferente, por ejemplo, con mis hijos, de como lo hicieron conmigo, y, sobre todo, qué es lo que la vida espera de mí en el futuro.
Casi nada.
Se trata de preguntarse para qué merece la pena seguir viviendo. Si estás vacío de sentido, lo llenas con adicciones, deseos, consumo; o a base de relaciones que te sostengan. Pero siempre llega el día en que el vacío existencial te duele, y si ves la cara de una persona a partir de los 50 sabes si está llevando una vida con sentido o no.
Usted hace terapia de pareja. ¿Qué es necesario para tener una buena relación?
Tiene que ver mucho con la madurez, el enamoramiento escoge a una persona determinada con la que también tenemos una tarea, y sólo después de haber atravesado algunas crisis podemos ser adultos.
Pues venga crisis.
En las primeras reaccionamos como cuando éramos pequeños, y solemos comportarnos con nuestra pareja como padres estrictos, por eso es importante decirnos a nosotros mismos: “Soy adulto: puedo sentarme y hablar. Estar con esta persona me plantea un reto de crecimiento personal”. Cuanto más maduras son las parejas, mejor pueden superar las crisis y aprender de ellas.














BORIS CYRULNIK, O CUANDO UN TRAUMA DE LA INFANCIA SE CONVIERTE EN UNA IMAGINARIA TEORÍA

Apelar al sufrimiento en Auschwitz y abrazar la moral de los ideales, común a la filosofía práctica y a otros discursos religiosos, quizá es lo que se espera de un escritor, de un psiquiatra y hasta de un etólogo, mas nunca, en ningún caso, se puede esperar tal cosa de un psicoanalista. ¿De qué habrían servido si no los singulares descubrimientos de Freud y el extraordinario trabajo de Jacques Lacan? Para Boris Cyrulnik (Burdeos, 26 de julio de 1937) han servido de poco o más bien de nada.
Pero ese no es aquí el asunto más grave. Como es habitual en temas semejantes, la insistencia del doctor Cyrulnik en la «resiliencia», término que viene a definir la superación de las adversidades y la manipulación de los traumas mediante ideales filosófico morales, hábitos literarios y/o preceptos de carácter religioso, es desaconsejable, más allá de la ingenuidad de la propuesta, en tanto que puede provocar una desorientación intelectual, entre otros efectos negativos, a algunas personas. El patético recurso al empleo de palabras que pueden tocar la sensibilidad del lector, y que, por lo mismo, suelen volcar el juicio a favor del agente del mismo, tampoco falta en los postulados de Cyrulnik. Grave es, en fin, para los inadvertidos que asumen las ideas de este psiquiatra francés de 79 años de edad, hijo de judíos polacos, quien pretende que creamos que ha superado la herida psíquica de haber perdido a sus familiares cuando apenas contaba los seis años de edad, traumático episodio que le permitió, pasado el tiempo, acuñar el término «resiliencia» y aconsejar el vínculo físico afectivo de la lactancia como garantías para la salud. Tal pretensión deja de lado, además de otros fundamentales asuntos, la sobre protección, entre otras actitudes que caracterizan a la «madre estrago», pero también la esencial Función-del-Padre, esencial hasta el extremo de que su forclusión se encuentra en la causa de las psicosis y de otras igualmente graves patologías.
El nexo con la vida de Boris Cyrulnik, su resiliencia, no sólo fue sólo con los libros y el rugby, en su juventud, pues todo indica que fue el retorno del trauma infantil el que lo puso a trabajar en la teoría de la resiliencia. ¿Quién puede estar contra los mensajes de esperanza y el llamado «apego seguro»? Nadie, sin duda. Sin embargo, pocas personas ignoran los límites de lo que se nos propone, y que sólo cabe recomendarlo para levísimos problemas coyunturales. Habría que tener en cuenta, por otro lado, que loar la resiliencia puede hacer perder de vista las injusticias sociales y cuantas desgracias tienen su origen en las desigualdades, siendo los poderes políticos lo que deben, en la medida de lo posible, evitarlas, y aun, como recogen algunas constituciones, procurar cierta felicidad al ciudadano.

Girona, 2 de Enero de 2017
José Miguel Pueyo